La lucha política en torno a los ejes derecha-izquierda, ricos-pobres, progreso-involución no solo no se ha agotado, sino que, aunque vaciada de sentido real, se va a agudizar. Como la incorporación de la ciencia de datos y la inteligencia artificial (IA), la revolución digital, a los procesos políticos es imparable, la cuestión estriba en acertar con el diagnóstico para la supervivencia y fortalecimiento de la democracia. Durante doscientos cuarenta años, la tensión entre el poder y la libertad se ha resuelto con instancias intermedias (opinión pública libre y racional, representación, medios y partidos). La ciencia de datos («los datos son el petróleo del siglo XXI», López-Zafra y Queralt) y la IA en un mundo contingente ofrecen la posibilidad de transformar como nunca lo imprevisto en 'calculabilidad' (Schumpeter). Con lo que la cuestión política central ha cambiado. Estamos transitando una verdadera revolución silenciosa social y política. Llega en un momento muy complejo desde la perspectiva socioeconómica en Occidente e impacta en la pauperización de las clases medias –nuestro gran problema–. Ello puede conducir a una implosión de nuestras sociedades; pues las nuevas tecnologías amplifican y alimentan el descontento y la desafección. Acaso el declive de la libertad en el mundo occidental encuentra su explicación en que los modelos democráticos clásicos no se adaptan a las corrientes dominantes de la sociedad, que han cambiado de forma tan radical como líquida (Bauman) en solo diez años. La salud de la democracia es débil (Applebaum, Mounk) y necesita explicarse en clave de los nuevos tiempos para poder fortalecerse.
Necesita viralizarse desde su significación de la organización política que establece la libertad y la igualdad de los ciudadanos, protegidos por el Derecho, para que se cumpla el deseo de un gobierno de las leyes frente al siempre caprichoso gobierno de los hombres (Juan de Salisbury). Eso evitará su desaparición, pavorosamente cercana ante la práctica que los partidos y otros agentes políticos han asumido en su acceso y permanencia en el poder. Los Estados con democracias más firmes están alterados por la inestabilidad creciente (Estados Unidos, Francia, Reino Unido) y se advierte una fragilidad generalizada de los sistemas de partidos (España, Italia, Alemania). En pocos países, los partidos tradicionales han superado el cambio de paradigma social. Se han debilitado, desaparecido o mutado en meras entidades de agitación política. La transformación del espacio público impuesta por la digitalización de los medios ha impactado radicalmente en la política (Byung-Chul Han). Esta digitalización y sus mecanismos abiertos y continuos en el modo de detección (visitas, 'likes', 'cookies') disuelven el discurso y la deliberación propios de la acción comunicativa de la democracia (Arendt, Habermas).
El espacio público de los medios tradicionales degenera en un campo de batalla en el que la verdad se sustituye por la desinformación. El nihilismo de la industria de los datos contribuye a esta crisis de la democracia, ya que puede prescindir de la razón e imponer un conductismo sin discurso y sin los tiempos que, hasta ahora, se entendía que requería el intercambio político fructífero. La deliberación, el debate y la verdad devienen irrelevantes. La mercadotecnia, los datos y las realidades inventadas a través de algoritmos de incidencia en la opinión pública ('bots') los reemplaza. Se controla disciplinariamente, vigila (Foucault) al público, por los dispositivos electrónicos en forma de falsa libertad, y la visibilidad se establece por la creación de redes. Cuantos más datos generemos, más eficaz es la vigilancia.
Esta combinación revolucionaria aumenta sin cesar la distancia entre gobernantes y gobernados. Los valores de la sociedad constitucional encontraban su correspondencia en las instituciones de la democracia constitucional. Pero la sociedad algoritmo parece demandar una democracia algoritmo, en vías de desarrollo exponencial, pese a los riesgos que puede acarrear para la propia democracia, desde su poliédrica y creciente complejidad horizontal y vertical. Y junto a la complejidad, la irracionalidad. La razón es condición de civilización. Pero ha perdido valor y posición en la vida pública. Su ausencia afecta directamente al diálogo y a la capacidad de lograr acuerdos, lo que genera de forma inevitable una lesión en la tolerancia, en el respeto al adversario, que llega a convertirse en enemigo (Schmitt). La mentalidad dialógica requiere el respeto del otro como necesidad lógica. Todo ha cambiado en Occidente. Las corrientes relativistas y la transformación de la comunicación social han debilitado la posición de la razón y la tolerancia, y la polarización se ha extendido como estilo de hacer política. El mensaje público asentado sobre la irracionalidad y la intolerancia se muestra poderoso y con capacidad para contagiar a todos los actores.
La velocidad y la intensidad con que la IA transforma la realidad dificulta la respuesta a tiempo del poder público. Las instituciones democráticas vigentes responden a sociedades relativamente estables en sus principios fundamentales, pero la realidad social demanda un dinamismo y una adaptación extraordinarios. Nunca el poder ha estado tan urgido y necesitado de generar complicidades e inteligencia social (Innerarity). Si la IA, junto con la ciencia de datos, se convierte en el nuevo parangón de legitimación política, superando la legitimación democrática (Weber) por una legitimación algorítmica, lo de menos será que muchas categorías políticas cambiarán su significado. Lo importante es lo que se sigue de ello. Presento algunos ejemplos. Si la democracia consiste en la libre decisión o autodeterminación bajo una Constitución, norma suprema del ordenamiento jurídico, ¿hasta qué punto es posible la democracia en las sociedades del bien general asegurado que comporta presumible y objetivamente la IA por encima de los deseos individuales?
Fuente: ABC
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