Ensayo de Ana Prieto a propósito del libro Corazones estallados de J.P. Zooey, análisis politizado acerca de las redes y sus efectos sobre la emocionalidad y las relaciones.
A diez años de su debut con Sol artificial, y a pocos meses de la publicación de Manija, su última novela, J.P. Zooey (seudónimo de Juan Pablo Ringelheim) vuelve con Corazones estallados, un ensayo sobre el posthumanismo en el que desarrolla algunas de las obsesiones que ya se vislumbraban en sus ficciones y en sus columnas sobre tecnología, emocionalidad y vida cotidiana publicadas en Página 12.
Las ideas humanistas del Renacimiento italiano, nos recuerda Zooey, formaron la base de lo mejor de nosotros. Los principios de racionalidad, igualdad, fraternidad y libertad, el progreso educativo y científico, los ideales democráticos y los fundamentos jurídicos de la modernidad, se desprendieron de ese movimiento intelectual que impulsaron primero Petrarca, y luego Lorenzo Valla, Pico della Mirandola y Leon Battista Alberti. El vehículo de integración por excelencia a la comunidad humanista siempre fue la lectoescritura, “formadora de hábitos civilizados y pensamiento crítico”.
Para su pleno desarrollo y expansión, pues, los principios humanistas necesitan de una sociedad alfabetizada que además tenga como valor el cultivo de virtudes elevadas. Pero, nos recuerda también Zooey, el humanismo está en crisis. Y no es un secreto. La ambición tecnocrática y el espíritu utilitario gobiernan a gobiernos, empresas, grupos humanos y a buena parte de la academia. En Corazones estallados (ese “corazones” refiere al emoji con el que “demostramos” nuestro amor en la era digital), a Zooey le interesa poner la lupa especial pero no exclusivamente en las redes sociales y sus posibles efectos sobre la emocionalidad y las relaciones humanas. “El lazo posthumano está hecho de excitación, estrés, odio y miedo, tales son los actuales aglutinantes sociales”, escribe.
Abrevando en Peter Sloterdijk, Franco Berardi, Michel Houellebecq y Marshall McLuhan, Zooey traza un diagnóstico de la actual sociedad posthumana, una en la que la lectoescritura “no se orienta hacia un ascenso o cultivo de una interioridad, sino hacia la electrocución y el contacto permanente”; una en la que se forman comunidades “parciales y efímeras”, impulsadas por la “adhesión y el rechazo”; una en la que la relación ética con quienes se encuentran debajo ya no es más una relación ética: al individuo posthumano “no le gusta la gente que se encuentra en el abajo, y hay quien puede tender a querer torturarla y matarla”. Consciente de que podría tildárselo de “apocalíptico” en la definición de Umberto Eco, o de nostálgico y “amargado”, Zooey escribe que “hay que tomar el asunto en serio ya que tiene consecuencias políticas reales que nos involucran a todos”.
El problema de este ensayo con nutrida información e ideas frescas sobre el posthumanismo y los posibles modos de sortearlo es su flagrante partidización (que no politización; el humanismo es política y sería necio plantear lo contrario). Que Zooey sugiera que la ex presidenta Cristina Fernández es una humanista buena de toda bondad y el actual presidente Mauricio Macri un posthumanista malo de toda maldad (la irrupción inesperada de ambos nombres a lo largo del libro y los fragmentos dedicados a una y otro invitan a esta caricaturización), despojan al texto de relevancia universal y de atemporalidad (posiblemente no eran sus pretensiones, pero resulta sin embargo decepcionante), sin contar que el autor parece ignorar que en Argentina, como en tantas otras naciones imbuidas en el posthumanismo, el poder se ha repartido históricamente entre unos pocos y se gestiona de manera concentrada y vertical.
Sin negar decisiones políticas cuyas consecuencias son reales, ni la retórica radicalizada de funcionarios actuales de alto rango que facilitan el estallido de discursos radicalizados y faltos de empatía en las redes sociales, plantear que los votantes de la actual gestión son simplemente definibles como posthumanos seducidos por formas vacuas (globos), resulta en sí un planteo posthumano.
El ensayo dedica sus últimas páginas a una autoentrevista de Juan Pablo Ringelheim a su alter ego autoral J.P. Zooey. Esta sección contiene ideas potentes sobre el ejercicio de la empatía y el tipo formal de comunicación que propone twitter, más allá de los contenidos que promueve. Pero esas ideas potentes se diluyen justamente por el tipo formal de comunicación que propone la autoentrevista. Ideas que podrían haberse lucido más en el cuerpo del ensayo se licúan en este diálogo metatextual y ficticio que no tiene justificación en sí. Los ejercicios formales desconcertantes, sin embargo, son un sello del J.P. Zooey que escribe ficción y, aparentemente, no quiso abandonarlos en su primer ensayo de largo aliento.
Fuente: Clarin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario