La pandemia del coronavirus no solo ha costado ya más de 547.000 vidas en todo el mundo y causado daños gigantescos a la economía. Irónicamente, la parálisis global ha salvado también decenas de miles de vidas, más de 11.000 solo en Europa, debido a la reducción en la contaminación ambiental. De hecho, la polución del aire mata cada año a siete millones de personas, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Así, esos cielos azules, inusuales en muchas ciudades del mundo podría ser una de las noticias positivas que ha generado esta pandemia.
Se espera que las emisiones globales de dióxido de carbono o CO2 disminuyan en casi un 8% este año, la mayor caída en la historia. Esos datos, si bien muestran el lado positivo de un momento crítico para la humanidad, reflejan también el gran desafío que se avecina. Para lograr los objetivos del Acuerdo de París necesitamos, todos los años hasta 2030, una reducción de las emisiones de CO2 de la misma magnitud que la inducida por la covid-19.
Tanto la pandemia como el cambio climático son de naturaleza global. No respetan las fronteras nacionales y nadie es inmune a sus impactos. Solo las acciones conjuntas controlarán efectivamente la pandemia o mitigarán la escala del cambio climático.
La crisis causada por la covid-19 también nos enseña que la acción temprana es esencial y que la inacción es costosa en términos económicos y de vidas. De la misma forma, cuanto más tarde se tomen medidas para mitigar el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero, más difícil será limitar el calentamiento global y mayores serán sus impactos en la economía, así como en la vida de las personas.
A pesar del escenario positivo en términos de reducción de los desplazamientos y la propensión a aumentar la digitalización, el futuro del consumo de energía, la matriz de generación y las emisiones aún está abierto, y depende de las decisiones que tomemos para fomentar el retorno del crecimiento económico.
Los Gobiernos de todo el mundo están diseñando paquetes de estímulo masivo para tratar de reanudar sus economías después de que la pandemia haya reducido su impacto. Es probable que estos enormes programas de gasto, por su tamaño, definan la infraestructura de los países en las próximas décadas. La decisión de cómo invertir los recursos de recuperación definirá el mundo después de la pandemia. Restaurar la vieja economía o invertir en una economía baja en carbono es una decisión que determinará el camino, no solo de la recuperación, sino también de nuestro futuro climático.
Tenemos frente a nosotros, entonces, una oportunidad histórica de convertir una crisis en una gran oportunidad para la reconversión energética de América Latina y el Caribe.
El impacto económico de la pandemia es tan grande que la prioridad inmediata de los gobiernos será la reanudación del crecimiento productivo y la creación de empleos una vez superada la crisis. Pero los planes de recuperación no deben alejarnos del objetivo de descarbonizar la economía, especialmente al adoptar soluciones que tendrán consecuencias negativas a largo plazo, como revertir los estándares ambientales o subsidiar industrias basadas en combustibles fósiles.
Una recuperación económica energéticamente sostenible
Un paquete de estímulo sustentable debe centrarse simultáneamente en el corto plazo, garantizar el empleo para millones de personas y, a largo plazo, acelerar la transición energética.
El crecimiento en el consumo de electricidad que se ha estado produciendo a través de la electrificación del transporte y la generación de calor se verá reforzado por la nueva tendencia en el trabajo a distancia. La mayor dependencia de la electricidad tendrá un impacto significativo en la naturaleza misma del consumo de combustible primario utilizado para su generación. Esto provocará el reemplazo de combustibles fósiles por renovables. La adopción de tecnologías de energía renovable crea oportunidades de trabajo en toda la cadena de suministro.
La gran limitación para el crecimiento de las fuentes renovables no convencionales ya no es el precio, ya que son más baratas que las energías fósiles, sino su intermitencia. Aumentar la flexibilidad del sistema eléctrico a través de inversiones en transmisión, almacenamiento (batería e hidrógeno verde) y responder a la demanda es la forma de acomodar cantidades crecientes de energías renovables.
En este sentido, la digitalización también toma un papel fundamental, especialmente para aumentar la productividad, la seguridad, la accesibilidad y la sostenibilidad de los sistemas energéticos. La digitalización es esencial para mantener la matriz energética cada vez más descarbonizada y descentralizada, funcionando de manera estable y accesible. Además, permite monitorear los sistemas, detectar problemas y adquirir los servicios y soluciones necesarios para mantenerlos en funcionamiento. Y eso se torna cada vez más importante en contextos como el de la pandemia actual.
Para nosotros, los usuarios, la digitalización permite elegir los servicios que necesitamos y nos abre la puerta a convertirnos en participantes activos en el sistema energético.
De nosotros depende el aprovechar esta oportunidad histórica de recordar en el futuro no solo el daño que causó esta pandemia, sino también nuestra capacidad de transformar la crisis en un punto de inflexión para nuestra reconversión energética.
Imagen: Universidad Pontificia Comillas
Fuente: Revista de Prensa
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