lunes, 14 de febrero de 2022

Signos de civilización, cómo la puntuación cambió la historia


Es común que, cuando se habla de grandes inventos, se mencione siempre el hardware: la imprenta, la máquina de vapor, la generación de electricidad, la computadora. Pero el software ha sido más importante para que la humanidad, sin él, aquello es metal muerto. El lenguaje escrito es pues la tecnología decisiva; nada cambió más profundamente nuestra mente. Y la parte avanzada de ese hito del desarrollo económico, social y moral son los signos de puntuación, acaso una de las claves de la hegemonía occidental.

"La puntuación es una de las cosas más espléndidas que produjo nuestra civilización, y que conoció un desarrollo glorioso que atravesó desde la Antigüedad al Renacimiento'', destaca el señor Bard Borch Michalsen. Acaba de publicarse un ensayo sustancial de este catedrático noruego. Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia (Ediciones Godot, 176 páginas, traducción de Christian Kupchik) es una obra tan amena como profunda que revisa 6.000 años de escritura, rescata a héroes olvidados como el bibliotecario Aristófanes de Bizancio (desarrolló el primer sistema de puntuación del mundo), plantea inquietudes sobre el futuro del lenguaje en la era digital y elabora una filosofía de la corrección gramatical y sintáctica. Un libro valioso, en suma.­

Podría decirse que el profesor Michalsen es una macluhiano tardío, en el sentido de que considera la tecnología como el motor de la evolución humana. La palabra impresa cambió la Historia, generó una revolución cognitiva; la libertad de expresión -duramente conquistada- modificó las relaciones de poder; el capital cultural potenció la economía como nunca antes. Y en ese devenir hubo aceleradores de los cambios poco conocidos como el editor Aldus Manutius (introdujo la primera coma moderna en 1494), el Steve Job del Renacimiento. Siguiendo la analogía, Venecia y Florencia fueron el Sillicon Valley de los siglos XV y XVI.­

El libro de Michalsen es un alarde de erudición. Se basa en una copiosa y bien escogida bibliografía. Hermosas citas exornan las páginas. Como ésta de Claudio Magris: "El uso adecuado del lenguaje es un requisito previo para la claridad moral y la honestidad''. Y esta otra de F. S. Fitzgerald: "Elimine todos los signos de exclamación. Un signo de exclamación es como reírse de sí mismo''.­

¡Scott está totalmente equivocado! En esta trinchera preferimos usar todos los signos de civilización. Y amamos ése que Michalsen considera el más hermoso, el único capaz de añadir un toque de distinción al texto: el punto y coma. Es otro invento renacentista y, acaso, también sirve como indicador de nivel intelectual; quienes lo usan bien son personas que gustan de la complejidad y los matices. En el siglo XIX, causó un duelo con esgrima. Hemingway lo desdeñó (al igual que al papel higiénico) pues temía que lo tomaran por afeminado.­

Después de esta maravillosa travesía por la historia de los signos de puntuación, de evocar algunas polémicas recientes en Europa y de proporcionar algunas oportunas normas gramaticales, Michalsen se adentra en un terreno filosófico. Advierte que la era del WhatsApp nos retrotrae, en cierta forma,  al lenguaje oral escrito de los griegos y a los ideogramas de la Antigüedad, vía emojis. ¿Es una moda? ¿Una tendencia irreversible que conduce a una suerte de esquizofrenia permanente, con dos formas de escritura en tensión? Otra grieta, pues.­

Fecundas reflexiones incluye la segunda parte del libro. El profesor Michelsen se pronuncia en favor de seguir enseñando el uso correcto de los signos de puntuación, pues "cuanto más pautas comunes compartamos en el acto de comunicar, mejor nos entenderemos''. 

Estos códigos comunes del lenguaje -insiste- "fueron sin dudas una de las mayores fuerzas impulsoras detrás de los grandes avances que tuvieron lugar en Europa hace quinientos años''. Uno no puede dejar de preguntarse: ¿Qué Argentina saldrá de esa mayoría de jóvenes exasperados que hoy casi no leen y usan para el diablo todas las magnificas herramientas que la escritura ofrece a la razón? Da miedo pensarlo.­

Fuente: La Biblioteca de Asterión

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