La plaza de Manezhnaya, detrás de los muros del Kremlin en el centro de Moscú, se convirtió en los años 90 en el símbolo de la protesta y la caída del régimen de la Unión Soviética. Fue allí donde se concentraron los moscovitas para derrocar a los conspiradores comunistas de línea dura y terminar con el sistema de 70 años en el poder. Cinco años más tarde, el capitalismo rabioso arrasó con el símbolo de la rebeldía para convertirse en otro, el del consumismo. Manezhnaya se convirtió en un enorme centro comercial con varias plantas subterráneas, todo adornado con símbolos de la rica historia rusa. Zares y revolucionarios comunistas mezclados. Nacionalismo y panza llena, la fórmula de Vladimir Putin.
En 2011, la gente volvió a las calles cuando el fraude fue tan grosero que la panza llena ya no podía justificar la farsa electoral. Todas las elecciones rusas habían estado fuertemente amañadas; a la mayoría de la gente simplemente no le importaba. Pero cuando un nuevo enroque entre el primer ministro/presidente títere Dmitry Medvedev y el jefe Vladimir Putin se estaba por producir, los moscovitas volvieron a la plaza, esta vez la de Bolotnaya, del otro lado del río Moskva. Allí emergió Alexei Navalny, el líder opositor que ahora se está congelando en un campo de prisioneros de Siberia. Dos semanas mas tarde eran varios miles más en la avenida Sakharova. La protesta creció hasta que Putin ordenó demolerla a palos.
Se desmoronó el ímpetu de la protesta, pero nunca desapareció. Desde entonces se mantiene subterránea y cada tanto emerge para protestar contra el envenenamiento de opositores o cuando artistas como las Pussy Riot le gritan al nuevo dictador rascando las cuerdas de sus guitarras Fender. Desde la invasión y anexión de la península ucraniana de Crimea, en 2014, todo se convirtió en más brutal. A Navalny lo quisieron matar en un avión dentro de Rusia, lograron sacarlo y salvarlo en Alemania. Se le ocurrió regresar a Moscú y fue directo desde el aeropuerto a la cárcel.
Con la invasión a Ucrania, Putin redobló su apuesta represiva. La policía se encargó de triturar a la oposición en las calles. Nuevas leyes impiden hasta nombrar a la guerra por su nombre. Todos los medios de comunicación independientes desaparecieron, están temporalmente suspendidos (Novaya Gazeta) o se editan en el exterior (Meduza, Mediazone). Pero la realidad no se puede ocultar en los tiempos de las redes sociales. La matanza de Bucha, las violaciones de los soldados rusos, el robo sistemático y el envío al frente de chicos conscriptos sin instrucción reavivaron el espíritu de la plaza de Manezhnaya. La oposición al régimen de Putin volvió a la superficie. Todavía en forma tímida, sin grandes movilizaciones, pero contundente y expandida mas allá de Moscú.
Mientras Putin celebraba el Día de la Victoria del ejército soviético sobre las tropas alemanas nazis hace 77 años, un grupo de periodistas disidentes tomó la página del popular diario pro-Kremlin “Lenta.ru” y la cambió por otra con títulos y notas denunciando la invasión a Ucrania. Se podían leer títulos como: “Vladimir Putin se ha convertido en un dictador patético y paranoico” o “Rusia abandona los cadáveres de sus soldados en Ucrania”. No estuvo al aire más que unos minutos, pero los materiales se pueden encontrar en la versión conservada por Internet Archive. De acuerdo a uno de los artículos, la acción fue realizada por los periodistas Egor Polyakov, jefe de la sección de Economía de Lenta, y Alexandra Miroshnikova, redactora de esa sección, quienes escribieron debajo: “¡Buscamos trabajo, abogados y, muy probablemente, asilo político! ¡No tengan miedo! ¡No se queden callados! ¡Luchen! No están solos, somos muchos. ¡El futuro es nuestro! ¡A la mierda la guerra! Paz para Ucrania”.
También, volvió con fuerza la consigna popularizada en 2014 con la invasión de Crimea que aparece cada vez más con pintadas a ambos lados de la frontera, tanto en los pueblos controlados por los rusos como en las periferias de las ciudades rusas: Putin Khuilo. Escrito en ruso como “Путін хуйло” y pronunciado de la misma manera en ruso y ucraniano, significa algo así como “Putin cabeza de pene” o “Putin imbécil”. La hizo popular, por supuesto, el fútbol. Surgió de un cántico de los fanáticos de los Metalist de Kharkov, la segunda ciudad ucraniana, y terminó siendo una consigna de los pro-europeos de las protestas del Maiden. Hay once versiones diferentes grabadas por grupos de rock de Europa del Este y Rusia. Llegó a las remeras (t-shirt) de artistas de Hollywood y se extendió por todos los estadios donde se comprendiera el sentido. Y hasta tuvo versiones de unos mariachis en Los Angeles. La consigna se había diluido dentro de la cultura popular hasta que hace tres meses se produjo la invasión. El “Putin khuilo” volvió a ponerse de moda y ahora lo tomó como propio la resistencia rusa.
La cultura más formal, también se está organizando a través del ROAR (Russian Oppositional Arts Review), que tiene una página de Internet donde los artistas plásticos van colgando sus obras inspiradas por la invasión a Ucrania y que, de acuerdo al Moscow Times, organizan muestras y performances clandestinas en la capital rusa y otras grandes ciudades del país a la que acuden miles de personas. Varios de estos artistas ya sufrieron la represión del Kremlin. Fueron detenidos e interrogados por agentes de la FSB, la policía secreta. Sobre algunos pesan juicios que los podrían llevar años a los campos de detención de Siberia.
En ese terreno están actuando activistas rusos de derechos humanos que formaron un “ferrocarril subterráneo” que está ayudando a los ucranianos transportados a Rusia a escapar a Occidente, de acuerdo a una investigación del periodista británico Dean Kirby. En la tradición de los disidentes del Gulag y los libros prohibidos del “samizdat” en la antigua Unión Soviética, las organizaciones clandestinas volvieron a actuar.
La investigación realizada por el sitio británico “i” muestra que Rusia está dispersando a los ucranianos a lo largo de una red de campamentos remotos, en antiguos sanatorios soviéticos y otros lugares que se extienden a lo largo de la ruta del ferrocarril transiberiano hasta Vladivostok. Es allí, donde una larga cadena de ciudadanos rusos que se oponen al régimen de Putin están ayudando a los desplazados a regresar a Ucrania u otros países europeos. “Existe una impresionante organización de base a todos los niveles. Hay gente que se ocupa de conseguir papeles, otros compran los billetes de trenes y hay grupos que juntan ropa y juguetes para los niños”, contó una activista que obviamente no puede dar su nombre.
Hay familias que se anotan como voluntarios para recibir a los refugiados que están enviando de Mariupol y otras ciudades ocupadas por las fuerzas rusas y que después los ayudan para que puedan salir de esos lugares. Los que están siendo internados en campamentos perdidos en el bosque siberiano están desesperados. Les quitaron los documentos y no tienen dinero. Quedan varados hasta que “alguien” les acerca un teléfono de “alguien” que los puede ayudar. Y así se va armando la cadena. Los voluntarios no pueden entrar a esos centros, pero los ucranianos pueden salir a buscar trabajo o llamar a sus familias desde centro de atención en ciudades cercanas y de esa manera se organiza el escape.
Incluso, en Telegram se pueden ver algunas de estas acciones clandestinas con mensajes crípticos como el video de un tren saliendo del andén de una estación gris en el oeste de Rusia con alguien diciendo en off que “la misión” estaba cumplida y que “la gente” ya estaba de camino a San Petersburgo. En la antigua capital imperial creada por Pedro el Grande también se extiende una resistencia subterránea que ayuda a sacar a los deportados ucranianos hacia Europa. De allí hay menos de 400 kilómetros a Helsinki, en Finlandia, por carretera o tren y vuelos a Varsovia por 140 dólares.
Fuente: Infobae
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