Vivimos en la era del clic. Aunque muchos lo critiquen, el clickbait –ese tipo de noticias con titulares que buscan visitas más que informar– son los contenidos más visitados en la mayoría de portales. ¿Nos encontramos ante un fenómeno nuevo creado por la inmediatez de las redes o estaba ya ahí, pero no nos habíamos dado cuenta?
Los periódicos siempre han intentado llamar la atención de la gente para vender espacio publicitario, o un punto de vista político o social determinado, o todo a la vez. Probablemente deberíamos hacer una clara distinción entre lo que llamamos noticias y aquellas informaciones cuyo conocimiento es útil para las personas. Este es el punto de partida para cambiar radicalmente la manera en que hacemos periodismo. Si creemos que las noticias son algo nuevo, excepcional, increíble, emocional, etc., ¿estamos hablando de periodismo o de entretenimiento? Mi teoría es que de lo segundo. Es verdad que en el ecosistema digital tenemos a nuestra disposición una cantidad tan ingente de contenido que es prácticamente imposible consumirlo todo, pero como cualquiera puede crear contenido o difundirlo, deberíamos dejar de preocuparnos de las métricas cuantitativas y empezar a considerar las cualitativas. Como periodistas, ¿necesitamos en realidad los clics y los likes? La respuesta corta es que sí, pero solo si nuestro modelo de negocio está basado en la publicidad y en los clics. Por tanto, es el propio modelo de negocio el que genera el clickbait, es la manera en que ganamos dinero.
En su momento, los periódicos pensaron que podían imitar a las redes sociales y traducir a digital lo que llevaban haciendo durante casi dos siglos. Pero es imposible. Primero porque los contenidos de las redes sociales se producen gratuitamente. Es más, si el tráfico (los clics) en una web aumentan, el precio del espacio que ocupa un banner se desploma; es una ley económica simple: la escasez mide el valor de un producto o servicio. Por tanto, una vez que entras en la dinámica del clickbait, te ves forzado a continuar en ella en una incesante espiral hasta el final. No se trata solo de una teoría: las incontables crisis por las que pasa el periodismo lo demuestran. Ahora mismo, en todo el planeta, se han acumulado una crisis económica, profesional, de identidad y de confianza. Especialmente, esta última se ve cada vez más acuciada: la gente ya no cree en el periodismo. Así que, en vez de echarle la culpa a las redes sociales o a los clics de la gente, deberíamos empezar por dejar de producir esos contenidos.
Tras la crisis de 2008 surgieron muchos medios que intentan hacer periodismo de otra manera. En 2014, fundaste Slow News para huir de la crispación que inunda el discurso actual. ¿Cómo describirías tu proyecto, que está integrado dentro de un movimiento global por un periodismo lento?
Slow News es una plataforma de periodismo lento, sosegado, con una fuerte visión –y un tanto radical– de lo que es el periodismo: lo entendemos como un servicio y no como un producto. Esto cambia las dinámicas: no vendemos contenido, sino membresía o suscripciones. La gente paga por ser parte de Slow News de la misma manera que lo hace por formar parte de otros medios que promueven este tipo de información. Es más, le decimos a la gente que paguen lo que consideran que deben pagar por leernos, porque el acceso a un periodismo de calidad no debería estar vinculado con la riqueza. Seguimos una serie de filosofías de trabajo que son las que definen, también, al movimiento mundial slow news. Por ejemplo, separamos totalmente el contenido periodístico del publicitario y entendemos la tecnología como un medio que incrementa el valor del periodismo. El objetivo del periodismo lento radica en ofrecer un servicio con valor a la gente y trabajar por y para la función básica de la profesión: ser uno de los pilares de la democracia y la igualdad. Por eso, pone la atención en las necesidades, problemas, miedos, sueños y deseos de la gente, y el equipo editorial deja de ser paternalista y se baja del pedestal para situarse junto a la gente y a sus redactores. El movimiento slow news reconoce que el valor de las habilidades de la gente se presenta a través de sus habilidades periodísticas. Por eso, parte de nuestro trabajo conlleva escuchar y conversar de manera no violenta con el público, incluso con aquellos que tienen una ideología política diferente. Además, buscamos ser lo más sostenibles posibles en el ecosistema que habitamos, también en el digital. Pero es que el modelo de negocio de las slow news tiene que buscar, ante todo, la sostenibilidad de todos los que trabajan en el proyecto, tanto de sus vidas como entendida de manera más amplia, es decir, con un crecimiento de negocio sosegado, estructurado y sólido que cree valor e impacto en la sociedad. Y también diversifica las fuentes de ingresos: por ejemplo, vendemos cursos de formación, organizamos eventos, damos servicio a realidades que comparten los principios del periodismo lento, realizamos actividades de consultoría, participamos en licitaciones o aceptamos donaciones de fundaciones que no pongan en jaque nuestra independencia editorial.
Por otro lado, tenemos una aproximación holística a los problemas: no vivimos en departamentos estancos en los que primero puedes solucionar la pobreza y, después, dedicarte a buscar soluciones para la degradación medioambiental. Nuestro periodismo no solo cuenta una historia, sino que propone soluciones basadas en datos, análisis y experiencias. Ser los vigilantes de los estamentos más poderosos significa ofrecerle a la gente herramientas para que se informen de manera responsable y hagan mejores elecciones. El periodismo lento se aleja del ritmo frenético de las noticias de última hora y se centra en temas fundacionales, es decir, en vez de hablar de ese político que ha enfermado de coronavirus, analizamos la situación en la que se encuentra la salud pública y cómo mejorarla. Así, los contenidos se convierten en un activo real que puede revisarse con el tiempo y, por ello, editamos y volvemos a escribir sobre los mismos temas para enriquecerlos. El periodismo lento es transparente respecto a sus ingresos, pero también respecto al motivo por el que se escriben determinadas piezas. Para ello buscamos la diversidad y diferentes puntos de vista, lo que se traducen que tenemos que contar las historias también desde el punto de vista de sus protagonistas. Nuestro equipo de periodistas proviene de diferentes contextos sociales, culturales y geográficos. Normalmente, el periodismo italiano adquiere la forma de un hombre blanco de más de 50 años con un punto de vista bastante autoritario, pero estamos intentando cambiarlo.
Tras seis años en este camino de aprendizaje, ¿crees que hay esperanza para ese tipo de periodismo que analiza y reflexiona en vez de producir a ritmo de red social?
Definitivamente. Pero es todo un reto y no es nada fácil. Tienes que creer en tu trabajo y en tu comunidad. Y, sobre todo, tienes que ser muy bueno en lo que haces. Hay mucho que aprender, desde problemas técnicos hasta los económicos, y tienes que convertirte en un profesional capaz de hacer cosas muy diferentes. Y, sí, también te tropiezas y te caes. Slow News está todavía lejos de ser completamente sostenible, pero cada vez hay más startups en el mundo que están consiguiendo alcanzar su punto de rentabilidad… y los más importante es que aún estamos aquí. Es posible construir un ecosistema diferente para el periodismo, y eso es lo que defendemos en nuestro documental. Ya está ahí, la gente lo está demandando: en muchos casos, simplemente no saben que la alternativa existe.
La inmediatez es parte inherente al periodismo y no podemos despojarlo de ella. Hoy más que nunca se exige que los periodistas cuenten la última hora de cualquier noticia. ¿Cómo encontrar un equilibrio entre el periodismo lento y la información más actualizada?
Lo primero que tenemos que hacer son nuestros deberes antes de que haya una cobertura de actualidad. Esto es, desarrollar una metodología que nos diga, paso por paso, qué hacer cuando haya una noticia de última hora. La solución pasa por que no reproduzcamos todos el mismo contenido. Con un ejemplo se entiende mejor: hace varios años me tocó cubrir el Festival di Sanremo, uno de los eventos más populares en Italia. En un momento dado, uno de los cantantes del festival dio una rueda de prensa, retransmitida en streaming a través la cadena pública italiana RAI. Allí había alrededor de 50 periodistas retransmitiendo el mismo contenido que la televisión a través de sus móviles para sus medios, pero sin ofrecer nada extra. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Qué sentido tiene copiar y pegar una y otra vez los mismos titulares?
La actualidad se ha convertido en una mercancía. Es un hecho y tenemos que lidiar con ello. Pero el periodismo de profundidad nunca se convertirá en tal cosa. Tenemos que encontrar maneras de mantener la actualidad, pero aportando valor. Esto no significa que necesitemos saber todo lo que está ocurriendo –eso es imposible–, pero podemos centrarnos en el contexto, en la visión de conjunto. Además, si tenemos un método desarrollado, podremos poner en perspectiva las noticias de actualidad. El periodismo lento es un anticuerpo para toda esta celeridad informativa.
Hace una década se elogiaba a las redes sociales por haber permitido sembrar el germen de las primaveras árabes. Ahora, se las critica por haberse convertido en las plataformas perfectas para extender noticias falsas y desinformar. ¿Dónde está el equilibrio entre la inmediatez que hace que se caiga en las fake news y la capacidad de las redes para dar voz a los que no tienen otro altavoz?
Internet es lo que hagas de ella. Y lo mismo se aplica a las redes sociales. Si solo exaltamos estas plataformas cuando las ideas que propagan se parecen a las nuestras, entonces ¿qué estamos haciendo? Y si culpamos solo a las plataformas, absolvemos automáticamente a quienes las usan para manipular, secuestrar y hackear la libertad de expresión y el debate público. QAnon no existe por culpa de las redes sociales, simplemente facilitan las herramientas para difundirlo, pero está ahí porque alguien lo ha creado. Eso sí, quiero ser claro: las redes sociales son, sin duda, un enorme problema oligopólico en términos de antimonopolio, pero también de concentración de datos y riquezas.
El periodismo lento es, como decía, un anticuerpo contra la desinformación, la información engañosa y la propaganda. Si producimos menos contenido, pero de más valor, si nos centramos en conversaciones de calidad, no estaremos creando un ecosistema perfecto que se fomente el no saber si algo es verdad o no. Aunque, seamos sinceros, podemos encontrar contenido que no es noticia en periódicos, tanto en forma de entretenimiento como de propaganda o desinformación.
En un momento determinado, en el documental se dice que «el periodismo fuerte genera democracias fuertes». ¿En qué punto nos encontramos?
Estamos en una situación de crisis profunda, acelerada y exacerbada por la COVID-19. Y, si se me permite soñar un poco, se nos presenta una maravillosa oportunidad para repensar las cosas que hacemos como humanidad. El periodismo puede jugar un papel importante, poniendo sobre la mesa un enfoque holístico e integral a los problemas que nos encontramos, reforzando no solo nuestras democracias, sino a nosotros mismos como humanos. ¿Está ocurriendo ahora mismo? Sí, lo vemos en el documental. ¿Está pasando a gran escala? Aún no, este tipo de movimientos forman parte, por ahora, de la cultura más underground.
¿Qué hace que el periodismo sea valioso hoy? ¿Cuál es el futuro de la profesión?
Imagen: The New Yorker
Fuente: Ethic
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