El historiador Yuval Noah Harari es uno de los autores más célebres de nuestra época, especialmente reconocido entre los ejecutivos de Silicon Valley por articular una visión de la humanidad en la que la tecnología juega el papel predominante, capaz quizá de crear una nueva especie humana.
En una reciente entrevista con la BBC, Harari habló de la covid-19 y de un aspecto inquietante que puede estarse gestando ya: una nueva era de vigilancia, basada en tecnología hipodérmica o subcutánea (under the skin) capaz de monitorear señales biométricas.
Harari dijo que el nuevo coronavirus trae a la mesa de discusión, obviamente, el uso de tecnología de vigilancia, por ejemplo, para saber si una persona tiene fiebre. El historiador israelí aseveró: "no estoy en contra de la vigilancia, debemos usarla, pero responsablemente, para que no perdamos nuestras libertades". Harari afirmó que por primera vez en la historia los Estados pueden vigilar ya no solamente lo que las personas hacen sino también lo que sienten o piensan, a través de tecnología que monitoree señales biométricas como la presión sanguínea y el ritmo cardíaco. Se parte de la premisa de que los estados emocionales y anímicos son meros fenómenos biológicos que se correlacionan con señales biométricas. Así pues, con este tipo de tecnología, se podría saber si una persona está enojada o ansiosa, por ejemplo, leyendo esta nota o viendo el video de Harari.
Por supuesto, esto es un arma de doble filo, pues podría crear un nivel de totalitarismo nunca antes visto. Ya vimos lo que la vigilancia por encima de la piel puede hacer, por ejemplo, en el caso de Facebook y las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, donde la información fue usada para promover ciertas conductas, pero esto tiene una escala mucho mayor.
Harari señaló que la covid-19 podría pasar a la historia, más que por la importancia de la epidemia, como el parteaguas en el cual se empezó a implementar este tipo de vigilancia: "Creo que el desarrollo más importante del siglo XXI es la habilidad de hackear a los seres humanos, ir debajo de la piel, recolectar datos biométricos, analizarlos y entender a las personas mejor de lo que se entienden a sí mismas".
Cuando el periodista de la BBC lo cuestionó sobre si esta tecnología no significará ceder la privacidad de nuestros sentimientos y libertades, Harari señaló que él no cree que esto tenga que ser así, pues la tecnología puede usarse para monitorear nuestra salud y mantenerse al margen de la policía o de empresas privadas que busquen obtener beneficios de la información. Y dijo que no cree en el determinismo tecnológico, es decir, la tecnología puede usarse para bien o para mal y no tiene un efecto inherente.
Quedan dudas, sin embargo, ante lo planteado por Harari. Pues aunque obviamente el uso de tecnología biométrica subcutánea puede tener efectos sumamente positivos en una crisis como esta, hemos aprendido también que las crisis son utilizadas para incrementar el poder de los Estados y de las grandes corporaciones, en detrimento generalmente de los individuos y del ecosistema. Naomi Klein ha llamado a esto "la doctrina del shock". En un artículo reciente, Klein sugiere que ya estamos viendo las señales de que la pandemia está beneficiando a compañías como Google o Amazon, que están incrementando su poder. En Nueva York, por ejemplo, el gobierno ha anunciado un plan, encabezado por Erik Schmidt, el ex CEO de Google (empresa de la cual tiene miles de millones de dólares en acciones todavía), para echar a andar la ciudad incorporando la tecnología en todos los aspectos de la vida cívica. Y una sociedad similar con la fundación de Bill Gates fue anunciada también.
El problema de utilizar tecnología subcutánea es que, si realmente es tan poderosa y es el mayor invento en lo que va del siglo XXI, resulta un tanto ingenuo pensar que esta tecnología se mantendrá libre de las ambiciones de las grandes empresas del llamado "Big Tech". En otras palabras, que la información que recolecte esta tecnología no será analizada y usada también para crear nuevos productos y manipular la conducta del ser humano. Aunque Harari de manera correcta advierte sobre sus riesgos, al defender su uso y postular una solución tecnológica a todos nuestros problemas le susurra al oído a estas compañías y a los organismos gubernamentales, incluso ofreciéndoles ya una estrategia de comunicación. Algo similar ocurre con su idea de que la tecnología puede convertir a ciertos humanos en dioses, mientras advierte que eso puede ser terrible para otros: esto es música para los oídos de los ejecutivos de Silicon Valley. Sus palabras pueden leerse como guiños y coqueteos transhumanistas, una forma de pensamiento que reduce la esencia del ser humano a mera información: todo es cuantificable.
Contrario a esta postura, el filósofo Markus Gabriel ha dicho:
¿Cuándo entenderemos por fin que, comparado con nuestra superstición de que los problemas contemporáneos se pueden resolver con la ciencia y la tecnología, el peligrosísimo coronavirus es inofensivo?
Gabriel enfatiza, como muchos antes que él, que el desarrollo tecnológico debe ir de la mano de un crecimiento moral similar. La total asimetría entre nuestro desarrollo moral, entre nuestra conciencia individual y colectiva y el poder de nuestra tecnología, es seguramente la desastrosa fatalidad que nuestra época enfrenta.
Fuente: Pijamasurf
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