domingo, 28 de febrero de 2021

‘La Biblia’ de internet: así despegó gracias a una lengua universal


Unos 50 años atrás los procesadores trabajaban con lo que se conocía como conjunto de instrucciones complejas (CISC). El objetivo del diseño CISC era completar una tarea en la menor cantidad posible de líneas de código de ensamblaje. Y para ello los informáticos elaboraban un listado de complejas instrucciones directamente en el hardware. De hecho los microprocesadores venían con estas “recetas” de fábrica, sin importar cuáles eran las que más utilizara el usuario ni cuan importantes fueran. En cierto sentido era como si en un libro de recetas gastronómicas las cinco páginas para hacer un pato laqueado compartieran extensión e importancia con una receta para hacer patatas fritas…que también ocupaban cinco páginas. Todo esto ocupaba mucho espacio de forma poco eficiente y consumía muchos recursos energéticos. La ventaja es que era fácil de hacer: bastaba una plantilla universal para cualquier programa.

Entonces, a mediados de 1970, llegaron John Hennessy, David Patterson y John Cocke con una apuesta diametralmente opuesta, literalmente un riesgo: RISC (siglas de reduced instruction set computer u ordenadores con conjunto de instrucciones reducido). Básicamente, se trata de reducir el tamaño del conjunto de instrucciones, eliminando aquellas que rara vez se usaban. “Sabíamos que queríamos un ordenador con una arquitectura simple y un conjunto de instrucciones simples que pudieran ser ejecutadas en un solo ciclo de máquina, haciendo que la máquina resultante sea significativamente más eficiente de lo que era posible con otros diseños de computadora más complejos”, explicaba Cocke en una entrevista.

Con el nuevo diseño, la CPU sólo era capaz de ejecutar un conjunto limitado de instrucciones, pero podía ejecutarlas mucho más rápido porque las instrucciones eran más sencillas. Cada tarea, como buscar una instrucción, acceder a la memoria o escribir datos, podría ser completada dentro de un solo ciclo de máquina, o pulso electrónico; con CISC, las tareas a menudo requerían múltiples ciclos de máquina, tomando al menos el doble de tiempo para ejecutar una tarea. Lo que hizo RISC es reducir los tiempos de procesamiento, hacer más rentable el consumo de energía y darle mayor potencia a los ordenadores.

Gracias a ello, RISC se convirtió en un estándar universal en los microprocesadores de todos los dispositivos y hacen posible desde la ligereza de los portátiles a la larga duración de la batería de los teléfonos inteligentes. Para difundir este nuevo concepto, John Hennessy, David Patterson escribieron hace más de 30 años el libro Computer Architecture: A Quantitative Approach, una obra con seis ediciones distintas, que sigue siendo La Biblia para los diseñadores de ordenadores y se utiliza como manual de referencia en los cursos de arquitectura de procesadores en todo el mundo desde su aparición hace 30 años.

Esto fue lo que llevó a que John Hennessy y David Patterson fueran galardonados con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Información y la Comunicación por fundar como nueva área científica: la arquitectura de ordenadores, la disciplina que diseña el “cerebro” de todo sistema informático, su procesador central.

Imagen: Hardware libre

Fuente: La Razon

viernes, 26 de febrero de 2021

¿La tecnología digital nos hace mejores? De momento, parece que no


Creo que cabe afirmar dos cosas sobre la digitalización que no se han dicho todavía, o no bastante. La primera es que es una especie de forma de gobierno absoluta. Gobierno, porque tiene una capacidad ordenadora, de establecer buena parte de las normas que orientan la vida de las personas sin apenas interferencia de las instituciones legítimas. Absoluta, porque este gobierno se excluye a sí mismo de los dispositivos con los que domina, del mismo modo que el tirano no se aplica a sí mismo la ley que crea. De esta forma, los ingenieros de Silicon Valley educan a sus hijos sin la tecnología que presentan ante millones de usuarios como positiva y conveniente.

La novedad de este gobierno es que no obliga de forma burda como el tirano que domina con la pura fuerza de la coacción. Es una forma de poder mucho más fuerte, pero mucho más sibilina y amable, que dirige nuestras conductas desde la interioridad. La ordenación de la vida procede del agrado, del Me gusta y la personalización. Es un gobierno de lo interior, que actúa desde la psique gracias a los macrodatos. Este gobierno de facto e ilegítimo tiene hoy alcance mundial.

La segunda tesis es que esta forma de gobierno tiene como resultado una tendencia a la animalización del ser humano, a convertirle en un animal digitalis. Esto es central desde el punto de vista de la producción de la comunicación. Si el hombre se parece a la máquina, se comunica poco porque ésta nunca está impulsada por adicciones, es siempre funcional y sobria. La comunicación animal y adictiva, en cambio, es potencialmente ilimitada.

El mito de la neutralidad

A veces se piensa que las cosas son neutras porque se pueden utilizar para una cosa buena o mala, como un cuchillo para cortar comida o para dañar a otro. Esto es una verdad a medias y tiene como consecuencia no hacer juicios sobre cómo son las cosas sino únicamente sobre cómo se utilizan. También ocurre con las redes: Facebook no es malo porque lo uso bien. Como el cuchillo, puede usarse bien o mal.

Esta visión parece considerar al ser humano como impermeable a las cosas que le rodean, como si todo se redujera al uso que uno hace de ellas y no, por decirlo así, lo que ellas hacen con nosotros. De lo que no cabe duda es de que las cosas se diseñan con determinados propósitos. Ocurre igual con la arquitectura, que es el arte de crear espacios con propósitos determinados. Cuando un arquitecto distribuye los espacios condiciona de forma significativa la vida de los que vivirán en ellos.

Un ejemplo. A finales del siglo XVI, cuando surgió una mayor sensibilidad hacia la intimidad familiar, proliferaron los corredores que permitían a la servidumbre circular sin ver a los amos, y viceversa. Podía aprovecharse el corredor para hacer el bien o el mal, pero en nada cambia esto que fuera un condicionante que permitió mayor intimidad. Con la tecnología digital ocurre lo mismo. Puede usarse de muchos modos, pero esto no quita que nos condicione. Si la tecnología digital no es neutra, cabe preguntarse: ¿nos hace mejores? Respondamos a ello con las dos tecnologías principales, según la distinción de Frank Pasquale: las primeras buscan conocernos por completo, las segundas hacernos adictos.

Las tecnologías que buscan conocernos por completo son las ‘tecnologías de la reputación’: nos evalúan, miden, puntúan y predicen nuestro comportamiento. Paradigma de ello es el sistema de crédito social chino. Por su capacidad de conocer la salud de la persona, la reputación ha permitido a muchos países de Asia controlar mucho mejor la pandemia de la COVID-19, aunque naturalmente a expensas de la intimidad de las personas.

Junto a la reputación están las tecnologías que buscan mantenernos ante la pantalla. Configuran lo que aparece en pantalla para hacernos adictos. Son las llamadas ‘tecnologías de búsqueda’. ¿Y qué se nos muestra? Basado en los macrodatos, se personaliza la pantalla por completo y se nos muestra solo lo que nos gusta. La pantalla está absolutamente personalizada o, en términos más precisos, permite una manipulación absoluta.

Las consecuencias saltan a la vista. Si solo vemos en pantalla lo que nos gusta, nos hacemos narcisistas y el mundo se subjetiviza. Es tal la carga de subjetividad que nos volvemos hostiles a las verdades de hecho antes comúnmente aceptadas pero que no nos resultan estimulantes. Esto es una seria amenaza a nuestro sentido de comunidad que se basa en la existencia de un mundo común objetivo y compartido. ¿Qué realidad común cabe si el mundo se nos presenta personalizado?

‘Animal digitalis’

Hannah Arendt señala en su ensayo más importante sobre filosofía de la tecnología el grave peligro del cientificismo. Ella ve el cientificismo como el problema de que se diluyan las diferencias entre hombre y máquina. Arendt anuncia, además, la posibilidad de que esta disolución de diferencias lleve a que el lenguaje humano se vuelva matemático y formal, sin significado alguno, al modo de la máquina. Esta matematización de la comunicación llevaría a ser parcos y funcionales, los seres humanos se confundirían con las máquinas.

¿Nos comunicamos como máquinas? Mi tesis es que no. Al contrario, la digitalización crea adictos que no paran de comunicarse digitalmente. Y no con signos matemáticos, que llevarían a ser funcionales como las máquinas, sino mediante un lenguaje emocional propio de animales. Es decir, es una comunicación animalizada porque el hombre, en cuanto animal, es susceptible de adicción y la adicción lleva a repetir conductas compulsivamente. Esa repetición en el ámbito digital es productora de datos, lo que genera enormes beneficios.

En este sentido, la comunicación digital tiene una serie de rasgos que tienden a animalizar al ser humano al hacerlo: adicto, emocional, transparente, encerrado en el presente y solitario. Estos rasgos, combinados entre sí, configuran al animal digital.
  • Primero, la digitalización es adictiva porque la tecnología digital es adictiva por diseño. Se ha probado que el smartphone o teléfono inteligente imita con gran éxito las máquinas tragaperras de Las Vegas. El propósito del diseñador es aquí de la mayor importancia: aumentar siempre el tiempo del usuario ante el dispositivo.
  • Segundo, la adicción procede, en buena medida, de la emoción digital. La emoción, en cuanto vinculada a los instintos, es algo que compartimos con los animales inferiores y que se distingue del sentimiento, como algo que compartimos con los superiores. La emoción se relaciona con la psique y con los circuitos automáticos del cerebro y se distingue de los sentimientos en varios sentidos. La emoción es efímera, situacional y performativa, lleva a actuar, a reenviar contenidos, etcétera. El sentimiento, en cambio, es estable, duradero y se refiere a la realidad objetiva. No lleva necesariamente a comunicar, como el sentimiento del duelo que puede llevar a lo a contrario, a recogerse. La emoción se deja explotar económicamente por este nuevo capitalismo, el sentimiento no.
  • Tercero, el carácter transparente del ser humano. El individuo se exhibe voluntariamente, pero también es desnudado por completo por la llamada inteligencia artificial. El individuo se vuelve transparente ante la máquina. Esta puede saber con gran precisión, por ejemplo, en qué momento se encuentra emocionalmente más vulnerable un adolescente. Este conocimiento del interior del individuo permite a los dueños de la máquina controlarlo desde dentro, desde su psique, al conocerlo mejor que él mismo.
  • Cuarto, la tecnología digital coloca al individuo en una soledad ocupada. Estar solo en algunos momentos es necesario para el ser humano, porque permite reflexionar. El problema de la soledad digital es que, por un lado dificulta las relaciones significativas con otros (al introducir siempre un intermediario, la máquina) y, por otro, nos tiene permanentemente entretenidos de modo que no podemos reflexionar. Por esta razón, es una soledad ocupada. Es decir, nos mantiene siempre alterados, algo que, como vio Ortega, es propio de los animales.
  • Quinto, la reducción al presente. El tiempo real permite que vivamos un presente aumentado o vayamos de un presente a otro, como dice Byung-Chul Han, sin dimensión de la temporalidad. Este encierro en el presente es una muestra de animalización; es más, es propia de animales inferiores. Estos carecen de thymós, valentía, para posponer el presente placentero. El thymós está abierto a la memoria, la experiencia y la proyección al futuro. La tecnología digital tiende a animalizarnos como animales inferiores, al dar prioridad total al placer en el presente (epytimía).
Me parece que, no necesariamente de forma aislada pero sí combinados, estos rasgos tienden a animalizarnos. Ninguno de ellos es exclusivo de lo digital, sino manifestación de una tendencia más amplia que han detectado pensadores, filósofos, sociólogos o psicólogos desde hace décadas. Sin embargo, en este momento la animalización permite que el capitalismo de la vigilancia, que es la nueva mutación del capitalismo iniciada a principios de siglo, siga funcionando para beneficio de los muy pocos y a expensas de millones. Quizá deberíamos desviar la atención de la tecnología y empezar a centrarla en lo que está haciendo con nosotros. Ante los gobernantes del dígito y la máquina urge un nuevo orgullo de ser humano.

Fuente: Ethic

jueves, 25 de febrero de 2021

Birmania: la junta prepara una draconiana ley de seguridad digital


Reporteros sin Fronteras (RSF) condena la proposición de ley de seguridad digital que organizaría la censura en línea en Birmania y obligaría a las plataformas de redes sociales a compartir información privada sobre sus usuarios cuando lo soliciten las autoridades. La organización considera que esto violaría la confidencialidad de los datos y las fuentes de los periodistas, así como el derecho del público a obtener información fiable.

El proyecto de ley, que se acaba de filtrar, está claramente diseñado para evitar que los activistas a favor de la democracia sigan organizando las manifestaciones que tienen lugar a diario en ciudades de toda Birmania como respuesta al golpe militar del 1 de febrero.

El Consejo de Administración del Estado, como se autodenomina eufemísticamente la nueva junta militar, envió una copia de proposición de ley propuesta a los proveedores de internet y servicios digitales el 9 de febrero. Se espera que la junta lo haga público en breve.

El proyecto de ley, al que RSF ha tenido acceso, requerirá que las plataformas digitales y los proveedores de servicios que operan en Birmania conserven todos los datos de los usuarios, durante tres años y en un lugar designado por el gobierno.

El artículo 29 le otorgaría al gobierno el derecho de ordenar la “interceptación, eliminación, destrucción o cese” de una cuenta en caso de que algún contenido “provoque odio o altere la unidad, la estabilización y la paz”, igual que cualquier “desinformación” o todo comentario “contra cualquier ley existente “. Esta redacción extremadamente vaga daría al gobierno un margen de interpretación considerable y, en la práctica, le permitiría prohibir cualquier contenido que no le gustara, además de procesar a su autor.

Por otro lado, el artículo 30 sí es muy específico sobre los datos que los proveedores de servicios en línea deben entregar al gobierno cuando se les solicite: nombre del usuario, dirección IP, número de teléfono, número de cédula de identidad y dirección física.

Cualquier infracción de la ley se podrá castigar con hasta tres años de prisión y una multa de 10 millones de kyats (6.200 €). Los condenados por más de un cargo, por supuesto, cumplirían consecutivamente las correspondientes penas de cárcel.

“Las disposiciones de esta ley de seguridad digital representan una clara amenaza tanto para el derecho de los ciudadanos de Birmania a tener información fiable como para la confidencialidad de los datos de periodistas y blogueros”, denuncia Daniel Bastard, jefe del departamento de RSF para Asia y el Pacífico. “Instamos a las entidades digitales que operan en el país, comenzando por Facebook, a que se nieguen a cumplir con este evidente intento de dominarlos. Esta junta no tiene absolutamente ninguna legitimidad democrática y sería muy perjudicial para las plataformas someterse a sus imposiciones tiránicas”.

Facebook tiene casi 25 millones de usuarios en Birmania, el 45% de la población. Tres días después del golpe del 1 de febrero, la junta bloqueó repentinamente el acceso a Facebook, Twitter e Instagram. No obstante, muchos ciudadanos del país han estado usando VPN (redes privadas virtuales) para eludir la censura.

La filtración de la proposición de ley ha coincidido con las informaciones en las redes sociales de que han llegado de numerosos técnicos chinos con el encargo de establecer una barrera en internet y un sistema de cibervigilancia como el que opera en China, país experto en este campo.

RSF informó sobre los comentarios de varios periodistas que han estado tratando de cubrir las protestas contra el golpe militar, y que afirmaban que, a raíz del golpe militar, la libertad de prensa ha retrocedido diez años en diez días y ha regresado a los inicios del proceso de democratización.

Birmania ocupa el puesto 139 entre 180 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2020 de RSF.

Fuente: RSF

miércoles, 24 de febrero de 2021

Nuevas técnicas de imagen en 3D mejoran el conocimiento del coronavirus


Un nuevo método para el procesamiento de imágenes va a permitir mejorar la reconstrucción en tres dimensiones de las proteínas de los virus, entre ellas la “proteína spike” del coronavirus SARS-CoV-2 responsable de la covid-19, considerada como “la llave” que necesita para entrar en la célula

Lo han logrado investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, del Centro Nacional de Biotecnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad Texas en Austin (Estados Unidos), y los resultados aparecen publicados en Nature Communications.

Los investigadores proponen en su trabajo utilizar nuevos métodos computacionales para procesar las imágenes y mejorar el análisis y la reconstrucción tridimensional de las macromoléculas biológicas, y han constatado que conocer la composición de esas macromoléculas -como las proteínas- es relativamente sencillo, pero no la forma en la que se ordenan en una estructura tridimensional.

La metodología que proponen los investigadores mejora la visualización de las reconstrucciones en tres dimensiones obtenidas mediante “crío-microscopía electrónica”, así como la calidad de esas imágenes.

“Este trabajo nos permite un entendimiento más amplio de las proteínas y otras macromoléculas que sustentan procesos esenciales para la vida, proporcionando nuevas herramientas a los biólogos estructurales para interpretar más y de forma más confiable”, ha explicado el investigador Javier Vargas, del Departamento de Óptica de la Universidad Complutense de Madrid.

Estos métodos se han aplicado ya a diversas macromoléculas biológicas con una importante relevancia biomédica y científica, incluyendo reconstrucciones en 3D de la proteína “Spike S” del SARS-CoV-2.

“Esta proteína es fundamental en la entrada del virus en las células humanas. El procesamiento de esta proteína con estos nuevos métodos permitió analizar regiones que anteriormente no habían podido ser interpretadas”, ha explicado el físico en una nota difundida por la Universidad.

El investigador Javier Vargas inició el estudio cuando trabajaba como profesor en la Universidad McGill (Canadá) y lo finalizó a su regreso a la Universidad Complutense de Madrid.

Los investigadores consideran que este trabajo se puede utilizar para mejorar la construcción de modelos atómicos sin información previa de macromoléculas a partir de reconstrucciones 3D obtenidas mediante crio-microscopia electrónica.

“Esta información es fundamental para entender y caracterizar las macromoléculas desde un punto de vista bioquímico y útil para el diseño de nuevos fármacos; por ejemplo, nuevas drogas para bloquear el acceso del SARS-CoV-2 al interior de las células”, ha destacado Vargas.

Imagen: Pinterest

Fuente: Efe

martes, 23 de febrero de 2021

CC presenta proyecto de ley para el acceso a la información pública


El líder de Comunidad Ciudadana (CC), Carlos Mesa y la bancada de esta alianza en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) presentaron este martes un proyecto de ley para el Acceso a la Información Pública, con el objetivo de que cualquier ciudadano pueda tener información de las instituciones púbicas cuando sea solicitada.

“La transparencia es un elemento fundamental, el acceso a la información nos garantiza el ejercicio de un derecho fundamental de los ciudadanos, no se puede concebir una democracia real si los ciudadanos no tenemos un libre acceso a la información pública, porque la información del Estado y de cualquiera de sus instituciones es patrimonio de los bolivianos”, declaró Mesa en conferencia de prensa.

El expresidente agregó que este proyecto de ley está basado en los artículos 21 numeral 6 y 106 parágrafo I, del derecho de las bolivianas y bolivianos a acceder a la información, y en el artículo 24 el derecho de toda persona a la petición de manera individual o colectiva además del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos del Convenio Americano Sobre Derechos Humanos.

“Toda información que genere o posea una institución es pública y por lo tanto tiene derecho cualquier ciudadano a acceder a esta información; segundo, debe ser gratuito, los elementos fundamentales que componen este proyecto tiene que ver con la accesibilidad a la información, la obligatoriedad de entregar la información y la representatividad acá se refiere a los periodistas”, explicó Mesa. 

Agregó que esta ley establece un criterio fundamental que es el Gobierno dé información en tiempo real. "No puede ser que tengamos información almacenada que no entra a las paginas oficiales o que se dé información a cuenta gotas de acuerdo a lo que se quiere o no”, sostuvo.

Mesa destacó el artículo 13 del proyecto que dice: "Las entidades comprendidas en el ámbito de aplicación de esta ley deberán publicar y actualizar, a través de sus respectivas páginas oficiales electrónicas digitales, la siguiente información mínima, sin que esto signifique que el acceso a la restante información esté restringido:

a. Descripción de sus funciones, estructura, horarios de funcionamiento, teléfonos y direcciones de sus oficinas centrales y regionales.

b. Normativas institucionales, reglamentarias y específicas, políticas, objetivos y lineamientos de gestión.

c. Presupuesto aprobado por el Tesoro General de la Nación para la entidad.

d. Nómina de servidores públicos y consultores permanentes y eventuales. pagados por el TGN o por otras fuentes de financiamiento.

e. Datos de licitaciones y contrataciones directas y por excepción, contratos de bienes, obras y servicios y convenios celebrados por la institución.

f. Programas Operativos Anuales.

g. Reportes anuales de ejecución presupuestaria.

h. Planes anuales de Contratación de Bienes y Servicios enviados al Sistema de Información de Contrataciones del Estado – SICOES y reportes actualizados de su ejecución.

II. Los convenios y tratados internacionales vigentes para el país, así como los instrumentos relativos a su celebración y vigencia, serán publicados en la Gaceta Oficial de Bolivia.

III. Las Máximas Autoridades Ejecutivas de cada entidad publicarán en la página oficial electrónica digital toda la información pública que produzcan y/o registren las entidades que presiden, en tiempo real, de manera simultánea al hecho o acto que origina la información o su registro; especialmente toda la información relativa al manejo económico y administrativo de la respectiva entidad; realización de programas y proyectos, licitaciones y contrataciones de obras, bienes y servicios, incluyendo su estructura y escalas salariales vigentes”.

Este proyecto de ley tiene 23 artículos en los que se desarrollan temas como el objeto de la misma, principios, ámbitos de aplicación,  acceso a la información entre otros incluso el alcance que tendría en los sistemas del país (legislativo, judicial y electoral).

Fuente: Pagina 7

lunes, 22 de febrero de 2021

Cómo funciona la “economía del aburrimiento” que destapó la pandemia


Mark Hawkins es un experto en estar aburrido.

Cuando se estaba preparando para obtener su título de terapeuta, le fascinaban los artículos acerca de los beneficios terapéuticos del aburrimiento. Ha escrito un libro cuyo título es “The Power of Boredom” (El poder del aburrimiento). Cuando tiene tiempo libre, le gusta sentarse en su sillón y quedarse viendo a través de la ventana.

“Es muy difícil, pero intento aburrirme lo más que puedo”, señaló en una entrevista reciente.

No obstante, durante la pandemia, incluso Hawkins, de 42 años, quien vive con su esposa en Columbia Británica, a veces se ha aburrido de estar aburrido.

Deseoso de sentirse un poco incentivado, ha recurrido a Amazon, donde compra “libros, principalmente” como, por ejemplo, la traducción de Ursula K. Le Guin del Tao Te Ching o “El libro tibetano de la vida y de la muerte” de Sogyal Rinpoche.

“Me traen las cosas tan solo unas horas después de haberlas pedido”, comentó Hawkins. “En términos de cómo afecta esto a la economía, estamos queriendo comprar más y más y más porque muchos de nosotros estamos aburridos en casa y entonces compramos por internet”.

Existen muchas maneras fáciles de evaluar cómo la pandemia del coronavirus ha afectado la economía. Esta pandemia ha diezmado el mercado laboral e hizo que la tasa de desempleo llegara hasta el 6,3 por ciento en enero, casi el doble de lo que era un año antes. Las restricciones a las actividades hicieron que los estadounidenses gastaran menos, por lo que la tasa de ahorro ha alcanzado máximos extraordinarios. Como la gente se ha escapado a lugares más espaciosos y con menos personas, han aumentado los precios de vivienda.

Otra manera en que la pandemia ha tenido un impacto en la economía es provocando que la gente se aburra.

Al restringir los compromisos sociales, las actividades recreativas y los viajes, la pandemia ha obligado a muchas personas a vivir una vida más tranquila, sin las distracciones que solían tener para la monotonía de la vida cotidiana. El resultado es una sensación colectiva de hastío que está determinando qué hacemos y compramos, e incluso cuán productivos somos.

“Debido a que pasamos tanto tiempo en casa, gastamos más en la casa”, señaló Marshal Cohen, analista principal de ventas al menudeo en NPD Group, una empresa de investigación de mercado. “Y las cosas en las que gastamos tienen la finalidad de mantenernos ocupados”.

Los expertos aseguran que el impacto que tiene el aburrimiento en la economía no se está investigando lo suficiente, y que eso quizá se deba a que no ha habido ninguna situación como esta en la era moderna, pero muchas personas concuerdan en que es un factor importante. La manera en que las personas gastan su dinero es un reflejo de su estado de ánimo, la respuesta a: “¿Cómo estás?” traducida en paquetes de Amazon y facturas de Target.

El índice de confianza del consumidor es un indicador económico que evalúa, en parte, el optimismo que se tiene sobre el futuro. Un índice de aburrimiento podría ser un indicador asociado para predecir la volatilidad del mercado o las tendencias de reparaciones domésticas.

Uno de los ejemplos recientes más claros de la influencia que tiene el aburrimiento en la economía se presentó el mes pasado cuando los inversionistas aficionados, muchos de ellos seguidores del foro Wall Street Bets en Reddit, se arremolinaron para comprar acciones de GameStop, un minorista de videojuegos arruinado. Estos inversionistas llevaron sus acciones a niveles máximos astronómicos antes de que se volvieran a desplomar.

Parte de su motivación fue la idea de que podían confrontar a los fondos de cobertura, que habían apostado a que GameStop quebrara. Otra parte fue el aburrimiento.

“Estoy aburrido y tengo ocho mil sin usar, ¿en qué puedo invertir que me dé al menos un poco de ganancia?”, escribió en Wall Street Bets el usuario biged42069 de Reddit en el punto máximo del frenesí en el mercado de valores. La respuesta fue unánime: GameStop.

El jueves, el Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes celebró una audiencia controvertida sobre la historia de GameStop. La atención estuvo centrada en la volatilidad del mercado y el comercio de acciones, pero algunos testigos reconocieron que es posible que se hubieran encontrado en esa situación porque la gente disponía de mucho tiempo.

Jennifer Schulp, directora de estudios de regulación financiera en el Instituto Cato, testificó que en la lista de los muchos factores que pudieron haber atraído a los inversionistas aficionados a los mercados de valores, “habría estado, incluso, tener que pasar más tiempo en casa durante la pandemia”.

Desde luego, millones de personas han estado más ocupadas que nunca en este tiempo de pandemia. Los enfermeros, los empleados de las tiendas de comestibles y otros trabajadores esenciales casi no han vivido el tedio del confinamiento. Las mujeres que han salido de la fuerza laboral para atender a sus hijos que no pueden asistir a la escuela a menudo están agobiadas y exhaustas, sus días son una secuencia de clases por Zoom, preparar la cena y llevar a acostar a los niños. De cierta forma, el aburrimiento es un lujo que experimentan quienes disponen de un tiempo vacío que no pueden llenar.

Además, es posible que ciertos grupos de personas vivan el aburrimiento más que otros. Por ejemplo, es más probable que se aburran las personas que viven solas, afirmó Daniel Hamermesh, un economista en Barnard College que ha estudiado la soledad durante los confinamientos derivados de la pandemia.

“La verdadera carga caerá sobre las personas solteras que están solas”, señaló. “Yo pensaría que hay una relación bastante estrecha entre el aburrimiento y la soledad”.

Con frecuencia, el aburrimiento es una señal de la sensación de que algo no tiene sentido, comentó Erin Westgate, profesora adjunta de psicología en la Universidad de Florida que estudia el aburrimiento. Las emociones “actúan como estas señales automáticas rápidas que retroalimentan lo que estamos haciendo”, afirmó. En el caso del aburrimiento, “es una forma en que el cuerpo y la mente nos advierten que algo está mal”.

Sin embargo, la pandemia restringió lo que podemos hacer para que las cosas se sientan bien.

Según los datos del gobierno, casi una cuarta parte de las personas que estaban empleadas en enero trabajaban a distancia o desde casa por causa de la pandemia.

El tránsito peatonal en los lugares de diversión a los que acude la gente, como cines, restaurantes y museos, disminuyó más de un 50 por ciento en los primeros días de la pandemia y, según un análisis de SafeGraph, sigue siendo alrededor de un 25 por ciento más bajo que los niveles previos a la pandemia.

En el Informe Nacional del Impacto Emocional de la Pandemia en Estados Unidos, un estudio realizado en mayo, se descubrió que el 53 por ciento de los encuestados afirmaron estar más aburridos durante la pandemia que antes de la misma.

Aburrirse puede implicar diferentes tipos de comportamientos, como buscar más lo novedoso y ser más sensible a la gratificación, señaló Westgate.

“Si vemos las ventajas y desventajas de una decisión, hace que las ventajas destaquen más”, señaló.

Al igual que todas las emociones, el aburrimiento no solo nos brinda información para actuar; también funciona como previsión. Gracias al aburrimiento, que por lo general se considera una sensación mala, tal vez estemos tomando ciertas decisiones durante la pandemia —por ejemplo, acerca de lo que compramos o hacemos— con la esperanza de eludirlo.

Al inicio de la pandemia, el entusiasmo por hacer pan hizo que se agotaran las existencias de levadura en tiendas de todo el país. Las ventas de rompecabezas se han disparado. La jardinería se ha convertido en un pasatiempo. Las ventas de Scotts Miracle-Gro aumentaron más del 30 por ciento para el año fiscal que terminó en septiembre, y alcanzaron un nivel histórico de 4130 millones de dólares. El reciente interés por la jardinería como resultado del confinamiento impulsó a la empresa a lanzar su primer comercial en el Supertazón.

También puede ser que el aburrimiento esté orillando a la gente a tener comportamientos más autodestructivos, e incluso eso tiene implicaciones económicas. El estudio “Alcohol contra Aburrimiento” realizado en septiembre por la empresa American Addiction Centers publicó que una tercera parte de los encuestados dijeron que el aburrimiento durante la pandemia los había inducido a beber más. Las ventas de alcohol han aumentado.

Es posible que no estar aburrido durante determinados periodos del día también haga que la gente sea menos productiva, señaló Bec Weeks, quien trabajó como asesora principal del Equipo de Economía Conductual del gobierno australiano y es cofundadora de una aplicación de ciencias del comportamiento llamada Pique.

Las investigaciones han demostrado que divagar, una actividad que puede surgir durante los periodos de aburrimiento, puede tener como consecuencia una mayor productividad. Pero durante la pandemia, millones de personas que ahora trabajan desde casa han perdido algunas de las mejores oportunidades para divagar, por ejemplo, en el traslado diario al trabajo.

“Incluso en los momentos en que solíamos aburrirnos, casi siempre sucedían muchas cosas de las que no nos dábamos cuenta”, señaló Weeks.

No obstante, el aburrimiento causado por la pandemia podría estar reorientando la economía.

Sandi Mann, una psicóloga que escribió un libro llamado “The Science of Boredom” (La ciencia del aburrimiento), aseguró que el aburrimiento podría hacer que las personas y las empresas se volvieran más creativas.

“Es lo que causan la inactividad y el aburrimiento”, señaló. “Nos obligan a pensar de otro modo porque eso es lo que hacemos cuando tenemos tiempo para pensar”.

Fuente: Infobae

domingo, 21 de febrero de 2021

La libertad de expresión exige convivir con la basura


El rapero español Pablo Hasél ha sido detenido esta semana después de atrincherarse con algunos de sus seguidores en la Universidad de Lleida. Ha sido condenado a 9 meses de prisión por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la monarquía y a las instituciones del Estado. El caso ha recibido mucha atención mediática y ha merecido comentarios de los políticos. Más de 200 artistas, como Serrat y Javier Bardem, firmaron en apoyo del cantante. Se produjeron protestas en las que se dañó el mobiliario urbano y se asaltaron comercios, comisarías y la redacción de El Periódico de Catalunya.

El caso de Hasél se presta a distintas confusiones. La condena es más por sus tuits que por sus canciones, y la pena de cárcel no se debe a sus palabras. Tiene otras condenas —por resistencia a la autoridad, por allanamiento de un local y por amenazar a un testigo— y fue sentenciado en firme por el mismo delito (su condena fue suspendida). Va a prisión por esos delitos y por los antecedentes y condenas anteriores. No es un caso sencillo de defensa de la libertad de expresión. Cuando hablamos de la libertad de palabra, nos gustaría pensar que defendemos a Miguel Servet, Giordano Bruno o Voltaire. Pero la tarea es menos glamorosa: a menudo se trata de defender que gente profundamente desagradable pueda decir idioteces.

La sentencia contra el cantante es discutible. El lenguaje que emplea Hasél es soez, lanza acusaciones a las fuerzas de seguridad (la más común es de torturas) y critica la monarquía, y su forma de hablar del terrorismo es repugnante. Pero cuando uno defiende la libertad de expresión lo hace al margen del mérito de lo que se expresa.

Un análisis optimista podría apuntar que es una señal de progreso; otro, más desconfiado, nos diría que a fin de cuentas siempre son las ideas impopulares las que tienen problemas para expresarse. Y una visión cautelosa nos recordaría que también nosotros podemos ser desagradables para otros a quienes nuestras ideas les parezcan idioteces. Se trata de un debate resbaladizo pero importante.

En los últimos tiempos ha habido varias sentencias preocupantes, como la condena a la revista Mongolia por vulnerar el honor de una figura pública o la sentencia del Tribunal Constitucional que decía hace unas semanas que la incitación a quemar la bandera no estaba protegida por la libertad de expresión: la corrección política, la defensa de la dignidad o sensibilidad de determinados grupos, la protección de símbolos pueden ser enemigos de la libertad en nuestras democracias.

El profesor de Derecho Constitucional Germán Teruel ha escrito con acierto que la libertad de expresión exige tolerar un cierto nivel de basura. El mal gusto no es suficiente: “Solo cuando hubiera un insulto evidente a una persona o una amenaza auténticamente coactiva, o cuando se provoque a actos ilícitos generando un peligro cierto e inminente, puede estar justificado limitar jurídicamente la libertad de expresión”.

El debate sobre la libertad de expresión es un debate sobre sus límites: no se acaba nunca e incluso los que defendemos la mayor amplitud posible encontramos matices, contradicciones y expresiones censurables. El caso de Hasél ejemplifica esa complejidad; al mismo tiempo, sus peculiaridades pueden distraernos del asunto central.

Al leer sus tuits no parece que constituyan una amenaza: no superan el nivel de la diarrea mental. Las críticas pueden parecernos desafortunadas en el fondo o en la forma pero, como ocurre con algunos extremistas religiosos, uno casi piensa que esa protección de las instituciones frente a ataques revela una conciencia histérica de su fragilidad. ¿Una frase como “Lo más asqueroso de la monarquía es que millonarios por la miseria ajena, finjan preocuparse por el pueblo” causa algún perjuicio? El mayor peligro de esa oración está en la coma que separa sujeto y predicado.

Varios magistrados y expertos han señalado el desacuerdo con la sentencia. El voto discrepante de Manuela Fernández Prado cuestiona las conclusiones. Muchas desafían a la lógica: si el castigo del enaltecimiento pretende evitar la incitación a la comisión de actos terroristas, resulta complicado imaginar que sus tuits sobre Isabel Aparicio Sánchez, condenada por pertenecer a la organización terrorista GRAPO y fallecida en prisión, puedan tener ese efecto.

El catedrático de Derecho Penal Jacobo Dopico, impulsor del proyecto LibEx, que contiene información sobre casos de libertad de expresión, ha dicho que la sentencia contradice la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). El espacio para proteger el honor de figuras públicas, como el rey emérito, es menor que en el caso de individuos que carecen de esa función. También recordaba Dopico que, aunque la crítica a la actuación policial de Hasél es brutal, la pena de prisión transgrede los estándares que ha establecido el TEDH en cuestiones sobre libertad de expresión y actuación policial.

En ocasiones se culpa a los jueces; se recuerda que ellos no hacen las leyes sino que se limitan a aplicarlas. A menudo la regulación es producto de un contexto —por ejemplo, en el caso del terrorismo de ETA— y acaba utilizándose para otro caso: es extraño que haya más condenas por enaltecimiento del terrorismo ahora que cuando las organizaciones criminales contra las que se diseñó estaban activas.

El partido Unidas Podemos propuso despenalizar las injurias a las instituciones y a la vez aboga por un control público de los medios. El Partido Socialista Obrero Español ha defendido despenalizar algunas acciones, pero hace unos meses anunciaba el propósito de prohibir la apología del franquismo. La Generalitat de Cataluña, que se solidarizó ahora con Hasél, denunció al periodista crítico con el nacionalismo Arcadi Espada por un presunto delito de odio a causa de unas frases sobre personas con discapacidad. Por desgracia, muchas veces parece que estamos a favor de la despenalización de unos delitos y otros no, y que el argumento central es quién los comete: defendemos la libertad de expresión de aquellos que piensan como nosotros o que, por alguna razón, nos resultan más próximos.

Hay motivos para relajar algunas normas que protegen a las instituciones y se deberían modificar las que estaban destinadas a combatir el terrorismo. Eso exigiría reconocer la complejidad y los matices, estudiar el problema en general y no pensar solo en un caso o los ejemplos más controvertidos. Entre las dificultades para hacerlo están la polarización de la política española, una sensibilidad contemporánea que valora la capacidad de indignarse, y el uso partidista y deshonesto de los problemas del país.

La democracia exige tolerar un cierto nivel de basura, y ahí es donde tenemos que ponernos de acuerdo.

Fuente: NYT

viernes, 19 de febrero de 2021

Cuatro pasos para que su relación con la tecnología sea más sana y feliz


La pandemia de coronavirus (Covid-19) ha disparado nuestro nivel de dependencia de la tecnología. La empresa de análisis de apps App Annie ha descubierto que en abril de 2020 las personas dedicaron alrededor de cuatro horas y 18 minutos frente a sus dispositivos móviles, lo que representa un aumento del 20% frente a 2019 y equivale a 45 minutos diarios adicionales de exposición a pantalla.

Las investigaciones no han encontrado ningún efecto intrínsecamente negativo asociado a pasar más tiempo frente a las pantallas, especialmente en estos momentos. Además de los beneficios de conectar con amigos, familiares y compañeros de trabajo, recurrir a la tecnología puede ayudarnos a manejar las emociones difíciles e incluso a reducir el estrés.

Sin embargo, no todo el tiempo frente a la pantalla tiene la misma calidad. Algunas actividades online conllevan cierto riesgo. Pasar largos períodos navegando pasivamente por redes sociales, por ejemplo, está relacionado con un mayor sentimiento de envidia y soledad, y con un elevado riesgo de depresión.

Entonces, ¿qué deberíamos hacer en los próximos meses para asegurarnos de que nuestra relación con la tecnología sea lo más saludable y constructiva posible en estos momentos en los que dependemos tanto de ella?

La respuesta depende de nuestras propias inclinaciones. Puede que usted sea el tipo de persona que se siente calmada e inspirada después de pasar media hora seleccionando tableros temáticos en Pinterest, pero navegar por Instagram durante la misma cantidad de tiempo sin pensar puede cansar e irritar.

No obstante, independientemente de cómo seamos cada uno de nosotros, creo que todos podemos beneficiarnos de un enfoque más deliberado sobre cómo invertimos nuestro tiempo frente a la pantalla. Nuestro objetivo debería ser encontrar el equilibrio tecnológico personal. Reconocer que lo que funciona mejor para uno podría no funcionar para todos los demás.

Estas son algunas de las formas en las que podríamos cambiar nuestro comportamiento y actitud para lograr un mejor equilibrio en las próximas semanas y meses.

Crear conciencia. Resulta difícil cambiar cualquier comportamiento cuando no tenemos claro cómo es. Un buen comienzo consiste en identificar a qué dedicamos el tiempo frente a la pantalla mediante una app, como Moment, o con herramientas integradas en nuestro teléfono. Pero recuerde que buscar ese dato individual no basta; hay que comprobar las estadísticas con regularidad.

Mantener un control del tiempo en pantalla es importante porque algunos estudios sugieren que tendemos a subestimar el tiempo que pasamos navegando y deslizando el dedo. Ese seguimiento ofrecerá una perspectiva y nos dará una idea de los cambios que queremos realizar.

También recomiendo realizar "controles regulares de estado de ánimo" cada pocas horas que estemos online. Durante ese tiempo, a menudo no se ve claramente qué conversación, app o hilo de Twitter ha influido en nuestro estado de ánimo. Si uno lo controla conscientemente consigo mismo, podrá identificar mejor qué desencadena los malos sentimientos y decidir qué actividades evitar o repetir en el futuro.

Esto es importante porque una investigación muestra que cuando se nos pide que imaginemos cómo la tecnología afecta nuestro estado de ánimo, tendemos a pensar que el tiempo que pasamos en nuestros dispositivos nos hace sentir peor de lo que realmente sería el caso. Es posible que el miedo al potencial impacto de la tecnología en nuestra salud mental haya sesgado nuestras expectativas.

Así que pregúntese: ¿Me siento mal porque pasé 20 minutos en TikTok o porque creo que debería sentirme mal porque he pasado 20 minutos en TikTok?

Aclarar los beneficios. Nuestros dispositivos pueden ser una fuente de estrés y preocupación, pero también de alegría. No existe una forma adecuada de averiguar qué redes sociales o apps generan estos efectos positivos sin demasiadas desventajas. Por eso debemos entender qué nos va mejor a cada uno de nosotros.

Resulta demasiado simplista decirnos a nosotros mismos que tenemos que reducir nuestro consumo de tecnología. Las cosas que disfrutamos haciendo con nuestros dispositivos son importantes. Ya sea jugar a videojuegos, seleccionar tableros de imágenes o probar tipografías, hay que tener en cuenta estas actividades en pantalla en nuestro horario diario de la misma manera que incluimos el deporte o el trabajo. También es importante comunicar estas necesidades a las personas con las que convivimos para ayudar a todos a equilibrar el tiempo entre la realización de las actividades tecnológicas a solas y las otras offline (como cocinar la cena) juntos.

Vigilar el uso activo/pasivo de las redes sociales. El tiempo pasivo dedicado a las redes sociales puede ser peor para nuestro bienestar que el uso activo. Varios estudios sugieren que cuanto más tiempo pasamos desplazándonos por las publicaciones en las redes sociales sin participar, más probabilidades tenemos de experimentar depresión y otros efectos negativos de compararnos con los demás. El uso pasivo podría ser el ejemplo de ver una nueva foto publicada por un amigo y seguir desplazándonos, mientras que el uso activo sería escribir un comentario o enviar un mensaje corto.

Esto no significa que todos debamos escribir comentarios en cada nueva publicación que vemos, por supuesto, sino que solo deberíamos identificar cuándo no nos sentimos comunicativos y, quizá, buscar una actividad diferente digital para ocupar ese tiempo.

Actualizar nuestra forma de pensar. Las palabras que usamos para hablar sobre nosotros mismos y nuestras vidas son muy importantes. La "desintoxicación tecnológica" o "desintoxicación digital" se han convertido en formas de hablar sobre tomarnos un tiempo lejos de la tecnología. Pero una actitud de desintoxicación, que tiene que ver más con lograr un objetivo extremo a corto plazo, no aporta el valor a largo plazo que necesitamos para mantener un estilo de vida saludable en este mundo conectado digitalmente. Nuestro objetivo siempre debe ser encontrar el equilibrio que funcione para nosotros y respalde nuestro bienestar a largo plazo.

Hay otras maneras de describir nuestras relaciones tecnológicas, como "hábitos", por ejemplo, que hacen que nuestro tiempo frente a la pantalla parezca un aspecto de nuestras vidas que podemos cambiar progresivamente en lugar de algo tóxico que se debería expulsar. Los cambios repentinos y radicales en nuestro comportamiento tecnológico corren el riesgo de provocar que nos sintamos aún más aislados en un momento en el que muchos de nosotros necesitamos más modos de conectarnos.

Fuente: MIT

jueves, 18 de febrero de 2021

Big data: Duke Ellington y The Beatles, los músicos más versionados del siglo XX


La música popular es uno de los fenómenos culturales más importantes que ha surgido en el mundo contemporáneo. Basada en una potente industria entorno al consumo de grabaciones musicales, la música popular está constantemente presente en nuestras vidas, siendo la expresión artística más cotidiana y consumida. La incorporación de avances tecnológicos (micrófonos, sintetizadores, etc.), junto a la influencia de tradiciones locales, han marcado la evolución de la música popular contemporánea a través de un número sin fin de estilos y géneros musicales.

Un fenómeno característico de la música popular contemporánea es el uso de versiones, interpretaciones de canciones que previamente han sido grabadas por otros artistas. Aunque su significado y uso han variado a lo largo del tiempo, podemos utilizarlas como medida de la influencia que un músico ha tenido en los intérpretes posteriores. Las versiones de canciones sirven así de vínculos para conectar artistas entre sí, y dibujar un mapa de influencias y corrientes musicales.

SecondHandSongs es la plataforma web más completa de versiones musicales, con cerca de un millón de versiones grabadas desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Por otro lado, Allmusic es una gran base de datos de intérpretes musicales clasificados por género musical y por periodos de actividad. Con técnicas de Big data (web scraping) hemos extraído y procesado toda esta información para construir una enorme red de artistas (106.000) conectados por versiones (855.000).

Cambio en el concepto de versión

La red muestra que el principal criterio para versionar a otro artista es el género musical y en menor medida el idioma. Así se aprecia claramente en los grupos formados por el Jazz, Vocal, Country y Blues.

Si observamos cómo evoluciona esta red desde las primeras décadas del siglo XX hasta la actualidad, encontramos con sorpresa que la proporción de versiones y artistas crece de forma constante hasta la década de los cincuenta (18 canciones por músico), para luego descender hasta las 9,7 canciones por intérprete en la actualidad.

Lo que significa que hay un claro momento en la música en que las versiones cambian su frecuencia de uso y, posiblemente, su significado. Un momento que marca dos épocas diferentes con respecto a las versiones.

Para precisar este cambio de tendencia, la proporción de versiones entre los músicos según sus décadas de actividad permite ver qué generaciones han marcado a otras generaciones.

El resultado nos muestra con claridad que hasta la década de los cincuenta, la generación de músicos de referencia, más versionados, son los de los años veinte. Y que a partir de los años cincuenta hasta hoy, los músicos con más versiones son los que comenzaron su carrera en los años sesenta.

De esta forma, sabemos que además de la existencia de dos épocas, estas están marcadas por dos generaciones distintas: la primera por la generación de los veinte y la segunda por la generación de los cincuenta. ¿Pero qué sucedió en esas décadas para estos cambios tan significativos en las versiones?

La revolución del jazz y del rock

Para responder a esta pregunta nos ayudaría conocer quiénes son los artistas más versionados y cómo evoluciona su impacto. Así, encontramos que (Charles) Prince’s Band es la formación con mayor impacto durante el periodo de 1900-1920, ya que muchas de sus composiciones se han convertido standards del Jazz. Luego, aparecen figuras de la talla de Duke Ellington en el Jazz, y Bing Crosby y Ethel Merman en la música vocal, dominando las versiones en las décadas de los veinte a los cincuenta.

Sin embargo, todos estos artistas empiezan a declinar en ese momento y nuevas figuras, con más fuerza, emergen en los sesenta para desbancar a los músicos anteriores. Entre ellos están los Beatles, Bob Dylan y los Rolling Stones como los intérpretes más versionados hasta el momento.

Ahora podemos ver con más claridad que la consolidación del Jazz en los años veinte y la irrupción del Pop/Rock en los años cincuenta y sesenta se ajusta a estas dos épocas en el uso de las versiones. Estos resultados sugieren que estas corrientes fueron algo más que un mero cambio en el gusto musical, fueron una auténtica transformación en la forma de hacer y entender la música.

Cambio de foco: de interpretación a creatividad

Hasta la primera mitad del siglo XX, el panorama musical estaba dominado por las bandas de Jazz en convivencia con cantantes solistas (los crooners) que interpretaban las canciones de cada orquesta. En este ambiente, la calidad interpretativa primaba sobre la originalidad, haciendo que muchas bandas y cantantes versionaran con frecuencia hits del momento. El público demandaba canciones populares en las pistas de baile y las bandas se esforzaban en crear su mejor y más personal versión.

No es de extrañar que en el Jazz proliferen los standards, clásicos que son utilizados como norma para desarrollar las capacidades improvisadoras. Este hecho y el poco control y beneficio por los derechos de autor, favorecieron la constante aparición de versiones.

Sin embargo, la aparición de la música Pop/Rock supuso una revolución que relegó toda esta forma de hacer música a un segundo plano (ayudado también por la aparición del BeBop en los años cuarenta que transformó al Jazz en una música más compleja e inaccesible para el gran público).

Ahora la música tiene un carácter más juvenil, y la originalidad y creatividad priman en detrimento de la calidad técnica. Las versiones son vistas como apropiaciones, sobre todo tras las acusaciones de usurpación de éxitos del Rhythm & Blues por parte del Rock & Roll en los años cincuenta, decayendo paulatinamente su uso. Hoy en día, las versiones tienen un significado de tributo y son usadas para reconocer las raíces musicales de los autores.

Fuente: The Conversation

miércoles, 17 de febrero de 2021

El tipo de letra más pequeño del mundo en las épocas antiguas: Diamond 4pt


En el blog de fuentes tipográficas de Hoefler & Co. encontré esta curiosa referencia que se autocalifica de «el tipo de letra más pequeño del mundo». Se trata de una tipografía llamada Diamond que data de 1785 y que en libro que se ve impreso tiene sólo 4 puntos de alto. Eso equivale –más o menos– a 1,4 mm de altura en las mayúsculas, probablemente 0,9 mm en las minúsculas. Si se tiene en cuenta que se refiere a tipos móviles fundidos en metal es más fácil apreciar la proeza técnica.

Ahora bien, antes de que salten los tiquismiquis que muchos llevan dentro, aclarar que efectivamente los puntos de los tipos de letra impresos no siempre equivalen al mismo tamaño, pues depende un poco de su diseño, los espacios que se dejen alrededor y otros factores. En el artículo The basics of font size hay todo tipo de explicaciones al respecto. Baste decir que en aunque los puntos PostScript o DTP equivalen a unos 0,353 mm los 12 puntos que hay en una pica o cícero dependen de cada país/escuela: varían desde 4,776 mm en Italia a 4,2177 mm en Estados Unidos. Por lo general se suelen usar los 4,5126 mm del sistema Didot.

Todo este lío de medidas tipografías es la razón por la que el tamaño de un texto escrito a 12 pt depende un poco de la tipografía: a veces parece visualmente igual que otro texto escrito a 8pt con otro tipo de letra o que otro a 16pt con un tercero diferente. Sea como sea, la Diamond 4pt es extremadamente pequeña y aunque hoy en día podemos escribir con tipos muchísimo más pequeños gracias a la tecnología, hace más de dos siglos era todo un logro poder imprimir tanto texto en tan poco espacio.

Fuente: Microsiervos

martes, 16 de febrero de 2021

Bertrand Russell: El miedo a la opinión pública, es opresivo y atrofia el desarrollo


Texto del  filósofo, matemático y premio nobel de literatura,  Bertrand Russell, publicado por primera vez en su libro "The Conquest of Happiness" (1930).

Muy pocas personas pueden ser felices sin que su modo de vida y su concepto del mundo sean aprobados, en términos generales, por las personas con las que mantienen relaciones sociales y, muy especialmente, por las personas con que viven. Una peculiaridad de las comunidades modernas es que están divididas en sectores que difieren mucho en cuestiones de moral y creencias. Esta situación comenzó con la Reforma, o tal vez con el Renacimiento, y se ha ido acentuando desde entonces. Había protestantes y católicos que no solo tenían diferencias en asuntos de teología, sino en muchas cuestiones prácticas. Había aristócratas que se permitían hacer ciertas cosas que no eran toleradas entre la burguesía. Después, hubo latitudinarios y librepensadores que no aceptaban la imposición de un culto religioso. En nuestros tiempos, y a todo lo ancho del continente europeo, existe una profunda división entre socialistas y no socialistas, que no solo afecta a la política sino a casi todos los aspectos de la vida. En los países de habla inglesa, las divisiones son muy numerosas. En algunos sectores se admira el arte y en otros se lo considera diabólico, sobre todo si es moderno. En ciertos sectores, la devoción al imperio es la virtud suprema, en otros se considera un vicio y en otros una estupidez. Para las personas convencionales, el adulterio es uno de los peores delitos, pero grandes sectores de la población lo considera excusable, y hasta positivamente encomiable. El divorcio está absolutamente prohibido para los católicos, pero casi todos los no católicos lo consideran un alivio necesario del matrimonio.

Debido a todas estas diferencias de criterio, una persona con ciertos gustos y convicciones puede verse rechazada como un paria cuando vive en un ambiente, aunque en otro ambiente sería aceptada como un ser humano perfectamente normal. Así se origina una gran cantidad de infelicidad, sobre todo en los jóvenes. Un chico o una chica capta de algún modo las ideas que están en el aire, pero se encuentra con que esas ideas son anatema en el ambiente particular en que vive. Es fácil que a los jóvenes les parezca que el único entorno con el que están familiarizados es representativo del mundo entero. Les cuesta creer que, en otro lugar o en otro ambiente, las opiniones que ellos no se atreven a expresar por miedo a que se les considere totalmente perversos serían aceptadas como cosa normal de la época. Y de este modo, por ignorancia del mundo, se sufre mucha desgracia innecesaria, a veces solo en la juventud, pero muchas veces durante toda la vida. Este aislamiento no solo es una fuente de dolor, sino que además provoca un enorme gasto de energía en la innecesaria tarea de mantener la independencia mental frente a un entorno hostil, y en el 99 por ciento de los casos ocasiona cierto reparo a seguir las ideas hasta sus conclusiones lógicas. Las hermanas Brontë nunca conocieron a nadie que congeniara con ellas hasta después de publicar sus libros. Esto no afectó a Emily, que tenía un temperamento heroico y grandilocuente, pero sí que afectó a Charlotte, que, a pesar de su talento, siempre mantuvo una actitud muy similar a la de una institutriz. También Blake, como Emily Brontë, vivió en un aislamiento mental extremo, pero al igual que ella poseía la grandeza suficiente para superar sus malos efectos, ya que jamás dudó de que él tenía razón y sus críticos se equivocaban. Su actitud hacia la opinión pública está expresada en estos versos:

El único hombre que he conocido que no me hacía casi vomitar ha sido Fuseli: era mitad turco y mitad judío. Así que, queridos amigos cristianos, ¿cómo os va?

Pero no hay muchas personas cuya vida interior tenga este grado de fuerza. Casi todo el mundo necesita un entorno amistoso para ser feliz. La mayoría, por supuesto, se encuentra a gusto en el ambiente en que le ha tocado vivir. Han asimilado de jóvenes los prejuicios más en boga y se adaptan instintivamente a las creencias y costumbres que encuentran a su alrededor. Pero para una gran minoría, que incluye a prácticamente todos los que tienen algún mérito intelectual o artístico, esta actitud de aquiescencia es imposible. Una persona nacida, por ejemplo, en una pequeña aldea rural se encontrará desde la infancia rodeada de hostilidad contra todo lo necesario para la excelencia mental. Si quiere leer libros serios, los demás niños se reirán de él y los maestros le dirán que esas obras pueden trastornarle. Si le interesa el arte, sus coetáneos le considerarán afeminado, y sus mayores dirán que es inmoral. Si quiere seguir una profesión, por muy respetable que sea, que no haya sido común en el círculo al que pertenece, se le dice que está siendo presuntuoso y que lo que estuvo bien para su padre también debería estar bien para él. Si muestra alguna tendencia a criticar las creencias religiosas o las opiniones políticas de sus padres, es probable que se meta en graves apuros. Por todas estas razones, la adolescencia es una época de gran infelicidad para casi todos los chicos y chicas con talentos excepcionales. Para sus compañeros más vulgares puede ser una época de alegría y diversión, pero ellos quieren algo más serio, que no pueden encontrar ni entre sus mayores ni entre sus coetáneos del entorno social concreto en que el azar les hizo nacer.

Cuando estos jóvenes van a la universidad, es muy probable que encuentren almas gemelas y disfruten de unos años de gran felicidad. Si tienen suerte, al salir de la universidad pueden encontrar algún tipo de trabajo que les siga ofreciendo la oportunidad de elegir compañeros con gustos similares; un hombre inteligente que viva en una ciudad tan grande como Londres o Nueva York casi siempre puede encontrar un entorno con el que congeniar, en el que no sea necesario reprimirse ni portarse con hipocresía. Pero si su trabajo le obliga a vivir en una población pequeña y, sobre todo, si necesita conservar el respeto de la gente corriente, como ocurre por ejemplo con los médicos y abogados, puede verse obligado durante casi toda su vida a ocultar sus verdaderos gustos y convicciones a la mayoría de las personas con que trata a lo largo del día. Esta situación se da mucho en Estados Unidos, debido a la gran extensión del país. En los lugares más improbables, al norte, al sur, al este y al oeste, uno encuentra individuos solitarios que saben, gracias a los libros, que existen lugares en los que no estarían solos, pero que no tienen ninguna oportunidad de vivir en dichos lugares, y solo muy de vez en cuando pueden hablar con alguien que piense como ellos. En estas circunstancias, la auténtica felicidad es imposible para los que no están hechos de una pasta tan extraordinaria como la de Blake y Emily Brontë. Si se quiere conseguir, hay que encontrar alguna manera de reducir o eludir la tiranía de la opinión pública, y que permita a los miembros de la minoría inteligente conocerse unos a otros y disfrutar de la compañía mutua.

En muchísimos casos, una timidez injustificada agrava el problema más de lo necesario. La opinión pública siempre es más tiránica con los que la temen obviamente que con los que se muestran indiferentes a ella. Los perros ladran más fuerte y están más dispuestos a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con desprecio, y el rebaño humano es muy parecido en este aspecto. Si se nota que les tienes miedo, les estás prometiendo una buena cacería, pero si te muestras indiferente empiezan a dudar de su propia fuerza y por tanto tienden a dejarte en paz. Desde luego, no estoy hablando de las formas extremas de disidencia. Si defiendes en Kensington las ideas que son convencionales en Rusia, o en Rusia las ideas convencionales en Kensington, tendrás que atenerte a las consecuencias. No estoy pensando en estos casos extremos, sino en rupturas mucho más suaves con lo convencional, como no vestirse correctamente, pertenecer a cierta iglesia o abstenerse de leer libros inteligentes. Estas salidas de lo convencional, si se hacen alegremente y sin darles importancia, no en plan provocador sino con espontaneidad, acaban tolerándose incluso en las sociedades más convencionales. Poco a poco, se puede ir adquiriendo la posición de lunático con licencia, al que se le permiten cosas que en otra persona se considerarían imperdonables. En gran medida, es cuestión de simpatía y buen carácter. A las personas convencionales les enfurece lo que se sale de la norma, principalmente porque consideran estas desviaciones como una crítica contra ellas. Pero perdonarán muchas excentricidades a quien se muestre tan jovial y amistoso que deje claro, hasta para los más idiotas, que no tiene intención de criticarlos.

Sin embargo, este método de escapar a la censura es imposible para muchos, cuyos gustos u opiniones les granjean la antipatía del rebaño. Su falta de simpatía les hace sentirse a disgusto y adoptar una actitud beligerante, aunque guarden las apariencias o se las arreglen para evitar los temas espinosos. Y así, las personas que no están en armonía con las convenciones de su entorno social tienden a ser irritables y difíciles de contentar, y suelen carecer de buen humor expansivo. Estas mismas personas, transportadas a otro entorno donde sus puntos de vista no se considerasen raros, cambiarían por completo de carácter aparente. Dejarían de ser serias, tímidas y reservadas, y se volverían alegres y seguras de sí mismas; dejarían de ser ásperas y se volverían suaves y de trato agradable; dejarían de vivir centradas en sí mismas para volverse sociables y extravertidas. 

Así pues, siempre que sea posible, los jóvenes que no se sienten en armonía con su entorno deberían procurar elegir una profesión que les dé oportunidades de encontrar compañía similar a ellos, aun cuando esto signifique una considerable pérdida de ingresos. Con frecuencia, ni siquiera saben que esto es posible, porque su conocimiento del mundo es muy limitado y puede que piensen que los prejuicios habituales en su casa son universales. Esta es una cuestión en la que los mayores podrían ayudar mucho a los jóvenes, ya que para ello es imprescindible tener mucha experiencia de la humanidad. 

En esta época del psicoanálisis es habitual suponer que si algún joven no está en armonía con su entorno, tiene que deberse a algún trastorno psicológico. En mi opinión, esto es un completo error. Supongamos, por ejemplo, que los padres de un joven creen que la teoría de la evolución es abominable. En un caso así, solo se necesita inteligencia para discrepar de ellos. No estar en armonía con el propio entorno es una desgracia, de acuerdo, pero no siempre es una desgracia que haya que evitar a toda costa. Cuando el entorno es estúpido, lleno de prejuicios o cruel, no estar en armonía con él es un mérito. Y estas características se dan, en cierta medida, en casi todos los entornos. Galileo y Kepler tenían «ideas peligrosas», como se dice en Japón, y lo mismo les ocurre a los hombres más inteligentes de nuestros tiempos. No conviene que el sentido social esté tan desarrollado que haga que hombres así teman la hostilidad social que podrían provocar sus opiniones. Lo deseable es encontrar maneras de conseguir que esa hostilidad sea lo más ligera e ineficaz posible.

En el mundo moderno, la parte más importante de este problema surge en la juventud. Si un hombre ya está ejerciendo la profesión adecuada en el entorno adecuado, en la mayoría de los casos logrará escapar de la persecución social, pero mientras sea joven y sus méritos no estén demostrados, se expone a estar a merced de ignorantes que se consideran capaces de juzgar en asuntos de los que no saben nada, y que se escandalizan si se les insinúa que una persona tan joven puede saber más que ellos, con toda su experiencia del mundo. Muchas personas que han logrado al fin escapar de la tiranía de la ignorancia han tenido que luchar tanto y durante tanto tiempo contra la represión, que al final acaban amargados y con la energía debilitada. Existe la cómoda idea de que el genio siempre logra abrirse camino; y apoyándose en esta doctrina, mucha gente considera que la persecución del talento juvenil no puede hacer mucho daño. Pero no existe base alguna para aceptar esa idea. Es como la teoría de que siempre se acaba descubriendo al asesino. Evidentemente, todos los asesinos que conocemos han sido descubiertos, pero ¿quién sabe cuántos más puede haber de los que no sabemos nada? De la misma manera, todos los hombres de genio de los que hemos oído hablar han triunfado sobre circunstancias adversas, pero no hay razones para suponer que no ha habido innumerables genios más, malogrados en la juventud. Además, no solo es cuestión de genio, sino también de talento, que es igual de necesario para la comunidad. Y no solo es cuestión de salir a flote del modo que sea, sino de salir a flote sin quedar amargado y falto de energías. Por todas estas razones, no conviene ponerles muy duro el camino a los jóvenes.

Si bien es deseable que los mayores muestren respeto a los deseos de los jóvenes, no es deseable que los jóvenes muestren respeto a los deseos de los viejos. Por una razón muy simple: porque se trata de la vida de los jóvenes, no de la vida de los viejos. Cuando los jóvenes intentan regular la vida de los mayores, como por ejemplo cuando se oponen a que un padre viudo se vuelva a casar, incurren en el mismo error que los viejos que intentan regular la vida de los jóvenes. Viejos y jóvenes, en cuanto alcanzan la edad de la discreción, tienen igual derecho a decidir por sí mismos y, si se da el caso, a equivocarse por sí mismos. No se debe aconsejar a los jóvenes que cedan a las presiones de los viejos en asuntos vitales. Supongamos, por ejemplo, que es usted un joven que desea dedicarse al teatro, y que sus padres se oponen, bien porque opinen que el teatro es inmoral, bien porque les parezca socialmente inferior. Pueden aplicar todo tipo de presiones; pueden amenazarle con echarle de casa si desobedece sus órdenes; pueden decirle que es seguro que se arrepentirá al cabo de unos años; pueden citar toda una sarta de terroríficos casos de jóvenes que fueron tan insensatos como para hacer lo que usted pretende y acabaron de mala manera. Y por supuesto, puede que tengan razón al pensar que el teatro no es la profesión adecuada para usted; es posible que no tenga usted talento para actuar o que tenga mala voz. Pero si este es el caso, usted lo descubrirá enseguida, porque la propia gente de teatro se lo hará ver, y aún le quedará tiempo de sobra para adoptar una profesión diferente. Los argumentos de los padres no deben ser razón suficiente para renunciar al intento. Si, a pesar de todo lo que digan, usted lleva a cabo sus intenciones, ellos no tardarán en ceder, mucho antes de lo que usted y ellos mismos suponen. Eso sí, si la opinión de los profesionales es desfavorable, la cosa es muy distinta, porque los principiantes siempre deben respetar la opinión de los profesionales.

Yo creo que, en general, dejando aparte la opinión de los expertos, se hace demasiado caso a las opiniones de otros, tanto en cuestiones importantes como en asuntos pequeños. Como regla básica, uno debe respetar la opinión pública lo justo para no morirse de hambre y no ir a la cárcel, pero todo lo que pase de ese punto es someterse voluntariamente a una tiranía innecesaria, y lo más probable es que interfiera con la felicidad de miles de maneras. Tomemos como ejemplo la cuestión de los gastos. Muchísima gente gasta dinero en cosas que no satisfacen sus gustos naturales, simplemente porque creen que el respeto de sus vecinos depende de que posean un buen coche o de que puedan invitar a buenas cenas. En realidad, un hombre que pueda claramente comprarse un coche pero prefiera gastarse el dinero en viajar o en una buena biblioteca acabará siendo mucho más respetado que si se hubiera comportado exactamente como todos los demás. No tiene sentido burlarse deliberadamente de la opinión pública; eso es seguir bajo su dominio, aunque de un modo retorcido. Pero ser auténticamente indiferente a ella es una fuerza y una fuente de felicidad. Y una sociedad compuesta por hombres y mujeres que no se sometan demasiado a los convencionalismos es mucho más interesante que una sociedad en la que todos se comportan igual. Cuando el carácter de cada persona se desarrolla individualmente, se conservan las diferencias entre tipos y vale la pena conocer gente nueva, porque no son meras copias de las personas que ya conocemos. Esta ha sido una de las ventajas de la aristocracia, ya que a los que eran nobles por nacimiento se les permitía una conducta errática. En el mundo moderno estamos perdiendo esta fuente de libertad social, y, por tanto, se ha hecho necesario pensar más en los peligros de la uniformidad. No quiero decir que haya que ser intencionadamente excéntrico, porque eso es tan poco interesante como ser convencional. Lo único que digo es que uno debe ser natural y seguir sus inclinaciones espontáneas, siempre que no sean claramente antisociales. 

En el mundo moderno, debido a la rapidez de la locomoción, la gente depende menos que antes de sus vecinos más próximos. Los que tienen automóvil pueden considerar vecino a cualquier persona que viva a menos de treinta kilómetros. Tienen, por tanto, muchas más posibilidades de elegir compañía que las que se tenían en otros tiempos. En cualquier zona populosa, hay que tener muy mala suerte para no conocer almas afines en un radio de treinta kilómetros. La idea de que hay que conocer a los vecinos inmediatos se ha extinguido ya en los grandes centros urbanos, pero aún sigue viva en las poblaciones pequeñas y en el campo. Ahora es una tontería, porque ya no hay necesidad de depender de los vecinos inmediatos para tener vida social. Cada vez es más posible elegir nuestras compañías en función de la afinidad, y no en función de la mera proximidad. La felicidad es más fácil si uno se relaciona con personas de gustos y opiniones similares. Es de esperar que las relaciones sociales se desarrollen cada vez más en esta línea, y podemos confiar en que de este modo se reduzca poco a poco, hasta casi desaparecer, la soledad que ahora aflige a tantas personas no convencionales. Indudablemente, esto aumentará su felicidad, pero también está claro que reducirá el placer sádico que los convencionales experimentan ahora teniendo a los excéntricos a su merced. Sin embargo, no creo que este sea un placer que deba interesarnos mucho preservar.

El miedo a la opinión pública, como cualquier otra modalidad de miedo, es opresivo y atrofia el desarrollo. Mientras este tipo de miedo siga teniendo fuerza, será difícil lograr nada verdaderamente importante, y será imposible adquirir esa libertad de espíritu en que consiste la verdadera felicidad, porque para ser feliz es imprescindible que nuestro modo de vida se base en nuestros propios impulsos íntimos y no en los gustos y deseos accidentales de los vecinos que nos ha deparado el azar, e incluso de nuestros familiares. No cabe duda de que el miedo a los vecinos inmediatos es mucho menor ahora que antes, pero ahora existe un nuevo tipo de miedo, el miedo a lo que pueda decir la prensa, que es tan terrorífico como todo lo relacionado con la caza de brujas medieval. Cuando los periódicos deciden convertir a una persona inofensiva en un chivo expiatorio, los resultados pueden ser terribles. Afortunadamente, la mayor parte de la gente se libra de este destino por tratarse de desconocidos, pero a medida que la publicidad va perfeccionando sus métodos, aumentará el peligro de esta nueva forma de persecución social. Es una cuestión demasiado grave para tratarla a la ligera cuando uno es la víctima; y se piense lo que se piense del noble principio de la libertad de prensa, yo creo que hay que trazar una línea más marcada que la que establecen las actuales leyes sobre difamación, y que habría que prohibir todo lo que haga la vida insoportable a individuos inocentes, aun en el caso de que hayan dicho o hecho cosas que, publicadas maliciosamente, puedan desprestigiarles. No obstante, el único remedio definitivo para este mal es una mayor tolerancia por parte del público. El mejor modo de aumentar la tolerancia consiste en multiplicar el número de individuos que gozan de auténtica felicidad y, por tanto, no obtienen su mayor placer infligiendo daño a sus prójimos.

Imagen: Ciencia del Sur

Fuente: Bloghemia

lunes, 15 de febrero de 2021

Crónica de una vida digitalizada


Antes de que el CERN alterase el mundo con la apertura de la World Wide Web en 1991, la vida era muy distinta. El dispositivo más consultado en las sobremesas familiares era la Encarta, acuerdo de paz de cruentas batallas dialécticas; a las plataformas de cine bajo demanda se accedía sin contraseña y a través de una puerta: aquellos lugares de culto llamados videoclubs; no vivíamos con la ansiedad del «visto» en los mensajes y no nos preocupaba tanto abreviar tiempo como caracteres: entre poner «bss» o «besos» podías jugarte el saldo del mes. La vida antes de que internet lo envolviera todo era muchas cosas pero, sobre todo, era la vida antes de tomar conciencia de su brutal alcance: big data, inteligencia artificial, IoT, blockchain, bots y «generaciones» que se saltan a todas luces las normas espacio-temporales (otro abrir y cerrar de ojos, y tendremos aquí al 6G). Y en esa coyuntura nos hallamos. Recordando con cierta nostalgia –esa sí, inmutable– quiénes fuimos y definiendo quiénes seremos en un futuro que empieza hoy, con la ansiedad que supone tal afirmación.

Hablar de tecnología es hablar más allá de ella: es hablar de privacidad, de brechas sociales, de sostenibilidad, de ética y humanismo, incluso de democracia. O, también, del impulso circular que le está dando a la economía para adaptarse a lo que nuestros ecosistemas (y nosotros con ellos) necesitan. Si el progreso ha traído consigo tantas veces la destrucción del medioambiente, de su mano también puede venir la salvación: desde los chips que permiten monitorizar los movimientos de especies en peligro de extinción a los satélites para controlar la evolución de los incendios forestales, pasando por las novedosas máquinas que ofrecen nuevas vidas a nuestros residuos, la tecnología nos brinda la posibilidad de hacer del planeta un sitio mejor. Eso sí, la decisión final de hacerlo –o no– es nuestra.

Hoy, más que nunca, sabemos que el futuro será humano-digital y que, en lo que dura un politono, tendremos innovaciones más insólitas que todos los avances acontecidos desde que estrenáramos nuestro primer Nokia. Y, como si no fuera suficiente la velocidad desenfrenada a la que vivimos, de repente estalla otro fenómeno, esta vez no tecnológico, sino biológico, que lo precipita todo aún más. La tragedia de la COVID-19 ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con (y a través de) la tecnología, así como el valor que le damos a los datos.

Mientras se escriben estas líneas, aún en periodo de confinamiento, Google Meet anuncia haber alcanzado la cifra de 2.000 millones de minutos de videoconferencia al día, el equivalente a 3.800 años de reuniones; Zoom llega a 300 millones de usuarios y alcanza un valor en bolsa de 46.000 millones, más del doble que Twitter; y Netflix dispara en casi 16 millones su número de suscriptores en todo el mundo.

«Estamos viviendo una situación sin precedentes que ha hecho que las personas hayan tenido que cambiar sus rutinas diarias de un día para otro, y la tecnología, que ya estaba a nuestro servicio, se ha convertido en la principal aliada. Vemos cada día cómo personas y profesionales de todo el mundo idean propuestas de ocio y entretenimiento, comparten tutoriales o clases online… Todo esto, sumado a la capacidad de poder sentirnos más cerca de las personas a las que queremos, hace que esta tecnología haya cobrado una dimensión que antes, a pesar de estar disponible, no tenía», nos cuenta el country manager de Google Cloud en España y Portugal, Isaac Hernández.

Durante la actual crisis, el tráfico de las IP se ha incrementado casi un 40%, las llamadas móviles han crecido un 50% y el uso de datos móviles un 25%. Además, los hackers han encontrado su edén en las aplicaciones de información del virus y de donaciones solidarias. Hablamos, por tanto, de una red a prueba de bombas y de ciberataques. Pero también de espionaje y vigilancia en regímenes como el chino –bien entrenado en el arte del rastreo digital– o el israelí.

¿Homo homini lupus?

Este contexto de incertidumbre y de abrumadora penetración digital, que irremediablemente nos lleva a esas narrativas (no tan) distópicas de Black Mirror o de Years and years, aviva debates que ya llevaban tiempo sobre la mesa. Desde la automatización del trabajo a la intromisión del big data en nuestras vidas, la brecha digital, la proliferación de las fake news, la discriminación algorítmica, las aplicaciones para salvar al planeta o los límites del transhumanismo. Pero dejemos a un lado las profecías autocumplidas. Un dron se puede usar para matar en una guerra o para intervenir en un desastre natural. Más nos vale, con permiso de Hobbes, que el ser humano sea algo más que un lobo para sí mismo.

Sin obviar las complejidades que tejen nuestro mundo, urge más que nunca poner todas esas innovaciones al servicio del bien común, es decir, de la naturaleza, de la economía circular y de la transición más justa. Los retos globales que presenta esta nueva década –como la reducción de la desigualdad, la lucha contra la emergencia climática, la transición ecológica o la prevención de nuevas enfermedades–, no podrán resolverse renunciando a las enormes potencialidades tecnológicas y digitales, siempre y cuando sepamos repartir lo que Enrique Dans llama el dividendo digital. «Si esa plusvalía se la quedan los empresarios y los dueños de las máquinas, se generarán más tensiones sociales», explica este tecnólogo, profesor en el IE Business School.

«Si bien no podemos plantear un solo escenario, sino múltiples en función de las decisiones colectivas, sí hay un eje claro: el futuro es híbrido», sostiene Elena Pisonero, presidenta de Taldig, empresa que impulsa proyectos innovadores relacionados con la Cuarta Revolución Industrial. «La combinación de lo físico con lo digital puede generar un montón de posibilidades que ahora estamos viendo en primera persona al hilo del confinamiento. Lo que no quiere decir que todas sean más eficientes con máquinas; habrá algunas que decidamos que sean con la intervención humana, por ejemplo, aquellas vinculadas al cuidado de personas que tanto hemos sabido valorar en esta crisis sanitaria». Y precisamente en áreas como la medicina, la tecnología y el big data tienen un papel fundamental que jugar. «Con un simple wareable o un gadget que metes en el colchón monitorizas cómo duermes o cómo respiras por la noche», ejemplifica Dans.

Big data y transformación de la vida urbana

Tras el encierro colectivo, somos más conscientes de nuestra fragilidad como especie y de nuestra interdependencia con el entorno que habitamos. Más allá de las señales de la naturaleza –adoquines invadidos por la vegetación o jabalíes correteando por el centro de Madrid–, si algo ha evidenciado la COVID-19 es que las ciudades son especialmente vulnerables a posibles riesgos sanitarios y, por tanto, necesarios motores de transformación de nuestro modelo de desarrollo. «Las urbes se han convertido en verdaderos focos de vida poco sana. Cada vez hay más alergias y más problemas respiratorios. El coronavirus, por su dramatismo y su capacidad de expansión, ha hecho que tengamos una reacción muy rápida. Pero si nos paramos a pensar, las enfermedades respiratorias derivadas de la contaminación matan cada año al triple de personas que las que han muerto por la pandemia», subraya Dans. «Estamos hablando de una crisis sanitaria mucho más grave. Y no estamos haciendo nada. Algunos, incluso, creen que la pueden discutir».

No olvidemos que las ciudades consumen el 80% de los recursos a nivel mundial y el 80% de energía eléctrica, y generan el 70% de las emisiones. Todo eso, ocupando un insignificante 7% del planeta. Nos lo recuerda el arquitecto Alejandro Carbonell, fundador de Green Urban Data, un software que permite medir, a partir de tecnología satelital –común en otros campos como la agricultura–, la calidad ambiental en ciudades en términos de contaminación, impacto positivo de la vegetación, fenómenos como la isla de calor o riesgo de inundaciones. «Podemos ir a análisis a escala de barrio, sin necesidad de utilizar ningún sensor. Somos una especie de herramienta de diagnóstico; nuestros indicadores dicen cómo estamos, cuál es el objetivo que debería conseguir la ciudad y a partir de ahí vamos analizando las variaciones a lo largo del tiempo. Todo se intenta visualizar a través de mapas, para que la información sea fácilmente entendible, accesible y, por tanto, útil», cuenta este emprendedor que asegura que el big data permitirá dar un gran salto de calidad. «Cuanta más información tengamos, gracias a la acumulación del dato y a los procesos de análisis que permite el machine learning o la IA, más capaces seremos de ver la influencia que tiene un dato sobre otro y sacarle valor», explica Carbonell, que en este momento trabaja con cinco ciudades: Valencia, Zaragoza, Fuenlabrada, Torrente y Alcoy.

Mediante el blockchain o el reconocimiento de imágenes también se puede movilizar al ciudadano en materia de reciclaje. El proyecto RECICLOS, lanzado por TheCircularLab, el primer centro de innovación abierta en economía circular de Europa creado por Ecoembes, pretende ayudar a la ciudadanía a reciclar más y mejor a través de incentivos sostenibles. O, lo que es lo mismo, hacer que nuestro hábito de reciclar sea digital y, además, conlleve una recompensa tanto ambiental como social: los ciudadanos podrán destinar sus incentivos a distintos proyectos sociales de su municipio. RECICLOS revoluciona el reciclaje tal y como lo conocemos hasta ahora: además de permitir reciclar esos residuos generados en casa al incorporar tecnología a los contenedores amarillos de la calle, también se puede reciclar en máquinas de reciclaje en otros espacios, como estaciones de metro o tren.

RECICLOS, lejos de parecer un proyecto del futuro, es ya una realidad. Está implantado en más de 25 municipios de 7 Comunidades Autónomas (Comunidad de Madrid, Región de Murcia, Aragón, La Rioja, Islas Baleares, Cataluña, Andalucía) y próximamente se implantará en la ciudad de Valencia, donde ya ha sido anunciada su llegada. En los próximos años, prácticamente cualquiera de los objetos que nos rodean podrá formar parte de este «todo conectado» que es el internet de las cosas, desde nuestras zapatillas a una tostadora, lo cual promete ahorrar recursos al mismo tiempo que reduce los costes: se estima que las TIC pueden ayudar a reducir las emisiones de CO2 en un 15% para 2030, según el Exponential Climate Action Roadmap.

En buena parte, su éxito dependerá de la capacidad de extracción de ese nuevo petróleo de la economía digital que son los datos, y de su interpretación. Y también, no olvidemos, de la eficiencia energética en los propios centros de procesamiento de datos: a día de hoy, si internet fuera un país, sería el sexto por consumo de energía del mundo. Las tecnológicas tienen el reto y el deber de que sus data center reduzcan las emisiones contaminantes. La buena noticia: 20 grandes compañías del sector, encabezadas por Google, Facebook y Apple, ya se han comprometido a que el 100% de su energía proceda de fuentes renovables.

En el libro Big data: la revolución de los datos masivos (2013), Viktor Mayer-Schönberger, profesor de Regulación y Gobernanza en Internet de la Universidad de Oxford, y Kenneth Cukier, periodista especializado en tecnología, ya se preguntaban «¿qué papel le queda a la intuición, a la fe, a la incertidumbre, a obrar en contra de la evidencia y a aprender de la experiencia?». Es una incógnita. Lo único seguro es que una sociedad tan acelerada como la nuestra nos impone, en palabras del filósofo Daniel Innerarity, la obligación de tener que aprender del futuro. En ello estamos.

Fuente: Ethic

domingo, 14 de febrero de 2021

Redes sociales, efectivas durante la pandemia en Bolivia


Las redes sociales cumplen un importante papel en la difusión de información durante la pandemia de COVID-19 en las ciudades bolivianas de La Paz y El Alto, particularmente entre los jóvenes, sin embargo se requieren estrategias para potenciar su uso adecuado a nivel nacional, indica un reciente estudio.

Mediante una encuesta en línea aplicada a 886 participantes, en su mayoría mujeres (65 por ciento del total de encuestados), los autores concluyeron que la información sobre COVID-19 difundida en redes sociales promueve comportamientos preventivos especialmente entre jóvenes de 18 a 25 años de ambas ciudades.

Para llegar a esta conclusión examinaron los factores sociodemográficos de los participantes, así como el uso de WhatsApp, Twitter, Facebook y YouTube, su percepción de riesgo, comportamientos preventivos, actitudes y disposición a usar una vacuna para el COVID-19, si estuviera disponible.

Diana Zeballos, miembro del Comité Operativo de Emergencia de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés y coautora del estudio publicado en Plos One, explicó vía whatsApp a SciDev.Net, que la alta exposición a las redes da como resultado una mayor percepción del riesgo de contraer el virus.

La percepción de riesgo está asociada a la adopción de comportamientos y actitudes preventivas, a partir de la identificación de sentimientos como el miedo y la ira frente a la pandemia, incluyendo una aceptación de la vacuna, indica el estudio.

“Si se sienten en riesgo van a tomar medidas para enfrentarlo con el uso de mascarillas, el lavado frecuente de manos y el distanciamiento físico…,  por eso (las redes sociales) se han convertido en un medio importante de comunicación, aunque quizá sea la fuente menos controlada” explica Zeballos.

La especialista aclaró que el estudio no analizó la calidad de la información que circula en redes, solamente se asoció el uso de estas con la adopción de medidas preventivas. “Miedo e ira están como intermediarios (para el comportamiento), independientemente de la calidad de la información”, añade.

Otro resultado es que las mujeres son más propensas a percibirse a sí mismas en riesgo y las que más adoptan medidas de prevención.

Según Zeballos, por estudios previos se sabe que las mujeres suelen cuidar más de su salud, están más vinculadas a los servicios sanitarios porque van a controles o llevan a los niños a los hospitales; en cambio los hombres suelen tomar más actitudes de riesgo y quizá adoptan menos las medidas de prevención.

“Esto es interesante porque el nuevo coronavirus tiende a tener una presentación más grave y mortal en los hombres. No está claro si estas tasas de mortalidad más altas se derivan de diferencias biológicas o de comportamiento, o si se deben a la heterogeneidad de los datos actuales. Sin embargo, los comportamientos de riesgo masculinos, como ignorar las medidas preventivas de salud, fumar y no considerar los síntomas seriamente podrían contribuir a esta diferencia”, menciona el estudio.

Si bien la encuesta fue realizada entre abril y mayo de 2020, cuando la pandemia recién comenzaba en Bolivia, la autora considera que su evolución muestra cambios en las actitudes y comportamientos de las personas y por eso elaboran protocolos para realizar un nuevo estudio.

“Es muy probable que las percepciones hayan cambiado por las noticias. La vacuna en ese momento tenía una aceptación alta pero ahora otros factores influenciarían en si la gente la aceptaría o no como efectiva o de confianza. Estos otros temas tendrían que ser evaluados hoy. De todas maneras hay una evolución (positiva) en los mensajes de las redes sociales del Ministerio de salud  en relación a como eran hace un año, antes de la pandemia”, indica.

El estudio destaca que la comunicación eficaz con la población por parte de los gobiernos y agencias de salud es clave en la respuesta frente a la pandemia.

Sergio Valle, presidente de la Fundación para el Desarrollo de las Tecnologías de Información y Comunicación (Fundetic), ONG boliviana, dijo a SciDev.Net que en el país no existe una política para el uso de redes sociales ni tampoco una articulación en los niveles, nacional, departamental ni municipal.

“Cada quien genera sus propios mecanismos de información sin validación y hay mucha dispersión de esfuerzos y poco impacto en cuanto a información que prevenga la pandemia y oriente sobre lo que se debe hacer en este tiempo. A esto se suma que cualquier persona puede difundir información y eso, más que prevenir e informar, confunde al ciudadano. No hay una estrategia clara en cuanto al diseño comunicacional”, explicó.

Afirmó, además, que las estrategias tienen que estar basadas en el ciudadano y que se deben tomar en cuenta contenidos, soluciones tecnológicas y aplicaciones que se usan en otros países para identificar las zonas de riesgo, la vulnerabilidad, los casos, entre otros.

Actualmente, Bolivia ha superado los 215.000 casos de COVID-19, según reportes del Ministerio de Salud hasta el 30 de enero tenía más de 10.300 muertes.


Fuente: SciDevNet