Hasta hace apenas unas semanas, el foco de la atención acerca de la comunicación política en la campaña presidencial de 2024 en Estados Unidos era la preocupación en el posible incremento de la llamada “información falsa profunda” (deepfakes, en inglés) creada con asistencia de la inteligencia artificial.
Sin embargo, desde el primer debate entre Joe Biden y Donald Trump hasta hace apenas unas horas el foco viró hacia la preocupación sobre lo que podríamos llamar una información verdadera profunda (la falta de energía vital de Biden) puesta en evidencia mediante la televisión.
La televisión, ícono analógico del siglo veinte, le robó el centro de la escena a la inteligencia artificial, ícono digital del siglo veintiuno.
Como escribí para este medio el día posterior a aquel debate, “el pasado siempre encuentra maneras de habitar el presente”.
Una semana después de aquella columna, y luego de la entrevista de George Stephanopoulos a Joe Biden que emitió la cadena de noticias ABC News, escribí otro análisis para Infobae argumentando que, así como los Demócratas habían sobreestimado el poder de los medios en 2016, en 2024 lo estaban subestimando.
En esta segunda columna también sostuve que “los errores de estimación en cómo influyen en las campañas políticas cada una de las distintas herramientas comunicacionales como los medios y las redes pueden tener consecuencias electorales decisivas”.
La renuncia de Biden a su candidatura a la reelección muestra los altísimos costos de errores de este tipo.
Por ende, vale la pena reflexionar qué lecciones de índole general acerca de la comunicación política contemporánea nos deja la renuncia de Biden.
Dos tendencias recurrentes en los análisis sobre comunicación política son claves para esta reflexión: el excesivo foco en la innovación tecnológica y la centralidad de explicaciones deterministas acerca del efecto del cambio tecnológico en las audiencias.
En primer lugar, la velocidad y profundidad del desarrollo tecnológico en las últimas décadas ha llevado frecuentemente a analistas y académicos a dedicar demasiada atención a la última innovación, y suponer que lo nuevo vuelve automáticamente irrelevante aquello que lo antecede.
Pero esta tendencia analítica ignora que la historia de medios está marcada por la lógica de los desplazamientos en lugar de la de los reemplazos. La radio no reemplazó al papel, la televisión no lo hizo con la radio, e internet no lo ha hecho con ninguno de estos tres. Los roles de la gráfica, la radio y la televisión han cambiado, pero no han dejado de existir.
Por lo tanto, la comunicación política debe entender a los medios como un ecosistema en el que cada especie mediática tiene un rol particular, con sus fortalezas y debilidades específicas que van mutando a lo largo del tiempo en relación con el cambio tecnológico. Subestimar la fortaleza de la televisión le ha costado a Joe Biden su candidatura.
En segundo lugar, el foco en la innovación suele estar asociado con explicaciones deterministas que asumen tecnologías poderosas y audiencias a su merced. Por ejemplo, la obsesión con el poderío de la innovación tecnológica nos lleva últimamente a pensar que la inteligencia reside exclusivamente en los nuevos algoritmos de procesamiento de datos.
Sin embargo, el electorado también es inteligente y por ende no es fácilmente manipulable. Cuando 51 millones de personas vieron lo que vieron, decirles que fue producto de una mala noche, de la falta de sueño, y del cansancio acumulado, es subestimar sus capacidades críticas.
Frente a informes periodísticos publicados luego del debate señalando que lo que sucedió en el mismo no fue un episodio aislado, insistir en la estrategia de minimizarlo no hizo más que aumentar la desconfianza y la irritación del electorado en su conjunto. Esto contribuyó a que muchos miembros del Partido Demócrata solicitaran a Joe Biden que dé un paso al costado.
En síntesis, la renuncia de Joe Biden a la reelección nos enseña que la comunicación política debe adoptar una visión holística del ecosistema de medios (y prestar menos atención a la última innovación) y no desestimar la inteligencia de las audiencias (en lugar de obsesionarse con las posibilidades de la inteligencia artificial).
En el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx escribió que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa.”
Fuente: Infobae
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