Hoy más que nunca el aislamiento social adoptado como medida sanitaria ante la pandemia de COVID-19 otorga un mayor peso a la mediación simbólica de los medios de comunicación. Particularmente en una era dominada por la digitalización y las plataformas de interacción social que han multiplicado exponencialmente la esfera pública originalmente estudiada por Jürgen Habermas (1989).
Como muchas otras prácticas sociales, el consumo, la producción y la compartición simultáneos de información a través de plataformas digitales hoy han sido incorporadas a nuestra vida cotidiana de manera muchas veces inadvertida. Eso significa, en primera instancia, que antes de la llegada de esta pandemia estábamos acostumbrados a experimentar el mundo social en primera persona, pero también a acoplar esta representación con la mediación simbólica que ofrecen los medios de comunicación y las plataformas sociodigitales (Tuma, 2013). El resultado de ambos filtros condicionaba nuestra experiencia social a dos escalas valorativas, una directa y subjetiva, y otra mediada por algo y/o alguien más —como una nota en la prensa o un tuit en las redes sociales.
Siguiendo a Moscovici (1988), nuestra experiencia psicosocial intenta establecer una continuidad entre fenómenos individuales y colectivos que depende, en gran medida, de la información que obtenemos de los medios de comunicación tradicionales y las redes sociodigitales. Es posible, por tanto, sugerir que el aislamiento social funciona como una suerte de magnificador de la información a la que estamos expuestos tal y como si se tratase de un prisma a través del cual el mundo aparece distorsionado ante nuestros ojos.
Imagen: Asuntos del Sur
Fuente: Comecso
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