lunes, 22 de abril de 2024

Supuesta venta de base de datos con información personal de 12.5 millones de bolivianos


El ODIB ha identificado un posible caso (muy grave de comprobarse) que estaría exponiendo la privacidad de datos en nuestro país. Según una publicación en el grupo de Facebook «Programadores – Bolivia», se está ofreciendo a la venta una base de datos que supuestamente contiene información detallada de 12.5 millones de personas de Bolivia.

La publicación, atribuida a un perfil con el nombre «Jose Richard Richard», muestra una imagen de muestra de la base de datos en venta. Entre los campos revelados en esta imagen se encuentran datos sensibles como números de cédula de identidad, fechas de nacimiento, nombres completos, lugares de emisión de documentos, género, estado civil, además de información financiera como «CUA» y «AFP».

Si la venta resulta ser cierta, las implicaciones son alarmantes. Los riesgos asociados incluyen el robo de identidad, el fraude financiero, la suplantación de identidad y el uso malicioso de datos personales para fines ilícitos.

Es crucial que tanto las autoridades competentes como los ciudadanos estén alerta ante esta situación y sus posibles impactos.

Nuevamente se hace evidente la necesidad de promover la conciencia sobre la protección de datos personales y tomar acciones legales contra cualquier práctica que comprometa la privacidad y seguridad de la información de los ciudadanos bolivianos.

El ODIB seguirá monitoreando este caso y proporcionando actualizaciones pertinentes a medida que existan novedades. La protección de la privacidad y la seguridad de los datos debe ser una prioridad en la era digital en la que vivimos.

Imagen: BBC

Fuente:
 Observatorio de Delitos Informáticos de Bolivia

Kant: Una vida más interesante que las caricaturas que corren hoy día


La biografía de Kant parece ser especialmente difícil. Por una parte, su vida personal fue la de un típico profesor universitario de la Alemania del siglo XVIII. Por otra, su obra filosófica es tan densa, abstrusa y técni­ca que es verdaderamente arduo hacerla accesible al gran público. De la combinación de estos elementos no sería difícil alumbrar un producto muerto. El propio Kant siguió en sus obras la consigna «de nobis ipsis silemus» («guardemos silencio sobre nosotros mismos»). Kant estaba interesado por la verdad filosófica, y deseaba ser conocido por haber avanzado verdades filosóficas. Esta actitud tuvo también sus consecuen­cias en lo tocante a su biografía: no existe un diario, y los detalles sobre su vida son escasos. Para encontrarlos hay que espigar en lo que Kant nos dejó por casualidad y en las memorias de los que estuvieron más cerca de él. La mayoría de estos datos son recuerdos de gente de edad avanzada sobre el viejo Kant.

Pero Kant tuvo una vida. Pese a que vivió en una región aislada de Prusia, pese a que no salió jamás de su ciudad, pese a que no vivió gran­des aventuras, y pese a que la mayor parte de su vida se resume en su trabajo, queda sin embargo por contar sobre él una historia altamente interesante y quizá incluso excitante. Es la historia de la vida intelectual de Kant, tal como está reflejada no solamente en su obra, sino también en sus cartas, sus enseñanzas y sus interacciones con sus contemporá­neos de Königsberg y del resto de Alemania. Incluso la circunstancia de que la vida de Kant fuera en alguna medida la típica de un intelectual alemán del siglo XVIII, tiene importancia histórica justamente por el he­cho de ser tan típica. Las diferencias y similitudes entre su vida y las de sus colegas de otras universidades protestantes como Marburgo, Gotin­ga y otras en Alemania, pueden aportar interesantes perspectivas para entender no sólo al hombre sino también al tiempo en el que vivió.

La vida de Kant se extiende a lo largo de casi todo el siglo XVIII. Su mayoría de edad asistió a algunos de los cambios más significativos del mundo occidental –cambios que aún siguen resonando–. Era el periodo durante el cual se originó el mundo en el que hoy vivimos. Aunque Kö­nigsberg no estaba en el centro de ninguno de los movimientos signifi­cativos que condujeron a nuestro mundo, aquellos movimientos deter­minaron ampliamente el medio intelectual de Königsberg. La filosofía de Kant fue en muy gran medida una expresión y una respuesta ante aquellos cambios. Su vida intelectual reflejó los desarrollos especulati­vos, políticos y científicos más significativos de la época. Sus opiniones son reacciones al clima cultural de su tiempo. La filosofía inglesa y fran­cesa, la ciencia, la literatura, la política y las costumbres formaron el tejido de sus conversaciones cotidianas. Incluso sucesos tan relativa­mente distantes como las Revoluciones americana y francesa repercu­tieron definitivamente en Kant, y por tanto también en su obra. Su filo­sofía debe ser contemplada en este contexto global.

Pero fue dentro de un escenario definidamente alemán, e incluso prusiano, donde Kant experimentó los sucesos trascendentales que tu­vieron lugar durante el siglo XVIII. A veces resulta casi chocante obser­var hasta qué punto su desarrollo intelectual estuvo dictado por fuerzas venidas de afuera. Por ejemplo, el trabajo filosófico inicial de Kant tomó la forma de una serie de respuestas a las Preisaufgaben filosóficas estable­cidas por la academia de Berlín. Y es tan difícil entender al primer Kant sin discutir su relación con el movimiento literario del Sturm und Drang y del «culto al genio», como lo sería entender al Kant maduro sin considerar la controversia que rodeó al llamado Pantheismusstreit.

Por otra parte, Kant pertenecía al particular medio intelectual de Königsberg y no era el único interesado y afectado por aquellos cam­bios. Hamann, Von Hippel, Herder, Herz, y muchos otros fueron capa­ces de contribuir a la escena cultural alemana –al menos en parte– gra­cias a sus experiencias en Königsberg. Es importante investigar de qué manera se entrecruzaron las vidas de estas interesantes personas, y el modo en que, mediante su interacción con ellas, fue configurándose el propio Kant. Aunque pudiera parecer exagerado, tampoco sería ina­propiado hablar de una «Ilustración königsbergiana» del mismo modo que se habla de una «Ilustración berlinesa» y de una «Ilustración esco­cesa». La filosofía crítica de Kant tiene que ser contemplada igualmen­te en este contexto. Así pues, la discusión de la vida y las obras de Kant exige que los tres contextos –el global, el regional y el local– sean teni­dos en cuenta.

En la presente biografía de Kant todas estas circunstancias reciben más atención que la que se les ha prestado en biografías anteriores. Di­cho en otras palabras: este libro es una biografía intelectual de Kant que pone de manifiesto el modo en que los intereses especulativos del filó­sofo encontraron su arraigo en el periodo concreto que le tocó vivir. De alguna manera este enfoque tiene similitudes con estudios como los de Schilpp, Vleeschauwer y Ward, y con las discusiones sobre la Weltans­chauung de Kant expuestas en las obras de Kroner y Beck. Pero difiere de ellos en la medida en que dedica menos atención a los textos filosó­ficos ortodoxos y más a los sucesos de la vida de Kant y a la relación de este con los acontecimientos de Königsberg, Prusia, Alemania, Europa y Norteamérica. Sin olvidar la representación de los detalles biográficos de la vida de Kant y de su obra, este estudio se centra en el viaje intelec­tual que emprende Kant desde sus intereses parciales de una fundamen­tación metafísica de la física newtoniana, hasta la defensa filosófica de una actitud moral apropiada para un «ciudadano del mundo» ilustrado.

Al igual que Vorländer y Gulyga, me propongo presentar a Kant de un modo que sea asequible para el que no esté muy versado en el pen­samiento kantiano. Incluso el lector que desconozca las sutilezas de la discusión filosófica sobre Kant o de la filosofía en general encontrará legible este libro. La vida de Kant es intrínsecamente interesante, y, a diferencia de Vorländer y otros, que se proponían primariamente dar vida al viejo Kant, yo me centraré en el filósofo más joven, que conci­bió por vez primera el proyecto de una Crítica de la razón pura. Y espero que de aquí pueda emerger un Kant polifacético, un Kant que se acer­que más a una persona real que al «Mandarín» de Königsberg que Nietzsche vio en él.

De la vida de Kant podemos aprender tanto como de la de otras fi­guras del siglo XVIII –Benjamin Franklin, David Hume, Federico el Grande, Catalina de Rusia…– cuyas vidas se entretejieron con la de Kant de manera sutil y a veces no tan sutil. Ciertamente, podemos aprender de la biografía de Kant al menos tanto como lo que nos enseña la biografía de cualquier persona famosa. Y quizá incluso más, porque, como se verá a lo largo de este libro, el carácter de Kant fue una auto­creación consciente. Kant coincidía con Montaigne y sus predecesores estoicos en que «es deber nuestro componer nuestro carácter, no com­poner libros, y ganar no batallas y provincias, sino orden y tranquilidad en nuestra conducta. Nuestra gran y gloriosa obra maestra es vivir con­venientemente». Que Kant viviese o no su vida «convenientemente» es una cuestión abierta; y eso convierte en fascinante su vida para todo el que piense que la filosofía tiene una importante contribución que apor­tar al entendimiento de nuestras vidas.

[…] Por supuesto, no hay ninguna seguridad de poder extraer lecciones importantes y valiosas del estudio de una vida particular. Sería un error, creo yo, diseñar la vida propia de acuerdo con la de una figura histórica, incluso aunque esto haya sido practicado por muchos que acabaron convirtiéndose en figuras históricas por derecho propio. No es posible elegir una vida del mismo modo que uno elige un abrigo. Pero hay mu­chos modos de vida, y las biografías pueden darnos alguna luz sobre sus posibles peligros y recompensas. La vida que llevó Kant fue diferente de la de muchos románticos, de ciertos nietzscheanos y de muchos moder­nos aventureros. Si la vida de Kant fue o no fue atractiva, es el lector quien tiene que decidirlo. Pero estoy seguro de que fue más interesante que las caricaturas que corren hoy día.

Este extracto forma parte de Kant. Una biografía de de Manfred Kuehn.  

Imagen: Financial Times

Fuente: No Cierres los Ojos

domingo, 21 de abril de 2024

Carlos Medinaceli o por una poética del resquicio


Qué hay, qué hubo de la relación de Medinaceli con el lenguaje, con su propio castellano en versión boliviana, potosina, en un medio en el que a veces llegaba a reprochar amargamente hasta ciertas pronunciaciones o malos usos del lenguaje, mientras se esmeraba en leer libros y gramáticas que ponían las cosas claras y debidas, al mismo tiempo rompía constantemente la forma de muchas palabras, alentaba a una supuesta “pureza” del lenguaje que debía observarse. Comoquiera, la pregunta es: ¿en qué castellano Medinaceli hablaba, escribía?

Observando cosas, así, recordemos a Octavio Paz diciendo: “El español es nuestro y no lo es. O más exactamente, el idioma es una de nuestras incertidumbres”. Esta amarga constatación tiene derivas que no pueden desatenderse. La lengua no es, en absoluto, sólo un instrumento neutro de comunicación. Al contrario, está llena de cicatrices y se graban en ella todas las desarticulaciones y desastres del mundo que la habla. Esta inseguridad del suelo lingüístico, digna de una fenomenología del tropezón, la expresaba muy bien la poeta boliviana Marisol Quiroga en artículo aparecido en La Mariposa Mundial 9 (2002-2003), Alejandra Pizarnik: la palabra rota, que se abre así:

“Para nosotros, latinoamericanos y, más aún bolivianos, herederos de una cultura híbrida, no resuelta, la palabra no es algo dado. No hemos nacido con el don de un lenguaje fácil, o hemos nacido con un don roto, irremediablemente quebrado.”

Más humorísticamente, todavía podemos recordar, en este contexto, que el muy inglés Oscar Wilde, tras un viaje que hizo a Estados Unidos, concluyó que el país le gustaba excepto, dijo, que “nos separa el idioma”.

En Medinaceli se da, en este campo, una gran paradoja o contradicción total entre lo que a veces pregonaba sobre el cuidado del lenguaje con su constante práctica de meter palabras desconocidas o semi inventadas.

Por una parte y según él mismo, los maestros debían esforzarse por que se practique “un culto ‘reverente, apasionado y casi pagano (René Moreno)‘ a la pureza del idioma”.

O ya también, en una página dedicada a rebajar a Adolfo Otero, expone su disgusto ante la palabra “mandolinata” y dictamina que “es preciso usar los términos con propiedad”. Luego una adjetivación le parece impropia y acusa a Otero de hacer “gala de su peculiar falta de respeto por el buen uso del idioma y el ilogismo de sus metáforas”… !Ilogismo de la metáfora! Ahí ya se le fue le mano…

Podríamos citar muchos más párrafos en el mismo sentido.

Sin embargo, y aquí se abre el caso, poco a poco el lector va percibiendo las numerosas veces en que aparecen palabras dudosas, desviadas, improvisadas o claramente inventadas.

Así me pasó a mí hasta que empecé a hacerme cargo del asunto e ir subrayando todas las que iban apareciendo, es decir realizando, paralelamente a la lectura, toda una enquête lexical.

Yendo así, fui descubriendo en las notículas, en las critículas, palabras como

Lumbrarada grisosidad catalográfica arenosidad descalandrajado escintilan los astros terrazgo llovereda, algo escarbajea el espíritu, hay un aparecimiento leyendesco y está lo ternuroso, lo querelloso, la penetrativa bebendurria, lo atediado, o cuando se trata de… consonar…

En este tomo hay como unas cien de esas palabras, ya inventadas, modificadas, o creadas, nunca a partir de la nada, siguiendo más bien los cauces naturales del habla y la lengua, que no el lenguaje. Siempre se entiende lo que se dice o quiere decir, aunque sea la primera vez que uno lee esta u otra palabra. Y si en este tomo hay, como decimos, unas cien, pongamos que en toda su obra, cartas incluidas, habrá entre 200 y 250 de ellas.

Ni poco ni tampoco mucho. El caso da, sin embargo, para ser notado y ser eso: un caso. No debe ser pasado por alto. Recordemos que se trata de alguien particularmente sensible, con muy buen oído lingüístico y las antenas afinadas para captar las corrientes ‘lenguajeras’ que lo rodeaban.

Todas esas palabras modificadas, inventadas o semi inventadas, de alguna manera ya flotaban en dichas corrientes, no eran abstrusas o lejanas, mientras a veces las hay incluso deliciosas, como ese minero “descalandrajado” —¿lo que vendría a ser como una mezcla entre andrajoso y algo más…?

De tal forma, ahí donde casi no se ve, ni casi nadie repara, en las grietas, fronteras e intersticios, resquicios del lenguaje, es que se cometen, por decirlo así, pequeñas fechorías. Esas fechorías, esas averías, desviaciones se ejercen, así hay que decirlo, sobre los significantes, ateniéndonos a la clásica definición sausuriana.

Para seguir escudriñando estas cosas podríamos apoyarnos, pues, en una semiótica del resquicio, capaz de poner en su sitio, o percibir mejor, decir el sitio, el lugar de todas esas desviaciones, terminaciones y demás ocurrencias nominales o verbales. O de una vez podríamos decir, también, que se halla en juego una semiótica de los significantes averiados.

Otro ejemplo todavía. A un disparatado diálogo de índole teatral llamado ‘El cementerio del General Camacho”, Medinaceli le da este final:

“Con lo que se suspendió la sesión (…). Tan macarrones y bujarronazos son estos cachiporristas panfiruleros trapisondistas, idiotas de profesión, camanduleros aguachirles de chichería y rábulas de buhardilla, con capigorristas tufos de sacatrapos de nuestra tabardillesca historiografía de ropavejeros del estilo.”

Ya quisiera uno tener un catálogo, o más bien dicho un diccionario, de todas las palabras “raras” o inventadas por Carlos Medinaceli.

Sin embargo, él pocas veces recurre a semejantes raptos lingüísticos como el que acabo de citar. La tonalidad de, por ejemplo, este tomo, es más seria y se querría digna de figurar en podios más formales. Pasados los tiempos y a estas alturas, las nuestras, más bien lamentamos que Medinaceli no se haya atrevido más por esos caminos. De alguna forma y recordando la pasión geológica de Medinaceli, que se decía un “Zaratustra geológico” uno recuerda las formas en la energía de la tierra, que erupta escandalosamente o se disipa. Ya sea a través de un volcán, en el más radical de los casos, o muy por apenas, pero notablemente también, en pequeños geiseres, aguas termales, resquicios, humos. Así como un Medinaceli secreto y revoltoso se empleó en esas pequeñas desviaciones, averías casi invisibles.

No estaban dadas las cosas como para que, en literatura nadie emprenda aventuras muy desconcertantes, se dirá. Pero por ejemplo a través de Churata, Medinaceli estuvo en contacto con textos (como el libro de poemas Ande) mucho más “vanguardistas” de lo normalmente practicado. O cerca también estuvo, del lado peruano, otra caso sorprendente como Oquendo de Amat. ¿Qué y cuánto más de “avanzado” habría leído Medinacelli? Menciona de pasada a Proust, Joyce, Borges, Huidobro. ¿Pero los habrá leído realmente o sólo es que de oídas los conoce? ¿Qué libros llegarían a Bolivia entonces?

En todo caso y más allá de estas palabras raras o enrarecidas, estos significantes averiados, no parece que Medinaceli haya dado otros pasos decididamente no convencionales.

Por ello es que también se redobla el interés por esa, relativamente ‘poca cosa’ que se encuentra en sus páginas. No muchas veces, pero insistentemente. Falta saber cómo ocurrían. ¿Se daba cuenta el propio autor? ¿Cuán deliberadas o no eran? Se le salían naturalmente (lo más probable) y él ni quiso reprimir esas libertades o ni llegó a ser consciente de su frecuencia, relativa pero frecuencia al fin. Y no se olvide que el afloramiento del inconsciente en las operaciones del significante fue algo muy observado por Lacan.

La importancia y la vindicación del significante también es fuertemente defendida por cierta crítica y lingüística. Así, tenemos a Michel Launay, que se estrella nada menos contra el dogma de la arbitrariedad del signo, asegurando a la postre que el propio sistema de una lengua crea islotes de significantes relativamente motivados. En ese camino, presta atención y reivindica “ciertos usos del lenguaje considerados marginales, incluso “desviados”, como la poesía, los juegos de palabras, los “errores”.” En estos casos, para Launay “Los significantes no sólo transmiten: hablan.”

La palabra poética, para esta visión, es donde los significantes se sueltan con mayor plenitud, y eso lo podemos ver claramente en una figura como la aliteración. Ahí tenemos, por dar un ejemplo, ese famoso verso de Tamayo:

“El cielo lila de la dulce Delos”

No en vano, y en esa vena, un artículo de Serge Salaün se llama “la poesía o la ley de los significantes”. Pero Medinaceli no se dedica a la poesía en este tomo, aunque hay un indudable cariz poético en su trato con ciertas palabras. Lumbrarada arenosida catalográfica, descalandrajado terrazgo y llovereda, algo escarbajea el espíritu y escintilan los astros en la bebendurria…

Imagen: Inmediaciones

Fuente: Los Tiempos