No sabemos si los ordenadores son inteligentes o no –o si solo lo son un poco–, pero incluso los menos fervientes en relación a la inteligencia artificial (IA) coincidirán en que ni tienen alma, ni creencias, ni fervor religioso. Sin embargo, los ordenadores y la religión no son, ni mucho menos, términos antagónicos.
Ya en 2013, un servicio de SMS llamado SMSBible ofrecía versículos de la Biblia vía mensajes de texto. Transcribir la Biblia en formato texto, adaptándolo a la mensajería móvil, fue una evidente prueba de ingenio. Cabe pensar que éste, como tantos otros servicios, desapareció con las nuevas tecnologías; lo cierto es que no: sigue presente en Facebook, Twitter y LinkedIn, incluso con versiones en varios idiomas.
Y no es esta, ni mucho menos, la única aplicación religiosa: Message from God, de la empresa Official Human, cuenta con más de ocho millones de usuarios que reciben a diario mensajes para inspirar su vida espiritual. Texts from Jesus, Messages from Spirit Oracle o My Guardian Angel Messages son, tan solo, algunas de las aplicaciones similares que uno puede llegar a encontrar.
Podría parecer que el uso religioso de la tecnología es algo exclusivo de la cultura occidental; sin embargo, nada más alejado de la realidad. Así, nos encontramos con aplicaciones islámicas altamente populares. Es el caso de Muslim Assistant, con más de diez millones de descargas o de Quran Majeed, con más de cinco millones de descargas.
Las religiones orientales siempre se han dotado de una pátina de pragmatismo que, en ocasiones, nos puede llegar a parecer irreverente. Por ejemplo, las ruedas de oración budistas que contienen el mantra por todos conocido, om mani padme hum, tienen su versión tibetana. En ella se considera que si la rueda gira, el efecto es el mismo que recitar la plegaria. Esto ha dado lugar a innumerables versiones, teniendo así ruedas de plegaria movidas por agua, por viento o por fuego, así como ruedas eléctricas, digitales –en formato gif animado– o incluso movidas directamente a través de internet, donde se acciona remotamente mediante una aplicación web, contando con la posibilidad de llegar a insertar un mantra o un deseo.
En Kodaiji, un templo budista zen de Kyoto, se ha ido un paso más allá, desarrollando un robot animado capaz de crear sermones. Su creador, Hiroshi Ishiguro, un renombrado profesor de inteligencia artificial de la Universidad de Osaka, espera que el robot –que responde al nombre de ‘Mindar’– aprenda a lo largo de su vida útil, adquiriendo y atesorando una sabiduría infinita a lo largo del tiempo. Su coste, en total, ha alcanzado los 106 millones de yenes.
Por tener, la IA ha tenido hasta una iglesia. Es el caso de Way of the Future, fundada por el polémico Anthony Levandowsky, un ingeniero de Google pionero en la conducción autónoma de vehículos y uno de los fundadores del proyecto Chauffeur dentro de la compañía, el cual terminaría por dar origen, a su vez, al proyecto Waymo.
Levandowsky se fue de Google después de recibir más de cien millones de dólares por su trabajo. Posteriormente, junto a otros tres ingenieros, fundó Otto, la start-up de camiones auto-conducidos; esta, a su vez, sería adquirida ocho meses después por Uber. En el año 2017, no obstante, Google llevó a los tribunales a Uber por infringir sus patentes en coches auto-conducidos y Levandowsky fue condenado a dieciocho meses de prisión, que serían conmutados gracias a un perdón presidencial. La iglesia de la IA de Levandowsky, clausurada durante ese mismo año, fue fundada con la idea de que eventualmente los humanos adorarían la IA: sus capacidades estarían tan alejadas de lo posible para un ser humano que éstos terminarían por considerarla una suerte de divinidad.
Son muchos los puntos de encuentro entre la religión y la inteligencia artificial: desde difundir la palabra de Dios, a automatizar la plegaria o crearla, creando exégesis (e incluso, tal como se ha señalado, una iglesia). ¿Existirá un límite? Y si este existe, ¿cuál será? ¿Podrá la IA, según postula Ishiguro, devenir en un pastor y, quizás, un Buda ‘viviente’? Y si llega a ser un Buda, ¿tendrá alma?
En el camino de apropiación de nuestras habilidades y tareas, a veces, nos encontramos con la perplejidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando aquellas acciones que consideramos más radicalmente humanas devienen banales, automatizables y ejecutables en la nube, al igual que todas las demás.
Imagen: Alamy
Fuente: Ethic
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