Con gente de todo el mundo confinada para controlar la pandemia de COVID‑19, hay que prestar atención a otra dolencia, cuya tasa de infección supera a la de cualquier virus: el aburrimiento, que ya es un riesgo sanitario serio.
¿Es posible que cuanto más nos obsesionemos con el peligro físico del virus, más subestimemos los daños mentales producidos por estados emocionales negativos como, por ejemplo, el aburrimiento?Algunos psicoanalistas piensan que el aburrimiento, cuando es permanente, puede convertirse en un trastorno neurótico llamado «alisosis». Aunque al hastío siempre se lo había asociado con el trabajo poco interesante, la epidemia de monotonía que enfrentamos hoy es una variante inusual de lo que los psicólogos llaman «aburrimiento en el ocio».
Como esta clase de aburrimiento es nueva para muchas personas, puede resultarles difícil manejarlo. Hay datos que vinculan el aburrimiento grave con una variedad de problemas: ludopatía, imprudencia al volante, daño autoinfligido, alcoholismo, toxicomanía, depresión, suicidio, psicosis, paranoia, irritabilidad, agresión e incluso homicidio.
En 2018, el Journal of Forensic Sciences publicó una investigación de los motivos por los que dos adolescentes de Idaho mataron a una compañera de clase (le dieron treinta cuchilladas); allí se concluye que el alivio del aburrimiento y la necesidad de estímulo (visibles ambos en este caso) son dos factores presentes en una variedad de actividades recreativas (legítimas o aberrantes).
El aburrimiento no es un tema de análisis nuevo. En El Anticristo, el filósofo Friedrich Nietzsche señaló: «Contra el aburrimiento luchan en vano incluso los dioses». En Memorias del subsuelo, Fyodor Dostoyevsky escribió: «Evidentemente, el aburrimiento puede ser un mal consejero: es el aburrimiento lo que nos mueve a clavar agujas de oro en la carne ajena… Pero esto no tiene importancia. Lo importante, lo grave es (sigo hablando yo) que el hombre pueda sentirse feliz de tener al alcance de la mano agujas de oro».
Las últimas investigaciones psicológicas en torno al aburrimiento han descubierto una relación entre la tendencia al tedio y el extremismo político, las conductas arriesgadas y la impulsividad. Si las conclusiones de estos experimentos se replican en todos los hogares, cuando la pandemia se haya aplacado podríamos hallarnos con un panorama psicológico y político radicalmente alterado.
En 2016, los psicólogos Wijnand van Tilburg (Universidad de Essex) y Eric Igou (Universidad de Limerick) publicaron en el European Journal of Social Psychology un estudio titulado «Going to Political Extremes in Response to Boredom» [El extremismo político como respuesta al aburrimiento]. Los autores señalan que siempre se pensó que el factor que induce al electorado al extremismo político es la «amenaza existencial» (por ejemplo, cuando los demagogos siembran el temor en el electorado acusando a extranjeros y otros chivos expiatorios de ser un peligro para la sociedad). Pero Tilburg e Igou hallaron que también es posible provocar un grado significativo de polarización política poniendo a las personas a ejecutar tareas muy tediosas que inciten al aburrimiento.
Según Tilburg e Igou, las personas con ideas políticas más radicales se creen poseedoras de una comprensión superior del mundo, aunque sus explicaciones sean sumamente simplistas o incorrectas. De modo que los aspectos psicológicos de hallarnos ante una amenaza importante nos llevan a buscar certidumbre y coherencia, mientras que la búsqueda de sentido activada en respuesta al aburrimiento ayuda a explicar los cambios de ideas políticas que este induce.
De ser así, al daño de la actual pandemia viral se suma el agravante de que puede alentar un incremento mundial del extremismo político: además de confinamiento, estados gripales y muertes, la COVID‑19 también ha creado una potente amenaza existencial en la forma de aburrimiento en masa.
En un estudio reciente, Gillian Wilson (The New School) reprodujo los experimentos de Tilburg e Igou sobre la capacidad del aburrimiento para inducir al extremismo político, pero halló que este efecto se da más entre personas conservadoras que progresistas.
Una consecuencia interesante de esto puede ser un aumento de votos para líderes de derecha como Donald Trump y Boris Johnson, que puede alentarlos a seguir políticas todavía más autoritarias. De hecho, es posible que esta pandemia viral conduzca a una espiral política de fanatismo a gran escala.
En otro estudio reciente publicado en el Journal of Behavioral Decision Making se halló una relación entre la propensión al aburrimiento y conductas riesgosas en los ámbitos financiero, ético, recreacional, de salud y de seguridad personal. Este trabajo de investigación (cuyos autores son Tilburg, Igou y Ayşenur Kılıç) indica que el aumento de conductas riesgosas puede deberse al debilitamiento del autocontrol que se produce en condiciones de aburrimiento. Otro estudio (de Igou, Tilburg y Andrew Moynihan) publicado en Social Psychology aporta más pruebas de este aumento de conductas riesgosas.
Estos trabajos de investigación pueden verse como una advertencia en el sentido de que imponer el confinamiento doméstico y otras reglas de reducción del contagio puede resultar contraproducente si esas medidas generan aburrimiento, ya que este puede inducir conductas peligrosas, por ejemplo incumplir leyes y normas o poner la propia salud en riesgo.
Lo tengamos presente o no, una de las razones principales por las que nos vamos de vacaciones es que cambiar de aires es una cura al tedio. Pero esta terapia nos está negada por tiempo indefinido; ni siquiera podemos cambiar de paisaje saliendo de casa tanto como necesitamos o como deberíamos. Autoritarios y dictadores de todo el mundo ya se estarán relamiendo de sólo pensar en los seguidores que tal vez consigan de aquí a poco tiempo.
Fuente: Revista de Prensa
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