viernes, 25 de marzo de 2022

Memes, palabras, guerra, espías, crímenes... 5 temas interconectados


1. ¿Estamos preparados para ver memes de nuestra muerte?

“No estoy preparado para empezar a ver contenido sobre cómo sobrevivir a un ataque nuclear”. Yo tampoco.

La frase es de Ryan Broderick, copresentador de un podcast llamado The Content Mines. La palabra clave en esa frase es precisamente “contenido”. “Contenido” no es solo información, documentales, vídeos, posts. Es todo lo que se produce en internet para ser consumido: desde un tuit a un vídeo de Youtube de 3 horas, pasando por una foto en Tumblr o un TikTok. Todo es contenido.

En el título pongo “memes” porque “contenido” es demasiado amplio. Pero en realidad me refiero a “contenido”. Con la invasión en Ucrania el fantasma remoto del uso de armas nucleares más pequeñas y dirigidas que Hiroshima se ha vuelto plausible. Esa terrible ventana de oportunidad ha provocado la llegada de contenido sobre cómo sobrevivir a un ataque nuclear. El objetivo del contenido es obviamente que le prestes atención.

No me veo después de dos años de pandemia (yo mismo escribí en marzo de 2020 sobre los “preppers” que almacenaban comida en casa, un contenido típicamente catastrofista) haciendo cálculos mentales sobre dónde debo llevar a mis hijos si sobrevuela los Pirineos una bomba nuclear. Quizá voy tarde: he oído un caso de familia que ha sacado pasaporte a sus hijos pequeños por si deben huir.

Pero aquí hablo de internet. El tema de esta newsletter hoy es cómo el contenido sobre mi muerte se va a colar en mi atención aunque me resista. Y cómo eso es una novedad de nuestra era y no sabemos sus implicaciones o ni siquiera si tendrá. Es simplemente una característica más de internet.

El episodio donde Broderick dice esa frase va de algo que llaman “disonancia estructural”. Se lo han inventado dos periodistas, no tiene nada de serio, pero describe un fenómeno evidente. Así lo describe Broderick en una buena frase elaborada: “Es la extrañeza inherente de ver las costuras de la vida real a través de la estructura trivializadora de internet”. En Twitter tiene el nombre más habitual de “demolición del contexto” [context collapse]:

En internet está todo en cajas o presentaciones indistintas. En la misma plataforma que uso para discutir con mi pareja (WhatsApp), veo memes del Barça-Madrid, el Washington Post la usa para gestionar su equipo de reporteros en Ucrania y es probable que soldados tomen decisiones de vida o muerte en ella, todo bajo el mismo formato.

Yo mismo cuando uso WhatsApp y veo mis chats uno justo encima de otro y que gestiono con segundos de diferencia, pienso qué drama humano ligeramente tóxico provocarían si se vieran entre sí. O si alguien pudiera sacar la cabeza virtual y mirar qué dice el chat vecino.

En redes, mientras miro opiniones de Motomami o elXokas veo refugiados, sanciones y rublos por gas. Todo tiene el mismo fondo, la misma aspiración y está pensado para erizar mi curiosidad o emoción. Todo es un cúmulo, nada está compartimentado.

En The Content Mines defienden que esto no ha pasado igual en otras épocas. Por ejemplo, con la hambruna en Etiopía de los 80. Aquello estaba circunscrito a los telediarios, a los periódicos y allí se quedaba cuando terminaban y apagabas la tele. Uno seguía con su vida. Podemos imaginar qué ocurriría hoy en redes. De nuevo, no sé las consecuencias ni implicaciones de este cambio.

En 2019 el escritor estadounidense de ciencia ficción William Gibson explicó cómo había vivido el 11-S desde Vancouver (Canadá): “Estaba en mi oficina en el sótano, en una web de relojes a la que dedicaba mucho tiempo. Alguien escribió: ‘Avión impacta contra el World Trade Center’. Fui a Google y no había nada. Fui a hacerme café y cuando volví: ‘Impacto de un segundo avión. No fue un accidente’”. Era una página sobre relojes. El contenido nos persigue. A continuación el periodista cita un párrafo de la siguiente novela de Gibson donde un personaje dice:

No tenemos futuro. No en el sentido de que nuestros abuelos tenían un futuro, o pensaban que lo tenían. Para nosotros, por supuesto, las cosas pueden cambiar tan abrupta, violenta, profundamente, que futuros como el de nuestros abuelos no tienen un "ahora" suficiente para sostenerse. No tenemos futuros porque nuestro presente es demasiado volátil. Sólo tenemos gestión de riesgos. El giro de los escenarios de un momento dado.

Esa falta de pie en el “ahora” hace que cualquier cambio en el modo en que consumimos contenido o realidad tenga impacto. Esta semana Instagram ha anunciado un pequeño cambio: ha introducido el feed cronológico. Hace unos días Twitter pretendió suprimir ese feed y les salió mal. La diferencia entre el feed cronológico y algorítmico es el orden en que vemos los mensajes: en el cronológico aparecen por orden de publicación y en el algorítmico por orden del que más nos puede interesar, según unos criterios que solo sabe la plataforma.

Lo he dicho otras veces: el algorítmico es droga. Sabe lo que cada usuario quiere y se lo da, junto a un menú de lo más viral de la plataforma. Es como portadas de Interviú, El Caso, Marca, Vanity Fair y Pronto una tras otras hasta el infinito. Es difícil levantar la vista según el interés.

Ese tipo de feed es el que nos lleva una vez tras otra a una red: siempre hay algo interesante, sea un meme, un gol, una bomba, una tragedia, un post viral o una broma. Todo es contenido listo para ser ingerido. En esefeedsin embargo puedes ver noticias de Ucrania que pasaron hace dos días o tendencias terribles en Corea del Sur sobre covid que igual era mejor no ver hasta que lleguen más cerca. O cuando sean digeribles.

Con el feed cronológico ocurre algo más difícil de sentir hoy: es aburrido, hay fotos o tuits sosos. Las redes saben que entramos menos y por tanto vemos menos anuncios en el cronológico, por eso intentan que el algorítmico esté activado por defecto. Para este mundo donde desactivar el cerebro es complicado, el cronológico es una pequeña salvación para cada usuario. Yo no la cumplo, de momento. Estoy en modo algorítmico, quizá por eso no estaba preparado para contenido sobre una guerra nuclear. Voy un poco saturado de viralidad loca. "Todo pasa demasiado", como dice este tuit legendario de 2012.

¿Estamos preparados para ver memes de nuestra muerte?
Ese contenido se vuelve fácilmente absurdo o reemplazable porque no es fácil vivir con la soga al cuello siempre. Aunque ocurra. Por eso se viraliza una famosa congresista trumpista diciendo que el problema de una guerra “provocaría escasez de alimentos”. Al menos te ríes. Pero no deja de ser un contenido quizá innecesario. Prefiero no darle vueltas a qué haré si sobrevivo a un apocalipsis.

2. El peso de las palabras

Una de las consecuencias de esta disonancia estructural cuando estamos en redes sociales es el doomscrolling. Intenté traducirla hace unos meses en un artículo sobre la utilidad del inglés en conceptos que sabemos que son, pero no tenemos palabra. Veo que luego ha salido más veces en el periódico. “Doomscrolling” es bajar en la cronología de una red para buscar esperanza cuando solo surgen malas noticias.

Este jueves me ha escrito un amigo con una pregunta parecida: “Me pregunta uno que si hay un término para definir a la gente que es muchísimo más fea IRL [en la vida real] que en la foto que ponen en Twitter. Es gente que va a un evento y se encuentran con alguien y tienen que mirar tres veces la foto de Twitter y a la persona para reconocerlos”. Lo primero que he pensado es: pues flipa en Instagram o Tinder. Pero lo segundo es: ni idea. He mirado un poco y Facetune es una de las apps que se usa para añadir filtros a cara y es probable que en inglés lo usen como verbo. Pero poco más.

Todo esto viene a cuento porque en Reino Unido está camino del Parlamento una ley para que las plataformas tengan más control sobre el contenido “dañino” que publican. Quedan las enmiendas y será un tema pronto para el periódico, no para la newsletter, porque toca aspectos sensibles de la legislación de internet.

Uno de ellos es penas para quien manda fotopollas sin aviso. En inglés tienen desde 2010 una palabra que no conocía para esa acción (no para la fotopolla): cyberflashing. Es claramente la traducción de ciberexhibicionismo, aunque no sé si el concepto entraría con facilidad en una ley española.

3. La importancia (temporal) de una guerra

Ya he hablado aquí del impacto del interés por la invasión de Ucrania. Mi compañero Javi Salas, que escribe cada sábado la maravillosa newsletter de Ciencia, me recuerda este artículo de la investigadora de Stanford Renée di Resta ha escrito un artículo con algunos datos sobre cómo cuando un país grande invade a otro pequeño en el corazón de Europa a la gente le interesa más que la última batalla cultural nacional. No es sorprendente, pero la confirmación es interesante.

“Gran parte de lo que parece una polarización insalvable en redes puede ser producto del aburrimiento, la distracción y el hastío; cuando sucede algo real, la gente le presta atención. Actualizamos nuestras redes sin cesar, buscando nueva información y compartiéndola. Y cuando comenzó una guerra de tiros, los usuarios buscaron expertos y medios acreditados”, escribe.

Di Resta saca datos de Facebook, Google Trends e impresiones de Twitter. Pareció que el ambiente se hubiera congelado: de repente lo importante era lo interesante.

Irá decayendo pero demostró, como dice Di Resta, que a pesar de todo los usuarios tenemos cierto poder para elegir qué nos interesa.

4. Un anuncio para un espía

Este párrafo es uno de las más maravillosas en la historia del espionaje y la tecnología recientes:

Un reportero del Washington Post de pie junto a los muros de piedra de la embajada el miércoles por la mañana recibió el anuncio en su cuenta de Facebook. Pero los anuncios no aparecieron en su cronología cuando el reportero cruzó al otro lado de Wisconsin Avenue, en el vecindario Glover Park de Washington.

El periodista estaba de pie junto a la embajada rusa y los anuncios en Facebook, Twitter y Google son para reclutar espías rusos. Los pone directamente el FBI, sin ningún reparo. El texto en ruso del anuncio recurre a la reprimenda que Vladimir Putin dio en público al jefe de la CIA rusa, el SVR: “Hable claro, Sergey Yevgenyevich”, le dijo. El FBI recuerda a los espías cómo Putin humilló a su jefe. Sigue el texto del anuncio: “Hablad claro. Estamos preparados para escuchar”. Luego añaden: “La información proporcionada al FBI por el público es el medio más eficaz para combatir las amenazas. Si tienes información que podría ayudar al FBI, contáctanos”.

El Post habla en su titular de "troleo" por lo evidente de la táctica y cita a un ex espía que destaca la brillantez del anuncio no solo por si cayera alguien en las redes del FBI, sino por la obsesión de los agentes rusos de contraespionaje y que les mantendrá preocupados “cazando posibles fantasmas”.

Pero más allá del golpe de espionaje, aquí me fascina la precisión increíble de la geolocalización de los anuncios. Es un detalle a tener en cuenta: funciona solo en la acera de la embajada rusa, no en la opuesta.

5. Crímenes de guerra por el móvil

La ciberguerra en Ucrania sigue dando solo indicios pero pocas pruebas de ataques sólidos. Este jueves además una investigación del New York Times ha confirmado que tropas rusas hablan en Ucrania mediante comunicación sin cifrar, lo que permite escucharla, interferirla y documentarla como posibles crímenes de guerra cuando por ejemplo ordenan bombardear zonas residenciales.

El equipo del Times ha comprobado la veracidad de los cientos de grabaciones mirando la actividad rusa en las zonas y días donde se obtuvieron. El lenguaje y los mensajes hacen pensar que la guerra electrónica para bloquear las comunicaciones ucranianas no parece una prioridad de estos soldados.

Fuente: El Pais

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