No fue sino hasta el inicio de la pandemia cuando Sarah O’Dell comenzó a ver todo el encanto de los chats grupales. Encerrada en su casa de Redding, Connecticut, con su marido y sus dos hijos, llegó a ver cómo una conversación ininterrumpida en su teléfono podía brindarle una distracción bienvenida, intercambio de información y apoyo social.
A principios de 2020, cuando su marido sufrió un derrame cerebral, los seis participantes de una cadena de mensajes de confianza que se había formado antes de la pandemia “se comunicaban cada par de minutos”. Su esposo se recuperó rápidamente, y la conversación continuó y ganó impulso cuando los participantes se dieron cuenta de que pasaría un tiempo antes de que pudieran volverse a reunir.
En el grupo se hablaba de libros y películas, además de conversaciones profundas a todas horas de la noche. Intercambiaban temores sobre la muerte de sus padres y notas sobre avistamientos de gente rara en el barrio. “Somos como escritores de comedia que se juntan en un buen chat grupal”, comentó O’Dell.
O al menos así era. Los chistes y los chismes del vecindario han llegado a un ritmo insatisfactorio en los últimos seis meses cuando la fatiga de la pandemia llegó. “Siento una punzada cuando la cosa se pone lenta”, dijo O’Dell, de 45 años, gestora de contenidos. “Me entra el pánico y pienso: ¿este es el final?”.
La respuesta para muchos chats grupales es sí. Como tantas características de nuestra vida en la actualidad, las cadenas de mensajes de texto están experimentando una gran caída. No importa cuán estimulantes sean, todas las conversaciones terminan por llegar a su fin. Incluso —y quizás en particular— las conversaciones de mensajes de texto que surgieron y nos acompañaron durante los primeros días del encierro se han vuelto más tranquilas a medida que las burbujas se desintegran, la dinámica interpersonal ha cambiado y la gente se cansa de charlar sobre lo mismo.
Jasmin Bollman, escritora independiente y consultora de mercadeo en Ottawa, llevaba mucho tiempo enviando mensajes de texto a sus amigos locales en masa, para compartir memes o planear alguna reunión ocasional los viernes por la noche. Pero en la primavera de 2020, el hilo de confianza se había convertido en el principal foro del grupo para procesar las noticias en tiempo real.
“Me pareció todo tan abrumador”, dijo Bollman, de 39 años.
Recordó que cada vez que Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, aparecía en la televisión para una conferencia de prensa, “era como si hubiera una necesidad de ser el primero en informar lo que estaba diciendo. ¡Pero literalmente todos estábamos viendo lo mismo!”. Así que empezó a apartarse.
“Sentía que el mundo se acababa, y no quería que una de mis últimas cosas fuera leer estos textos grupales”, dijo Bollman. Muy pronto, los demás siguieron su ejemplo; el chat terminó efectivamente.
‘Una progresión natural’
Los chats grupales, como todos los chats, no están destinados a durar para siempre. Desplázate hasta el final de tus mensajes y quizá encontrarás una conversación olvidada de hace mucho tiempo: una cadena de planificación para la fiesta sorpresa de marzo de 2020 de un amigo, o un gran grupo lleno de contactos que salieron de tu entorno social cuando las horas felices virtuales dejaron de ser divertidas. No hubo ningún drama; las cosas simplemente se desvanecieron, como es normal.
Para la cadena de tres de Ellen Schiller, el final fue un poco más abrupto. “Todos nos enviábamos mensajes de texto con frecuencia al principio de la pandemia, y era muy sombrío y entretenido”, opinó Schiller, una artista de 50 años de Salem, Massachusetts. Hasta que los otros dos integrantes del grupo decidieron iniciar un negocio de consultoría universitaria la primavera pasada. Sentada sola frente a su máquina de coser, Schiller hacía una pausa cada vez que tenía la tentación de compartir una observación con sus amigos. La idea de que estuvieran sentados uno al lado del otro y leyeran su misiva juntas la hacía sentir excluida.
“Ahora son como un matrimonio”, dijo. “No las envidio, pero realmente extraño lo que teníamos”.
Elena Mehlman, diseñadora gráfica de 25 años, dijo que su grupo de cinco mujeres solía intercambiar chismes y bromas y soñar con escapadas sin parar. Luego las cosas se pusieron tensas. La situación llegó a su punto álgido cuando una de las integrantes decidió mudarse del apartamento que compartía con otra integrante del grupo. “Se hizo el silencio total”, dijo Mehlman, que ahora actúa en secreto, comunicándose en privado con las personas del extinto grupo.
“Es decepcionante”, dijo. “Siempre había querido tener un grupo de chicas. Pero la covid tenía otros planes para nosotras”.
Alex Levy, DJ y profesor de yoga que vive en Sacramento, California, forma parte de muchos chats grupales, incluido uno compuesto por casi cien amistades que ha hecho en el festival anual contracultural, Burning Man. Sin embargo, después de un tiempo, dice, las cadenas de texto “empiezan a ser menos frecuentes y a desvanecerse”.
“Estas cosas tienen una progresión natural”, señaló Levy, de 28 años. “La gente empieza a vivir su propia vida y a seguir su propio camino”. Con tono sabio y calmado, como el de un jedi, dijo que un chat de grupo que no ha perdido su brillo a estas alturas de la pandemia no sería natural. “Es raro que un chat de grupo se mantenga dos años después”, aseguró.
Después de que él y varios compañeros viajaran a Perú para participar en una ceremonia de ayahuasca con un chamán, se mantuvieron en contacto desde Texas, Londres y Nueva York para compartir actualizaciones sobre sus viajes espirituales. Levy dijo que esos mensajes ya no son frecuentes, pero eso no le preocupa.
“Incluso cuando esta cadena termine, estaremos conectados por una experiencia en el pasado”, explicó.
‘Desertando’ y poniendo límites
Deesha Philyaw, escritora de Pittsburgh, estima que la cantidad de grupos de chat a los que pertenece aumentó a 17 durante la pandemia. Hay varios para sus amigos de “Black Twitter”; cinco para varias cosas de sus hijas, el padre de estas y su actual pareja; y uno para su agente y abogado, donde se critican con gran detalle los chismes literarios y los Bad Art Friends.
Dijo que ayuda que ninguno de sus grupos esté tan activo como a principios de 2020. Además, mantiene la cordura silenciando los chats de vez en cuando. Desactivar las notificaciones, agregó, es menos dañino para los demás que dejar un mensaje de texto grupal y permitir que los miembros restantes vean la notificación de “una persona ha salido del chat”.
“Yo lo llamo desertar”, comentó Philyaw, de 50 años, sobre las personas que se dan de baja de los chats grupales. “Me hace pensar en alguien en el sur estadounidense antes de la preguerra con la cintura ceñida girando sobre sus talones y saliendo dramáticamente”.
No obstante, aunque silenciar las notificaciones parezca la opción más amable, no siempre sale bien. Philyaw recordó una conversación en la que había pasado de participante a espectadora silenciosa. “La dinámica se estaba volviendo extraña y me quedé callada”, relató. Su desaparición no pasó desapercibida, y un miembro del grupo se molestó y comenzó otro grupo con todos los miembros excepto Philyaw.
Maggie-Kate Coleman, de 42 años, que trabaja a tiempo parcial en una universidad de Filadelfia, tuvo una conversación grupal con colegas, la cual fue rebautizada como “Galpacas” al comienzo de la pandemia, por las fotos de alpacas que a menudo compartían. “Se convirtió en un salvavidas”, aseguró Coleman, quien también es escritora de teatro musical.
El chat grupal de seis estaba más unido que cuando eran solo colegas, y el enfoque de la conversación pronto cambió de los asuntos de la universidad a sus vidas personales. Coleman bajó la guardia y compartió detalles sobre su vida privada, pero se retiró al comienzo del año escolar más reciente.
“Pensé que sería una buena idea establecer algunos límites”, comentó. “Me di cuenta de que podría no ser tan saludable para mí contarles a las personas con las que trabajo todos los detalles sobre mi vida amorosa”.
Ha encontrado un par de lugares nuevos en los que concentrar su energía para mensajes de grupo. Una cadena es un grupo de sus primos que están dispersos por el este de Estados Unidos, y otra es un grupo de cuatro amigos que se dividen entre Nueva York y Londres. El número reducido le viene bien a Coleman, y hay una simetría en el grupo: si el cuarteto se divide en cualquier configuración de dos, dice, cada pareja tiene algo en común de lo que hablar, ya sean los padres ancianos o la ciudad en la que viven.
Todavía tiene un par de chats “que estoy tratando de matar”, dijo. “No respondo activamente como lo hacía antes”. Para ella, es una cuestión de agotamiento. “El ritmo de comunicación en el momento álgido de la pandemia se hizo insostenible cuando ya nos vacunamos e intentamos vivir un poco más en el mundo”.
‘Un reencuentro sin escalas’
Cuando Kalei Talwar estaba en la universidad, los mensajes de texto grupales eran la forma en que ella y sus amigos planificaban la logística para cualquier ocasión. “Era solo para preguntar si alguien podía llevar hielo a la fiesta”, expresó Talwar, que tiene 31 años y vive en Brooklyn, Nueva York. Un lado más intenso de este medio de comunicación se reveló durante la pandemia, cuando ella y sus amigos de la infancia en Hawái comenzaron lo que ella llama “una reunión incesante”.
Durante los primeros seis meses, la cadena —a la que cambiaron de nombre, una y otra vez— funcionaba a todas horas del día, con memes, artículos y recomendaciones de libros, pero cuando empezó a parecer que el mundo se abría, la conversación se volvió más tranquila. “Se convirtió en un índice de lo tristes y solitarios que estábamos”, dijo Talwar.
Ahora es más activa en una cadena de amigos cercanos que utilizan su chat para hacer planes. Sin embargo, la naturaleza local del grupo puede tener inconvenientes. Talwar dice que a veces tiene la sensación de que se han reunido sin ella. Un recorrido reciente por Instagram le permitió corroborar esa sospecha.
“No es el reino de la fantasía”, dijo sobre el chat del grupo solo para vecinos, recordando la vez que se encontró con una foto en la que todo el grupo, excepto Talwar y su marido, estaba disfrutando de una noche de fiesta.
Sherry Turkle, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts que estudia el papel que desempeña la tecnología en nuestra vida social (se puede leer sobre ello en su libro de memorias, The Empathy Diaries), dijo que muchos de estos retos son endémicos del medio. Los indicios y pistas de las conversaciones cara a cara y las llamadas telefónicas no se encuentran en los chats de grupo.
“Si te cuento de una muerte por mensaje de texto, no podrás leer cómo me siento”, sugirió. “No verás mis lágrimas ni podrás saber si estoy escribiendo algo por quincuagésima vez o si estoy devorando un helado de Haagen-Dazs. No puedes leerme, así que no sabes cómo responder”.
Pero para los amigos que se mantienen en contacto a larga distancia, los mensajes de texto pueden ser lo más parecido a salir juntos. Los mensajes de grupo de Kelsea Norris eran muy activos incluso antes de la pandemia. “Recuerdo que estaba saliendo con un chico y mi celular no paraba de sonar y él decía: ‘Creo que alguien está intentando ponerse en contacto contigo’”, relató.
Norris, de 31 años, se mudó hace poco de Brooklyn a Knoxville, Tennessee. Una de las partes más duras del traslado, afirmó, ha sido ver cómo se fortalecen los lazos entre los amigos que dejó atrás. “Es un recordatorio del camino no elegido”, apuntó. “Ya es bastante difícil dejar a tus amigos durante una pandemia, y ver cómo se acercan o me envían una foto de su cena es un recordatorio de lo que me estoy perdiendo”.
Ser testigo de las dinámicas de grupo que se revelan en caracteres alfanuméricos también fue complicado para Kira von Eichel, una escritora de Brooklyn. Le encantaba el modo en que los mensajes de texto grupales le permitían mantener vivas sus relaciones con otras mujeres, conmemorar cumpleaños y compartir artículos y recetas. Sin embargo, uno de los grupos en los que se encontraba, compuesto íntegramente por mujeres, incluyendo un miembro “alfa” y un par de devotas suplicantes, resultó ser un reto.
“Fue horrible”, dijo Von Eichel, de 49 años. “Era como ver tus peores pesadillas de la escuela secundaria en cámara lenta”. Dijo que le resultaba imposible no ver la jerarquía social incrustada en el diálogo. Llegó a notar cómo un par de integrantes saltaban a la acción cada vez que la “alfa” escribía algo, y cómo los mensajes de las mismos dos participantes a menudo quedaban sin respuesta. Era como ver Dinastía o Dallas, pero con un grupo de mujeres que usan zuecos y ropa de Apiece Apart, dice de su grupo, que en gran medida ha quedado en silencio.
Sin embargo, si esperamos lo suficiente, cualquier cosa puede resucitar. El chat de O’Dell se ha estado iluminando como un árbol de Navidad, con mensajes sobre las tasas locales de resultados positivos de la prueba COVID-19 y el protocolo escolar, las pruebas caseras y los síntomas.
Fuente: NYT
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