Hasta el cuarto mes de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había agregado más de 3.000 publicaciones en revistas a su base de datos COVID-19. Estas publicaciones incluyen trabajos de investigación y otros artículos científicos, como estudios de casos, revisiones narrativas y opiniones.
Varios científicos están estudiando diversos temas, como el origen de la enfermedad, la naturaleza del virus, la forma de propagación, la posibilidad de eliminarlo, las pruebas de diagnóstico, la investigación de drogas y vacunas y el vínculo entre COVID-19 y otras enfermedades.
Desde la perspectiva de los medios de comunicación, la multiplicidad de estudios de investigación sobre COVID-19 ofrece una oportunidad para informar de historias científicas sobre la pandemia.
Pero por un lado, mientras los científicos generan continuamente conocimiento a través de la investigación, todavía hay más preguntas que respuestas sobre la pandemia. Por otro, la velocidad con la que los científicos realizan investigaciones y liberan nuevos conocimientos sobre COVID-19 conlleva un mayor riesgo de publicar información falsa.
Se supone que la investigación sigue un proceso sistemático con salvaguardas en cada paso. Cuando la investigación se realiza a toda prisa, existe el riesgo de recopilar información inexacta, sacar conclusiones erróneas y engañar al mundo con recomendaciones falsas. Esto requiere que los periodistas sean más escrutadores al informar sobre la ciencia de COVID-19.
Al mismo tiempo, Internet y las redes sociales están repletas de información retorcida, fabricada o a medias sobre COVID-19. Por lo tanto, es importante poder diferenciar entre información creíble y falsa.
Esta guía práctica aborda cómo informar sobre la ciencia de una pandemia emergente como COVID-19. Si bien casi todos los ejemplos utilizados a continuación tienen que ver con esta nueva enfermedad, los principios discutidos pueden ser aplicables a otras epidemias y pandemias emergentes.
No todas las historias de COVID-19 son historias de ciencia
Debido a que la pandemia afecta todos los aspectos de la vida de las personas es fácil para un periodista prestar más atención a la historia social que a la ciencia. De hecho, muchos artículos se centran en la cantidad de casos nuevos, muertes, problemas socioeconómicos causados por COVID-19 y controversias políticas en torno a la epidemia.
Los científicos continuamente realizan investigaciones para responder ciertas preguntas, como por ejemplo “las personas que se recuperan del COVID-19, ¿se vuelven inmunes al virus?”. Así, reúnen evidencia y publican sus hallazgos en una revista revisada por pares, después de lo cual se vuelve aceptable como conocimiento científico.
Básicamente, lo que entendemos hoy como ciencia es una colección de conocimiento producido a través de años de investigación por varios científicos. Por eso, llevar a cabo una investigación científica también se conoce como ‘hacer ciencia’.
El periodismo científico implica obtener este conocimiento científico e informarlo en los medios de comunicación en un idioma que sea comprensible para un público no especializado. Los periodistas científicos pueden informar sobre nuevos hallazgos de investigación e innovaciones o utilizar el conocimiento científico establecido para explicar un problema social o un tema de plena vigencia.
Un informe periodístico sobre personas que fabrican y venden máscaras de tela para COVID-19 no es necesariamente una historia científica. En cambio, un artículo que muestre por qué y cómo la máscara de tela puede o no detener la transmisión del virus sí es una historia científica, ya sea que se base en un estudio o en un conocimiento científico establecido.
Por qué es importante centrarse en la ciencia
La ciencia proporciona la base para tomar decisiones informadas. ¿Cómo sabemos si los médicos deben comenzar a recetar la cloroquina —medicamento contra la malaria— para tratar pacientes con COVID-19? Es solo a través de la investigación que los científicos pueden establecer si un medicamento, nuevo o viejo, es seguro y efectivo en el tratamiento de una enfermedad.
¿Qué pasa con una política de cuarentena estricta (confinamiento)? ¿En qué momento se debe imponer un confinamiento, cuál es la mejor manera de hacerlo y en qué momento se debe levantar? ¿Las personas deben usar máscaras y guantes todo el tiempo? ¿Qué tipo de máscaras se debe permitir? Estas y muchas otras preguntas que los encargados de formular políticas, los profesionales y las personas pueden tener en mente solo se pueden responder de manera significativa a través de la investigación científica. Por eso, ignorar la evidencia científica puede ser costoso para la sociedad.
Un buen ejemplo es la hipótesis ampliamente publicitada de que la cloroquina podría ser útil en el tratamiento de COVID-19. En marzo de 2020, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que la cloroquina había mostrado “resultados muy, muy alentadores” en el tratamiento con COVID-19.
Inmediatamente después del pronunciamiento de Trump, la cantidad de personas que usan cloroquina aumentó dramáticamente. Más médicos recetaron cloroquina para sus pacientes y otras personas la usaron para automedicarse.
¿Estas decisiones se basaron en evidencia científica? No en ese momento. De hecho, una investigación posterior no encontró ninguna evidencia de que la cloroquina mejorara la salud de los pacientes con COVID-19. Esto no significa que la cloroquina definitivamente no funcione. Solo significa que ese estudio en particular no encontró evidencia de que lo haga.
Los investigadores concluyeron que el mundo tendría que esperar los resultados de un estudio a más largo plazo para saber si la cloroquina sería segura y efectiva para los pacientes con COVID-19. ¿Es posible imaginar lo que sucedería si un gobierno instruyera a sus médicos a comenzar a tratar a los pacientes con COVID-19 con cloroquina sin evidencia científica?
Es cierto que el periodismo tiene que ver con las personas. Esto, sin embargo, no es justificación para contar la historia social y dejar de lado la ciencia. Cada historia social potencialmente tiene un ángulo científico, pero hay que analizar y evaluar si el potencial ángulo científico es realmente sólido y no involucra desinformación.
Siguiendo el ejemplo de Trump y la cloroquina, ciertamente el hecho es de interés periodístico, pero el ángulo científico no debe apuntar solo al aumento del uso de la cloroquina a causa de los comentarios de Trump, pues de ese modo se estaría alentando a seguir un ejemplo que no tiene respaldo científico.
La historia sería útil para la sociedad si se intenta dilucidar si existe alguna justificación científica para el uso generalizado de cloroquina. Un buen ejemplo es la historia de la BBC, “Coronavirus y cloroquina: ¿hay evidencia de que funciona?”, en la que el autor utiliza el revuelo en torno a la cloroquina como una noticia y luego profundiza en la ciencia.
Dónde encontrar ciencia sobre COVID-19
Si hay algo que se puede afirmar es que actualmente no hay escasez de ciencia vinculada a COVID-19 a partir de la cual informar. Pero para saber cómo hallar y valorar la información existente, a continuación compartimos una serie de sitios web que se puede consultar regularmente para conocer el surgimiento de nuevas investigaciones, desarrollos e ideas:
- Cobertura de SciDev.Net sobre coronavirus (en español)
- Comunicados de prensa sobre COVID-19 en AlphaGalileo (en inglés)
- Comunicados de prensa en EurekaAlert sobre COVID-19 (en inglés)
- Cifras y estadísticas de COVID-19, de la OMS (en inglés)
- Actualización oficial COVID-19, de OMS (en español)
- Página sobre COVID-19 de la revista British Medical Journal (en inglés)
- Guía sobre COVID-19 de la Federación Mundial de Periodistas Científicos (en inglés)
- Página sobre COVID-19 de The Lancet (en inglés)
- Página sobre COVID-19 de Nature (en inglés)
- Página sobre COVID-19 de The New England Jornal of Medicine (en inglés)
- Colección de artículos científicos sobre el coronavirus de la Universidad de Cambridge (en inglés)
- COVID-19 en OMS (en español)
- Guía de CDC en COVID-19 (en inglés)
Al momento de escribir esta guía práctica, la información científica disponible es que no existe una cura ni una vacuna para COVID-19, y no sabemos con certeza si tomar cloroquina o remdesivir —un medicamento desarrollado originalmente para tratar el Ébola— es eficaz en el tratamiento de pacientes con COVID-19.
La OMS ha reunido consejos para el público basados en la evidencia científica disponible. Sin embargo, esas recomendaciones pueden modificarse cuando los científicos presenten nuevas pruebas. Es una práctica normal en la ciencia hacer ajustes cuando surgen nuevas pruebas y lograr un nuevo consenso científico al respecto.
La correlación no es causalidad
En la investigación, los términos “correlación” y “asociación” se usan en referencia a dos cosas que están relacionadas entre sí. Sin embargo, eso no significa que una cause la otra.
Un ejemplo clásico puede ser el consumo de helados y el uso de lentes de sol. ¿Qué concluiría si viera a más adolescentes usando lentes de sol mientras comen helado? ¿Diría que usar lentes de sol hace que coman más helado? Ciertamente no. Lo más probable es que un cambio en un aspecto del clima esté causando un aumento tanto en el consumo de helados como en el uso de lentes de sol. Es de esperar que eso suceda en los meses más cálidos y soleados.
En marzo de 2020, Internet estaba inundado de afirmaciones de que la vacuna contra la tuberculosis, comúnmente conocida como BCG, podría proteger a los seres humanos contra COVID-19.
Estas afirmaciones se originaron en tres trabajos de investigación que muestran que COVID-19 era menos frecuente en países que usan la vacuna BCG. Pero concluir simplemente que la BCG es responsable de la baja prevalencia de COVID-19 en algunos países es como decir que usar lentes de sol hace que las personas coman helado. Podría haber otros factores como la demografía y la disponibilidad de instalaciones de prueba.
De hecho, la OMS emitió un informe aclarando que no hay evidencia de que la vacuna BCG proteja a las personas de COVID-19. “Ante la ausencia de evidencia, la OMS no recomienda la vacuna BCG para la prevención de COVID-19”, dice el informe.
Sin embargo, eso no quita que varios grupos de investigación del mundo estén trabajando en ese campo, para verificar o refutar esa aparente correlación o asociación. En ese sentido, habrá que esperar los resultados, y mientras tanto considerar que es una afirmación que por el momento no tiene fundamento científico.
Revisión por pares
Para anunciar los hallazgos de sus investigaciones, los científicos utilizan como plataforma a centenares de revistas científicas internacionales especializadas en diferentes temas y disciplinas científicas.
El proceso de publicar en esas revistas comienza cuando el científico tiene los datos suficientes para redactar un artículo con sus nuevos datos, que deberá presentar a una revista.
A partir de allí se inicia todo un proceso de edición que puede llevar meses, y que involucra una revisión tanto de la forma como del contenido del artículo, haciendo cambios en la redacción del texto pero también solicitando más fundamentos para avalar los resultados.
Para realizar ese proceso de edición las revistas creíbles siempre recurrirán a científicos experimentados en el mismo campo del artículo, para que lo analicen antes de que sea aceptado para su publicación.
Este proceso, denominado revisión por pares, ayuda a verificar que el investigador siguió los procedimientos correctos e hizo interpretaciones y conclusiones razonables sobre el estudio. En efecto, esto protege a la sociedad de hallazgos y recomendaciones de investigación erróneas o fraudulentas.
A este respecto, un informe de la OMS destacó que las investigaciones que vinculan a la vacuna BCG con una menor prevalencia de COVID-19 se publicaron en línea, sin pasar por la habitual revisión por pares.
Debido a la pandemia, cada vez más centros de investigación publican documentos antes de que se complete la revisión por pares, y lo hacen en nombre de la ciencia abierta y la urgencia del momento.
Para los periodistas eso supone estar más alertas y considerar la importancia de verificar si un artículo científico ha sido revisado por pares antes de confiar en él para sus notas periodísticas. Y eventualmente relativizar sus resultados si ese paso no se ha cumplido.
Consenso científico y falso equilibrio
La ciencia se construye a partir del juicio colectivo de especialistas que coinciden en respaldar una posición o dato sobre un tema específico. A ese acuerdo se le llama consenso científico, que puede cambiar si los científicos encuentran otras evidencias que apunten a otra dirección.
Sin embargo, algunos científicos suelen disputar el consenso o la posición de la corriente principal. Esos científicos, a menudo denominados científicos disidentes, tienden a eludir los canales habituales y comunican sus puntos de vista a través de las redes sociales, blogs y otros medios populares.
Por ejemplo, todavía hay científicos que sostienen que el VIH no es la causa del SIDA, a pesar de que hace décadas se llegó a un consenso científico sobre este tema. De manera similar, los disidentes abonan el escepticismo sobre las vacunas que, por ejemplo, ha provocado un resurgimiento del sarampión en muchos países.
Con respecto a COVID-19, también están surgiendo opiniones disidentes. Por ejemplo, algunos científicos dudan de que todas las muertes reportadas en el mundo se deban realmente a esa causa. Algunos argumentan que esta nueva enfermedad no es peor que la gripe estacional.
Por supuesto, los científicos, como cualquier persona, tienen derecho a opinar, pero eso no significa que tengan razón. Muchas veces los científicos disidentes no tienen pruebas sólidas para su afirmación, por lo que la mayoría de los científicos no están de acuerdo con ellos, pero basados en datos polémicos y teorías conspirativas pueden ser muy buenos para convencer a los periodistas de que tienen una información polémica.
Con frecuencia, los medios de prensa deciden incluir todas las voces en un intento de escribir una historia equilibrada. Esto es particularmente evidente en la cobertura de la información sobre el clima, donde las opiniones marginales son presentadas como igualmente válidas que el consenso científico. Pero esto conlleva a un falso equilibrio, pues no todas las opiniones tienen el mismo peso.
Este falso equilibrio, además, tiene consecuencias. Un estudio de la Universidad de California concluyó que el falso equilibrio amenazaba los esfuerzos para combatir el cambio climático al dar credibilidad a afirmaciones no probadas de negacionistas del clima.
Pero es necesario tener presente que una posición de consenso cambia solo si los científicos encuentran evidencia clara.
La velocidad y la ciencia
La velocidad con la que se han realizado las investigaciones y los artículos publicados sobre COVID-19 no tiene precedentes, y eso genera preocupación porque algunos científicos podrían estar haciendo un trabajo poco preciso.
De hecho, un análisis de Reuters publicado en febrero de 2020 indicó que, si bien algunas publicaciones científicas sobre COVID-19 son creíbles, muchas de ellas pueden ser cuestionables o incluso erróneas.
En un artículo (en inglés), el especialista en farmacoterapia Irving Steinberg plantea preocupaciones similares. Por lo tanto, es importante verificar que el artículo se haya publicado en una sección revisada por pares de una revista confiable.
La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia
Algunas cosas son obvias para el sentido común. Si hay un maestro en el aula, es obvio que los estudiantes lo atenderán y escucharán. Pero algunas cosas no son tan obvias. Tomemos, por ejemplo, un test para detectar malaria usando un microscopio. El técnico que realice el test no informará que el paciente no tiene parásitos de la malaria, sino que informará que no han visto parásitos de la malaria en la muestra. Es decir, puede existir una pequeña posibilidad de que haya parásitos de la malaria, pero la prueba no los detectó.
Se aplica un principio similar para informar los resultados de la investigación. El 24 de abril, la OMS informó que no había evidencia de que los pacientes recuperados de COVID-19 no puedan reinfectarse. Esto no significa necesariamente que se puedan volver a infectar. Simplemente significa que en el momento de hacer esa afirmación no tenían ninguna prueba.
Informe en un lenguaje sencillo
Siempre es importante informar sobre la ciencia en un lenguaje que pueda ser entendido por quienes no son especialistas, lo que implica, como primer, paso evitar el uso de jerga técnica.
Siempre que pueda, lo mejor es reemplazar la jerga técnica con palabras o frases cotidianas. Por ejemplo, una historia de la CNN utilizó la frase “restos del virus” en lugar de “fragmentos de ARN”.
Y cuando sea necesario utilizar términos técnicos es importante explicarlos. La Red Internacional de Periodistas ha reunido definiciones de términos médicos que probablemente se encontrarán al informar sobre COVID-19. Por el momento solo están disponibles en inglés pero este recurso puede ayudar a interpretar y simplificar los términos.
Noticias falsas de COVID-19
Internet está inundado de afirmaciones totalmente falsas y no verificadas sobre COVID-19. Un informe del Instituto Reuters indica que alrededor de 59 por ciento de la información errónea que tomaron como muestra eran en efecto tergiversaciones de hechos existentes, mientras que 38 por ciento fue completamente inventado.
Y mientras solo 20 por ciento de la información errónea provino de políticos, celebridades y otras figuras públicas, esos datos generaron 69 por ciento de la participación (engagement) en las redes sociales.
Por lo tanto, es importante verificar cualquier información de COVID-19 que se encuentre en Internet o en las redes sociales antes de difundirla o tomarla como cierta. A continuación, se muestran ejemplos de recursos que puede utilizar para verificar datos:
- Verdades y falsedades sobre coronavirus de la Agencia France Press (AFP) (en español)
- Cazamitos de la OMS sobre COVID-19 (en español y en inglés)
- Base de datos del Instituto Poynter (en inglés)
- Fact-checker de Alliance (en inglés)
Fuente: SciDev
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