La retirada temporal de la película Lo que el viento se llevó del catálogo de HBO por “racista” me ha hecho pensar en esa triste afición del ser humano (o de sus individuos más extremistas) de ignorar o intentar borrar la Historia, en lugar de usarla como recordatorio de nuestros aciertos y nuestros errores.
Censurar en los tiempos de internet, además de absurdo, tiene poco que ver con la sociedad abierta en la que todos deberíamos trabajar. Una costumbre, la de censurar, que da la razón a aquellos que quieren seguir tratando a los ciudadanos como menores de edad, como si no estuvieran preparados para entender el contexto histórico de cualquier obra artística. Esconder una parte de lo que ocurrió o de lo que fuimos nos condena a todos a repetir los mismos errores en una espiral infinita de estupidez colectiva.
Lo mismo ocurre con quienes quieren reescribir el pasado a su gusto o manipularlo para sus propios fines. Una cosa es el examen crítico y otras muy distintas son el negacionismo o la interpretación de parte.
En España tenemos ejemplos de sobra de que, por muy buenas que sean las intenciones o por muy noble que sea la causa, casi siempre es el interés político y no el bienestar de los ciudadanos lo que impulsa las “resignificaciones” o las “condenas” de hechos históricos. Somos expertos en juzgar la historia desde las tripas en lugar de hacerlo desde el rigor, lo que nos lleva una y otra vez a la división y al enfrentamiento, un bucle al que no le hacen falta estatuas o películas que lo alimenten.
Por eso, en estos días me ha llamado la atención la altura del discurso del presidente Emmanuel Macron, que ha declarado que Francia “no borrará ninguna huella ni ningún nombre de su historia; no olvidará sus obras ni retirará sus estatuas”.
Ser consecuentes con el pasado y aprender de él es una de las asignaturas pendientes que tenemos como sociedad. Educación y pensamiento crítico se hacen cada vez más indispensables en un mundo que se deja arrastrar con demasiada facilidad por modas que suelen pervertir o deformar causas justas que sí es necesario defender. Gritar, borrar y olvidar es lo último que querrían todas las personas que han luchado por una sociedad más justa.
En esta polémica de las películas “racistas” y las estatuas de “conquistadores sanguinarios” estamos dejando a un lado tanto el sentido común como la historiografía. ¿Qué impide que alguien termine por exigir la eliminación de contenidos sobre Alejandro Magno o Julio César, que quiera censurar obras “machistas” o que pretenda acabar con los libros que han plasmado la desigualdad, el racismo o el antisemitismo? ¿Acaso querría Hattie McDaniel, la oscarizada actriz que interpretó a la criada de Escarlata O’Hara, que desapareciese la esclavitud de la historia del cine?
La lógica -si es que la tiene- de obviar el contexto y mirar el pasado con los ojos del presente es la misma que la del “todo o nada”, el “conmigo o contra mí” que tanto les gusta practicar a algunos. Cuando los campeones de la pureza se montan en su caballo blanco, es mejor echar el pie a tierra y pensar antes de actuar. Porque sabemos que los referentes de esos abanderados tendrán tantas o más acciones reprochables como aquellos que ahora quieren borrar nuestra historia.
A principios del siglo XX, la filósofa y pedagoga italiana María Montessori señaló en su teoría educativa que la primera idea que un niño debe adquirir es diferenciar entre el bien y el mal. Queda claro que borrar o censurar el pasado, en lugar de ponerlo en contexto, nunca eliminará lo que ocurrió, pero sí nos impedirá sacar conclusiones y educar a las sucesivas generaciones para que no vuelva a ocurrir. Es más, ¿querríamos que nuestros nietos nos juzguen tal y como estamos haciendo nosotros con nuestros abuelos?
Fuente: Revista de Prensa
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