Hoy en día es frecuente describir nuestra sociedad como “sociedad de la información”, entre otras razones por la cantidad de información que fluye y circula, lo que puede convertirse en un problema. Tal y como comentaba Stephen Hawking en su libro póstumo, mientras que en el siglo XVIII se decía que existía una persona que había leído todos los libros escritos hasta ese momento, hoy esta hazaña sería imposible: tardaría unos 15.000 años en leer solo los libros de una Biblioteca Nacional, a razón de un libro por día, y, al terminar, tendría otros 15.000 años de literatura acumulada.
La información es más accesible que nunca: se dispone de acceso a miles de fuentes a solo un clic de distancia. ¿Por qué, entonces, es un problema mundial la desinformación y los bulos? ¿Por qué empresas internacionales como WhatsApp se ven obligadas a limitar el uso libre de sus redes sociales?
Para empezar, es normal que se cuelen mentiras porque falta, en general, tiempo y conocimientos necesarios para poder evaluar críticamente toda la información que llega a diario. Es el caso de las noticias falsas que circulan por las redes sociales: enjuagarse la garganta con agua salada ayuda a prevenir el coronavirus, o el hospital chino de hormigón construido en 48 horas. Así que, si no es analizando crítica y objetivamente el contenido de estos mensajes, ¿cómo una persona decide si son verdad o no?
Atajos cognitivos
Según el Modelo de Probabilidad de Elaboración, si carecemos del tiempo, los conocimientos o la motivación, podemos procesar un mensaje utilizando “atajos cognitivos” (heurísticos) que nos facilitan la tarea. Por ejemplo, si no somos médicos o biólogos, y no tenemos tiempo de contrastar un mensaje sobre el coronavirus, podemos decidir si nos lo creemos o no evaluando la fuente del mensaje; analizando si ese mensaje es consistente con nuestra opinión previa sobre el tema; y/o viendo si otras personas comparten también ese mensaje.
Los estudios han mostrado que esta forma heurística de procesar la información a través de atajos puede sernos de utilidad en un contexto de exceso de información y ayuda, en ocasiones, a deliberar de forma correcta. Pero también explican que, en la medida en que el uso de atajos prevalece sobre el escrutinio crítico de la información, es más probable que aparezcan sesgos cognitivos y que nos cuelen un bulo.
El sesgo de confirmación
Uno de estos sesgos es el conocido como sesgo de confirmación, según el cual tendemos a considerar solo información que es similar a nuestras ideas previas, y descartamos sin valorar la que las contradiga. Por ejemplo, si yo ya tengo unas creencias establecidas sobre los beneficios del agua, sean ciertas o no, sin analizar críticamente la información, es más fácil creer un mensaje.
Sin embargo, la razón por la que actuamos de este modo es comprensible desde un punto de vista psicológico: nuestras creencias sobre algo forman parte de los pilares del “edificio” que representa nuestra identidad y, como tal, desafiar cualquiera de ellas puede hacer temblar el edificio entero de lo que creemos ser, y somos.
También es comprensible desde un punto de vista biológico, ya que buscar el acuerdo facilita la cooperación social y, por ende, se trata de un rasgo seleccionado evolutivamente. No obstante, se denomina “sesgo” porque también se reconoce que ya no nos es útil, y que representa una característica que no ha tenido tiempo suficiente de adaptarse al creciente cambio que ha experimentado nuestro entorno.
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Otro sesgo que puede aparecer cuando razonamos vía atajos es lo que en español podría llamarse "ilusión de conocimiento”, y que consiste en creernos que sabemos más de lo que realmente sabemos. Este sesgo es peligroso porque conduce a creencias que, al no estar fundadas en conocimiento real o sólido, tienden a afianzarse en emociones y sentimientos, lo que a su vez las hace más fácilmente polarizables. No existe mayor problema en tirar de la cadena del WC sin saber cómo funciona, pero sí es peligroso difundir información a favor o en contra de las vacunas sin saber bien de lo que se habla.
Desacreditar a quien piensa de otra forma
Además, las creencias ligadas a fuertes sentimientos tienden también a buscar el refuerzo social, a apoyar a quien piensa igual y a descartar o desacreditar a quienes piensan lo contrario (incluso cuando aportan datos y pruebas). Es fácil que este sesgo aparezca en situaciones en las que un tema despierta reacciones emocionales fuertes –temas políticos o coronavirus, por ejemplo–, y sobre el que se razona más mirando la fuente o quién comparte la información, es decir, utilizando atajos.
Bajo este principio de refuerzo social emergen actividades fraudulentas de difusión de información que llevan a la gente a creerse un bulo bajo la falsa ilusión de que son muchos los que lo comparten, y en realidad se difunde vía bots. Evidentemente, hay muchos otros factores que pueden explicar por qué nos creemos un bulo o descartamos como falsa una información veraz, y la importancia de este tema justifica el esfuerzo en ahondar en su análisis.
Las consecuencias de la desinformación en Internet y en algunos medios de comunicación pueden ser de extrema gravedad a muy diferentes niveles. Pueden afectar –y lo hacen– a la salud pública, a la deriva ideológica y política de países, o al fortalecimiento de opiniones extremistas.
Difundir bulos a través de medios como las redes sociales puede, por tanto, actuar como la pólvora a la hora de encender odios e inquinas, o como la niebla impidiendo la aceptación de conocimiento útil y veraz. Redes como WhatsApp son conscientes de esto, y por eso actúan ahora. En cualquier caso, el fenómeno de la desinformación se enmarca en sociedades cuyos retos no terminan con el coronavirus, sino que se verán obligadas a enfrentar otros en el futuro (cambio climático, crisis de recursos, laboral, tecnológica, etc.), para los cuales necesitaremos, más que nunca, haber aprendido a utilizar la enorme cantidad de información generada hasta entonces.
Fuente: National Geographic
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