Esta historia comienza hace en la majestuosa biblioteca de Asurbanipal, el último gran rey de Asiria (669-627 a.C.). Dentro de su palacio en la ciudad de Nínive -actual Irak- se alojaba una espectacular colección de más de 20.000 tablillas de arcilla entre las que se encontraba el Poema de Gilgamesh, el poema épico más antiguo de la humanidad.
En el 612 antes de Cristo, las fuerzas babilonias arrasaron Nínive, y todos los conocimientos albergados en su biblioteca fueron destruidos. Textos de escritura cuneiforme sobre historia, arte, literatura, ciencias, religión, magia quedaron hechos trizas. “Cuando los arqueólogos descubrieron el sitio (en 1847), había dos habitaciones repletas de fragmentos”, explica Enrique Jiménez, investigador de la Ludwig-Maximilians Universitat de Múnich. Pequeños trozos de arcilla, rotos y esparcidos por todas partes, algunos tan diminutos que, a pesar de contar con símbolos sumerios y acadios, se hacía prácticamente imposible para los humanos identificar su significado. De ahí nació la idea en la que está trabajando Jiménez desde hace un año.
“Este sistema de escritura es muy ambiguo”, explica el investigador español. “Hay hasta 30 formas distintas de leer un solo símbolo. Si tienes el contexto, todo resulta mucho más fácil”, indica. Por eso lleva meses construyendo una base de datos que cuenta ya con 11.000 fragmentos de tablillas que no ha leído nunca nadie. Su objetivo es ambicioso: reconstruir los inicios de la literatura mundial con la ayuda de la inteligencia artificial (IA). Mientras indexa imágenes e información, Jiménez está desarrollando paralelamente un algoritmo para poder llenar los vacíos, es decir, identificar exactamente aquellas piezas que van juntas. Todos los fragmentos se digitalizan y se transcriben. “Queremos llegar a los 15.000 para finales de este año, lo que nos permitirá buscar todos los fragmentos inéditos de la biblioteca de Asurbanipal en un segundo”.
Para demostrar la eficacia de su método, Jiménez lo ha estado probando con tablillas literarias procedentes de la famosa biblioteca de Sippar, una ciudad al noroeste de la antigua Babilonia, en lo que hoy en día es Irak. Dice el historiador Beroso el Caldeo (350-270 a. C.) que fue en esta ciudad donde Noé enterró todos los escritos de la tradición mesopotámica antes de que llegara el diluvio universal.
En colaboración con el doctor Anmar Fadhil, de la Universidad de Bagdad, Enrique Jiménez ha podido estudiar el Enuma eliš, un poema babilonio que narra el origen del planeta, y completar un poco más la obra de El Justo Sufriente, un texto precursor del sueño de Job que aparece en la Biblia. “Durante 3.000 años, nadie pudo leer esta obra. Ahora hemos podido decodificar el mensaje y restaurar el texto, que ya era un clásico en la antigüedad”. Estas tablillas de escritura cuneiforme permiten a los investigadores aprender importantes detalles sobre la vida cotidiana en Mesopotamia.
La cuestión ahora será desentrañar las piezas complementarias entre un sinfín de restos antiguos ya excavados. “Tenemos muchas copias de los mismos textos, pero todas están rotas”, lamenta Enrique Jiménez. Así que, hasta dentro de 40 o 50 años siendo muy optimistas, el sistema de IA no habrá podido reconstruir toda la literatura acadia. “Sin conocer los clásicos, no se puede entender una civilización”, concluye.
Fuente: La Vanguardia
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