sábado, 16 de abril de 2022

Ignorancia racional: cuando el no saber algo es una bendición


A muchos de nosotros nos suena el FOMO (del inglés Fear Of Missing Out, «temor a perderse algo») y que ahora se han puesto más de moda que nunca con las redes sociales y las inversiones en criptomonedas. En el punto diametralmente opuesto del FOMO, sin embargo, está el FOFO (Fear of Finding Out) o miedo a averiguar la verdad.

Un término utilizado, entre otros ámbitos, en la comunidad médica para describir la barrera psicológica que impide a las personas buscar consejo médico para condiciones de salud preocupantes (irónicamente, quienes sufren de FOFO tienden a animar a otros a buscar consejo médico).

Según un estudio de Barclays, más de un tercio (37%) de los milenials padecían FOFO a propósito de sus finanzas y no les gustaba comprobar sus cuentas bancarias. No deja de ser el truco de no abrir una notificación de Hacienda: «si no la he visto, no existe». Algo similar al experimento mental filosófico atribuido al filósofo George Berkeley en su trabajo Tratado sobre los principios del conocimiento humano (1710): «Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie cerca para escucharlo, ¿hace ruido?».

Sufrir FOFO, naturalmente, no es bueno. La información es poder, y sin poder, carecemos de control y libertad. El FOFO es ignorancia. No obstante, diversos estudios y enfoques sobre cómo omitir determinados datos sugieren que no solo esta ignorancia nos hace más felices y más operativos, sino que también propicia sociedades más eficientes y armónicas.

El FOFO racional y necesario

La ignorancia es la antítesis de la libertad, de modo que nadie está capacitado para elegir ser ignorante. No se puede escoger no saber porque escogiendo no saber estás aceptando implícitamente que ya sabes lo que no quieres saber. Una contradicción como la que contaba el célebre Barón de Münchhausen, personaje ficticio popularizado por el escritor y científico alemán Rudolf Erich Raspe en 1785, que fue capaz de salir de una ciénaga donde había quedado atrapado con su caballo sin más que tirar de sus propios cabellos.

Y, sin embargo, hay cosas que desearíamos ignorar, y hasta cierto punto somos capaces de ignorar: basta con evitar el conocimiento o pedir a quien nos tiene que informar que no nos diga siempre la verdad. Como el spoiler que desvela el final de una película o el resultado de un partido de fútbol que aún no hemos visto; como el receptor del placebo en un estudio farmacológico de doble ciego; como la cara del secuestrador; como la verdadera opinión que tiene la gente sobre ti; como el sexo de tu futuro hijo; como si realmente tus padres tienen tus mismos genes o no; como el «te lo podría contar, pero entonces tendría que matarte»; como el día en el que vas a morir.

Algunos sabios, paradójicamente, han apostado por estos y otros ejemplos de ignorancia selectiva. Un desarme unilateral del conocimiento para evitar una escalada de conocimiento que colapse la razón. Ralph Waldo Emerson fue todavía más sucinto: «Hay muchas cosas que un hombre sabio deseará desconocer».

En el canto XII de la Odisea, la diosa Circe acoge a Ulises y a sus hombres y les advierte de los peligros en su próxima singladura, de camino a Ítaca, cuando crucen la Isla de las Sirenas:

«Pasa sin detenerte después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros, ¡qué ni uno solo las oiga! Tu solo podrás oírlas si quieres, pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga, hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción».

Taponarse las orejas puede traducirse como evitar recibir cierta información. Amarrarse al mástil es aceptar que carecemos del suficiente autocontrol, así que necesitamos ayudas externas.

Paternalismo libertario

Ignorancia y falta de autocontrol son los ejes vertebradores del llamado paternalismo libertario, una forma de gobierno basada en arquitecturas de decisiones de nuestros entornos. Es decir, el entorno propicia que tomemos buenas decisiones en nuestras vidas, aunque también podamos escoger no tomarlas.

Para que ese entorno funcione, se nos tiene que ocultar determinada trama, determinada información; nos tiene que obligar a ser ignorantes felices en algunos asuntos; se deben evitar los cantos de sirena. En ese sentido, los gobiernos, conscientes de nuestra falta de autocontrol, nos amarran al mástil, pero con cuerdas flojas en vez de apretadas, tal y como explica el experto en derecho Cass Sunstein y el economista comportamental Richart Thaler en su libro Nudge (Un pequeño empujón).

Corolario: a veces, lo que no sabes no puede hacerte daño. Abunda en ello el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro Racionalidad:

«Al igual que es mejor ser rico que pobre porque, si eres rico, siempre puedes dar tu dinero y ser pobre, podríamos creer que siempre es preferible saber algo, porque siempre puedes decidir no actuar conforme a ello. Sin embargo, en una de las paradojas de la racionalidad, eso resulta no ser cierto. A veces es realmente racional taparse los oídos con cera».

Se trata, sencillamente, de evitar un tipo de conocimiento que probablemente sesgaría nuestras facultades cognitivas, por la misma razón que se prohíbe a los jurados atender a los registros sin orden judicial o a las confesiones forzadas. Porque la mente humana es incapaz de ignorar estas frutas podridas. Tal y como también hacen los revisores de los artículos científicos, que se mantienen en el anonimato para evitar cualquier represalia posterior a una evaluación negativa (como se evita también la tentación de «devolver un favor» a un evaluador generoso).

Es decir, optamos por la ignorancia para impedir que nuestras facultades racionales sean explotadas por adversarios racionales:

«El conductor de un camión blindado Brinks está encantado de que se proclame su ignorancia en la pegatina: “El conductor no conoce la combinación de la caja fuerte”, porque un atracador no puede amenazarlo de forma creíble para que la revele».

Un ejemplo extraordinario en el ámbito de la tecnología es Google Maps. Cuando le solicitamos la ruta más rápida para llegar a un destino, evitará consecuentemente las vías más atascadas. Sin embargo, si todos los usuarios acaban por tomar vías menos atascadas, tales vías se acabarán atascando igual. ¿Solución? Google Maps no siempre dice la verdad: a unos usuarios les envía por la vía menos transitada, y a otros por la más transitada, para que ambas vías se equilibren y todos puedan llegar en un tiempo más razonable a su destino.

La ignorancia racional, el paternalismo libertario, el FOFO apropiado para convivir con los demás. El conocimiento es libertad, cierto. Pero no siempre estamos preparados para gestionar tal dosis de libertad. El canciller alemán Otto von Bismarck, lo  tenía claro: «Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no ver cómo se hacen».

Fuente: Yorokobu

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