En una esquina de la Plaza del Estudiante, en el centro de La Paz, cientos, quizás miles de almas comparten habitáculos en un tiempo que se puede llamar eternidad. En algún momento, entre 1973 y la actualidad, el dueño de alguna de aquellas almas sonrió o asumió un gesto solemne, miró al frente o mostró su mejor perfil para la cámara del Estudio Fotográfico Eguino y ahí nomás dejó congelada una parte de su existencia.
Es cierto que el dueño de la imagen se la llevó para lucirla en su escritorio o en un lugar especial de su hogar; pero el negativo (al menos en los primeros 30 años, antes de la era digital) quedó archivado y ahí está, codificado y encerrado en un mueble de madera con varios cajones y distintos pisos. Todo un archivo que así, en su conjunto bien podría contar, junto al archivo digital, infinidad de historias a quien quisiera buscarlas: ¿Qué famosos pidieron qué tipo de retrato? ¿Personas de qué condición social solicitaron un servicio Eguino? ¿Qué familias posaron en grupo? ¿Qué bodas, aniversarios, instituciones están documentados? ¿Cómo fue cambiando la moda en peinados, en ropa? Etcétera.
Una historia que vamos a contar ahora es la que tiene que ver con los dueños de la cámara. Al respecto cabe decir que, en principio, fue Antonio Eguino, el cineasta que al retornar a Bolivia desde Estados Unidos tuvo la iniciativa de abrir el estudio, inicialmente en la avenida 6 de Agosto. Por eso el nombre que el actual propietario, Daniel Quintana, decidió conservar por varias razones: una de ellas, el prestigio ligado al sello, pero también la propia experiencia de quien se unió a la pequeña empresa en sus inicios y siendo apenas un estudiante de último año de colegio.
De aprendiz a hechicero
Quintana vivía en la calle Linares, en la zona Oeste, frente al cine Abaroa. El administrador le permitía asistir gratuitamente a las funciones a cambio de que el joven barriera el lugar. “Vi muchas, muchísimas películas, y me interesaba la técnica: comencé a fijarme en los encuadres, así que cuando un amigo, que trabajaba con Freddy Alborta, otro fotógrafo dueño de un estudio, me comentó que Eguino andaba buscando ayudante, me presenté y al entrar al lugar me sentí como en Hollywood”.
No es que el joven supiera de fotografía, pero su entusiasmo convenció a Antonio Eguino, que lo incorporó al grupo que formaban él y su esposa Danielle Caillet. Allí aprendería de todo: a manejar la cámara hasta que pudo adquirir la propia, a trabajar la luz, a retratar a niños, “misión nada fácil”. Atestiguó asimismo la labor de expertos en retocar las fotos en blanco y negro. “Leo y Ana Yelincic se unieron al equipo; eran retocadores. Tomada la foto y revelada la película, se corregían los detalles en el negativo con un lápiz y la ayuda de una lupa: luego, en el papel, Anita usaba pincel y agua para disimular los puntos blancos que dejaba el proceso anterior”. Era un trabajo artesanal, de precisión, “el Photoshop antiguo; hoy todo se hace en computadora”.
El joven Quintana salió bachiller, planificó estudiar Derecho o Auditoría, pero la imagen lo atrapó para siempre. Ésta le permitió criar una familia de tres hijos que le han dado siete nietos, todos los cuales sonríen desde infinidad de fotos que documentan el paso del tiempo.
“Apenas me incorporé al estudio –recuerda Quintana– Antonio comenzó a preparar su primera película, Pueblo chico; Juan Miranda, el camarógrafo, me dejó hacer algunas prácticas y, cuando se filmó Chuquiago, con temor me quedé, junto a Danielle, al frente del estudio”.
Antonio Eguino se dedicó de lleno al cine. Quintana, que no pocas veces acudió a las filmaciones de la película que mejor retrata a la ciudad de La Paz y donde trabajaron cineastas como Oscar Soria, Luis Espinal, Paolo Agazzi, Guillermo Aguirre… fue ampliando sus amistades y los sueños comunes se manifestaron. Surgió así el grupo La Escalera, con José Leopoldo Sanjinés, José Bozo, Hugo Pozo y Quintana. Lo primero que hicieron fue teatro: El pupilo quiere ser tutor e Informe para una academia. “Haremos cortometrajes, nos dijimos y, junto a Guillermo Aguirre como guionista, abordamos temas como el alcoholismo, el aborto, el narcotráfico y ganamos dos premios Cóndor de Plata”.
Para tales hazañas, Antonio Equino les prestaba los equipos con la garantía de Oscar Soria. Fueron buenos tiempos. Tan buenos que como La Escalera se unieron a la producción de otra película clave: Mi socio, de Paolo Agazzi, en la que Quintana tomó una cámara.
La gente que habitaba La Paz de los años 70, 80 y 90 solía confiar en los estudios de fotos. No todos tenían posibilidades de contar con una cámara propia. Por eso, el estudio Eguino ayudó a soportar la labor cinematográfica aun en tiempos inflacionarios como los de la UDP en el gobierno, justo cuando se produjo y estrenó Amargo mar.
Hoy, con la posibilidad de la gente de poseer un celular que no sólo toma fotos, sino que permite editarlas, para no mencionar otros avances de la tecnología, el estudio Eguino es un sobreviviente. Daniel Quintana confiesa que está presto a retirarse y dejar la pequeña empresa en manos de los empleados que quedan: si en el momento de auge eran 15 los que no sólo hacían retratos en estudio, sino en exteriores, a domicilio, además de trabajar en foto publicitaria y de gran formato, hoy son apenas cuatro los que reciben clientes como por cuentagotas.
Fuente: Revista Rascacielos
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