La propuesta de ley del Senado norteamericano para poner las criptomonedas bajo control y evitar abusos que pongan en peligro a los ciudadanos supone un importante triunfo para la industria y para todos los actores implicados en ese entorno, fundamentalmente porque evita la supervisión de la Securities and Exchange Commission (SEC) y propone ponerlas bajo la supervisión de la Commodity Futures Trading Commission (CFTC), una agencia mucho más pequeña y con una actitud hacia el tema infinitamente menos hostil que la que mostraba la SEC y su actual director, Gary Gensler.
El criterio de regulación no deja de ser interesante: a estas alturas, pensar en las criptomonedas y los criptoactivos en general como algo equiparable a las acciones de una compañía y sometidas a sus mismas regulaciones supone una situación bastante poco sostenible, que en caso de perdurar, probablemente convertiría al país en un entorno poco amigable a ese tipo de desarrollos. La propuesta de ley del Senado no pretende que la SEC sea una institución demasiado anticuada o incapaz de regular este tipo de activos, sino que su naturaleza hace que tenga más sentido considerarlos como una moneda, una commodity, un derivado u otro tipo de producto financiero.
Cada vez más, tenemos que pensar en los criptoactivos como algo que está aquí para quedarse, y cuyo valor dependerá de manera prácticamente exclusiva del número de personas que las considere un activo fiable. ¿Quiere esto decir que vale todo, y que los miles de criptomonedas que existen hoy vayan a sobrevivir en el futuro? En absoluto. Por la naturaleza abierta y sencilla del famosísimo paper de Satoshi Nakamoto que sacó la cadena de bloques de un cajón y puso en marcha la revolución de las criptomonedas, resulta relativamente trivial y tiene escasas barreras de entrada el proponer y lanzar una criptomoneda, hasta el punto de que hay quienes lo han hecho por hacer una broma.
En ese ámbito, por tanto, coexistirán durante algún tiempo el bitcoin, cuya emisión ya supera el 90% y en el que muchos inversores, compañías y hasta gobiernos utilizan como reserva de valor, con un Ethereum cuyo creador tuvo la idea de utilizar su cadena de bloques de manera infinitamente más versátil, y con infinidad de monedas con ideas supuestamente felices que, sin embargo, distan mucho de haber conseguido una adopción que suponga una garantía mínima de supervivencia. Junto a ellas, muchos otros criptoactivos dedicados a todo tipo de cosas, desde reflejar la propiedad de algo, hasta buscar mecanismos de mercado para tratar de hacer cosas como incentivar la retirada de dióxido de carbono de la atmósfera, o crear otros mercados supuestamente eficientes donde antes no los había.
Todo esto y mucho más es, desde un punto de vista de innovación, demasiado diverso, plástico y rico como para ser equiparado a un mecanismo como el de la SEC. Estamos pasando de una actitud del tipo «si no me gustan las criptomonedas, las prohíbo», a otra más del tipo «esto está aquí para quedarse, y si tomo medidas para ahuyentarlo, aunque sea temporalmente, corro el riesgo de perjudicar mi economía». Un exceso de conservadurismo en el control de los criptoactivos es cada vez más visto como una actitud absurda, aunque ello no implique, por supuesto, tratar de proteger al ciudadano de los muchos especuladores y delincuentes que tratan de hacer negocio en torno a los márgenes del fenómeno, o de proteger el medio ambiente intentando que el uso de energía empleado en la minería se reduzca o provenga de las fuentes que debe provenir.
Fuente: Enrique Dans
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