Luis Huáscar Cachín Antezana, profundo investigador de los temas literarios, al reflexionar sobre el monumental diario del guerrillero de la independencia José Santos Tambor Vargas, y compararlo con la novela Juan de la Rosa de Nataniel Aguirre, planteaba una interrogante: ¿el texto de Vargas, siendo una auténtica narración histórica (de “representación”), podrá arraigarse socialmente como en cierta forma lo hizo el texto de Aguirre siendo apenas un relato de ficción (de “imaginación”)? Extiendo el cuestionamiento de Cachín repitiendo una pregunta que lancé en esta misma columna hace como un año: ¿ahora que se habla tanto de descolonización, hay iniciativas concretas, sobre todo institucionales, para promover el conocimiento de José Santos Vargas y su Diario, a fin de “arraigarlos” en la imaginación popular?
Partía del hecho verificable de que toda sociedad construye sus creencias por lo general a partir de hechos y/o personajes reales. Por eso tenemos un Túpac Katari que proclamó que volvería y sería millones, un Pedro Domingo Murillo que dejó una tea encendida que nadie podría apagar, unas heroínas de la Coronilla que regaron con su sangre el camino de la independencia y nos legaron un magnífico pretexto para homenajear a las madres, un Abaroa que les mentó la abuela a quienes le intimaron rendición, o un Andrés Ibáñez fusilado en Santa Cruz por socialista igualitario. Sospecho que es natural que en el proceso de formación de estas creencias intervenga la imaginación en dosis difíciles de precisar. A veces, inconsciente y otras deliberadamente se exageran cualidades y virtudes de los héroes, se borran o atenúan sus defectos, hasta convertirlos en seres mitológicos, alejados del dato histórico verificable. Pero esos hombres y mujeres fueron de carne y hueso, existieron en la vida real, no son seres inventados. Y ése es el caso precisamente de José Santos Vargas.
La pregunta vuelve a rondar por mi cabeza estos días ante las recientes celebraciones de la efeméride cívica de Oruro, en las que estuvo ausente cualquier mención destacada sobre el guerrillero y cronista de la Guerra de la Independencia, nacido y criado hasta la adolescencia en esa ciudad altiplánica.Se me ocurre una conclusión anticipada: es muy poco, y a todas luces insuficiente, lo que se hace por rescatar del olvido no solo a José Santos Vargas y su fascinante diario, que abarca 10 años de lucha, sino también en general a la guerrilla, con su pléyade de próceres mestizos e indígenas, tanto o más olvidados que el propio Vargas. Sicasica y Ayopaya fue la única “republiqueta” que se mantuvo en pie de guerra hasta la llegada de las tropas colombianas comandadas por Sucre, después de la batalla de Ayacucho.
Un recuento de lo hecho hasta aquí nos muestra un busto en la avenida Busch y un colegio que lleva su nombre en la zona de Pasankeri, ambos en La Paz; y una escuela de músicos militares en Oruro. El monumento en la misma ciudad, cuya “piedra fundamental” colocó el presidente Morales en 2012, nunca se construyó, aunque la Alcaldía hizo una modesta efigie del patriota cerca de un mercado. En 2007 la historiadora francesa Marie-Daniele Demélas luego de muchos años de estudio publicó en la ciudad de La Paz Nacimiento de la guerra de Guerrilla: el diario de José Santos Vargas (1814-1825), en 2009 la Unesco declaró este documento Memoria del Mundo; y en 2012 Ramón Rocha hizo un intento, según algunos fallido, de llevar el personaje a una novela.
A las dos ediciones anteriores del diario, completamente agotadas (Siglo XXI de México, 1982 y ABNB-FCBCB-Plural de La Paz, 2008), se suma la de la Biblioteca Boliviana del Bicentenario (BBB, 2016), con un estudio introductorio a cargo del historiador Roger Mamani Siñani. ¡Enhorabuena por esta nueva edición! Pero, dados los tiempos actuales, para que el Tambor eche raíces, hace falta que dé un salto al mundo de la imagen y de la circulación digital. ¿Quién o quiénes serán capaces de impulsarlo?
Fuente: Blog de Carlos Soria Galvarro
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