Los estudios sobre la memoria irrumpieron en la escena francesa de las ciencias sociales y las humanidades en la década de 1980, como una manera de observar con una óptica diferente las posibilidades y los retos que implica estudiar esta capacidad humana. ¿Qué queremos recordar? ¿Qué fuentes son válidas para conocer el pasado? En una sociedad que cifra todas sus esperanzas en el futuro, académicos como Jan Assmann aseguran, sin embargo, que es importante volver la mirada atrás. De hecho, este autor alemán plantea que pasado y presente están estrechamente vinculados: es precisamente en relación con el pasado como los individuos configuran su identidad.
Este proceso de formación de la identidad no es un hecho exclusivamente subjetivo, según Assmann. De hecho, al desvincular la memoria de la experiencia humana individual, es posible pensar en los mecanismos que intervienen en el proceso de construcción de identidad de un colectivo. Así lo explica en su libro Historia y mito en el mundo antiguo (Gredos, 2011), en donde dilucida la función que tiene el recuerdo en la configuración de las identidades culturales. Al comparar tres grandes culturas mediterráneas en la Era Antigua, Egipto, Israel y Grecia, analiza la forma en que los recuerdos compartidos se organizan culturalmente y las transformaciones que sufren a lo largo del tiempo.
Aunque parece que el estudio del profesor alemán está separado por un par de milenios de la actualidad, estos adelantos permiten acercarse a la idea de la memoria como un fenómeno cultural y social vigente. La idea de la memoria comunicativa permite entender las generaciones como distantes en el tiempo, pero unidas cultural y socialmente por sus procesos de recuerdo y olvido: la memoria cultural. Esta perspectiva nos interpela frente a cómo nos relacionamos con el pasado y postula que, aunque un hecho histórico no necesariamente cambie, la manera en la que una colectividad se relaciona con él depende de variables sociales y puede, de hecho, modificarse.
¿Qué queremos recordar? ¿Qué fuentes son válidas para conocer el pasado?
En la década de 1980, por ejemplo, se marcó un punto de inflexión respecto a cómo el pueblo alemán se relacionaba con su pasado más reciente. El 8 de mayo, reconocido desde 1945 como el día de la capitulación, se comenzó a llamar como el día de la liberación a partir de 1985, por iniciativa del entonces canciller Richard von Weizsäcker. Aunque este discurso le acarreó fuertes críticas, logró que la sociedad se cuestionara la manera en que se pensaban la experiencia nacionalsocialista.
La forma en la que nombramos las experiencias necesariamente influye en cómo percibimos el pasado y en el lugar que tomamos frente a él. Este mensaje queda claro en ¿A quién le pertenece la historia? (Wem gehört die Geschichte?, 2019), discusión en la que Jan Assmann y la académica Aleida Assmann postulan que la identificación con la historia es la clave para entender a quién le pertenece: si la narración o los hechos no nos interpelan de ninguna forma, es difícil que nos identifiquemos con lo que nos transmiten.
Los análisis culturales realizados por Assmann también son relevantes porque manifiestan la importancia del encuentro con otras culturas; esta posibilidad de confrontación de lo propio y lo ajeno es posibilitada, justamente, por la memoria cultural. El profesor Assmann afirmó, en la ceremonia de entrega del premio que les concedió la Fundación Balzan (2017) a él y a Aleida Assman, que “las culturas no forman unidades autocontenidas, sino que se entrelazan y responden unas a otras. En este sentido, la memoria cultural de Europa resulta ser una historia de relaciones tensas que nunca pueden detenerse”. El mensaje no pudo llegar en un mejor momento, puesto que las tensiones internas en la Unión Europea parecieran ser más fuertes que los lazos comunes, construidos por siglos de historia conjunta.
Fuente: Kolumbien
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