Una de las cosas que más me llama la atención sobre la red es el cómo poco a poco ha cambiado el significado de las palabras y, más allá aún, cómo ha cambiado nuestros comportamientos, de tal manera que influye directamente en nuestras capacidades y condiciona nuestras respuestas.
Estos cambios muchas veces pasan inadvertidos y nos parecen casuales, fruto del azar. Pero no es así. Déjenme que les ponga un ejemplo: ¿han reflexionado sobre por qué nuestra forma de consumir “información” se ha incrementado exponencialmente y, sin embargo, estamos cada día más desinformados?
Una de las formas en las que la tecnología ha cambiado eso la vemos todos los días. Se trata de lo que llamamos el scroll infinito. Esa forma que tienen sobre todo las redes sociales de presentar su contenido cada vez que las visitamos de forma que nos vamos desplazando por ellas con un gesto y nunca tiene final. Fotos, vídeos, tuits, etc. Todo está preparado para que nunca nos detengamos a parar en ningún punto. Siempre nos ofrecen más y más.
Técnicamente el scroll infinito requiere que los contenidos que veremos a continuación se descarguen antes de que los veamos. Se preparan de tal manera que el bucle es infinito y solo estará limitado por una cosa: nuestro propio aburrimiento. Es cómo la rueda incesante donde un hámster corre.
Este scroll anula nuestro poder de decisión
Sin embargo, algo que parece tan trivial es mucho más complejo. El hecho es que el scroll infinito anula nuestro poder de decisión frente al consumo de un contenido en forma manual.
No decidimos si queremos ver esto o lo otro. Si queremos parar. Si queremos volver hacia atrás. Si queremos cambiar de plataforma o leer detenidamente algo. Todo está preparado para intentar anular nuestra decisión y darnos la sensación de que todo lo que necesitamos y queremos saber está en una sola página. Ya ven, no es tan inocente.
Seguramente muchos de ustedes no han oído hablar de Aza Raskin. Cuando Raskin inventó el scroll infinito en 2006 no pudo prever sus consecuencias. De hecho, algunos años más tarde se lamentó de aquello. De hecho, es una de las personas que aparece en ese documental del 2020 en Netflix que tanto impacto tuvo: “El dilema de las redes sociales”
El desplazamiento infinito poco a poco fue adoptado por las redes sociales a partir de 2006. Redes como Facebook o Twitter no fueron las primeras en adoptar esta tecnología. Lo hicieron sobre 2010 mientras que otras plataformas ya lo habían hecho anteriormente como el caso de Flickr en 2007.
Una forma de consumir información
Cierto es que su explosión no llegó hasta que el desarrollo de los smartphones permitió implementarlo en nuestros dispositivos móviles. Cuando los teléfonos inteligentes tuvieron la suficiente capacidad para implementar JavaScript, el lenguaje preferido para llevar a cabo estas funcionalidades, el círculo estaba cerrado y nuestra suerte echada. Pero no es lo mismo presentar un carrusel incesante de imágenes y fotos a presentar un contenido que muchos entienden como su forma de consumir información.
Y esto, consumir lo que creemos información, es en realidad consumir la verdad. Nuestra verdad.
Ahora bien: ¿Qué verdad?
Para los usuarios de las redes el consumir información así produce el efecto de que lo que se nos presenta “la actualidad”, “lo último” como lo realmente importante. No existe el pasado. Ni el reciente. No existe un análisis de por qué ha sucedido tal cosa.
Lo importante es que nosotros pensemos que lo que se nos presenta es lo que “necesitamos” saber. Ya he hablado del papel de los algoritmos en todo esto.
El control que ejercen las plataformas sobre la información que consumimos es brutal. Están obsesionados con ello de forma que cada vez estos mecanismos “inocentes” nos capturan y encierran en una jaula de oro intentando que no vayamos a otro lado y que consumamos lo que su algoritmo decide, -ya saben en realidad que las decisiones las toman personas y cuentas de resultados- y no salgamos fuera de ella.
Un filtro a la ‘realidad’
Antes de esto la navegación manual nos obligaba a elegir poniendo atención sobre lo que íbamos a consumir. Éramos nuestro propio filtro. Íbamos a una página, leíamos, podíamos avanzar o retroceder, saltar. Ahora lo único en lo que estamos centrados cada vez que abrimos la ‘app’ de nuestra red social favorita es el “ahora”. Lo demás da igual.
Es por eso que ir hacia una fecha determinada, si bien es posible en algunas redes, no es tan sencillo como avanzar y avanzar hacia la nada. Siempre con la sensación de que lo actual es lo importante, aunque no nos diga nada.
Refrescamos nuestras redes una y otra vez para ver que pasa. Lo demás da igual. Hemos destruido la reflexión y el análisis. Todo por un viaje que siempre empieza en el mismo punto (arriba) y va en la misma dirección, hacia abajo, hasta que nos aburrimos.
El efecto más devastador del scroll infinito está en su relación con el clic. El clic, ese break diciendo: “Espera, quiero saber más”, es cada vez menor. Es mucho más poderoso el sentimiento de consumir y consumir cosas que no nos importan porque la sensación de que nos estamos perdiendo, o nos vamos a perder lo que va a pasar, funciona como una adicción.
Nos ha hecho ir poco a poco primando contenidos rápidos, sencillos y sin profundidad. Igual a estas alturas usted llega a alguna conclusión sobre el éxito de plataformas de vídeos de 15 segundos, de titulares cada vez más sensacionalistas y falsos, solo redactados para captar nuestra atención, etc., versus contenidos mucho más trabajados y densos. No queremos saber. Es ocio.
Ellos, las redes, lo saben. La combinación, insisto, de controlar qué contenidos tenemos que ver, durante cuánto tiempo y la forma en que lo hacemos solo conduce a que ellos facturen más y más publicidad. Y por supuesto tengan muchos más datos de todos nosotros. Las hace más poderosas y a nosotros más débiles y manipulables. Nos ofrecen cada vez más cantidad, pero no más calidad. Es el fast food cultural.
Fuente: Newtral
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