Hugo Chávez tenía vocación de animador de televisión. Quienes lo conocieron en sus tiempos de oficial del ejército recuerdan las presentaciones de música llanera que organizaba y animaba el fallecido expresidente. Su corta aparición en vivo y directo en la televisión para anunciar que se rendía aquel 4 de febrero de 1992, mostró a un Chávez seguro de sí mismo, con un mensaje corto y un memorable “por ahora”. Tenía una habilidad natural para presentarse frente a una cámara.
Cuando llegó a la presidencia en 1999 comprendió la importancia de los medios de comunicación, particularmente la televisión, para consolidar el poder, solidificar su relación con la gente y marcar la agenda política del país. Su programa Aló presidente se convirtió en un show desde el que Chávez gobernaba, una forma de crear la apariencia de que el presidente y su gabinete se presentaban ante el público con una supuesta transparencia total.
El fallecido expresidente regañaba a ministros (Diosdado Cabello fue víctima de sus reprimendas), mandaba a callar a seguidores respondones, daba órdenes para “resolver” problemas de inmediato, y se conectaba con personas a lo largo y ancho del país. Este gobierno televisado creó un precedente que siguieron otros mandatarios latinoamericanos, desde la izquierda a la derecha: Álvaro Uribe en Colombia, AMLO en México, Rafael Correa en Ecuador y el más reciente carismático presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
Chávez también comprendió muy pronto, por su olfato comunicacional, la importancia de las redes sociales. Abrió su cuenta en Twitter y fue desde allí marcando la agenda pública del país y de la región. Incluso en su ocaso, cuando el cáncer estaba avanzado, asumió el papel de mártir en los medios de comunicación durante su última campaña presidencial. Chávez tenía un alto sentido de la tragicomedia y del drama.
El discípulo en decadencia
Nicolás Maduro ha querido imitar a su mentor sin el éxito mediático de Chávez. No tiene las cualidades histriónicas del exoficial del ejército, aunque quiere crear la impresión de que gobierna desde la televisión y las redes sociales. De hecho, si uno midiera el tiempo que pasa Maduro en los medios y las redes, uno podría decir que su gobierno es exclusivamente un evento mediático, un espectáculo permanente desde el momento en que asumió la presidencia como vicepresidente en 2012, cuando Chávez desapareció de la escena pública para irse a tratar el cáncer en Cuba (y supuestamente morir a su regreso a Caracas en marzo de 2013). El sucesor de Chávez fue incrementando su perfil de medios, haciendo más cadenas de radio y televisión, y asumiendo el papel de un presidente “sabrosón” y bailarín en momentos de la más dura represión y el asesinato de jóvenes que protestaban contra su gobierno.
Maduro, un personaje sin carisma, ha querido construirse una imagen de hombre popular, amante esposo de Cilia Flores (un personaje más gris que el propio Maduro, a quien llama “Cilita”), y que puede asumir el tono duro que asumía Chávez cuando insultaba a quienes consideraba enemigos internos y externos. Para ello se ha inventado programas de televisión, pódcast, constantes intervenciones mediáticas en cadena, y se apoya en un aparato de propaganda y de propagandistas en Venezuela y regados por el mundo.
En el caso de Maduro la mediocridad de su gobierno es proporcional al incremento de la colonización de los medios y de las redes. Siguiendo los lineamientos puestos en marcha por Chávez, esa colonización ha implicado más censura, arrestos de periodistas, cierres de medios y cooptación de medios privados a través de capitales de fieles inversionistas que han hecho millones en tiempos del chavismo. Pero como todo en su gestión, los resultados son muy pobres. Ni la megacampaña electoral reciente, ni el uso abusivo de los medios del gobierno y privados, ni espectáculos con artistas nacionales y extranjeros pagados por fondos de campaña en divisas que nadie controla, nada de eso influyó en el resultado electoral: Maduro perdió por mucho el 28 de julio pasado. Una diferencia de casi 4 millones de votos en favor del ganador Edmundo González, según las actas oficiales difundidas por la Plataforma de la Unidad.
El desaparecido líder del chavismo marcó algunas pautas comunicacionales que podemos enumerar aquí: la degradación de la figura misma de la presidencia de la república; la militarización del imaginario gubernamental, cosa que no le queda tan bien al propio Maduro, quien viste insignias y uniforme de “comandante en jefe” que se ven como un disfraz; la desacralización del espacio religioso convertido en mero espectáculo mediático, vaciado de espiritualidad y convertido en manipulación taumatúrgica de fuerzas “misteriosas”; la voluntad de marcar la agenda pública con temas que interesan a los medios y a quienes ayudan a formar la opinión pública, pero ya con menor éxito pues la verdad de su derrota, de su incompetencia y de su corrupción se ha hecho muy clara en Venezuela y en el mundo; promover una guerra psicológica contra la mayoría del país a través de la amenaza y la humillación de quienes se rebelen contra el régimen autoritario.
Hoy, en plena ola represiva e intimidatoria que ha desatado la tiranía de Maduro, la colonización mediática no tiene ninguna vocación persuasiva. Es mero instrumento de guerra psicológica, de violencia simbólica, de opacidad para ocultar la verdad que brilla a pesar de la mentira que quiere imponer con su propaganda. Y la verdad se le escurre por las redes digitales, a las que pretende controlar sin éxito. Cabe esperar que ante su creciente impopularidad (aunque todavía no hay encuestas, es muy probable que la aceptación de un Maduro impuesto por el fraude esté en niveles muy mínimos) y su creciente incompetencia, la tiranía seguirá acumulando mentiras y violencia, pues ya el chavismo perdió el encanto que el animador Chávez le insuflaba.
Fuente: runrun.es
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