Tetsuya Ishida es un artista de culto en su país pero poco conocido fuera de Japón, un hueco que trató de llenar el Museo Reina Sofía organizando la primera gran retrospectiva sobre su obra.
Un artista a conocer pues algunos de sus cuadros nos devuelven imágenes reconocibles que retratan, en gran medida, la sociedad en la que vivimos y puede que el mundo del futuro. Pero, frente al pesimismo del artista, nos queda la esperanza de que aún estamos a tiempo de cambiar de rumbo, apostando por un buen uso de la tecnología y nuevos modelos de crecimiento económico más sostenibles y justos.
Estallido de la burbuja
De corta carrera – falleció a los 32 años-, este artista reflejó con incisiva lucidez las amargas consecuencias de las sucesivas crisis que perturbaron la economía mundial a partir de 1973 y, más concretamente, el momento de recesión que vivió Japón tras el estallido de la burbuja especulativa en 1991.
Tetsuya Ishida reflejó el sentimiento de una generación cada vez más escéptica, embestida por la falta de expectativas. Su obra es testimonio de una época ya que la incertidumbre y el estancamiento del período oscuro que le tocó vivir, así como su reflexión sobre el trabajo, tiene muchos paralelismos con la crisis que desde 2008 afecta a la economía y la política a escala planetaria.
Más allá de sus connotaciones locales, puso rostro a la desolación generalizada de una sociedad radicalmente alterada por los despidos masivos y la especulación. Sus pinturas, dibujos y cuadernos son un testimonio excepcional del malestar y la alienación del sujeto contemporáneo, denunciando sin tapujos su deshumanización.
Ishida desarrolló un poderoso imaginario repleto de personajes híbridos y máquinas antropomorfas que reflejan la soledad, incomunicación y aislamiento, así como la profunda crisis de identidad que afecta al individuo en un mundo que lo ha convertido en una pieza intercambiable de un complejo engranaje al servicio de la producción y el consumo.
Encarnan el grado extremo de dominación de las tecnologías y la subordinación sin límites a una nueva forma de esclavitud que no distingue entre trabajo y consumo.
Tetsuya Ishida, un artista sin filtros
Posiblemente la fuerza de su realismo pictórico radica en su capacidad para conectar con el espectador sin necesidad de filtros. La crudeza con que el artista interpela el presente nos devuelve una sensación de impotencia compartida.
El apático trabajador que protagoniza la acerada crítica de Ishida ha sucumbido con resignación a sus sueños y esperanzas. Al igual que los personajes de muchas producciones manga y anime, el artista utiliza la caricatura para mostrar al empleado adoctrinado que acata, sin derecho a réplica, su función instrumental en el engranaje productivo.
Berutokonbea jŌ no hito (Cinta transportadora de personas, 1996) refleja, por ejemplo, los procesos de transformación de la cadena fordista de trabajo mientras que en Kaishu (Retirado, 1998) el cuerpo troceado y empaquetado parece reducir su condición a la de un producto cualquiera cuyo tiempo de vida útil está marcado desde origen por la fecha de caducidad.
Ishida también dedicó parte de su obra a la escuela, la infancia y la adolescencia como primeros momentos de instrumentalización social y cultural del sujeto. La presión ejercida por una educación encauzada hacia los imperativos de productividad, competitividad y eficiencia, así como la escuela como espacio reglado de domesticación y control son evidentes en pinturas como Mebae (Despertar, 1998).
Fuente: Nobbot
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