La intención de este nuevo y último ensayo de comentario (de un total de cuatro), sobre el deslumbrante universo de los papelistas y rescatadores bolivianos, es oportuna para resaltar la labor de Arturo Costa de la Torre (1903-1984). Ya que, en su tarea de colectar papeles, cartas, gacetas, folletos, fotos, revistas, documentos, libros y manuscritos literarios bolivianos fantásticos y disipados, se puede analizar la relación entre lenguaje y silencio. Así, diré que mi idea de lectura es que todo rescatador es la imagen de un restaurador de una tradición olvidada. Pues, el encuentro de estos actores con textos raros y dispersos, es una experiencia de lectura de ese silencio.
En materia de libros (como objetos literarios), la ausencia de algunos por edición agotada o desconocimiento, se considera libro clave. Esto provoca una oscilación dentro de un determinado corpus. Es un período anárquico que se instaura en los bordes de este espacio y el reparador de ese caos es el rescatador. Entonces, localizar uno de estos libros, o cosa parecida, significa para éste, leer el testimonio de un diálogo dinámico entre su autor y su tiempo. Esta información de una determinada época, hace que a estas reliquias se les conceda un valor especial. De esto, se deduce que el papelista, con sus exploraciones y descubrimientos, poco a poco, se perfile como un reconstructor especializado de temas específicos.
Costa de la Torre es un riguroso restaurador de nuestra cultura. Es un importante precursor en este arte moreniano. Por lo cual, en su El libro en la cultura boliviana de medio siglo. 1900-1950 (1972), en relación al libro y el escritor desdeñado asevera que “nos ceñimos estrictamente a dar noticias de aquellos que en su contenido tratan expresamente del movimiento de libros y autores que se han perdido en el anonimato del tiempo y que son actualizados en el correr de estas notas ya que muchos no han sido mencionados posteriormente a través de crónicas y comentarios literarios que han proliferado abundantemente. Es pues, por eso, que abarcamos este tema para revivirlos y colocarlos en los cuadros de la cultura nacional, rindiéndoles la admiración y recuerdo que merecen”.
Añade, como muestra, que un libro de valiosa producción bibliográfica y pocamente hallado en estantes de librerías o repisas de sitios de libros usados es Los más mejores versos de los más peores poetas de Bolivia, poemario publicado en 1926 por Guillermo Viscarra (1900-1980), Humberto Palza Soliz (1900-1975), Enrique Baldivieso (1902-1957), Humberto Viscarra Monje (1898-1971), Víctor Ruíz (1900-1969) y Raúl Otero Reich (1906-1976). Subraya que la producción anónima de opúsculos y folletos en esta época sobrepasa “decenas de millares” y muchos son difíciles de conseguir uno o más ejemplares. El papelista paceño corre el velo mencionando algunos títulos para conocimiento de futuros investigadores. Así, transcribo los nombres de Literatura y Arte (La Paz, 1900); Nimbos y Aureolas (La Paz, 1904); Ideas y Hechos (Santa Cruz, 1905); Bohemia ilustrada (Cochabamba, 1905), como ejemplo.
Ahora, cuando un rescatador se topa con un texto asombroso tiene el privilegio de tener un encuentro directo y ferviente con el destino. Eso se llama felicidad. Es un estado personal íntimo donde se forja un tipo de lectura, es la lectura de un silencio. Con este afán, el restaurador ha re-conquistado algo de la realidad olvidada. Estos libros conllevan un nuevo decir (lenguaje) y este cúmulo de palabras corresponde leerlos para re-construir cierta tradición literaria. Este reordenamiento le provoca un estado de controversia. Tal que, sabe que adquirir estos tipos de textos infrecuentes exige, pero no obligatoriamente, la necesidad de exponerlo a la esfera pública para provocar cierta forma de ruido, pues el libro desenterrado del silencio recobra la vida.
El talento del papelista es estar atento para rastrear y encontrar textos antiguos en lugares alejados. Estos tienen que ser relevantes para cierta temática, por tal motivo, en “Proclamas y pasquines de la rebelión de 1781” del libro Episodios históricos de la rebelión indígena de 1781 (1974), Costa de la Torre revela que encontró en el Legajo N° 16, Expediente N° 26 del Archivo General de la Nación Argentina, dos pasquines emitidos en la ciudad de La Paz. Este no es un simple dato, sino nos introduce, con más profundidad, a ver los misterios que conlleva escudriñar manuscritos increíbles y curiosidades antiguas en lugares imprevistos. Conque, los dos textos literarios resultan ser relevantes y fructíferos para re-leer el hecho histórico del célebre caudillo Julián Tupac Katari.
Finalmente, como bien decía el escritor Carlos Medinaceli (1898-1949) “No hay más que atenerse a la memoria, a menudo infiel o veleidosa”. Y mi ligera memoria me permitió retratar la labor obsesiva de cuatro papelistas y rescatadores bolivianos, de entre tantos otros que inciden en esta ingrata faena literaria. Son personajes que les atrapa su espíritu viajero para andar rescatando preseas, no por vanagloriarse sino, por gusto a redelinear y dar testimonio de nuestra exquisita y fulgurante cultura. En fin, son colectores de vestigios literarios y, en esta circunstancia, instauran lectura en el amplio silencio del olvido.
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