La creciente atención hacia la desinformación ha sido impulsada por gobiernos y organizaciones de Europa y Estados Unidos a partir de controversias como las relacionadas con las vacunas contra el covid-19, la guerra ruso-ucraniana, el uso de TikTok. Más recientemente, el conflicto entre Israel y Hamas.
Por ello, en los últimos años, la desinformación se ha convertido en un tema clave para la financiación de eventos internacionales, conferencias, investigaciones, informes y tesis. El foco se ha centrado en estudiar a los emisores de estas campañas. Principalmente los gobiernos de China, Irán y Rusia, y su papel en los intentos de consolidar los propios regímenes y expandir su influencia a nivel global.
Sin embargo, esto ha relegado a un segundo plano otras agendas igualmente importantes. Especialmente en América Latina, que requieren volver a recibir mayor atención, en particular por parte de la comunidad internacional.
Qué no es y qué es la desinformación
A diferencia de épocas anteriores, cuando la información era un bien escaso, hoy en día inunda cada aspecto de la vida de las personas. Por ello, la desinformación no se relaciona únicamente con la verdad o mentira, ámbitos en los que religiosos y filósofos se desenvuelven con soltura, pero donde la libertad y el pluralismo no siempre encuentran un terreno cómodo.
Tampoco es un fenómeno unidireccional, en el que se busca simplemente engañar a otras para obtener un fin determinado. Esta visión tiende a sobrestimar la capacidad del manipulador, sus herramientas, y al destinatario final como a su entorno.
Las formas en que las sociedades procesan la información que reciben están influenciadas por múltiples factores. No son fáciles de desentrañar, ni siquiera para quienes forman parte de ellas. Esto se complica aún más cuando dichos contenidos provienen de contextos culturales o políticos diferentes.
Además, la desinformación ya forma parte del repertorio de los gobiernos autoritarios y sus voceros. La emplean para relativizar acusaciones de violaciones a los derechos humanos, corrupción, fraudes electorales, encarcelamientos, exilios y asesinatos de disidentes.
En América Latina
La desinformación en las sociedades latinoamericanas está influenciada por diversos factores. Gran parte de ellos son elementos estables que operan como un sentido común establecido, incluso, desde antes de la Guerra Fría. En este sentido, muchos de los estudios sobre la desinformación suelen ser algo superficiales, como si el simple hecho de manipular o falsear un relato pudiera lograrse solo con la voluntad y la tecnología de quien lo promueve.
Rusos, chinos e iraníes enfrentan en América Latina importantes barreras al intentar difundir con éxito sus mensajes. En términos culturales, políticos, alfabéticos y religiosos, existe un abismo que los separa de la región. Los medios oficiales de estos países, por sí mismos, tienen una audiencia limitada. Sus redes no logran viralizar contenidos políticos con facilidad y no son una fuente habitual de consulta para las élites políticas o sociales afines.
Al estudiar la desinformación en América Latina, es más relevante centrarse en el proceso de interacción con los actores locales que en el propio emisor externo. Estos grupos nacionales, como universidades, medios de comunicación, grupos académicos y movimientos sociales y políticos, reformulan la imagen de China, Rusia e Irán. Generan una versión edulcorada y adaptada a las discusiones y tradiciones locales, listas para ser consumidas sin interferencias ni disonancias.
A su vez, estos Estados invierten recursos en la logística necesaria para garantizar su influencia. Incluye la contratación de periodistas, académicos y técnicos locales. Esto contribuye a construir relaciones de interés y compromiso mutuo con sectores influyentes en los países donde buscan intervenir.
Agentes locales
Es imposible no destacar, a nivel latinoamericano, el papel de Venezuela y Cuba. Son motores de casi cualquier intoxicación informativa que atraviese la región para sostener la expansión de regímenes iliberales. Además de sus propias iniciativas, ambos países se han consolidado como expertos en la traducción de relatos autoritarios rusos e iraníes adaptados al progresismo y las izquierdas latinoamericanas. Los relatos históricos que estos países construyeron sobre sí mismos durante los últimos 70 años, sobre Rusia y China, ayuda a que esto suceda.
Durante la pandemia de covid-19, esto se observó en torno a la vacuna Sputnik, cuya legitimidad estaba más sostenida en la tradición científica de la era soviética que en el prestigio actual de su producción. De manera similar, los relatos que realzaban las políticas represivas chinas argumentaban que estaban basadas en un sentido comunitario ligado a sus tradiciones orientales. Según estos discursos, no existía en las sociedades individualistas y liberales.
Esta versión de Rusia y China (y en menor medida de Irán) también sirve a los actores locales para presentar modelos alternativos a las democracias occidentales. Sustentan sus propios proyectos y discursos. El Foro de São Paulo y CLACSO son ejemplos de este fenómeno. También, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en Argentina, que ejerce una gran influencia en organismos internacionales. En el plano político partidario, el papel del Partido de los Trabajadores brasileño ha sido clave y requiere de un mayor estudio.
Carácter relacional
La desinformación es un campo de disputa clave en América Latina, ya que involucra los significados simbólicos y discursivos que enmarcan las principales batallas políticas. Es fundamental resaltar el carácter relacional del concepto, para evitar la simplificación y terminar analizando miles de publicaciones en TikTok con la expectativa de encontrar ahí respuestas sobre las estrategias chinas.
Cuando se habla de desinformación, los gobiernos occidentales, las organizaciones internacionales y las ONG trasnacionales que apoyan activismos o proyectos basados en valores democráticos deben revisar sus políticas en ese sentido. Si continúan ignorando el componente local de los proyectos autoritarios, tarde o temprano podrían descubrir que están financiando tanto a quienes luchan contra la desinformación como a quienes la promueven.
Imagen: El Mundo
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