martes, 21 de mayo de 2024

Salman Rushdie: Vivimos en el mundo de la mentira y cuanto más poderoso es un líder, más grande es la mentira


“Ustedes no parecen peligrosos”, bromeó Salman Rushdie (Bombay, 1948) ante el anfiteatro del Ateneo, la prestigiosa institución española, colmada por un público integrado por escritores, políticos, profesores y diplomáticos que habían accedido al elegante salón tras pasar un control de seguridad. El autor, siempre rodeado de colaboradores, presentaba Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato (Random House), las memorias sobre el brutal ataque que sufrió el 12 de agosto de 2022, 30 años después de la fatwa que ordenara el ayatolá Jomeiní contra él. Por este ataque, el autor de Los versos satánicos perdió la visión en un ojo y movilidad en su mano izquierda. Javier Cercas fue el responsable de presentar “este libro breve, pero no menor, porque es un libro extraordinario”.

Juan Gabriel Vásquez, David Trueba, María Dueñas, Renato Cisneros, Antonio Lucas, el ministro del Interior de España, Fernando Grande-Marlaska, los embajadores de Estados Unidos y del Reino Unido en España, todos ellos acudieron a la presentación de Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato en la que Rushdie confío: “Yo pensaba que ya estaba fuera de peligro, no solo en Estados Unidos. Iba tranquilo por el mundo. Sí tenía una mínima precaución. Hoy soy un experto en seguridad. Puedo decirte cómo ir en coche y cerciorarte de que no te sigan”, declaró. Rushdie además invocó a Jorge Luis Borges, quien en los últimos años de vida luchó contra su ceguera: “Pensé mucho en Borges. Nunca lo conocí en persona, pero sé mucho de él. El ojo derecho no va a mejorar, porque el cuchillo llegó al nervio óptico y lo dañó. No hay forma de remediarlo. Pero sí ocurrió un milagro porque si el cuchillo hubiese llegado un milímetro más allá, hubiese habido daño cerebral. Por consiguiente, puedo seguir siendo yo. Eso es una buena noticia”.

“A las once menos cuarto del 12 de agosto de 2022, un soleado viernes por la mañana en el norte del estado de Nueva York, fui agredido y casi asesinado por un joven armado con un cuchillo poco después de subir yo al escenario del anfiteatro de Chautauqua para hablar de la importancia de mantener a los escritores a salvo de todo riesgo”, comienza Cuchillo, un alegato contra el fanatismo. Rushdie se inspiró en el dramaturgo irlandés Samuel Beckett, quien fue apuñalado también cuando era joven. El autor británico de origen indio toma como epígrafe de su libro la cita del gran autor del Teatro del Absurdo: “Somos otros, ya no lo que éramos antes de la desgracia de ayer”.

Tras el ataque ocurrido en Pittsburgh, Rushdie fue llevado en helicóptero a un hospital donde luchó durante semanas por su vida. “Pienso que no hay nada más allá de esta vida. Esto no es un vestíbulo. Es todo lo que hay. Y por consiguiente valoro mucho la vida. Lo que me ocurrió demuestra que tengo razón. No vi ángeles ni demonios, nada sobrenatural, ni puertas del cielo ni del infierno”, dijo.

Rushdie, de 76 años, expresó que su vida no tiene nada de especial y que jamás pensó en escribir sobre sí mismo, como lo ha hecho ahora: “No se puede cambiar el mundo a través de la literatura, como el libro de Jane Fonda que te proponía un método para cambiar tu cuerpo. La cabaña del tío Tom sí influyó en el modo en el que la gente concebía la esclavitud, pero eso es muy extraño. Vivimos en el mundo de la mentira y cuanto más poderoso es un líder, más grande es la mentira. Trump dice que las últimas elecciones fueron un fraude: piensa que le robaron la votación. El Brexit está basado en una mentira. La ficción además es lenta y no colabora para desmantelar las mentiras. En cambio, la no ficción sí puede ayudar”.

Quien perpetuó el ataque, un joven de 24 años al que llama “el A.” [por asesino y agresor] había viajado cuatro años antes del atentado a El Líbano, al pueblo de su padre, donde según Rushdie, se habría radicalizado. Los años posteriores los pasó prácticamente encerrado en un sótano jugando un violento video juego Call of Duty: “Pensé que debía utilizar mi talento, mi imaginación, para tratar de meterme en la cabeza de A. Este hombre es un enigma: no tenía antecedes penales, no pertenecía a ninguna lista de terroristas, ni pertenecía a un grupos extremistas. ¿Por qué hizo eso? Ni siquiera se informó sobre mí. No se tomó esa molestia. Pensé que quería convertir a ese chico en personaje para que me perteneciera. Esa es mi venganza”.

La noticia internacional del día es la muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi. ¿Cambiará este hecho la situación de Rushdie? El autor de Los versos satánicos (1988) fue condenado a muerte por el régimen islámico iraní en 1989 tras acusarlo de blasfemo y ponerle un precio a su cabeza: US$ 2 millones. “¿Qué sé yo de Irán? Nada. Lo único que sé es que quieren matarme. Estoy seguro de quien le sustituya no parece que vaya a ser un liberal”.

El ángel de la vida y la muerte

Cuchillo está estructurado en dos partes: “El ángel de la muerte” y “El ángel de la vida”. Este último es la mujer del autor Rachel Eliza Griffiths: “Tiene muchos talentos, escribe poemas, novelas, memorias, saca fotos. Supongo que la fuerza del amor es la que ha vencido. Llevábamos cinco años y medio juntos, muy felices, cuando ocurrió el ataque. Entre tanta tragedia y odio, volvimos a convertir nuestra relación en una historia de amor”, dice y confiesa que su esposa no quiso asistir a la presentación y que se quedó durmiendo en el hotel.

Rushdie también se refirió a “El ángel de la muerte”, hoy preso, sin condena firme, en Nueva York: “Pensé en conocerle en persona. Pero, en primer lugar, no era posible, porque no lo iba a permitir su abogado. En segundo lugar, ni mi hermana ni mi mujer querían que estuviéramos en la misma sala. Además no creo que vaya a sacar nada en limpio de la conversación. Dudo que este chico vaya a abrir su corazón, sincerarse, y lo único que me dará son frases hechas”.

Rushdie tardó seis meses en recuperarse, un proceso que narra de modo minucioso: “Pasé por mil y un médicos. Esta es una de las experiencias en las que más me sentí vinculado con mi cuerpo. Si uno es atleta, tiene una conexión diaria con su cuerpo, pero yo soy escritor. Tuve que pensar en mi cuerpo más de lo común. Me palpaban en sitios donde no debía. La gente en un hospital además quieren que vayas al baño todos los días. Este movimiento intestinal alegra a todos”, bromeaba. “Rushdie, como casi todos los grandes novelistas, desde Franz Kafka hasta Gabriel García Márquez, es un humorista. Lo que define su narrativa es un humor permanente. Este libro es un pequeño milagro. Contiene nada de rencor. Cero furia. Eso odian los fanáticos, el sentido del humor”, expresó Cercas.

Tras el encuentro con el auditorio repleto —era imposible levantarse de las butacas y los organizadores cuidaban con celo que nadie se acercara al escenario—, Rushdie se reunió con un grupo de periodistas, entre los que estaba La Nación. Amable, distendido, fue despedido por los cronistas del mismo modo en el que había sido antes homenajeado por los presentes tras su presentación en el Ateneo: de pie y con un aplauso cerrado.

El recuerdo a su amigo Paul Auster

Rushdie le dedica en Cuchillo varios párrafos a su amigo Paul Auster, quien lo acompañó de modo férreo tras el ataque hasta que la salud del autor de Trilogía de Nueva York empezó a deteriorarse cada vez más estrepitosamente. “Le envié a Paul el libro ni bien se publicó. Le dije que no hacía falta que lo leyera, porque estaba ya en una fase terminal del cáncer y uno no tiene en mente que alguien en ese estado quiera leer un libro. Pero sí lo leyó. Eso fue lo primero que me dijo cuando me vio. Esa es la cercanía que yo tenía con él. Murió un martes y yo había ido a verlo el domingo anterior”, comenzó a recordarlo. Luego agregó que Auster, Don DeLillo y él conformaban un grupo muy unido: “Le dije a Don por teléfono que tenía un presentimiento horrible y que sentía que Paul estaba esperando vernos antes de morir. Don fue al día siguiente que yo. Así que sí. Creo que nuestro amigo nos estaba esperando, que quería vernos antes de morir”.

Fuente: La Nacion

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