Internet, como todas las grandes obras humanas, se trata de una creación colectiva que hunde sus raíces en la antigüedad, en la imaginación de filósofos, músicos y literatos y, ¿cómo no?, en la capacidad de los científicos para hacer realidad lo imposible. Así, el origen de internet es colectivo y forma parte de un proceso cultural que aún está por culminar.
Quizás sea la Biblioteca de Alejandría el primer intento de realizar un compendio de toda la sabiduría humana, un empeño cuya estela fue seguida muchos siglos después por los enciclopedistas franceses y, ya en nuestros días, por la Wikipedia. Sin embargo, los intentos de la antigüedad o ilustrados quedaban muy lejos de alcanzar la dimensión del proyecto de Jimmy Walles porque les faltaba un pequeño detalle: una red de comunicación global como internet. Si bien, Ptolomeo II pretendía “iluminar el saber del mundo entero”, en el siglo III a.de C. ese faro contaba con una luz muy limitada.
Borges, un visionario de internet
Hasta bien entrado el siglo XX, la idea de conocimiento compartido en una dimensión planetaria solo resonaba en las mentes más imaginativas. En Nobbot ya hablamos de Borges y sus profecías sobre lo que hoy es la red de redes. El escritor, que se mostraba remiso a usar la tecnología y solo se sentó frente a un televisor para ver cómo el hombre llegaba a la Luna, concibió, en El jardín de los senderos que se bifurcan, “una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos (…) que abarca todas las posibilidades”.
Más allá de la imaginación de los artistas, hasta que, en el siglo pasado, los científicos no pusieron manos a la obra para crear una red que les permitiera comunicarse y compartir conocimiento, en un proceso colectivo que podéis leer en este artículo de Muy Interesante, la música y la religión fueron los únicos fenómenos que contaban con una capilaridad y capacidad de expansión similar a la de internet. Y mucho antes de que las tecnologías que han impulsado la digitalización pudieran siquiera imaginarse.
Una red para amplificar la palabra de dios
En el caso de la religión, ¿cómo no imaginarse la red de templos como una red de nodos de telecomunicaciones que llevaban y llevan el mensaje de la fe a todos los confines de la Tierra? La gran diferencia sobre internet, además de las que tienen que ver con la tecnología, es que ese mensaje religioso está centralizado y se transmite de forma jerárquica e inmutable. Poco hay que añadir a lo que se supone que es la palabra de dios o, en su defecto, de su mensajero en este mundo. Se trata de hacer retuit, puede que con algún comentario, y poco más.
Hablemos ahora un poco de la música, una herramienta de intercambio cultural que siempre se ha abierto camino por los senderos del planeta al hilo de migraciones, misiones diplomáticas, certámenes, recitales o, en nuestros días, Spotify. A la música se la califica como lenguaje universal y no es por nada que sea así. Desde tiempos remotos, los músicos se han desplazado por tierra y mar difundiendo técnicas y sonidos nuevos a través de redes muy complejas de muy difícil trazabilidad.
Los ritmos perdidos
El arpa es un buen ejemplo de ello: se constata su existencia en el tercer milenio antes de Cristo tanto en Egipto como en Oriente, así que no puede hablarse de un solo foco a partir del cual se hubiera extendido su uso. Hay otros casos que reflejan este diálogo entre civilizaciones mucho antes del desarrollo de las redes de telecomunicaciones. En la isla de Chipre, situada en el corazón de los desplazamientos mediterráneos, confluyen distintas corrientes musicales, y Alejandría, fundada por los griegos en Egipto, desarrolla una sólida cultura musical e inventa un nuevo instrumento que tendrá gran éxito durante el Imperio romano, el órgano hidráulico, antepasado lejano del órgano de iglesia.
En su libro El ritmo perdido, el ilustre músico Santiago Auserón explora los orígenes de los ritmos peninsulares, deshilando una red global de sonidos, tecnologías, sentimientos y culturas para tratar de comprender su extraordinaria complejidad.
“Mi palo viene de una raíz oculta de ramificaciones muy extensas, mi lengua se entiende desde hace siglos con los tambores, participo a mi modo no de una salsa de ingredientes mezclados al tuntún, sino de un cruce seminal de verso y compás”, explica Auserón.
Un músico y filósofo que, por cierto, destapa algunas de las vergüenzas de internet en su texto, cuando afirma que “a los más jóvenes les parece innecesario volver la vista atrás para tomar referencias, llevados por la pulsión del consumo que ha adquirido proporciones de descubrimiento sin salir de casa. Todo el planeta -y parte de la estratosfera aledaña- cabe en un útil electrónico de tamaño reducido. Los intelectuales apenas alcanzan a estructurar sus ideas ante el espectáculo de un mundo que por todas partes clama, destella y se desvanece como fuego de artificio. La era electrónica ha multiplicado al infinito la actividad de los fantasmas”.
Muchos padres en el origen de internet
Una era electrónica, que –ahora sí- es hija de múltiples padres, tal como se explica en el ilustrativo texto, antes citado, titulado “¿Para qué se creó internet?”, publicado en la revista Muy Interesante.
Las necesidades militares y científicas que surgieron durante la Guerra Fría, junto con cierta idea sobre la aldea global que flotaba en el aire y se plasmó en el ámbito académico de la mano de Marshall McLuhan, propiciaron el trabajo de una larga lista de mentes que se pusieron manos a la obra para crear, primero la red ARPANET y, después, la World Wide Web que hoy utilizan más de 4.000 millones de personas en el mundo. En realidad no hay, por tanto, un origen de internet como muchos orígenes.
Miles de años después de la Biblioteca de Alejandría, se ha hecho realidad el sueño de la antigüedad y, ahora sí, el gran faro de la sabiduría ilumina casi todos los confines del planeta. A menudo velada su luz con intereses empresariales o ideológicos, pero eso ya es otra historia que, día a día, vamos escribiendo entre todos.
Fuente: Nobbot
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