Los proyectores al uso, la pizarra de tiza, las diapositivas, los clásicos pupitres e incluso el libro de texto pronto serán vestigios del pasado educativo, del mismo modo que ahora recordamos como reliquias aquellas plantillas de los mapas de España, los desplegables con los que se aprendía anatomía o los cartabones y los transportadores de ángulos. En su lugar, reinará la tecnología.
La presencia de las nuevas tecnologías en la educación va mucho más allá de los simples ordenadores en clase. «Se trata de una concepción global del propio centro educativo», explica Paloma Sanz, directora de innovación del colegio Ramón y Cajal, en Madrid, y directora de Aula Futuro, que apunta que ayudarán desde a recomendar lecturas hasta diseñar itinerarios de asignaturas. Conceptos como realidad aumentada, big data, aula invertida (que concilia la enseñanza virtual y presencial), aplicaciones digitales, pantallas táctiles o recursos en la nube, entre otros ejemplos, están transformado ya el paradigma del sistema educativo hasta un punto que, a corto plazo, resultará irreconocible. A ellos se suma de forma destacada la realidad virtual, que más que un recurso añadido será uno imprescindible. Ya lo es en muchos centros.
Hasta hace poco, en las aulas, los alumnos eran vasijas que recogían las explicaciones y el conocimiento del profesor, activando su imaginación para contextualizar sus enseñanzas. Ahora, la transformación digital lo amplifica: en una clase sobre el Coliseo romano, unas gafas virtuales permiten estar dentro del edificio e incluso ver cómo era antes de que las inclemencias del tiempo socavasen su majestuosidad. Los alumnos giran la cabeza y siguen perfectamente el perímetro de la construcción. Bajan al foso, se sientan en las gradas y hasta contemplan qué ocurría cuando se construyó.
«La realidad virtual permite un aprendizaje completamente inmersivo; el alumno no solo escucha, sino que ve, es testigo del conjunto de conexiones entre ideas, gentes, lugares o cosas descritas en las explicaciones», explica Óscar Costa, director del Máster Universitario de TIC para la Educación y el Aprendizaje Digital en la Universidad Antonio de Nebrija de Madrid, y lo describe como «un proceso paidocentrista, enfocado en el alumno, que deja de ser un mero receptor para convertirse un prosumidor en toda regla».
Este profesor del colegio público madrileño Trabenco se convirtió, en 2014, en uno de los pioneros del uso de la realidad virtual en las aulas, fabricando para sus alumnos unas gafas virtuales con cartón y un dispositivo móvil por apenas tres euros. «Con la realidad virtual, se motiva a los chavales muchísimo más que con los métodos tradicionales», asegura.
«Motivación» es una palabra que emplean una y otra vez quienes trabajan con la realidad virtual en clase. Una de las conclusiones del III Estudio sobre el uso de la Tecnología en el Aula, elaborado por BlinkLearning en colaboración con la Universidad Rey Juan Carlos, indica que el 83% de los docentes asegura que el uso de la realidad virtual la estimula y aumenta. «No es lo mismo ver una fotografía de una célula en un libro, como hacíamos los de mi generación, que explorar la célula en 3D, con sus movimientos y sus conexiones. Es mucho más enriquecedor para su proceso de aprendizaje», apunta Sanz.
Aun así, también hay voces reticentes, como la de la experta en educación Catherine L’Ecuyer. «Las nuevas tecnologías atrapan la atención del alumno en el corto plazo. El problema es que la fascinación que despiertan no es igual que el asombro o la atención sostenida que se requiere en el aprendizaje», advierte. L’Ecuyer considera que se confunde fascinación con atención sostenida, «una actitud activa» que implica «estar a la expectativa de la realidad».
Pero, como apunta Jorge Calvo, profesor, formador edtech e ICT Head del Colegio Europeo de Madrid Cognita Schools, la tecnología no es algo que se pueda, a estas alturas, elegir. La transformación digital y la realidad virtual en las aulas son irreversibles. «Se están convirtiendo en una competencia que el alumno necesitará cuando concluya su etapa de formación, da igual a lo que se dedique», señala. Algo que corrobora Sanz: «No se trata de realidad virtual sí o no. Es sí, no queda otra». «Los alumnos, cuando salgan de los centros educativos, se incorporarán a un mundo digitalizado», añade.
Clases que «parecen un sueño»
Los alumnos no tienen duda de las bondades de estas herramientas. Manuel Bravo, alumno del colegio Torrequebrada de Benalmádena, pionero en el uso del metaverso, a sus 15 años ha acariciado delfines y ballenas. «Fue una clase alucinante, una de esas cosas que parecen un sueño», afirma. «El profesor nos explicaba todo y tú lo ibas viendo y tocando. Esto es un besugo, una sardina, esto son medusas, estos son arrecifes de algas… Es imposible que se te olvide, mucho mejor que estudiarlo en los libros», asegura. Por su parte, Sandra Caballero estudia Bellas Artes en la Universidad Camilo José Cela y utiliza esta tecnología «no solo para saber cómo pudieron ser algunas obras de arte, sino para disfrutar de lo que se ha perdido; de este modo te haces una idea mucho más ajustada del valor real de ciertas obras y las comprendes mejor».
También la emplean los alumnos del colegio El Pinar, en Alhaurín de la Torre, centro que empezó a innovar ya en 2004. «La realidad virtual es un cambio de paradigma que permite al alumno investigar y construir su propio conocimiento», explica el director de este centro, Emilio Fuentes. «El profesor les da unas premisas, llamadas sites, y ellos las trabajan. Esto, unido al aprendizaje basado en proyectos, cambia la filosofía de la enseñanza», suma. Las asignaturas se aprenden vía retos y la realidad virtual ayuda a «comprender mejor los contenidos».
¿La deshumanización tecnológica?
Todo cambio implica una resistencia. Los expertos lo confirman, pero, a su juicio, las suspicacias ante la realidad virtual en las aulas todavía existen. «En gran parte proviene de los padres, que no terminan de entender que un visor de realidad virtual pueda ser un complemento en el proceso educativo de sus hijos; la Administración la apoya, pero no da las ayudas necesarias para hacer esta transformación digital, y algunos compañeros siguen anclados al pasado», puntualiza Costa.
Pero una mayor realidad virtual no tiene que implicar un menor peso de lo humano. «Al contrario, el profesor es más necesario ahora que nunca, solo que su papel ha evolucionado, ha dejado de ser el facilitador de contenidos para convertirse en un mentor que ayuda a su alumno a desarrollarse como persona, cognitiva, emocional y físicamente. La parte humana no solo es importante, sino imprescindible», aclara Sanz.
Además, esta herramienta permite aprender en entornos interactivos casi reales, donde se cometen errores sin sufrir sus consecuencias, y conseguir así un aprendizaje más eficaz. Basta pensar en la experiencia emprendida por Samsung, en colaboración con el Ministerio de Educación, para trabajar el acoso escolar con visores de realidad virtual que permitía a los alumnos vivir una situación de acoso desde el epicentro, ser conscientes desde el primer momento y poder dar la voz de alarma antes de que fuera demasiado tarde.
No obstante, a los prejuicios inherentes al ser humano también hay que sumar el coste económico. Equipar un centro educativo no es barato. «Requiere una inversión importante, gestionar el big data, aplicar la IA, el tipo de pantallas táctiles para los profesores, si cada alumno tiene o no un iPad, las redes wifi… Hay que ir poco a poco», cuenta Sanz. Más explícito es Fuentes: «Si eliminamos la parte de ordenadores portátiles, que recae en las familias, estaríamos hablando de más de sesenta mil euros», apunta, subiendo la cuenta si se suma «el big data y la inteligencia artificial».
Un activo para la España vacía
La realidad virtual no solo ayuda a adquirir los conocimientos de una manera dinámica, o a concienciar sobre determinadas realidades en las que debemos intervenir, sino que salva barreras físicas y espacios vacíos. Según el Plan España 2050, presentado por el Gobierno en 2021, en los próximos treinta años la pérdida de hasta 880.000 alumnos eliminará 33.000 aulas. La España vacía se llevará la peor parte.
Para Costa, esta solución mejora la calidad de vida de los alumnos que viven en las zonas despobladas. «Hoy no podríamos entender los centros rurales, con tan pocos alumnos, sin la realidad virtual y los diferentes entornos que genera en el ciberespacio, que permiten que los chavales no solo interactúen con otros que están a cientos o miles de kilómetros, sino que les da la oportunidad de aprender con gente de su misma edad; algo que, si tuvieran clase a la antigua usanza, sería imposible», asevera.
También recuerda que su uso beneficia a alumnos con necesidades específicas, como quienes presentan trastornos del espectro autista, ya que les permite trabajar en entornos seguros e interactuar con elementos ajenos o extraños que, de otro modo, les causarían ansiedad o rechazo.
Imagen: Unir
Fuente: Ethic
No hay comentarios.:
Publicar un comentario