lunes, 9 de septiembre de 2024

Ucrania y Venezuela


A primera vista no pueden ser más diferentes. Aparte de que en estos momentos ambos países concitan la opinión pública mundial, nada parece tener que ver uno con el otro. El primero, sufriendo una despiadada invasión territorial desde la Rusia imperial de Putin. El segundo, sufriendo una dictadura, la de Maduro, una que del modo más impúdico ha robado la soberanía a su propio pueblo para luego castigarlo con persecuciones, cárceles, muertos, entre ellos una gran cantidad de niños.

Una segunda mirada, sin embargo, nos permitirá advertir que ambas naciones, Ucrania y Venezuela, se encuentran vinculadas en el trazado que diseña la contradicción fundamental de nuestro tiempo; y esa es la que separa, para decirlo con Popper, a los partidarios de la “sociedad abierta” y a los que defienden el orden derivado de una “sociedad cerrada”. Una línea divisoria que no tiene nada de nueva. La única novedad es que ahora esa línea cruza los firmamentos de la realidad global. Precisamente desde esa perspectiva global, la guerra que tiene lugar en Ucrania, la  que en el pasado reciente habría sido solo una de las tantas querellas locales que asolan al mundo, adquiere una dimensión que obliga a casi todos los gobiernos a definir posiciones a favor o en contra de Rusia.

Democracias y antidemocracias

No se trata, claro está, que la desatada hacia Ucrania sea una guerra mundial, pero sus efectos son mundiales. Para nadie es un misterio que Putin no actúa en Ucrania solo en representación de Rusia sino en común acuerdo con la mayoría de las dictaduras del planeta, incluyendo por supuesto a la de su epígono latinoamericano: Maduro.

Todas las dictaduras del mundo, también las tres latinoamericanas (Cuba, Nicaragua y Venezuela) pueden ser consideradas como miembros reales o potenciales de la zona de influencia de Putin. Una zona no geográfica, pero sí geoestratégica.

El mismo dictador ruso no se ha cansado de repetir que su guerra no es solo contra Ucrania, o en contra de la UE. Tal vez ni siquiera lo sea en contra de los EE UU. Pero sí es una guerra en contra de Occidente, entendiendo por Occidente a todas las naciones democráticas del mundo. Justamente en ese sentido entiende Putin sus alianzas con la China de Xi y con el Irán de los ayatolas. La de Ucrania es, vista desde la pupila putinista, la primera guerra en un conflicto de dimensiones mundiales.

No estamos entonces frente a una guerra de las culturas o de las civilizaciones, vaticinadas a fines del siglo XX por corrientes culturalistas como las que representa Samuel Hungtinton, sino frente a una guerra que se da entre distintas formas de gobierno.

Japón e Inglaterra, para poner un ejemplo, mantienen notables diferencias culturales pero, desde una visión geoestratégica, son partes del mismo bando. A la inversa, desde el punto de vista cultural, la Rusia ortodoxa de Putin, el Irán de los ayatolas, la China capitalista-confusiana de Xi, y la Venezuela caribeña de Maduro y su grupo de ladrones, son naciones culturalmente muy diferentes, pero estratégicamente vinculables.

En términos más literarios que políticos podríamos hablar de una rebelión de los gobiernos bárbaros (culturales pero no políticos) en contra de los gobiernos políticos. Si se quiere, dos modos de ejercicio del poder. Uno, en la que el dictador, tirano o autócrata, se sitúa por sobre la Constitución y por lo mismo en contra del derecho nacional e internacional. Otro, formado por gobiernos constitucionales y pueblos constitucionalizados (ciudadanías), ajustados a normas y leyes. Estos últimos están obligados a preservar las leyes internacionales y a combatir a todos los que pretendan violarlas aunque sea en nombre del dios de los dioses. Putin se permitió esa violación y, como era de esperar, las naciones democráticas reaccionaron en defensa, no solo de Ucrania, sino de la normatividad jurídica formada desde 1945. Los partidarios de Putin, entre ellos las tres dictaduras latinoamericanas mencionadas, al apoyar al dictador ruso, delatan con esa decisión su predisposición a violar al derecho internacional cada vez que lo estimen conveniente.

Hay pues una relación intrínseca entre la legalidad nacional y la internacional. Es por eso, si en los EE UU y en otros países políticamente occidentales existe preocupación por la abierta violación al derecho nacional llevada a cabo en Venezuela desde el día del monstruoso fraude, es porque entienden que, justamente gracias a esa violación, otras naciones latinoamericanas (pienso en Bolivia, Honduras, El Salvador) se sentirán motivadas a violar el derecho internacional, como ya en parte lo han hecho. Desde esa perspectiva, si EE UU se vio una vez obligado a permitir en su vecindad a una Cuba estalinista, no hay ninguna razón para que hoy se sienta obligado -gane Trump o Kamala- a permitir una Venezuela putinista. La razón es la siguiente: La Guerra Fría de ayer era fría, cuando más tibia. La guerra iniciada por Putin en Ucrania es en cambio caliente. Muy caliente. De este modo, la presencia ilegal e ilegitima de Maduro en el poder significa un peligro geoestratégico para todo el continente latinoamericano.

Como es probable, al verse repudiado por la mayoría de las democracias regionales, Maduro intensificará las de por sí muy intensas relaciones que mantiene con las dictaduras iraní y rusa. Eso significará abrir un tercer foco de conflicto mundial (el primero es Ucrania, el segundo Palestina). Un conflicto que no interesa enfrentar ni al gobierno norteamericano ni a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. Esa es la razón que explica por qué Maduro no es apoyado por los principales gobiernos de la izquierda latinoamericana (Lula, Petro, Boric). Esas izquierdas han entrado de lleno al juego político democrático. Tal vez quieran seguir denominándose antimperialistas (la verdad, son solo anti norteamericanas) pero no al precio de aparecer defendiendo a una de las dictaduras más corruptas y desprestigiadas de toda la historia latinoamericana, como es la de Maduro. De ahí que el actual interés de esas izquierdas sea apagar el incendio provocado por el fraude de Maduro antes de que se extienda a un nivel continental. El problema es que no saben cómo.

Ucrania y Venezuela dividen a la política internacional

Volvamos a la pregunta inicial: ¿Qué es lo que tienen en común la guerra en Ucrania y el conflicto político venezolano?  Una respuesta es que ambas naciones, una invadida desde el exterior, otra invadida desde el interior, han obligado a las instancias políticas de los respectivos continentes a definirse frente al agresor.

En Europa, con relación a Ucrania, observamos un campo dividido en tres franjas. La primera une a gobiernos dispuestos a apoyar a Ucrania sin condiciones y ella está representada por las naciones escandinavas, los países bálticos, Polonia e Inglaterra. La segunda está constituida por el eje franco alemán, dispuesto a apoyar a Ucrania pero siempre bajo ciertas condiciones, entre ellas, no estirar la tensión para que Puttin no extienda su guerra hacia toda Europa. La tercera franja está formada por gobiernos que van desde la complacencia hacia Moscú hasta llegar a una colaboración vergonzosa con el agresor. A esa tercera franja pertenecen, entre otros, la Hungría de Orban, la Eslovaquia de Fico, la Turquía de Erdogan, la Italia de Meloni (policía buena) y Salvini (policía malo).

En América Latina, los gobiernos de derecha y centro, que son la mayoría continental, más el gobierno de Chile, se oponen radicalmente a que Maduro logre presentarse como ganador de unas elecciones que perdió. El trío formado por la izquierda democrática busca un, hasta ahora, imposible acuerdo con Maduro. La tercera posición, formada por los gobiernos jurásicos de la izquierda latinoamericana, optan por apoyar al fraude para satisfacer a sus supuestas bases anti-occidentales. Maduro en consecuencia, vea por donde se lo vea, es un factor de división internacional. Así resulta evidente que muchos gobiernos latinoamericanos, sobre todo los de izquierda, preferirían que Maduro no existiera.

Tanto la invasión a Ucrania como el fraude electoral de Maduro pueden ser considerados como dos momentos en la larga lucha que se da entre el orbe democrático y el anti-democrático. En cierto modo vivimos la Guerra del Peloponeso de Tucídides, pero ampliada a escala global. Lo más probable es que esa lucha se extenderá a lo largo del siglo XXl. Ninguno de los dos frentes tiene la victoria asegurada.

Desde esquinas donde priman posiciones catastrofistas no han faltando expertos que nos anuncian el fin de la democracia occidental. Hay signos que podrían incluso avalar esa creencia. En verdad, nunca antes el mundo democrático había enfrentado a un conjunto tan organizado de dictaduras a escala mundial. Sería absurdo entonces negar que la democracia, en gran parte de la tierra, se encuentra amenazada por fuerzas exógenas y endógenas. Pero hay también signos contrarios. 

Francis Fukuyama, entre otros autores, ha anotado en un reciente artículo que el 2024 ha sido en general favorable a la consolidación democrática. En efecto, tanto en las elecciones de la UE, como en Polonia, Francia e Inglaterra, los sectores democráticos han, si no derrotado, por lo menos neutralizado el avance de los nacional populistas, mal llamados de extrema derecha. En América Latina a su vez, la condena continental al fraude de Maduro es mayoritaria y la posibilidad de consolidación de una izquierda democrática a nivel regional es cada vez más posible y necesaria.

Según Fukuyama, el avance democrático persiste, aunque a paso mucho más lento que en el pasado reciente cuando el crecimiento del espacio democrático fue simplemente vertiginoso. En el marco de ese antagonismo que se da entre la democracia y sus enemigos, la guerra de liberación nacional de Ucrania y la resistencia política que tiene lugar en Venezuela se han convertido en símbolos de las luchas democráticas de nuestra era.

Sí, sin dudas: Ucrania y Venezuela son dos naciones muy diferentes, pero el destino de ambas está ligado por muchas más razones de las que nos es posible imaginar.

Después de todo, este mundo es un solo mundo.

Fuente: Fernando Mires

1 comentario: