La gran obsesión que atravesó el siglo XIX, como se sabe, fue la historia: temas del desarrollo y la detención, temas de la crisis y del ciclo, temas de la acumulación del pasado, gran sobrecarga de muertos, enfriamiento amenazador del mundo. El siglo XIX encontró en el segundo principio de la termodinámica lo esencial de sus recursos mitológicos. La época actual sería más bien la época del espacio. Nos hallamos en la época de lo simultáneo, nos hallamos en la época de la yuxtaposición, en la época de lo cercano y lo lejano, del lado a lado, de lo disperso. Nos hallamos en un momento en el que el mundo se experimenta, creo, no tanto como una gran vida que se desarrollaría a través del tiempo sino como una red que relaciona puntos y que entrecruza su madeja.
Michel Foucault
Revisando la distinción hecha por Eric Hobsbawm entre siglos “cortos” y “largos” con arreglo a alguna de sus notas dominantes (revoluciones en el XIX, mundo bipolar o bloques en el XX), sugerí en alguna clase a mis estudiantes que imaginaran el rasgo distintivo del siglo XXI. No pocos propusieron al ciberespacio y sus internautas. No somos profetas, eso está claro, pero la idea no me pareció, en principio, desmesurada.
El ciberespacio es una realidad histórica. Por lo mismo, ha ido forjando ya su story desde los sesenta del siglo pasado con la red estadounidense para fines militares, los setenta con el proyecto ARPA en las universidades, principios de los noventa con la World Wide Web (nuestra tan familiar www) y su aplicación en los negocios y el marketing, el correo electrónico, y así hasta el surgimiento de lo que sin exceso se ha dado en llamar la era de las redes sociales. Desde entonces, esa Story en curso ha ido encontrando su History, su relato histórico. Esa res gestae ha ido fraguando su rerum gestarum.
Pero, ¿es el espacio virtual susceptible de relato interpretativo como lo son los espacios “reales”? Desde luego que sí. Como ha escrito Pilar Gonzalbo, citando al precursor Henri Lefebvre: “Con independencia de los elementos materiales que los conforman y definen, la práctica social crea espacios que permiten que ‘tengan lugar determinadas acciones, sugiere y prohíbe otras’”. El ciberespacio se vive, es “habitado” y asumido tal y como ocurre con el espacio físico. Es una producción social que, como dijo el mismo Lefebvre mucho antes de Facebook y Twitter, al mismo tiempo produce socialmente sentido.
No creo desmesurado imaginar a Foucault, a propósito de la cita que sirve de epígrafe a estas notas, pensando en el ciberespacio como la “heterotopía de heterotopías”: un espacio “otro” (Des espaces autres es el título del texto sobre las heterotopías redactado en 1967), un “lugar real fuera de todo lugar” que impugna a los espacios convencionales y crea su propia experiencia del tiempo; aunque el autor francés se ocupa de este tema en sus conferencias de 1967 en el Cercle d’Études Architectuales de París, hay en sus consideraciones un claro sentido anticipatorio de lo que vivimos ahora como cosa ordinaria.
“Chapomarchas” y desastres: animando espacios físicos
Todavía más, el espacio virtual produce espacios físicos o, para decirlo con más propiedad, los anima y les da una atribución de significado en situaciones y momentos específicos. Tal y como ha ocurrido en otros lugares del mundo con las convocatorias de #ArabSpring, #OccupyWallStreet, #15-M de los indignados españoles, o en México con #YoSoy1324 o #GuarderíaABC, y en buena parte del mundo con #MeToo, en Sinaloa las redes sociales han servido igual para convocar a las marchas que demandaban la no extradición de Joaquín “El Chapo” Guzmán (febrero de 2014), que a la solidaridad con los afectados por el huracán Manuel (septiembre de 2013) o más recientemente por la depresión tropical 19-E (septiembre de 2018).
En el caso de las llamadas “chapomarchas”, ocurridas inmediatamente después de la primera reaprehensión de Guzmán Loera el 22 de febrero de 2014, las manifestaciones realizadas el 26 de febrero en Culiacán, Guamúchil y Mocorito fueron convocadas sobre todo en publicaciones de Facebook y mensajes de WhatsApp. En Twitter, por otra parte, se difundió la noticia compitiendo “a nivel mundial solamente con la caída de la red de mensajería instantánea más famosa, el WhatsApp”. Los mensajes de Facebook se trasladaron a las camisetas y pancartas en las que, entre otras cosas, se leía: “Para que vean que lo queremos”, “No queremos otra guerra. Liberen al Chapo”, “Chapo, hazme un hijo”, “¡Al Chapo se le quiere y se le respeta más que a muchos políticos!”, “Sinaloa es tuyo, Chapo”. Algunos de los más de mil manifestantes que, según la apreciación del propio gobernador Mario López Valdez, marcharon por la avenida Álvaro Obregón, principal arteria vial de la capital del estado, portaban una playera con el 701 al frente, significando el número de la lista de Forbes que correspondía entonces a Joaquín Guzmán entre las personas más ricas del mundo. Lo sé muy bien, pues lo atestigüé desde la puerta del Palacio de Gobierno Municipal, ubicado en dicha avenida, en donde entonces laboraba.
Una segunda marcha fue convocada en redes el domingo 2 de marzo. A diferencia de la primera, ésta que salió de la capilla de Malverde, terminó con actos vandálicos, disparos al aire lanzados por la policía para dispersar a los contingentes, autos haciendo piruetas frente a la catedral y 200 detenidos. Desde el principio, se advertía otro sentido en la manifestación en que se calcularon más de 2,500 participantes. Presuntamente firmado por el hijo de “El Chapo”, Iván Archivaldo Guzmán, en Facebook se leía el mensaje en que “aseguraba que su padre ya sabía de las manifestaciones y que estaba contento, que quería que su dinero se lo quedara el pueblo y por eso convocaba a una segunda marcha donde habría dinero en efectivo para quien fuera, habría música y comida”.
Desde este momento se librará una encarnizada lucha por el control del Cártel de Sinaloa, considerado uno de los más poderosos del mundo, misma que ha tenido como escenario el espacio real de las zonas sur, centro y centro-norte del estado, sólo paliada por la nueva fuga de Joaquín Guzmán el 11 de julio de 2015 hasta su segunda reaprehensión el 8 de enero de 2016.
Con motivo de estas marchas, en el espacio virtual, sin embargo, se libraron —y se siguen librando— otras batallas: desde las críticas que pedían en Twitter una bomba atómica para “desaparecer al narcoestado de Sinaloa” o las que denunciaban al “Estado fallido” que permitió el florecimiento de una narcocultura que inundó a una sociedad dispuesta a reclamar la liberación del capo, hasta las que han celebrado sus hazañas en las convocatorias en redes.
Una pregunta se impone: ¿hubieran podido cargarse de ese desafiante mensaje los principales espacios físicos de Culiacán sin la interpelación lanzada desde las redes sociales? Desde luego que no. El ciberespacio es una caja de resonancia que funciona eficazmente en convocatorias como estas, igual que lo hace para la organización solidaria y generosa de los jóvenes en desastres provocados por fenómenos naturales, como ocurrió con las brigadas de apoyo a los damnificados por el huracán Manuel que azotó a buena parte de la entidad del 19 al 20 de septiembre de 2013. El finado periodista y cronista Javier Valdez, víctima él mismo de la violencia delincuencial cuando fue asesinado el 15 de mayo de 2017, lo relataba así en el periódico La Jornada: “Convocados por vecinos o amigos, mediante redes sociales; invitados por organizaciones ciudadanas e incluso por el ayuntamiento, miles se movilizaron del viernes al domingo para ayudar a los damnificados por cuenta propia, armados con palas, cubetas y escobas”. Aun se recuerdan las escenas de muchachas y muchachos en actividades de auxilio en el zoológico de Culiacán -en donde al menos diez animales murieron ahogados-, rescatando ancianos, mascotas, muebles y contribuyendo con labores de limpieza, difundidas en redes y portales noticiosos. Lo sé muy bien, Daniela, mi hija, fue parte de esas brigadas.
Un espacio que produce “hechos”: las fake news
Pero las redes, como suele ocurrir, transmitieron también noticias falsas que sembraron confusión entre los internautas. Así sucedió con los rumores de una tercera “chapomarcha”, nunca confirmada, cuya noticia circuló por mensajes de texto, WhatsApp, Facebook y Twitter el 8 de marzo de 2014 y a cuyo punto fijado de arranque no asistieron más que unos cuantos jóvenes. En pleno huracán Manuel, las fake news fueron de tal magnitud y técnicamente tan bien realizadas que no pocos nos aterrorizamos al leer la noticia y ver la imagen que ofrecía el video del llamado Puente Negro en Culiacán, una majestuosa estructura de hierro por la que cruza el ferrocarril del Pacífico, cayendo con sus barras metálicas retorcidas por efecto del temporal. Lo sé bien, vi el video casi en “tiempo real” en mi revisión de Facebook durante esas horas aciagas.
Como quiera que en su experiencia en el ciberespacio el internauta se entera de las noticias casi simultáneamente a la ocurrencia de los hechos (si es que tales hechos en verdad son reales), habría que reparar en esta que es una verdadera novedad histórica propia del espacio virtual. Las noticias falsas han existido siempre en las sociedades, su carácter distintivo en tiempos de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, como ha escrito Esteban Illades, es que están en todas partes y nos avasallan de mil maneras. Ahora mismo no puedo evitar recordar aquella afirmación de Marc Bloch cuando, a propósito de sus hallazgos en el clásico Los reyes taumaturgos (1924), afirmaba: “El ‘milagro real’ de la historia es que hemos creído las más grandiosas y falsas noticias”. Lo novedoso es que hoy en día las mentiras son profusas y se diseminan con una eficacia jamás vista. Nuestro problema, en consecuencia, es mayúsculo porque -y aquí lo documentado por Illades- las mentiras ya no son producidas sólo por la propaganda política o los mensajes publicitarios; las Fake News tienen que ver con Trump, el Brexit, Cataluña o las campañas electorales en México, con los productos milagro o las patologías personales, y tienen que ver también con una subcultura que ha cambiado nuestros hábitos de percepción: la subcultura de la posverdad, del relato que no requiere ser contrastado con los hechos para ser creíble y creído.
De otra manera, ¿cómo explicarnos que los principales medios nacionales de comunicación se vieran en la obligación de aclarar, a unas horas del sismo del 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México, que un monstruoso terremoto de 8.7 grados Richter, con epicentro en las costas de Guerrero, estaba por devastar a la megalópolis mexicana. O, para volver a Sinaloa, si no es porque tenemos que dar por sentado que “noticias” de este estilo son creíbles y creídas (de hecho “viralizadas”), ¿cómo explicarnos que autoridades oficiales de Gobierno del Estado, Protección Civil y la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), apenas culminadas las lluvias traídas por la depresión tropical 19-E del 19 de septiembre de 2018, que produjeron cinco muertes y cuantiosas afectaciones patrimoniales en 11 municipios de la entidad, tuvieran que salir a los medios a desmentir un audio falso que circuló por WhatsApp en el que se alertaba a la población de un aguacero más devastador que el de unos días antes? “hay que prevenirse para el fin de semana, se espera otro ‘madrazo’ para este fin igual que el de la semana pasada, va a estar más cabrón porque el suelo está saturado de humedad… no quieren que se sepa mucho…”, se escuchaba en el audio de marras. Lo sé muy bien, llegó a mi whats y lo escuché con mis propios oídos.
A estas novedades hay que sumar las noticias falsas que circularon en medio de la tormenta del mismo 19 de septiembre de 2018 en Culiacán: “A la una de la tarde llegará el ojo del ciclón a Culiacán” (nunca hubo ciclón); “Se desalojarán fraccionamientos residenciales como La Campiña y La Isla”; así como el aviso de que “si requieren apoyo para traslados deben comunicarse al teléfono de Karla Cota (número de teléfono incluido)”, una pobre chica que en los momentos de la tormenta se encontraba auxiliando gente en zonas afectadas de la ciudad de Los Mochis, al norte de Sinaloa, y quien tuvo que publicar un post en Facebook aclarando: “Yo no sé quién pasó mi número de celular. Van más de 100 llamadas que me hacen, yo estoy ayudando en el albergue y centro de acopio en el COBAES 02. NO SOY LA JEFA DE PROTECCIÓN CIVIL…”.
Hay que dejar constancia de que las Fake News son cosa muy seria, y han provocado estados de auténtica psicosis social con su difusión en las redes más populares, y particularmente en Facebook. El dramático hecho de los linchamientos perpetrados en varios lugares del país contra personas —algunas de ellas muertas a manos de la turba y probadamente inocentes (y aunque no lo hubieran sido, esta barbarie es explicable pero no justificable)— acusadas de “robachicos” en el centro y sureste del país a fines de agosto e inicios de septiembre de 2018, da probada cuenta de ello. El ciberespacio produce sentido, es cierto, y lo hace para bien y para mal.
Documentando el ciberpesimismo
En el sui generis proceso político (en el que concurrieron elecciones locales con elecciones federales) culminado el 1 de julio de 2018, también corrieron en abundancia las Fake News en el ámbito local: desde la exhibición en Facebook de un recibo en el cual se hacía “constar” que el PRI estatal pagaba en su edificio sede en Culiacán 46 pesos por concepto de electricidad (la cantidad real era de 39,500 pesos); la publicación de un video subido por un perfil falso (que acababa de ser creado en Facebook y nada más tenía publicado ese material) en el que se acusaba a Luis Guillermo “Químico” Benitez, candidato de Morena a la presidencia municipal de Mazatlán, de haber ejercido violencia física en contra de una mujer; hasta el “registro de un niño con el nombre de “Amlo Moreno” (aludiendo a las siglas de Andrés Manuel López Obrador —AMLO— y al partido que él formó, Morena), para mencionar sólo algunas.
Hay aquí, por cierto, un hecho decisivo que pone en duda la expectativa de que los Social Media podrían inaugurar una nueva forma de hacer política construyendo una suerte de “democracia horizontal”. La política en redes tiene sin duda su especificidad: “Muchos, en especial aquellos ciudadanos interconectados digitalmente, están menos comprometidos con la idea de un Estado-nación que las generaciones anteriores. Buscan, en cambio, identidades comunes alternativas —animadas ya sea por la cultura, la fe, la etnia, el idioma, la clase social o la orientación sexual.”
Esto explica, en parte, la peculiar dinámica del ciberespacio, en la cual, salvo las convocatorias motivadas por asuntos generalizables por su naturaleza -como la solidaridad en situaciones de desastres naturales-, es punto menos que imposible organizar una conversación sustentada en hechos y argumentos. Parcialmente, esto permite entender acaso el fenómeno contemporáneo que Zigmunt Bauman bautizó como “la vuelta a las tribus” (Umberto Eco, como se sabe, fue más lejos al llamar a la mayoría de opinadores en redes “legión de idiotas”). Lo que en lugares como Sinaloa, caracterizados por su incapacidad de ver al mundo, por su fijación por —como se dice coloquialmente— “verse el ombligo”, es todavía más evidente y pernicioso.
En Retrotopía (2018), su libro póstumo, refiriéndose a la ausencia de una “condición instrumental” que permita la eficaz acción colectiva en el mundo actual, Bauman lo describe así: “Digo esto teniendo en mente la incongruencia señalada por el ya desaparecido Ulrich Beck: la de haber sido proyectados hacía una avanzada condición cosmopolita (una interdependencia, una interacción y un intercambio universales, planetarios) cuando la correspondiente conciencia cosmopolita (y no digamos ya la concienciación cosmopolita) apenas si ha avanzado más allá de la fase del parto inicial”.
Un caso digno de atención, por este rumbo, fue el de la creación de una FanPage de Facebook denominada “República de México del Norte”, en la cual se partía de la pregunta: “¿Si Cataluña pudo, por qué México no?”. Y en la que se leía: “Nuestro 30% del PIB es suficiente para extirparnos (sic) de este Estado fallido, viva Aridoamérica!!!”. En pantalla se podía ver cómo, al 1 de octubre de 2017, la página contabilizaba 2.3 K compartidas. Tamaulipas, Sonora, Coahuila, Baja California, Sinaloa, Durango, Nuevo León y Baja California Sur –se establecía-, serían los estados que conformarían la nueva nación.
De modo que la política en redes sociales es un terreno pantanoso y muy difícil de recorrer con éxito. En este sentido, y siguiendo a Cynthia Ramírez, tratándose de campañas electorales y de política en general, me inclinó por el “ciberpesimismo” más que por el “ciberoptimismo”. Me cuento entre quienes apostaron por la posibilidad de un voto dividido en los comicios del 1 de julio en Sinaloa. Evidentemente, mi vaticinio no se cumplió: en esta entidad, como en buena parte del país, los electores sufragaron casi inercialmente —en las postulaciones a cargos federales, estatales y municipales— por los candidatos de la coalición “Juntos Haremos Historia”, que encabezó el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), o para decirlo con más claridad, por el enojo y la emoción social que despertó y supo encarnar el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.
Sinaloa fue el estado del norte de México en que mayor porcentaje de votación obtuvo la coalición que postuló a López Obrador con un 64.5% del total. Un dato interesante acerca de la (casi se diría nula) influencia de las redes sociales en los resultados electorales, es el que indica que los candidatos del PRI a alcaldes de Ahome, Guasave, Culiacán y Mazatlán, los cuatro municipios más importantes demográfica, económica y políticamente, lideraron por número de seguidores (superando los 100,000 cada uno) y likes en la red social de Facebook durante la campaña electoral. Pese a ello, en todos esos lugares salieron victoriosos los aspirantes de Morena, quienes contaban con menos de cuatro mil seguidores o de plano “carecían de cuentas en Facebook como figuras públicas”. Más allá de la utilización de los llamados “bots”, lo cierto es que, en efecto, hasta ahora no está para nada claro que las redes sean determinantes en los comicios. Antes bien, al parecer lo que, después de la declinación del corporativismo y consiguientemente del voto “duro” o de “estructura”, está decidiendo las contiendas es el voto fincado en la emoción originada en una situación social o un personaje providencial. Este es un tema en el que tendrá que seguirse profundizando.
En un lugar como Sinaloa, con una cultura cívica todavía escasamente “participativa” en los términos clásicos de Almond y Verba, es claro que las tecnologías de la información y la comunicación son un vehículo de las representaciones y los estados de ánimo surgidos de la sociedad general. La diferencia del e-campaigning en el espacio virtual con el marketing tradicional en el espacio real es de forma: “ahora en lugar de un panfleto vemos un meme, en lugar de un pendón nos mandan un GIF, las propuestas del plan nacional de desarrollo vienen en formato de infografía y además de tener que llevar a quince personas al mitin, hay que conseguir treinta seguidores diarios para la página de fans del candidato.” Las preguntas se desgranan solas: “¿Qué buscan los candidatos con sus campañas en línea: captar nuevos votantes, darle mantenimiento a su ‘voto de estructura’, reconfirmar los prejuicios de su base respecto a los otros candidatos, enturbiar el ambiente digital para que nada se dirima en él? ¿En verdad existe el votante indeciso que se convence a través de internet y las redes sociales?”
En el proceso electoral pasado, el ciberespacio generó más de 37 millones de tuits. Las “benditas redes sociales”, como las bautizó López Obrador la noche del 1 de julio al celebrar su triunfo en la plaza de El Zócalo de la Ciudad de México, neutralizaron los ataques que sus adversarios lanzaron en su contra (bots de uno y otro lado incluidos), pero no fueron vehículo de discusión seria alguna acerca de las cuestiones de fondo que una campaña por la presidencia de la República debe ventilar. Fue un ejercicio de suma cero.
Colofón: Apuntes para una historia futura
El giro espacial (Turn Space, como, flirteando con el Linguistic Turn, se conoce a este enfoque en el mundo), tendrá que virar un poco más para dar cabida al ciberespacio como tema de la historiografía.
Una mañana de estas, asistiendo a una actividad académica, pasé por la plazuela Rosales de Culiacán, situada frente al edificio rosalino que durante casi cien años fue sede principal de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ahí me topé de golpe con mis recuerdos de niñez y juventud: la escapada de las clases de catecismo en el vecino Santuario del Sagrado Corazón de Jesús; la curiosidad infantil por saber cómo en 1918, en el fragor de las batallas revolucionarias de inicios del siglo XX, Botica “La Nacional” donaba una banca al “pueblo de Culiacán”, según rezaba la inscripción en el mosaico; las marchas estudiantiles cuyas consignas no entendía en los sesenta; las manifestaciones en defensa de la autonomía universitaria en las que participé en los setenta y ochenta; los conciertos de rock organizados por la Comisión Juvenil del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) en los balbuceantes ochenta; los jardines fatigados por tantas persecuciones policiacas y no menos cáscaras futboleras; los raspados en la semitropical fuente de sodas “El Capi” con la novia y los amigos; mis pasos al lado de Ana haciendo planes para un futuro juntos.
Ese espacio perdió aliento con la construcción de un puente que partió su ya peregrina unidad física con la decimonónica Casa Almada, el edificio de la Prevocacional, el Estadio Universitario, la Preparatoria Central y el barrio de La Vaquita. Lo que encontré aquella mañana fueron unos cuantos muchachos dispersos, sentados en bancas diferentes, absortos ante un pequeño dispositivo que los enteraba de las noticias de sus familias, sus amigos y parejas, su país y el mundo, involucrándose en condenas a políticos corruptos, esparciendo noticias falsas pero espectaculares, quizá firmando peticiones en Change.Org, dando RT a una convocatoria o un tuit chusco: plantados en un espacio físico y desplantados en un espacio virtual.
Ese espacio que es escenario de los desplantes de los desplantados tiene ya su Story. Ese espacio sin topos físico es el que ve nacer su History. Estas líneas pretenden ser, de algún modo, apuntes de esa historia futura.
Imagen: El Pais
Fuente: Nexos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario