viernes, 15 de julio de 2022

Vivimos un milagro cada mes porque no entendemos casi nada


Los milagros no existen. Solo son fenómenos que revelan la incapacidad del cerebro de operar con grandes números. En una muestra lo suficientemente grande, cualquier cosa extraordinaria probablemente ocurrirá. Según la Ley de Littlewood, vivimos un milagro a razón de uno por mes.

La ley de Littlewood fue formulada por el profesor de la Universidad de Cambridge, John Edensor Littlewood, y publicada en A Mathematician’s Miscellany en 1986. Asume que si una persona percibe un evento por segundo y permanece en vigilia ocho horas, asiste a 28.800 eventos diarios; 1.008.000 de eventos al mes. La mayoría serán ordinarios, pero son tantos que, estadísticamente, al menos habrá un evento extraordinario cada millón de eventos. Es decir: uno al mes.

Milagros cotidianos

Un milagro solo es una medida de nuestra ignorancia. Es algo que no entendemos. Y desafortunadamente, hay demasiadas cosas que aún no podemos explicar. Seguramente hay más de una cosa al mes. Incluso hay cosas que quizá existen y hemos asumido erróneamente que no lo hacen. Como Santa Claus. O los gnomos. O que vivimos en Matrix.

Por esa razón, cuando se afirma científicamente que algo no existe, no se está sugiriendo implícitamente que disponemos de una seguridad total. Ni de que entendamos todo el universo. ¿Cómo vamos a entenderlo si se producen milagros cada mes? Cuando decimos «no existe», en realidad afirmamos que es una hipótesis actualmente irrelevante y tenemos explicaciones mejores sin tropezar en el dios de los vacíos. ¿Existe Santa Claus? No.

Tampoco el efecto placebo es tan milagroso como lo pintan. Muchas veces, parece que nos curamos de una enfermedad sin necesidad de tomar el medicamento prescrito: basta con creer que lo estamos haciendo, con tener fe, con ser optimista. De hecho, normalmente el efecto placebo como tal no es lo que estamos viendo, sino otro conjunto de cosas. Como una fluctuación de los síntomas, una regresión a la media, un tratamiento adicional, un  cambio condicional de tratamiento con placebo, un sesgo de escala, unas variables de respuesta irrelevantes, unas respuestas de cortesía, una subordinación experimental, unas respuestas condicionadas, un juicio neurótico o psicótico, unos fenómenos psicosomáticos, una cita errónea, etc.

Todas las enfermedades tienen una llamada historia natural, o como lo expresaba irónicamente Voltaire, «el arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras la naturaleza cura la dolencia». 

Por supuesto, todos somos humanos. Todos tenemos experiencias. Todos tenemos sesgos. Todos nos equivocamos. No es la intención de este texto enjuiciar eso, sino describir mejor la realidad. Cuando cometes un error, lo juzgo por lo que veo. Es rápido y fácil. Cuando yo cometo un error, hay un monólogo largo y persuasivo en mi cabeza que agrega contexto y justifica el error. Todo el mundo es así. Por eso, con suficiente información, todo comportamiento tiene sentido. También todo error y acierto.

Nada existe como crees que existe

No importa lo que estés haciendo ahora mismo. El aire que te rodea está lleno de átomos en suspensión, formados en el núcleo de estrellas ya muertas, que se deslizan por la curva espaciotemporal de la Tierra. También hay átomos formándote. Todos se desintegran y transmiten radiactividad. Bajo tus pies está el suelo, cuyos electrones se niegan a dejar pasar los que te forman a ti, lo cual te permite mantenerte en pie, caminar… y no traspasar los enormes huecos de vacío que hay en toda la materia.

El mundo ya es lo suficientemente extraño, incomprensible, caótico y hermoso para adornarlo con mitos. Con afirmaciones fantasiosas. Ahora mismo estás flotando sobre el suelo. No puedes tocar nada realmente. Toda la materia que contemplas, a pesar de su aparente solidez, está casi totalmente vacía.

De igual modo, todo lo que decides hacer no lo decides tú. Lo determinan descargas neuroquímicas que han sido estimuladas por inputs entrantes. Como la dopamina. La fuente de tu motivación. Una motivación que permite a tus genes continuar sobreviviendo.

El amor existe porque tus genes necesitan intercambiar código con otra persona a fin de no extinguirse en tu cuerpo finito. También las interacciones sociales, de cualquier tipo, está sujetas a tres niveles inconscientes pero relevantes para nuestra supervivencia:
  • Selección por parentesco: preferimos ayudar a nuestros parientes.
  • Reciprocidad directa: yo te ayudo y luego tú me ayudas a mí.
  • Reciprocidad indirecta: hago una buena acción para que todo el mundo la vea y, así, mejoro mi reputación.
Naturalmente, no son compartimentos estancos. Todo nuestro comportamiento moral surge de una mezcla de estas tres formas de cooperación.

También el contexto resulta crucial. Como pone de manifiesto el ya clásico experimento filosófico del dilema del tranvía: ¿accionarías una palanca que desvía un tranvía que está a punto de atropellar a cinco personas a otra vía donde solo hay una persona?
  • Un consecuencialista accionaría la palanca.
  • Un deontológico no, porque igualmente mataría a un ser humano.
La mayoría de la gente es consecuencialista.

Sin embargo, si en vez de tirar de una palanca hay que empujar a una persona a la vía para que detenga el tren, entonces la mayoría de la gente es deontológica.

En otras palabras: dependiendo del contexto, nuestras intuiciones morales cambian. Así que nuestras intuiciones, al menos en estos casos, no dependen tanto de los principios morales como de la psicología. Del diseño de nuestro cerebro. De los niveles neuroquímicos. De los genes. Todo un concierto biológico que toca unas notas u otras en función de los inputs entrantes del contexto.

Esto lo explicaba también de otro modo el premio Nobel Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio. Tenemos dos sistemas para pensar, uno rápido influido por las emociones y otro más sosegado influido por la reflexión. Cuando tenemos que accionar una palanca, simplemente usamos el cálculo racional coste/beneficio. Pero matar con nuestras propias manos a alguien activa más la parte emocional y sentimos repulsión.

Dicho sintéticamente: cuanta mayor sea la implicación emocional en un tema moral, más tenderá a ser uno deontológico. Y cuanta menos, más tenderá a ser consecuencialista.

De hecho, cada vez hay una evidencia más robusta que sugiere que las personas muy utilitaristas, que calculan perfectamente cómo hacer el mayor bien posible, los que escogen mayormente la versión del tranvía de empujar a la persona a la vía, tienen puntuaciones más altas en psicopatía y maquiavelismo. Es decir, que cometer menos errores o deslices o incoherencias morales, irónicamente, es propio de personas que tienen características psicológicas que muchos consideramos típicamente inmorales. Así de embrollado es el comportamiento humano. Un milagro darwiniano al que sumar a los milagros mensuales de Littlewood.

Surfear la incertidumbre

En los travesaños de la biblioteca de Montaigne había inscritas unas 70 citas de los clásicos, todas las cuales destacaban la vanidad de la vida humana y de las aspiraciones al conocimiento. También hizo acuñar una medalla que tenía inscritas las palabras «Que sçay-je?» (¿Qué sé yo?) sobre la imagen de un par de balanzas. Las balanzas no representaban la justicia porque vacilaban. Representaban la incertidumbre.

Habida cuenta de que somos testigos de innumerables milagros (lo que evidencia nuestro escaso conocimiento del mundo), de que nuestros sentidos apenas registran modelos simplificados de la realidad, de que nuestro comportamiento y nuestras decisiones son fruto de combinatorias neuroquímicas y contextuales…; en definitiva, si asumimos que apenas entendemos nada y que nuestras opiniones más sólidas nacen del prejuicio y el atajo, con ese espíritu que vindicaba Montaigne es como deberíamos enfrentarnos a las siguientes dicotomías (a la vez que desconfiamos de quienes las tienen demasiado claras y no basculan según las circunstancias):
  • Proaborto – antiaborto.
  • Unidad – interdependencia.
  • Libertad – igualdad.
  • Centralismo – descentralismo.
  • Estatismo – minarquismo.
  • Cultura libre – patentes.
  • Utilitarismo – deontología.
  • Democracia – epistocracia.
  • Sanidad pública – sanidad privada.
  • Realidad – virtualidad.
  • Orden – caos.
  • Privacidad – transparencia.
  • Hedonismo – pragmatismo.
  • Sobreprotección – desprotección.
  • Emoción – razón.
Fuente: Yorokobu

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