Un buen artículo largo en The Atlantic, «America’s need for speed never ends well«, habla de la terrible obsesión de los usuarios por entregas cada vez más rápidas, ya prácticamente en modo gratificación instantánea, para artículos que, en muchos casos, tardamos mucho más en consumir que en recibir.
¿Tiene sentido pedir que nos entreguen algo en quince minutos que después en muchos casos dejamos en su caja sin abrir durante horas? Obviamente no, pero dado que el envío rápido está integrado en la propia propuesta de valor de cada vez más servicios, simplemente no nos lo planteamos, y hasta llegamos a verlo como algo normal y natural, como si lo hubiésemos tenido toda la vida.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Desde la época del Pony Express, un servicio de correo rápido cruzaba los Estados Unidos y que reclutaba literalmente «muchachos jóvenes, flacos y enjutos menores de 18 años, preferiblemente huérfanos, y dispuestos a arriesgarse a morir» para reducir los tiempos de entrega de su servicio, hasta las famosas promociones de Domino’s en las que si tardaban más de media hora te regalaban la pizza, que terminaron eliminando y sustituyendo por un descuento de $3, pero lograron estandarizar el plazo de media hora, y ahora, a comprimir más aún los plazos.
¿Cuál es el coste de esos servicios de entrega ultra-rápida? Además del desarrollo de una infraestructura de almacenes o dark stores que no suelen resultar muy buenos vecinos por su constante actividad de entradas y salidas, hablamos de un sistema que, condicionado enormemente por los ratings de los clientes, genera incluso una frecuencia mayor de accidentes. Con numerosos casos de conducción imprudente y de accidentes, la obsesión por la velocidad vinculada con incentivos para unos repartidores cada vez menos protegidos es algo que no parece que pueda terminar bien.
La idea de pedir la compra en una página web y recibirla en diez minutos, menos de lo que tardaríamos en vestirnos para salir a la tienda, puede parecer obviamente muy atractiva, y la diferencia de precios con una tienda tradicional puede parecer, en muchos casos, relativamente poco significativa a cambio del privilegio de recibirlo de manera casi inmediata. En algunas ciudades, la disponibilidad de reparto rápido de compañías como Amazon, que suele seguir la distribución de estatus socioeconómico, determina si un barrio es bueno o no lo es.
Fuente: Enrique Dans
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