Fragmento extraído de la charla “Nadie acabará con los libros” (2010) entre el filólogo y escritor Umberto Eco y el guionista Jean-Claude Carriere.
JEAN-CLAUDE CARRIERE: A través de los libros antiguos que ustedes coleccionan, ¿logran dialogar con el pasado? ¿Son los libros antiguos para ustedes un testimonio del pasado?
UMBERTO ECO: He dicho que colecciono solo libros que tienen que ver con cosas erróneas o falsas. Lo cual prueba que estos libros no son testimonios indiscutibles. Y aun así, aunque mientan, nos enseñan algo sobre el pasado.
J-C.C: Intentemos imaginarnos a un erudito del siglo XV. Ese hombre tiene cien o doscientos libros que hoy podrían ser propiedad de alguno de nosotros. En su casa tiene también cinco o seis grabados que reproducen Jerusalén o Roma, grabados muy imperfectos. Tiene una representación del mundo lejana y vaga. Si quiere conocer de verdad la Tierra, tiene que viajar. Los libros son bonitos pero insuficientes y, como usted dice, a menudo falsos.
U.E: También en la Crónica de Nuremberg, historia ilustrada del mundo desde su creación hasta el año 1490, a veces se usa el mismo grabado en diversos puntos para representar ciudades distintas. Lo cual nos dice que la preocupación del impresor era más ilustrar que informar.
J-C.C: He recopilado con mi mujer, una colección que podría titularse «El viaje a Persia». Las primeras obras se remontan al siglo XVII. Uno de los primeros libros, y uno de los más conocidos, es el de Jean Chardin, de 1686. Otro ejemplar del mismo libro, publicado cuarenta años más tarde, está en octavo, es decir, en un formato pequeño con más volúmenes. En el tomo IX hay un desplegable sobre las ruinas de Persépolis, que si se extiende, alcanza los tres metros de longitud: ¡láminas grabadas pegadas la una a la otra y ese milagro se repite en cada ejemplar! Un trabajo inimaginable.
Ese mismo texto se volvió a imprimir una vez más en el siglo XVIII exactamente con los mismos grabados. Y de nuevo cien años después, como si en dos siglos Persia no hubiera conocido la menor transformación. Estamos en plena época romántica. Nada de la Francia de hoy se parece a la del siglo de Luis XIV, pero Persia en los libros ha permanecido idéntica, inmutable. Como si se la hubiera fijado en una secuencia de imágenes, como si fuera incapaz de cambiar, por una decisión del editor que es, de hecho, un juicio cultural sobre la historia. De este modo, en Francia hasta el siglo XIX, se siguieron publicando como libros científicos obras escritas e impresas dos siglos antes.
U.E: Los libros a veces son erróneos. Pero ciertas veces los errores son nuestros y de nuestros delirios interpretativos. En los años sesenta escribí una parodia (publicada en Diario mínimo). Me imaginaba una civilización del futuro que encontraba sumergida en un lago una caja de titanio que contenía documentos que Bertrand Russell había puesto a salvo en la época en que organizaba las marchas antiatómicas y en que nosotros estábamos literalmente obsesionados, más que hoy, por la amenaza de la destrucción nuclear (no es que la amenaza haya disminuido, al contrario, somos nosotros los que nos hemos acostumbrado). La parodia se basaba en que los documentos conservados, en realidad, eran canciones. Los filólogos del futuro intentaban entonces reconstruir lo que debía de haber sido esa civilización desaparecida a partir de las canciones, interpretadas como la cumbre desaparecida de la poesía de nuestro tiempo.
Más tarde, supe que mi texto había sido discutido en un seminario de filología griega donde los estudiosos se preguntaban si los fragmentos de los poetas griegos sobre los que estaban trabajando tendrían esa misma naturaleza.
En efecto, es preferible no reconstruir nunca el pasado basándose en una sola fuente. Por lo demás, la distancia temporal vuelve algunos textos impermeables a cualquier interpretación.
Tengo una buena historia al respecto. Hace unos veinte años, la NASA, u otra organización gubernamental norteamericana, se preguntaba dónde enterrar exactamente ciertos desechos nucleares que conservan un poder radiactivo durante diez mil años. Su problema era que, de encontrarse una zona en alguna parte, no se sabía con qué tipo de señal marcarla para impedir el acceso.
¿Acaso no hemos perdido en dos o tres mil años la clave de muchas lenguas? Si de aquí a cinco mil años los seres humanos desaparecen y llegan a la Tierra unos visitantes procedentes del espacio, ¿de qué forma se les podrá explicar que no deben aventurarse en la zona en cuestión? Esos expertos encargaron a un lingüista y antropólogo, Tom Sebeok, que estudiara una forma de comunicación para superar tales dificultades. Tras analizar todas las soluciones posibles, la conclusión de Sebeok fue que no existía lengua alguna, ni siquiera pictográfica, susceptible de ser entendida fuera del contexto en que había nacido. Nosotros no sabemos interpretar de forma segura las figuras prehistóricas encontradas en las cuevas. La única posibilidad, según él, era constituir hermandades religiosas que deberían hacer circular entre sus miembros un tabú «No tocar aquí» o también «No comer aquí». Un tabú puede pasar de una generación a otra. Yo tuve otra idea, pero como la NASA no me pagaba, me la guardé. Se trataba de enterrar 146 esos desechos de forma que el primer estrato estuviera muy diluido y fuera, por lo tanto, poco radiactivo, el segundo un poco más, y así de manera sucesiva. Si nuestro visitante hundiera inadvertidamente la mano, o lo que funcionara como mano para él, en esos desechos, perdería solo alguna falange. Entonces quizá se daría cuenta y se pararía.
J-C.C: Hemos descubierto las primeras bibliotecas asirias mientras todavía no sabíamos nada de la escritura cuneiforme. Siempre este problema de la pérdida. ¿Qué salvar? ¿Qué transmitir ¿Cómo estar seguros de que el lenguaje que utilizo hoy se entenderá mañana, y pasado mañana? No se puede concebir ninguna cultura que no se plantee este problema. Usted evoca una situación en que los códigos lingüísticos han desaparecido o las lenguas son mudas y oscuras. Podemos imaginarnos también lo contrario. Si hoy hago un grafiti que no tiene ningún sentido en una pared, mañana llegará alguien diciendo que lo ha descifrado. Me he divertido durante un año inventando escrituras. Estoy seguro de que algunas personas les atribuirán un sentido algún día.
U.E: Naturalmente; porque nada es más poderoso que la insensatez para producir interpretaciones.
J-C.C: O nada hay más poderoso que la interpretación para producir consideraciones insensatas. Esta es la aportación de los surrealistas, que juntan palabras que no tienen ningún parentesco o relación entre sí para hacer que se revele un sentido oculto.
U.E: Lo mismo sucede en filosofía. La filosofía de Bertrand Russell no ha generado tantas interpretaciones como la de Heidegger. ¿Por qué? Porque Russell es especialmente claro e inteligible, mientras que Heidegger es oscuro. No digo que uno tenga razón y el otro no. Por lo que me concierne, no tomo partido por ninguno de los dos. Pero cuando Russell dice una estupidez, la dice de forma clara, mientras que con Heidegger, aunque diga un truismo, nos cuesta un gran esfuerzo darnos cuenta. Para pasar a la historia, para durar, hay que ser oscuros. Heráclito ya lo sabía…
Un pequeño paréntesis: ¿sabe por qué los presocráticos escribían solo fragmentos?
J-C. C: No.
U.E: Porque vivían entre ruinas. Bromas aparte, a menudo conservamos la huella de esos fragmentos gracias a los comentarios que estimularon, algunas veces incluso bastantes siglos después. Mucho de lo que sabemos de la filosofía de los estoicos, que fue sin duda una experiencia intelectual cuyas dimensiones todavía no conocemos cabalmente, se lo debemos a Sexto Empírico, que escribió para refutar sus ideas. De forma análoga, conocemos numerosos fragmentos presocráticos a través de los escritos de Aecio, que era un perfecto imbécil. Basta leer sus testimonios para darse cuenta. Podemos sospechar, por lo tanto, que lo que nos refiere no es del todo fiel al espíritu de los filósofos presocráticos. Habría que citar también el caso de los galos, que conocemos a través de César; y el de los germanos que conocemos a través de Tácito. Sabemos algo de estos pueblos solo gracias al testimonio de sus enemigos.
J-C.C: Podríamos decir lo mismo de los padres de la Iglesia que hablan de los herejes.
U.E: Es como si conociéramos la filosofía del siglo XX únicamente a través de lo que nos dice Ratzinger.
J-C.C: El personaje de Simón el Mago me fascina. Hace tiempo le dediqué un libro. Contemporáneo de Cristo, lo conocemos exclusivamente a través de los Hechos de los Apóstoles, o sea, a través de quienes lo declararon hereje y le acusaron de lo que se denomina «simonía», es decir, de quererle comprar a san Pedro los poderes mágicos de Jesús. Es todo lo que sabemos acerca de él, más o menos. Pero ¿quién era en realidad? Lo seguían algunos discípulos, era capaz de obrar milagros, no podía ser el ridículo charlatán que nos pintan sus enemigos.
U.E: De los bogomilos, de los paulicianos, sabemos por sus enemigos que se comían a los niños. Pero decían lo mismo de los judíos. Todos los enemigos, sean quienes sean, siempre se han comido a los niños.
J-C.C: Gran parte de nuestro conocimiento del pasado, que la mayoría de las veces nos ha llegado por los libros, se debe, pues, a cretinos, a imbéciles o a adversarios fanáticos. Es un poco como si, una vez desaparecidas todas las huellas del pasado, solo pudiéramos reconstruirlo con las obras de esos dementes de la literatura, esos genios improbables sobre cuya suerte se ha extendido profusamente André Blavier.
U.E: Un personaje de mi Péndulo de Foucault se pregunta si no podemos plantearnos el mismo tipo de preguntas a propósito de los evangelistas. Quizá Jesús dijo algo completamente distinto de lo que nos refirieron ellos.
J-C.C: Es muy probable que dijera cosas distintas. A menudo nos olvidamos de que los textos cristianos más antiguos que poseemos son las Epístolas de san Pablo. Los evangelios son más tardíos. Ahora bien, la personalidad de Pablo, el verdadero inventor del cristianismo, es compleja. Se cree que tuvo intensos intercambios con Santiago, el hermano de Jesús, a propósito de la circuncisión, que en la época era un problema fundamental, tanto más que Jesús, mientras vivía, y Santiago, tras la muerte de su hermano, siguieron yendo al Templo. Seguían siendo hebreos. Fue Pablo quien separó el cristianismo del judaísmo y quien se dirigía a los «gentiles», es decir, a los no judíos. Es él el padre fundador.
U.E: Lo que es seguro es que, al tener una inteligencia superior, entendió que si se quería dar a la palabra de Jesús una amplia repercusión había que venderles el cristianismo a los romanos. Por esta razón, en la tradición que deriva de Pablo, y por lo tanto en los evangelios, Poncio Pilato es cobarde, no cabe duda, pero no es propiamente culpable. Los verdaderos responsables de la muerte de Jesús son los judíos.
J-C.C: Y Pablo entendió con claridad que no lograría venderles Jesús a los judíos como un nuevo dios, como el único dios, porque el judaísmo era una religión todavía nueva en aquella época, fuerte, que estaba haciendo prosélitos, mientras que la religión grecorromana estaba en plena decadencia. Lo cual no vale, obviamente, para la cultura romana en sí; es más, esa cultura transformó metódicamente el mundo antiguo, lo uniformó e impuso a los pueblos esa pax romana que duraría siglos. El Estados Unidos conquistador de Bush nunca ha sido capaz de proponerle al mundo ese tipo de paz a partir de una cultura bien definida y válida para todos.
U.E: Si pensamos en los dementes indiscutibles, debemos citar a los telepredicadores norteamericanos. Basta echar un rápido vistazo el domingo por la mañana a los canales de televisión norteamericanos para hacernos una idea de la amplitud y gravedad del problema. Lo que describe Sacha Baron Cohen en Borat no es fruto de su imaginación. Recuerdo que, en los años sesenta, para poder enseñar en la Universidad Oral Roberts en Oklahoma (Oral Roberts era uno de esos telepredicadores del domingo) había que contestar a preguntas como: «Do you speak tongues?» («¿Tiene don de lenguas?»), con lo que se entendía la habilidad de hablar en una lengua que nadie conoce pero que todos pueden entender, fenómeno descrito en los Hechos de los Apóstoles. Un colega fue aceptado porque contestó: «Not yet» («Todavía no»).
J-C.C: En efecto, he asistido a muchas celebraciones en Esta- dos Unidos, con imposiciones de manos, curaciones ficticias, éxtasis artificiales. Es bastante aterrador. Había momentos en que me parecía estar en un manicomio. De todas formas, no creo que nos debamos preocupar demasiado de fenómenos como esos. Me digo siempre que el fundamentalismo, el integrismo, el fanatismo religioso serían graves, muy graves, si Dios existiera, si Dios, de repente, desciñera la espada y bajara a defender a sus devotos posesos. Pero hasta hoy no se puede decir que se haya comprometido ni con los unos ni con los otros. Me parece que se trata de movimientos primero ascendentes y luego descendentes, en la medida en que carecen, forzosamente, de cualquier apoyo sobrenatural y están marcados desde el principio por la nulidad. El peligro es únicamente que los neo creacionistas norteamericanos acaben consiguiendo que las «verdades» de la Biblia se enseñen en los colegios como verdades científicas, lo cual sería una regresión. No son los únicos que quieren imponer su visión. Hace al menos quince años, visité, en rue des Rosiers, una escuela rabínica en la que ciertos «profesores» enseñaban que el mundo fue creado por Dios hace poco más de seis mil años, y que todos los hallazgos prehistóricos en los diferentes estratos de la Tierra han sido colocados por Satanás para engañarnos.
Me imagino que las cosas no han cambiado nada. Podríamos acercar esas «enseñanzas» a las de san Pablo, que condenaba la ciencia griega. La creencia siempre es más fuerte que el conocimiento, podemos sorprendernos y deplorarlo, pero así es. Con todo, sería excesivo decir que esas enseñanzas perversas modifican el curso de las cosas. Las cosas siguen siendo lo que son. Hay que acordarse de que también Voltaire era un alumno de los jesuitas.
U.E: Todos los grandes ateos han salido de un seminario.
J-C.C: Y la ciencia griega, aunque se intentó acallarla, al final na triunfado, aun cuando el camino de esa verdad esté plagado de obstáculos, hogueras, cárceles, y a veces de campos de exterminio.
U.E: El renacimiento religioso no está vinculado a los períodos de oscurantismo, al contrario. Florece en las eras hipertecnológicas que, como la nuestra, corresponden al final de las grandes ideologías, a periodos de extrema disolución moral. En momentos como estos tenemos necesidad de creer en algo. En la época en que el Imperio romano alcanzó su máximo poder, cuando los senadores se dejaban ver con prostitutas y se ponían carmín, los cristianos bajaban a las catacumbas. Son movimientos de reequilibrio bastante normales.
Se dan entonces diferentes expresiones posibles de esta necesidad de creer. Puede traducirse en un interés por la ciencia del tarot o en la adhesión al espíritu new age. Reflexionemos sobre el regreso de la polémica sobre el darwinismo, no solo por parte de los fundamentalistas protestantes, sino también de los católicos de derechas (es lo que está pasando ahora en Italia). Hacía mucho tiempo que la Iglesia católica no se preocupaba de la teoría de la evolución; los padres de la Iglesia sabían perfectamente que la Biblia se expresa mediante metáforas y que, por consiguiente, los seis días de la creación podían no corresponder exactamente con las eras geológicas. Por otra parte, el Génesis es muy darwinista. El hombre aparece solamente después de los demás animales y está hecho de barro. Por eso es, al mismo tiempo, un producto de la tierra y la cima de la evolución.
Lo único que un creyente desea salvar es el hecho de que esa evolución no ha sido casual, sino que es el resultado de un «diseño inteligente». Sin embargo, la polémica actual no atañe al problema del diseño, sino al darwinismo en su conjunto. Hemos asistido, por lo tanto, a una regresión. Una vez más, buscamos en las mitologías el refugio de las amenazas de la tecnología. Claro que el síndrome también puede tomar la forma de una devoción colectiva hacia una persona como el padre Pío
J-C.C: Permítame hacer una rectificación. Parece que denunciamos la creencia como la madre de todos los crímenes. Pero desde 1933, fecha de la llegada de Hitler al poder, hasta la muerte de Stalin, veinte años después, se produjeron en nuestro planeta casi cien millones de muertes violentas. Más, quizá, que en todas las otras guerras de la historia mundial. Y aun así el nazismo y el marxismo son dos monstruos ateos. Cuando el mundo, estupefacto, se despierta después de una matanza, parece del todo normal volver a prácticas religiosas.
U.E: ¡Pero los nazis gritaban «Gott mit uns», «Dios está con nosotros», y practicaban una religiosidad pagana! Cuando el ateísmo se convierte en religión de Estado como en la Unión Soviética, ya no hay diferencia alguna entre el creyente y el ateo. Ambos pueden volverse fundamentalistas, talibanes. He escrito otras veces que no era exacto decir que la religión es el opio del pueblo, como escribió Marx. El opio lo habría neutralizado, anestesiado, adormecido. No, la religión es la cocaína del pueblo. La religión excita al pueblo.
J.-C.C: Digamos que es una mezcla de opio y cocaína. Es verdad que el integrismo musulmán parece retomar hoy la antorcha del ateísmo militante, y que podemos mirar al marxismo y al nazismo, retrospectivamente, como dos extrañas religiones paganas. ¡Pero cuántas matanzas!
Fuente: Siete de Copas
Qué lucidez. Pero entonces, ¿la religión nos va a salvar o nos va a destruir?
ResponderBorrarEl prontuario exhibido no da muchas esperanzas.
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