domingo, 12 de diciembre de 2021

Para aprovechar la tecnología necesitamos un cambio de mentalidad


Esther Paniagua (Madrid, 1986) habla y escribe con la certidumbre que solo otorga el conocimiento exhaustivo de  una materia. Aunque esta sea tan mayúscula e imprescindible en nuestras vidas como el futuro de internet, el auge de la digitalización y las nuevas tecnologías de la información que dominan nuestras interacciones sociales y profesionales. La periodista científica, cuyo renombre creció durante esa caída de Facebook y sus empresas que se prolongó hasta seis horas el pasado 6 de octubre, acaba de publicar un libro capital para entender el presente y los riesgos del futuro: ‘Error 404. ¿Preparados para un mundo sin internet? (Debate)’. Paniagua desgrana los miedos y certezas de la posibilidad de un apagón digital, pero también de la esperanza que todavía hay de hacer las cosas bien. Por mucho que el metaverso se cierna sobre nosotros, hay lugar todavía para la reflexión.

―¿Podemos entender internet como algo más que una tecnología de la información? El resto de los grandes avances tecnológicos de la historia no iban tan ligados (o nada ligados) a la información. ¿No nos configuran más este tipo de tecnologías como persona que, por ejemplo, los combustibles fósiles?

―Sin duda, internet –o, para ser más específicos, la web y las aplicaciones conectadas– tiene un impacto indudable en el desarrollo individual y colectivo. Tanto para mal (adicción, desinformación, polarización, abuso, sextorsión, censura…) como para bien (socialización, colaboración, recursos, conocimiento…).

―¿Ha tomado la digitalización el control de nuestras vidas? O, de lo contrario, estamos empezando de verdad a hacer uso de las posibilidades de la revolución tecnológica.

―Hace tiempo que vendimos nuestra alma al diablo sin saberlo. Si bien es obvio que la pandemia ha acelerado la digitalización, el teletrabajo, la telesocialización y la telemedicina, entre otros, a menudo sucede que la tecnología está lista para implantarse pero la sociedad no lo está para adoptarla. O lo que es más común aún: las instituciones y empresas mantienen una mentalidad de resistencia a su incorporación. Es decir, el cambio técnico per se no es el problema, sino que para realmente aprovechar las oportunidades de esas herramientas se necesita un cambio de mentalidad, organizacional, de procesos y sistémico que no se está dispuesto a llevar a cabo. No hay voluntad. Por tanto, usamos las nuevas tecnologías para mantener el statu quo, haciendo una traslación a lo digital de todo lo que ya sabemos que no funciona (o funciona mal) en el mundo físico, reproduciendo y perpetuando la injusticia, la desigualdad y la discriminación y las abismales brechas de poder entre quienes tienen los medios de producción (en el mundo digital, los datos) y el resto, que somos tratados como objetos.

―En este escenario se habla y se escribe mucho de cómo podemos vigilar a las mega corporaciones tecnológicas. Pero ¿realmente el Estado tiene ese poder regulatorio?

―Un Estado solo no puede contra los gigantes de internet. La Unión Europea hace tiempo que empezó a desarrollar normas para intentar ponerles freno y en Estados Unidos –y hasta en China– van por el mismo camino de las sonadas multas; pero esto no es suficiente. Necesitamos acción supranacional, nuevas instituciones de las que partan normas y medidas accionables, pensadas para garantizar su cumplimiento. En el libro propongo la creación de una Alianza Democrática por la Gobernanza Digital liderada por Europa y Estados Unidos que establezca un marco general de gobernanza de internet, en múltiples frentes. Así pasó con la Revolución Industrial y así debe suceder con la revolución digital.

―Otro de los aspectos claves en tu libro es la importancia de entender el internet actual como un gran supermercado de datos al mejor postor. ¿Crees que este es el gran problema de nuestra generación? 

―El gran problema es que haya empresas cuyo modelo de negocio se base en la recopilación, uso y venta de nuestros datos más íntimos. Para recogerlos, crean herramientas adictivas, diseñadas para enganchar. Te sumergen en círculos viciosos que te animan a seguir enganchado y, si te desconectas, te persiguen con mensajes o notificaciones para llamar tu atención y para que vuelvas a entrar. Son bucles lúdicos que potencian los comportamientos impulsivos, hacen que nuestro cerebro libere dopamina y motiva a querer repetirlos constantemente. Ese es el gran problema, que deriva en lo que estamos viendo a diario: adicción a las redes y al móvil, fragmentación social y falta de entendimiento, lo que deriva en extremismo y odio, troleo, refuerzo de problemas de autoestima, conductas suicidas y un largo etcétera.

―Respecto al hipotético colapso de internet, todas las perspectivas son negativas. Con la aparición de Meta, la propuesta de metaverso de Mark Zuckerberg, ¿no estamos ante un momento clave para parar y no subir a un tren que, muchos expertos auguran, acabará descarrilando?

―Tú lo has dicho: estamos en un momento clave y estamos a tiempo de pararlo. Mark Zuckerberg nos ha hecho un gran favor con su anuncio de Meta porque sabemos lo que quiere hacer antes de que se materialice, y sabemos a dónde nos puede conducir. En lugar de pensar en llevar el mundo virtual que conocemos a un siguiente nivel, reproduciendo y perpetuando sus lacras, debemos centrarnos en arreglarlo primero: en hacer que funcione para todo el mundo.

―¿Es más probable que el final de internet sea algo voluntario que nazca de nuestras sociedades o que nos cogerá sin una alternativa?

―Internet no dejará de existir. Puede haber una caída global que dure varios días (o bastante más tiempo, en el caso hipotético de tormenta solar o de un ataque de pulso electromagnético), pero volveríamos a restaurarlo porque tenemos el conocimiento de cómo hacerlo y porque, al fin y al cabo, es un gran invento. Uno de los grandes inventos de la humanidad. No creo que voluntariamente decidamos desconectarlo todo y volver a la vida preinternet (aunque hay personas y hasta grupos que sí lo hacen), pero sí es deseable un término medio en el que hagamos las cosas con sensatez, aprovechando lo bueno que nos proporciona.

―Más allá de este colapso, hablas también de la responsabilidad que recae en los humanos para mantener la red a flote. ¿Estaríamos más seguros si dejáramos todo el proceso en manos de máquinas automatizadas o inteligencias artificiales?

―No. La complejidad de la ciberseguridad mundial no puede automatizarse plenamente.

―La salida de tu libro coincidió con la caída que vivió Facebook en todas sus aplicaciones durante 6 horas el pasado mes de octubre. ¿Se sobredimensionó? Al fin y al cabo, fueron seis horas. 

―Hubo gente afectada económicamente por la caída de Facebook y pánico social marcado por el enganche emocional a Whatsapp, Instagram y Facebook. Probablemente llevó a reacciones exageradas y a sentimientos de ansiedad que podríamos considerar desproporcionados. Dicho esto, me parece que es muy grave que las herramientas de comunicación más usadas a nivel mundial puedan desaparecer del mapa por un mero error no intencionado. Evidencia la dejadez de la empresa en materia de seguridad, su vulnerabilidad y nuestra dependencia de estas herramientas.

―Defiendes también que las tecnologías de la información pueden ser capaces de cumplir los objetivos 2030 contra la pobreza, el hambre y la salud. Pero parece que a día de hoy, lo que ha supuesto el auge de internet y de estas tecnologías es más bien la pérdida de la perspectiva más materialista.

―Que la tecnología pueda usarse para el bien no significa que, de facto, se haga. Las posibilidades están ahí y debemos obligar a que los esfuerzos corporativos se dirijan en esta dirección y no en la contraria, como a menudo se ha estado haciendo (y ya hemos visto los resultados). Cada nueva tecnología viene cargada de promesas de mejora que las empresas usan como reclamo para que las adoptemos y así ganar dinero y poder, y con ello acaban dominándonos.

―Algo así comentas también en tu libro acerca de la influencia de las pantallas sobre la formación y educación de los jóvenes. ¿Su intermediación con la realidad nos hace aprender menos y peor?

―Se ha demostrado que la mera presencia del móvil reduce la capacidad cognitiva de los alumnos, y que quienes se distraen con el smartphone en clase tienden a tomar notas de menor calidad, retener menos información y obtener peores resultados en los exámenes. Los propios estudiantes reconocen que usar el teléfono en horario lectivo disminuye su capacidad para prestar atención. Incluso distrae a otros estudiantes cercanos, aunque estos no estén usando sus móviles.

―Terminemos con un breve ejercicio de predicción. ¿Cómo será el escenario digital en el corto plazo, en el medio plazo y en el futuro más lejano?

―No soy Nostradamus, así que te doy dos versiones extremas. Por un lado, si nos informamos, la versión utópica: resistencia y acción, revolución y esperanza. Por otro, la distópica, la que surgirá si nos quedamos apoltronados en el sofá lamentándonos de la situación pero sin hacer nada: statu quo, totalitarismo, subyugación, eugenesia y exterminio.

Imagen: Genbeta

Fuente: Ethic

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