Almudena Martín Castro es licenciada en física y bellas artes. Se mueve con soltura entre disciplinas como quien salta entre las líneas de un pentagrama. Después de todo, el hilo conductor de las ciencias y las artes (incluida la música) casi siempre es el de las matemáticas. Y leer una partitura, un acto de cálculo. Ella la hizo sonar en La lira desafinada de Pitágoras (Harper Collins, 2022) y le puso tempo en un estudio en Plos One, donde resolvió junto a Iñaki Úcar el misterio del espídico metrónomo de Beethoven.
De la armonía actual (definida por Pitágoras) a la cadencia de reguetón, “la música durante siglos fue una rama de las matemáticas”, comenta, recalcando su paradoja: la consideramos emocional, creativa y caótica, pero tiene profundas raíces en la lógica y la proporción matemática. De hecho, “hay pocos físicos que no amasen la música. Quizás Newton, que no era una persona especialmente amigable, por otro lado”.
En este capítulo del pódcast Tampoco es el fin del mundo hablamos de la matemática de la música y de si reside ahí la fórmula de lo estético. ”La belleza es una propiedad percibida que nos ayuda a conceptualizar fenómenos complejos. Si algo es más fácil de entender, lo percibimos como bello”, explica. Un ejemplo claro es la famosa ecuación de Einstein, E=mc2, cuya aparente simplicidad la convierte, según Almudena, en una especie de ”obra de arte. Si cabe en una camiseta, es una ecuación bonita”, bromea. ¿Para igual con la música?
La música es más sencilla (y percepetivamente triste) desde hace tres décadas
Este 2024, un estudio publicado en Scientific Reports vino a probar que las letras de las canciones son más simples, negativas y repetitivas desde los años setenta. Algo parecido descubrió otro equipo de la Universidad de Arizona en 2021, como plasmó en Plos One. Pero esto no es necesariamente negativo. “Los grandes hits se están volviendo más parecidos entre sí”, los algoritmos tienen que ver últimamente, reconoce. Sin embargo, nunca ha habido tanta variedad musical y matices sonoros gracias a la tecnología: “Hoy puedes escuchar desde esos grandes hits hasta la banda indie de tu primo“.
El territorio para la exploración sonora nunca fue tan amplio. Desde que Pitágoras identificara la relación entre las proporciones matemáticas y los sonidos musicales, ha habido una obsesión por que los número enteros (los “números bonitos”) acompañasen a la armonía. ”Los arquitectos del Renacimiento (siguiendo las enseñanzas de Vitruvio, que decía que para hacer edificios bonitos había que fijarse en los músicos) utilizaban proporciones sencillas, las mismas que los músicos empleaban para construir la armonía en sus composiciones”.
Hasta Newton decidió que la luz blanca se podía descomponer en los siete colores del arco iris (el añil es casi un invento ad hoc) porque siete son las notas de la octava en una escala musical diatónica (Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si). Y todas las notas o frecuencias discretas contenidas en la octava se denomianan hoy escala de color. Para Newton, los colores sonaban. Después de todo, como matemático, también estudió armonía.
Las matemáticas siguen más presentes que nunca en la música. Ahora, en forma de algoritmos, como el que permite comprimir canciones en mp3. En este capítulo, te contamos la historia de cómo este formato revolucionó la industria musical pero, colateralmente, hizo que la música nos sonase más triste, según indicios encontrados en un controvertido estudio.
Imagen: Cordoba Buenas Noticias
Fuente: Newtral
No hay comentarios.:
Publicar un comentario