Sin obituarios en los medios masivos, en 2021 el programa Flash pasó a mejor vida. Entre las consecuencias de la desaparición de la plataforma de software más utilizada durante el cambio de siglo en las animaciones de las páginas web, tal vez la menos comentada haya sido que muchísimas obras de literatura digital se volvieron de pronto ilegibles. Se trataba de proyectos que a menudo, gracias a esa herramienta, hibridaban el texto con lo audiovisual. La muerte de Flash acabó de certificar el crepúsculo de la literatura electrónica tal y como se había configurado. Ese canon —sobre todo académico— de hipertextos diseñados para ser leídos en dispositivos con pantalla muy probablemente no vaya a ser la literatura del porvenir que imaginaban sus autores.
El presente existe para contradecir el futuro. Y en los últimos años se han impuesto otras formas —inesperadas— de entender las escrituras expandidas, que en un tiempo récord han logrado lo que nunca consiguieron las obras de referencia de la literatura digital: convencer de su interés y de su importancia a muchísimos lectores.
De las cinco principales tendencias actuales de la literatura atravesada por la informática, solo una recuerda claramente a la e-literature de las décadas pasadas: las narrativas interactivas de no ficción. Para las otras cuatro no nos había preparado lo que hasta ahora se entendía por literatura digital. Me refiero a las nuevas oralidades, la escritura en redes sociales, las nuevas formas de edición y la generación de literatura a través de programas de inteligencia artificial.
Los grandes relatos multimedia han encontrado su hábitat natural en las plataformas de contenidos que antes llamábamos diarios. La crónica se ha consolidado en ellas como una propuesta periodística en la cual, habitualmente, el texto se sitúa en el eje de rotación alrededor del cual orbitan o se ramifican cartografías, imágenes, vídeos, animaciones, estadísticas, audios o visualizaciones de datos. En ese formato circula mucha más literatura sin ficción que relatos o novelas, tal vez porque no existe ninguna gran plataforma consagrada a la publicación de narrativas interactivas de carácter literario.
Los podcasts y los audiolibros, en cambio, sí que son distribuidos en megaestructuras como Spotify, Storytel o las de algunos grupos editoriales. Por medio de ellas se difunden las nuevas formas de la literatura oral. Aunque predominen las adaptaciones a archivos sonoros de las retóricas tradicionales de la radio, cada vez son más las propuestas enriquecidas o revolucionadas por la música, los paisajes sonoros, las voces sintéticas, las experiencias binaurales o los altavoces inteligentes. Todavía no existe una crítica especializada de estos y otros objetos culturales vagamente identificados, pero las redes sociales, esos metamedios, han alimentado tanto su análisis como su difusión.
Si en un primer momento, a finales de la primera década del siglo, las principales redes sociales actuaron como segunda pantalla de comentario o amplificación de lo que ocurría en las pantallas principales (cine, televisión, series, libros); durante la segunda década emergieron en Twitter, YouTube o Instagram lenguajes narrativos y artísticos propios, que volvieron autónomas a las plataformas. Las dos horas nocturnas que pasamos viendo la tele o Netflix se han vuelto el tiempo excepcional, el paréntesis de ese tiempo continuo que ocupamos viendo vídeos o stories, leyendo posts o correos, publicando fotos o respondiendo whatsapps. En nuestras vidas, la segunda pantalla se ha convertido en la pantalla predominante.
El hilo de Twitter —de ficción o sin ella— tal vez sea el código literario más relevante en ese nuevo territorio. Sobre todo, en relación con el género del ensayo de actualidad y la crónica de curiosidades, aunque también como ficción en serie.
Pero el que más ha sacudido las convenciones de la calidad estética y los circuitos poéticos ha sido el de ese terreno discursivo que se mueve entre la poesía juvenil, el aforismo popular y la autoayuda, que ha provocado la existencia de una nueva generación de influencers. Sus textos, a menudo doblemente apoyados en la imagen —se comparten como .jpg y no han sido solo tecleados, también han sido diseñados—, han demostrado ser perfectos para surfear y propagarse por la superficie acrítica de las redes. Adaptados al formato libro, con apoyo de comunidades robustas de seguidores, se han convertido también en superventas.
En una época en que la adaptación de narrativas de éxito a otros lenguajes se ha vuelto la pauta del mercado, la edición también se está volviendo adaptativa. No solo se ha automatizado la existencia de tres versiones de la mayoría de los libros (en papel, en audio y como e-book). También se está experimentando con otro tipo de expansiones transmedia, interactivas o videolúdicas. Como siempre, las nuevas tecnologías proponen herramientas y mercados inéditos, y los creadores y la industria responden a ellos. Así, las editoriales amplían su oferta en un espectro que va desde los servicios de autoedición hasta la exploración de las posibilidades de los tokens no fungibles (NFT).
Los NFT están generando la posibilidad de que los libros electrónicos entren en una nueva era bibliófila, como series limitadas u objetos de colección. Bookwire ya ofrece en inglés y en español Creatokia, una línea de negocio cuyo lema es “El mundo de los originales digitales”. La adquisición de NFT de carácter literario también puede apuntar hacia nuevas formas de mecenazgo, como las que encontramos ahora en Patreon o Verkami, donde los creadores pueden recibir apoyo económico para sus proyectos. Esos agentes son tan literarios como la legendaria Carmen Balcells. Como nos enseñó Pierre Bourdieu, todo es campo cultural. Todo lo literario es directa o indirectamente literatura.
Hace tiempo que escribimos en colaboración con los programas y algoritmos que nos ayudan a documentarnos o a corregir nuestros textos. Pero la irrupción del GPT-3, un programa de inteligencia artificial con una capacidad asombrosa para escribir todo tipo de textos, anuncia una nueva era en la producción de discursos escritos. Los primeros libros publicados —como la novela Pharmako-AI, de K. Allado-McDowell, o el tebeo The Ai-Made Comic Book, de GPT-3, Vqgan+Clip, que añade imágenes también creadas por una red neuronal— nos recuerdan que las máquinas pueden generar lenguaje, pero no argumentos ni ideas. Pero el progreso es ultrasónico. Y las posibilidades que inauguran ese tipo de programas están aún por descubrir y explorar.
Todas esas mutaciones literarias conviven con las escrituras y las ediciones tradicionales, que siguen teniendo más presencia social que las nuevas. La integración parece convivir más o menos armónicamente con el Apocalipsis. La literatura se ha filtrado en los guiones de los videojuegos y de las series, de las exposiciones y de las campañas de publicidad. Pero sobre todo late por debajo de la inmensa y constante producción textual del siglo XXI. Franco “Bifo” Berardi interpreta esa realidad así en El tercer inconsciente: “Parece estar surgiendo una forma más refinada de comunicación”, una búsqueda colectiva “que es simultáneamente psicoanalítica, política, estética y poética”. Desde un whatsapp hasta la estructura del metaverso, en nuestra época todo tiene la posibilidad de ser literatura. Veremos hacia dónde nos conduce esa ampliación brutal de la penetración de la palabra escrita.
Fuente: El Washington Post
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