Comencé a extrañarlo apenas volví a poner un pie en el aula, y ahora que he estado enseñando cara a cara durante casi un semestre, lo extraño aún más.
Es curioso, ¿verdad? Después de todo, en la mayoría de los rincones del mundo académico se habla de Zoom como un mal necesario, impuesto por la vicisitud de la pandemia. Nosotros, las y los instructores, tuvimos que virar de las clases presenciales al mundo virtual. Sin embargo, no me llevó mucho tiempo darme cuenta de que me gustaba este mundo en línea, y que enseñar en él no solo era diferente, sino hasta mejor en algunos aspectos.
Zoom resultó ser un espacio seguro que permitió a estudiantes compartir sus preocupaciones, amores, pérdidas y temores durante los peores momentos de la pandemia, de formas que nunca había presenciado en las aulas físicas. Ahora me entristece que ese espacio se haya ido.
Quizás sea porque en el fondo soy vagamente antisocial y más que vagamente cínico. Estuve bastante feliz durante el confinamiento, instalado en mi escritorio en forma de “U” y acurrucado entre los libros que cubren las paredes de mi oficina en casa. Es el lugar en el que me siento más cómodo, donde paso mi tiempo investigando, escribiendo e incluso relajándome.
Muchos estudiantes mostraron tener esa experiencia de encontrar un refugio similar. La mayoría estuvo en sus casas en Florida, pero también se conectaron desde Texas, Colombia, Panamá e incluso Arabia Saudita. Aprendieron desde sus salas de estar, cocinas, porches o dormitorios, acurrucados entre lo que les generaba confort, aunque sí fui estricto al no permitir que estuvieran en pijamas o arropados con cobijas.
De repente pude ver a las y los estudiantes de cerca en lugar de en una multitud borrosa. Sus rostros me decían si mi enseñanza estaba calando, y los nombres en la parte inferior de sus pequeñas ventanas lograron que nunca más me preocupara por olvidarlos. Podía ver si estaban deprimidos o ansiosos. Esta fue una proximidad que no encontraríamos al regresar a la enseñanza presencial.
¿Todos los estudiantes participaban activamente? Por supuesto que no, del mismo modo que en cualquier clase presencial. Algunos estudiantes no encendían sus cámaras o micrófonos, y podrían haber estado pasando la aspiradora, cocinando o incluso durmiendo (aunque, reitero, dormirse en clases es algo que también sucede en la enseñanza presencial). También hubo estudiantes que nunca se conectaron; simplemente dejaron de asistir a clases.
Pero de los estudiantes que sí participaron, escuché cosas que nunca esperé escuchar. Todo comenzó cuando decidí que sería bueno tomar descansos cada pocas semanas para conversar y no enseñar. Simplemente les pregunté: “¿Cómo están?”.
Por Zoom, los estudiantes me contaron (y a decenas de compañeros) sobre amigos o familiares que estaban enfermos, sobre lo solitario que era estar lejos de novios y novias, sobre cómo se preocupaban por sus seres queridos. Compartían su dolor en clase cuando alguien fallecía.
En una clase sobre la cobertura de comunidades marginadas, una joven se sintió lo suficientemente cómoda como para declararse bisexual, algo que ni siquiera su familia ni la mayoría de sus amigos sabían. En otra clase, una estudiante habló sobre lo débil y ansiosa que la ponía la pandemia. La clase la animó a buscar un terapeuta, pero cuando confesó que incluso pensar en hacer una llamada le provocaba ansiedad, los estudiantes la apoyaron aún más. Al día siguiente llamó al departamento de asistencia psicológica de la universidad.
Algunas conversaciones fueron más privadas. Una estudiante pasó por una ruptura difícil cuando su novio comenzó a salir con su mejor amiga. Pasamos semanas hablando por medio del chat de Zoom mientras procesaba el dolor.
Cuando no tienes que preocuparte por encontrarte a tus colegas en los pasillos después de clase, es mucho más fácil desnudar tu alma. Sin embargo, esta proximidad no duraría.
El sistema universitario de Florida, siguiendo el lineamiento de no tener lineamientos del gobernador Ron DeSantis (republicano), decretó que todas las instituciones educativas reanudarían clases presenciales durante el semestre del otoño de 2021 y que se abandonaría la enseñanza remota en tiempo real.
Por supuesto, muchos de mis colegas se despidieron del Zoom sin extrañarlo ni un segundo, sobre todo aquellos para quienes gestionar el uso compartido de pantalla, el chat, la “vista del hablante” y la “vista de galería”, etcétera, era más confuso que el seguimiento la tenencia. Incluso los resultados de búsqueda de Google confirman la frustración de los profesores; el primer resultado de “Zoom en el aula universitaria” muestra una lista de la cual el algoritmo extrajo este fragmento de texto como la vista previa más relevante: “Obtén ayuda”.
Pero para mí, Zoom era algo que brindaba ayuda, no algo que la exigía. Durante una época de intenso aislamiento con estudiantes esparcidos por todas partes, la aplicación logró unirnos más fuerte que nunca.
Ahora observo mis salones de clase y siento que falta algo. Ya no tenemos esa cercanía, y las y los estudiantes me dicen que en las clases presenciales es poco probable que lo seamos. Es simple: ya no sienten la comodidad de mostrarse vulnerables frente a personas que en realidad ya no conocen. Vendrán a clase, aprenderán (espero) y se irán. No hay ni una fracción de la proximidad que tuvimos con Zoom.
Fuente: Washington Post
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