jueves, 7 de abril de 2022

La edad digital


Sé que es un terreno espinoso pero la inteligencia media de las sociedades humanas está disminuyendo. Tal vez como la inteligencia es la característica más propia, aunque no única, del ser humano (por eso nuestra especie se llama “sapiens”) no nos gusta reconocer esta verdad que es realmente incomoda, pero que está científicamente demostrada.

La evolución –en más o en menos– de la inteligencia humana es un asunto que ha merecido la atención de muchos científicos desde hace años. A lo largo de todo el siglo XX se fueron publicando artículos que confirmaban que, debido a causas nunca claras, el Coeficiente de Inteligencia (IQ) en las sociedades estudiadas era creciente. En 1936 fue encontrado por Runquist para los USA; efecto confirmado por Smith en 1942 y Tuddenham en 1948. Cattell lo estudio para UK en 1951 y el estudio definitivo lo publicó el PhD en Psicologia JR Flynn en 1984, asentando lo que se conoce como el Efecto Flynn: “En las pruebas para medir el coeficiente intelectual, durante un período de 46 años, la ganancia total de los estadounidenses equivale a un aumento en el coeficiente intelectual medio de 13,8 puntos porcentuales”.

Pero la fiesta se acabó y en las pruebas realizadas a finales del XX y principios del XXI detectaron no solo que el Efecto Flynn había desaparecido, sino que se había revertido y empezaba a disminuir el IQ observado. En 2006 se publicó un primer análisis para indagar las causas y en octubre de 2016 una revisión de los estudios que se iban realizando, confirmó esta disminución en Noruega, Países Bajos, Gran Bretaña, Letonia, Dinamarca, Finlandia y Francia con valores oscilantes, pero todos negativos entre un 1.5 y 4.5 puntos porcentuales por década.

El análisis más contundente se desarrolló sobre un conjunto de 736.808 individuos varones, entre 18 y 19 años, que realizaban instrucción militar entre 1962 y 1991. Este estudio confirma el Efecto Flynn hasta los nacidos en 1975 y a partir de ellos el efecto inverso, estimándolo en una pérdida del coeficiente de inteligencia de 7 puntos porcentuales cada 20 años.

El análisis de las causas

Los numerosos autores científicos que se han venido dedicando a analizar el Efecto Flynn y su Efecto Contrario han sido incapaces de ponerse de acuerdo en cuál es la causa que los condiciona. La mayoría se rinde señalando un grupo numeroso de concausas que ellos resumen como “causas ambientales” y ello después de analizar en profundidad las que en principio les parecen más obvias: inmigración, disgenesia y edad parental.

Hasta que se publicó el estudio de los investigadores del Ragnar Frisch Centre for Economic Research en Oslo, Drs. Bratsberg y Rogeberg, se había especulado con que en la evolución negativa del Efecto Flynn podía influir que en la cohorte participaran cada vez más hijos procedentes de familias inmigrantes, educados en un entorno cultural diferente y posiblemente con menor capacidad económica. El estudio de Oslo pudo discriminar a esos individuos y deducir que su comportamiento era idéntico al de los demás.

También se consideró un posible efecto disgenésico. Se cree que los parentales con menor IQ suelen tener más hijos que la media y como la inteligencia se trasmite, como todo, genéticamente… También lo rechaza el estudio noruego pues el número de hijos por familia ha continuado disminuyendo y además se analizó el IQ de hijos más jóvenes junto con el de sus hermanos mayores: a partir de los nacidos en 1975 el IQ empieza a retroceder con independencia del número de hermanos.

Por último, se alegaban problemas derivados de la edad parental en el nacimiento. Como cada vez se tienen los hijos más tardíamente, tal vez la edad de la madre podría ser una de las causas. Sin embargo, el crecimiento de la edad maternal ya se daba en algunos países en los años en que el Efecto Flynn era positivo, no observándose ninguna interferencia por dicha evolución.

El Estudio del Ragnar Frisch Centre completa el análisis realizando una encuesta entre un centenar de expertos para tratar de identificar las causas que pueden motivar tanto el crecimiento del IQ, como su declinar. Las respuestas obtenidas son también dispares e incluso contradictorias. Como factores que favorecen una mejor inteligencia se citan, de mayor a menor valoración, la mejor salud, la duración de la formación educativa, la mejor nutrición, la calidad del sistema educativo, el nivel cultural de las familias, el nivel de vida, la disponibilidad de aparatos digitales como ordenadores y teléfonos móviles (Smartphones) y el menor tamaño de las familias.

Y como causas que pueden provocar la pérdida del IQ colectivo citan el aumento de la inmigración, el empeoramiento de los sistemas educativos, la pérdida de valores en la educación, el uso de la TV y de las redes sociales (“social media”) y peor salud, nutrición o educación familiar.

Realmente el sentido común confirma que estas causas pueden ocasionar un mayor o menor nivel intelectual en un individuo, pero se tendría que dar masiva y simultáneamente para que influyeran en toda la sociedad. ¿Realmente ha bajado tanto el nivel de los sistemas educativos de los países analizados, cuando están evaluados entre los mejores del mundo? ¿O se ha desplomado globalmente el nivel cultural de sus padres, se ha perdido la salud o empeorado la nutrición?

No. La causa no está en ninguna de las contempladas o, al menos no está en las valoraciones recogidas, y así lo estiman uno de los autores cuando habla de “causas ambientales” que además se manifiestan más y antes en los países ricos.

Para poder proponer una causa clara y determinante de la reversión del Efecto Flynn voy a fijar una definición de “Inteligencia” entre las muchas que se pueden elaborar:

Inteligencia es la capacidad de captar información, retenerla e interrelacionarla a fin de comprender comportamientos adaptativos dentro de un entorno o contexto y elaborar nuevo conocimiento.

En estos tiempos en los que la digitalización preside nuestras vidas se puede comprender mejor esta definición si nos fijamos en la base de funcionamiento de la Inteligencia Artificial, que funciona prácticamente igual que la humana: mediante tecnologías variadas se captan millones de datos (Big Data), se almacenan, se tratan con un procesador lógico llamado algoritmo, obteniendo una información nueva; nuevo conocimiento de la acción analizada.

La inteligencia humana opera igual: se captan datos (fundamentalmente educación familiar y normalizada más la lectura), se almacenan (para eso está la memoria), se relacionan mediante unos procesos lógicos que históricamente se llamaban silogismos y se obtiene un conocimiento nuevo para el individuo pensante.

La causa del retroceso en la inteligencia social es que, gracias al uso de las nuevas tecnologías digitales, singularmente el “smartphone”, ya no se almacenan datos en nuestra memoria.

¿Para qué quiero saber algo si lo tengo en el móvil?

Mi “Camino a Damasco” se produjo dando una clase de postgrado en una universidad. 24 alumnos, todos con un grado terminado en carreras técnicas, menores de 26 años. Les estoy explicando la importancia de la revolución digital, porque es el acceso a la información lo que conforma la organización de la sociedad y, como ejemplo, expongo la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna. ¿Cuándo se produjo? Tras un silencio marcado, uno se atreve a proponer un siglo: el XV. Y ¿Por qué se produjo? Nuevo silencio.

Por la introducción de la imprenta en nuestra sociedad hacia 1440. Supuso el fin del monopolio informativo ejercido durante los diez siglos anteriores por las clases dominantes, Aristocracia e Iglesia, que mantuvieron congelado un modelo de sociedad triangular, con una base inculta y pobre. La imprenta supuso la libertad de expresión, fomentó la difusión de las ideas, ayudó a la culturización de la sociedad y al florecimiento de la ciencia y sus efectos nos llevan hasta los valores democráticos avalados por la Revolución Francesa.

La imprenta. Y ¿quién la descubrió? Silencio absoluto. Ninguno lo sabía.

Al acabar la clase me dirigí al profesor que me invita a esa universidad y le pregunté algo extraordinariamente absurdo, en la perspectiva de hoy y de ese momento: ¿Te acuerdas de cuáles eran los estrechos que separan el Mar Báltico del Atlántico? Y sin dudar me dijo: Skagerrak, Kattegat, Sund, Gran Belt y Pequeño Belt. Es más, desde aquellas fechas he repetido ambas preguntas a universitarios de ambas cohortes: los nacidos antes o después de 1980. Los primeros no han fallado casi ninguno en los estrechos daneses y más del 95% de los segundos ignoran a Gutenberg.

¿Para qué queremos saberlo si lo podemos buscar en el móvil?

Esa es la pregunta recurrente y excusa ante su ignorancia, que admite contestaciones sencillas, incluso ante saberes aparentemente absurdos. Si sabes que para pasar del Báltico al Atlántico tienes que superar cinco estrechos de fácil vigilancia y control, las flotas de países tan “pequeños” como Rusia o Alemania se encuentran ante un problema, que históricamente se solucionó invadiendo Crimea recientemente u ocupando Dinamarca en tiempos del III Reich.

Las nuevas generaciones, que ya conforman en número la mayoría de la sociedad, carecen de datos y, por ello, ven mermada su inteligencia y con ella su capacidad de comprensión y de razonar, lo que a su vez conlleva la pérdida de espíritu crítico entendido como la habilidad de analizar y evaluar toda la información recibida, tanto positiva como negativa, para tomar decisiones propias y resolver problemas de forma argumentada.

Y lo sorprendente es que ya Aristóteles consideraba a la memoria la base del conocimiento.

Fuente: Disidentia

No hay comentarios.:

Publicar un comentario