Cuando la semana pasada la administración de Joe Biden actualizó el listado de empresas militares chinas que tienen el acceso bloqueado a tecnologías estadounidenses no saltó la sorpresa. Dahua estaba incluida. La segunda mayor compañía de cámaras de vigilancia del mundo, justo después de Hikvision, es proveedor de más de 180 países. Además, es un buen ejemplo de cómo las empresas chinas se han puesto al frente de la industria de la videovigilancia y han motivado al mundo, especialmente a China, a adoptar más tecnología de vigilancia.
Durante la última década, EE UU, y el mundo en general, han observado con una creciente sensación de preocupación la forma en la que China se ha ido convirtiendo en el líder mundial en este ámbito. De hecho, el Gobierno chino se ha colocado a la vanguardia de explorar distintas formas de aplicar la investigación avanzada en visión artificial, internet de las cosas y fabricación de hardware en la gobernanza diaria. Esto ha dado lugar a una serie de abusos contra los derechos humanos, en particular, y quizás de manera más brutal, en el control de las minorías étnicas musulmanas en la región occidental de Xinjiang (China). Al mismo tiempo, el estado también ha utilizado la tecnología de vigilancia para algunas cosas buenas: para encontrar niños secuestrados, por ejemplo, y para mejorar el control del tráfico y la gestión de la basura en las ciudades más pobladas.
Según argumentan los periodistas del Wall Street Journal Josh Chin y Liza Lin en su nuevo libro Surveillance State, publicado el mes pasado, el Gobierno chino ha logrado construir un nuevo contrato social con sus ciudadanos que entregan sus datos a cambio de una gobernanza más precisa que, idealmente, hace que sus vidas sean más seguras y fáciles (a pesar de que no siempre funciona de forma tan simple en la realidad).
MIT Technology Review habló recientemente con Chin y Lin sobre los cinco años de reportajes que culminaron en este libro, explorando la idea equivocada de que la privacidad no se valora en China.
"Gran parte de los medios de comunicación extranjeros, cuando se encuentran con esa cuestión, simplemente la definen como 'Oh, los chinos no tienen el concepto de la privacidad. Les han lavado el cerebro para aceptarlo así'", opina Chin, quien añade: "Eso nos pareció una conclusión demasiado fácil, así que queríamos profundizar en ese tema". Al hacerlo, se dieron cuenta de que la percepción de la privacidad es en realidad más flexible de lo que suele parecer.
También hemos hablado sobre cómo la pandemia ha acelerado el uso de la tecnología de vigilancia en China, si la tecnología en sí misma puede permanecer neutral y hasta qué punto otros países están siguiendo el modelo de China.
La forma en la que el mundo debería responder al auge de los estados de vigilancia "podría ser una de las cuestiones más importantes de la política global en este momento", considera Chin, "porque estas tecnologías realmente tienen el potencial de alterar por completo la manera en la que los gobiernos interactúan con la gente y cómo la controlan".
Estas son las principales conclusiones de nuestra conversación con Josh Chin y Liza Lin.
China ha reescrito la definición de privacidad para vender un nuevo contrato social
Después de décadas de crecimiento de dos dígitos del PIB, el boom económico de China se ha desacelerado en los últimos tres años y se espera que se enfrente con aún más dificultades. Actualmente, el Banco Mundial estima que el crecimiento anual del PIB de China disminuirá en 2022 al 2,8%. Por lo tanto, el antiguo contrato social, que prometía mejores rendimientos de una economía dirigida por un gobierno autoritario, está cuestionado y se necesita uno nuevo.
Como observan Chin y Lin, el Gobierno chino propone que, mediante la recopilación exhaustiva de los datos de todos los ciudadanos chinos, puede averiguar qué quiere la gente (sin darles la opción de voto) y construir, de este modo, una sociedad que satisfaga sus necesidades.
Pero para venderlo a su población, que, como otras en todo el mundo, es cada vez más consciente de la importancia de la privacidad, China ha tenido que redefinir ingeniosamente ese concepto, pasando de una comprensión individualista a otra colectivista.
La idea de la privacidad en sí misma es "un concepto increíblemente confuso y flexible", considera Chin. "En la ley estadounidense, hay una docena de definiciones de la privacidad. Creo que el Gobierno chino se dio cuenta de eso y vio la oportunidad de definir la privacidad de una manera que no solo no socavara el estado de vigilancia, sino que lo reforzara".
Lo que ha hecho el Gobierno chino fue colocar al Estado y a los ciudadanos del mismo lado en la batalla de la privacidad contra las empresas privadas. Un buen ejemplo de eso es la legislación china reciente, como la Ley de Protección de Información Personal (en vigor desde noviembre de 2021) y la Ley de Seguridad de Datos (operativa desde septiembre de 2021). Bajo esta regulación, las empresas privadas reciben duras sanciones por permitir violaciones de seguridad o por no obtener el consentimiento del usuario para la recogida de datos. Los actores estatales, en cambio, acaban protegidos en gran medida bajo estas leyes.
"Los ataques de ciberseguridad y las filtraciones de datos no solo les ocurren a las empresas privadas. También pasan en los organismos gubernamentales", resalta Lin quien añade que, sin embargo, "de esta manera, nunca se ve a los medios estatales hablar de eso en absoluto". Gracias a su máquina de censura, el Gobierno chino a menudo ha desviado con éxito la furia de la gente por las violaciones de privacidad hacia las empresas privadas.
La pandemia fue la excusa perfecta para expandir la tecnología de vigilancia
Cuando Chin y Lin estaban planeando su libro, imaginaron terminarlo con un experimento mental sobre lo que sucedería con la tecnología de vigilancia si volviera a pasar algo similar a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Entonces llegó la pandemia.
Igual que sucedió con el 11 de septiembre de 2001, el coronavirus aceleró la industria de la vigilancia a nivel global, señalan los autores, especialmente en China.
Chin y Lin escriben sobre los sorprendentes paralelismos entre la forma en la que China usó la seguridad social para justificar el régimen de vigilancia que construyó en Xinjiang y la manera en la que utilizó la seguridad física para justificar las abusivas herramientas de control de la pandemia. "En el pasado, siempre se trataba de un virus metafórico: 'alguien estaba infectado con ideas terroristas'", indica Lin. En Xinjiang, antes de la pandemia, el término "virus" se usaba en los documentos gubernamentales internos para describir lo que el estado consideraba "radicalismo islámico". "No obstante, con la COVID-19", señala Lin, "vimos que China realmente había dirigido todo el aparato de vigilancia estatal contra toda su población y un virus que era completamente invisible y contagioso".
Retomando la idea de que la percepción de la privacidad puede cambiar mucho según las circunstancias, la pandemia también ha brindado el contexto apropiado en el que los ciudadanos comunes pueden aceptar renunciar a una mayor parte de su privacidad por la seguridad. "En el campo de la salud pública, vigilar las enfermedades nunca ha sido algo controvertido, porque por supuesto que interesa rastrear una enfermedad en la forma en la que se propaga. De lo contrario, ¿cómo se controlaría?" pregunta Chin.
"Probablemente salvaron millones de vidas al usar esas tecnologías", afirma Chin, "y el resultado es que vendieron la necesidad de la vigilancia estatal a muchos chinos".
¿Existe una 'buena' tecnología de vigilancia?
Cuando alguien (o alguna entidad) comienza a usar la tecnología de vigilancia, entra en un terreno pantanoso: no importa lo noble que sea el motivo para desarrollarla e implementarla, la tecnología siempre se puede usar para fines más maliciosos. Chin y Lin creen que China muestra cómo los usos "buenos" y "malos" de la tecnología de vigilancia siempre están entrelazados.
Los dos escriben extensamente sobre cómo se construyó el sistema de vigilancia en Hangzhou (China), la ciudad que alberga a Alibaba, Hikvision, Dahua y muchas otras empresas tecnológicas, con la premisa bienintencionada de mejorar la gestión de la ciudad. Con una densa red de cámaras en las calles y un "cerebro de la ciudad" basado en la nube que procesa los datos y da órdenes, el sistema de "ciudad inteligente" se utiliza para controlar los desastres y permitir respuestas rápidas de emergencia. En un ejemplo notable, los autores hablaron con un hombre que había acompañado a su madre al hospital en una ambulancia en 2019 después de que la mujer estaba a punto de ahogarse. La ciudad pudo cambiar todos los semáforos en su camino para reducir el tiempo que se tardaba en llegar al hospital. Es imposible argumentar que este no es un buen uso de la tecnología.
Pero al mismo tiempo, se ha llegado a un punto en el que las tecnologías de "ciudad inteligente" son casi indistinguibles de las de "ciudad segura", cuyo objetivo es mejorar las fuerzas policiales y rastrear a los presuntos delincuentes. La empresa de vigilancia Hikvision, que impulsa en parte el sistema de salvar vidas en Hangzhou, es la misma que facilitó el encarcelamiento masivo de las minorías musulmanas en Xinjiang.
China no es el único país donde la policía se apoya en un número creciente de cámaras. Chin y Lin destacan cómo la policía de la ciudad de Nueva York (EE UU) ha usado y abusado de las cámaras para construir una base de datos de reconocimiento facial e identificar a los sospechosos, a veces con técnicas legalmente cuestionables. Precisamente, MIT Technology Review también informó a principios de este año sobre cómo la policía de Minnesota (EE UU) construyó una base de datos para vigilar a los manifestantes y periodistas.
Chin considera que, dados estos precedentes, la tecnología en sí ya no se puede considerar neutral. "Ciertas tecnologías, por su naturaleza, se prestan a usos nocivos. Especialmente con la inteligencia artificial (IA) aplicada a la vigilancia, se prestan a resultados autoritarios", asegura Chin. Igual que los investigadores nucleares, por ejemplo, los científicos e ingenieros en estas áreas deberían tener más cuidado con el posible daño que podría causar la tecnología.
Todavía es posible interrumpir la cadena de suministro global de la tecnología de vigilancia
Existe una sensación de pesimismo cuando se habla de cómo avanzará la tecnología de vigilancia en China, porque su implementación invasiva se ha generalizado tanto que es difícil imaginar que el país cambie de rumbo.
Pero eso no significa que la gente deba darse por vencida. Una forma clave de intervenir, indican Chin y Lin, es cortar la cadena de suministro global de la tecnología de vigilancia -una red sobre la que escribió MIT Technology Review el mes pasado-.
El desarrollo de la tecnología de vigilancia siempre ha sido el resultado de un esfuerzo global, con la participación de muchas empresas estadounidenses. Los autores del nuevo libro relatan cómo algunas compañías estadounidenses como Intel y Cisco fueron esenciales en la construcción de los cimientos del sistema de vigilancia de China. Sin embargo, pudieron negar su propia responsabilidad asegurando que simplemente no sabían cuál sería el uso final de sus productos.
Ese tipo de excusa no funcionará tan fácilmente en el futuro, porque las empresas tecnológicas globales están sujetas a estándares más altos. La cuestión de si contribuyeron a las violaciones de los derechos humanos en el otro lado del mundo "se ha convertido en algo que preocupa a las compañías y planean sobre eso", indica Chin. "Se trata de un cambio realmente interesante que no hemos visto en décadas", añade.
Algunas de estas empresas han dejado de trabajar con China o han sido reemplazadas por compañías del país que han desarrollado tecnologías similares, pero eso no significa que China tenga un sistema de vigilancia autosuficiente en la actualidad. La cadena de suministro de la tecnología de vigilancia aún se distribuye por todo el mundo, y las empresas tecnológicas chinas requieren piezas de EE UU u otros países occidentales para continuar fabricando sus productos.
El mejor ejemplo de eso es la GPU, un tipo de procesador creado originalmente para los videojuegos de mejor calidad que desde entonces se ha utilizado para alimentar los sistemas de vigilancia masivos. China todavía depende de las empresas extranjeras como Nvidia, que tiene su sede en California (EE UU).
"En los últimos dos años, ha habido un gran impulso para sustituir la tecnología extranjera por la tecnología nacional, pero se trata de áreas donde todavía no pueden lograr la independencia", resalta Lin.
Esto significa que Occidente aún puede intentar frenar el desarrollo del estado de vigilancia chino ejerciendo presión sobre la industria. Sin embargo, los resultados dependerán de cuánta voluntad política haya para descubrir los eslabones clave en las cadenas de suministro de vigilancia y para encontrar respuestas efectivas.
Fuente: MIT
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