El «sistema» que nos llevó a los máximos niveles de progreso y bienestar a nivel global a finales del siglo XX no nos permite gestionar un siglo XXI en el que aumentan las brechas y se agudizan los retos globales por falta de respuestas válidas. La pandemia del COVID-19 ha agudizado este desajuste. Aunque el virus golpee a todos, no lo hace de la misma manera, ya que partimos de situaciones desiguales, y las brechas van a ampliarse con el fuerte impacto económico derivado de la gestión de la crisis sanitaria. En estas semanas se han acelerado tendencias de las que veníamos hablando, lo que nos enfrenta ante la necesidad de acelerar en la mejora de la gobernanza de este mundo complejo, interdependiente y frágil. La primera lección de esta crisis es la necesidad de revisar nuestro mapa de riesgos como sociedad para repriorizar las políticas públicas en consecuencia, dando más peso a la prevención, algo que se aplica especialmente al cambio climático.
El segundo aprendizaje es que, cuando la necesidad –y, lamentablemente, el miedo– aprieta, reaccionamos y adoptamos medidas con las que éramos cuando menos escépticos: sin la conectividad digital y el uso de herramientas tecnológicas, no habríamos podido aislarnos y seguir conectados –la hibridación es ya real–, y lo cierto es que muchos no pueden.
Pretender proteger un modelo obsoleto y trabajos perfectamente sustituibles –no ya por otras personas en lugares distantes a consecuencia de la globalización, sino por máquinas– es un error. Cuanto antes pasemos de la negación y protección a las siguientes etapas del duelo, más capaces seremos de adaptarnos a la nueva realidad y, en la medida de lo posible, de anticiparnos a ella. Otros ya lo han hecho en el tablero mundial y no con las mismas reglas que rigen nuestra sociedad occidental, así que urge transformar para no hundirnos en la irrelevancia.
Existen dos ejes críticos para gestionar esta nueva realidad. En primer lugar, la capacitación en tecnología, que va más allá de la especialización STEM para abarcar toda una gama de manejo de nuevas herramientas que se incorporan en nuestro día a día. Sin embargo, también hay que poner el foco muy especialmente en aquellas capacidades y habilidades que tradicionalmente hemos calificado de blandas y que cobran hoy una especial relevancia: son las que nos permiten diferenciarnos de la inteligencia artificial. Hoy, las máquinas son ya capaces de sustituir actividades repetitivas, rutinarias y previsibles y no solo las mecánicas que precisan de fuerza bruta, sino también de aquellas de alto valor cognitivo. Para hacer frente a todo eso, necesitamos pensamiento crítico, improvisación, creatividad, pragmatismo y colaboración.
Seguir haciendo lo mismo de la misma manera ya no es una opción, de ahí la importancia de la innovación y de la diversidad como base de dicha reformulación. Nadie mejor que quien se ha sentido discriminado e invisibilizado puede entender la necesidad de dar voz y participación al diferente.
Las mujeres no tenemos capacidades distintas a las de nuestros compañeros por razón de nuestro género. Sin embargo, los modelos educativos y la asignación de determinados roles y patrones a lo largo de los siglos nos han predispuesto para unas aptitudes de adaptación, compasión, generosidad y solidaridad que son, precisamente, las que se requieren en este momento para liderar la transformación hacia un nuevo modelo.
No es tiempo de luchas, sino el momento de apostar por la suma, por la colaboración desde la singularidad y el propósito: juntos debemos construir una sociedad mejor, más justa, más sostenible y, sin duda, más tecnológica… pero también más humana.
Fuente: Ethic
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