En un seminario de sociología, un profesor irrumpe con un soneto. Entre estrofa y estrofa levanta la vista para mirar al público que hace rato escucha atento desde los pequeños cubículos de zoom. El “sonetito”, según sus palabras, se titula “A Charlie”:
Tutor de metafísica y soltero,
santiagueño con cola que rehúye
las caricias y todo lo que fluye,
hasta el amor, eterno pasajero.
Por este mundo de simulaciones,
él descalzo y desnudo se desliza
como una sombra por habitaciones
y territorios donde nadie pisa.
Esta es su casa. Creímos ser sus dueños,
sólo somos materia de sus sueños.
Charlie es el gato de Carlos Zurita. Mientras Zurita lee a modo de despedida el poema que escribió a su mascota, el chat de zoom explota: “¡Gracias por tanto!”, “¡Qué lindo!, “¡Un capo!”, “Recuerda a los sociólogos viejos donde la cultura era general y universal”.
Carlos Zurita es profesor de sociología, editor de la Revista Trabajo y Sociedad y director de la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Pero también es escritor y poeta. Pertenece a ese grupo de intelectuales con una “doble vida”: repartidos entre la profesión científica y la vocación literaria. Personas atravesadas por dos pasiones o dos oficios que, aunque aparentemente incompatibles, coinciden en el intento por comprender y narrar el tiempo en que vivimos.
Esa dualidad fue lo que defendió Carlos Zurita en este seminario dirigido a estudiantes de la materia “Escritura y Argumentación” de la Escuela IDAES: que esa doble vida puede ser una, y que quienes nos dedicamos a las ciencias sociales tenemos mucho por ganar si nos asumimos escritores. Porque la escritura, lejos de ser una mera herramienta a la que acudimos para plasmar o comunicar lo que descubrimos o lo que investigamos, es una práctica intrínseca de nuestro oficio, una instancia a través de la cual descubrimos aquello que pensamos.
Nada es más sugerente que el título de su último libro, El sociólogo como escritor. Allí, Zurita insiste en una idea: que la sociología, como la novela, crea espacios y personajes desde las descripciones y las narraciones, y que son esas narraciones las que logran darle sentido a lo sucedido en el pasado, el presente y el futuro.
Zurita no puede escapar de algunas obsesiones. Aunque se dedica hace décadas al mundo del trabajo (comenzó su trayectoria estudiando el servicio doméstico y luego a los trabajadores golondrinas), todos los años necesita releer El Quijote. El gusto se lo pegó en los ‘60 Ana María Barrenechea, profesora de literatura y pionera en temas de análisis estructural. En esos años, Zurita estudiaba Letras en la Universidad de Buenos Aires y asistía a las clases de José Luis Romero, “el gran medievalista argentino”, y a las de Jorge Luis Borges sobre literatura inglesa y norteamericana. Ahí, en el subsuelo de Viamonte 430, aprendió cómo la literatura podía iluminar y enriquecer el análisis histórico o social. Un saber que pudo conservar como una perla escondida, a pesar de su inclinación por la sociología cuantitativa, de la mano de Floreal Forni.
El sociólogo-escritor propone dos libros-hito para incursionar en la reflexión sobre los cruces entre la literatura y las ciencias sociales: Las tres culturas, de Wolf Lepenies, y La sociología como forma de arte, de Robert Nisbet. De Nisbet recupera, en particular, tres formas de pensar las similitudes entre las ciencias sociales y las artes: a través del concepto de estilo, de la construcción de metáforas (pensadas no solo como figuras retóricas) y del diseño de paisajes sociales. Pone algunos ejemplos: el peso de las metáforas de crecimiento o la construcción de los paisajes sociales de masas durante el siglo XX.
Pero hay un cuarto elemento, otro recurso que la sociología toma prestado de la literatura: la creación de retratos y personajes que condensan, al mismo tiempo que profundizan, una época. El retrato del burgués, del obrero, del burócrata, del intelectual, son algunos de los ejemplos icónicos. A nivel local, Zurita recupera cómo Argentina fue creada también a través de personajes y paisajes: de El Matadero, de Esteban Echeverría; de El Facundo, de Sarmiento y de toda esa literatura gauchesca que logró condensar la realidad social de esos años.
Zurita también propone examinar las diferencias entre ambas disciplinas. Y lo hace en términos popperianos: mientras la sociología es un discurso reglado por convenciones vigentes “en el contexto de la justificación”, es decir, es un discurso que se pretende convincente y compartido, la literatura no aspira a demostrar una verdad. Más bien opera en “el contexto de descubrimiento”. Su verdad es ella misma: su poder de convencimiento, su sustentabilidad factual, está en el propio texto.
La diferencia entre ambas escrituras se vuelve más sustancial aún si vemos el impulso del que surge: mientras que a los literatos los mueve escribir una pulsión interior, para los sociólogos la escritura está ligada, en general, a una presión externa, a la necesidad de ser evaluados a partir de sus publicaciones. Y eso porque las trayectorias en el sistema científico argentino (como los de otras latitudes) están determinadas por cuánto escribís y dónde: esas son las condiciones de producción y de reconocimiento de los textos de ciencias sociales. Y es eso, también, lo que condiciona nuestras escrituras, nuestros estilos y nuestros textos.
Las recomendaciones del profesor
Además del soneto, o “del sonetito”, el seminario de Zurita incluye sugerencias que aprendió en su propia práctica como sociólogo y escritor, y que enseña a sus estudiantes como mantra. La primera de ellas, que escribir bien es escribir sencillo. Pero hay más:
1. Leer lo propio como ajeno: este ejercicio de distanciamiento, de desdoblamiento de uno mismo como escritor y lector, contribuye a reconocer los límites de nuestros textos, a distinguir lo que quisimos decir y lo que realmente dijimos.
2. Imitar cómo escriben los cientistas que nos gustan: Zurita recuerda que también fue una recomendación del sociólogo Javier Auyero durante las Jornadas de Escribir Lo Social. Auyero llamó a “emular”, escribir “a la manera de”, una práctica recurrente en otras artes, como la música o las artes plásticas.
3. Leer de todo: el aprendizaje de la escritura sociológica se adquiere leyendo a otros buenos sociólogos, a quienes te inspiran. Pero también hay que leer literatura y poesía. Zurita recomienda los cuentos de Raymond Carver, la poesía de Cesare Pavese y Wislawa Szymborska, las letras de tango de Enrique Cadícamo y las novelas de Paul Auster, J. M. Coetzee, Leopoldo Marechal y Leonardo Padura.
4. Leer sin ingenuidad: estar atentos a los contenidos de los textos y también observar cómo esos autores construyen un diseño, despliegan recursos, presentan estrategias textuales.
Imagen: Peakpx
Fuente: Anfibia
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