Más de 30,400 personas están infectadas en todo el mundo por el nuevo coronavirus que ya ha ha matado a más de 600 pacientes, solo dos fuera de China.
Desde el principio, los médicos de ese país intentaron dar la voz de alarma cuando se percataron de que varios pacientes estaban presentando síntomas similares al SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), provocados por un nuevo tipo de coronavirus, que se propaga con gran rapidez. Pero el gobierno chino rápidamente los silenció.
Con el inicio del brote comenzaron también las censuras y represiones de un sistema totalitario que busca evitar a toda costa que se difunda una imagen de debilidad o de no tener la situación bajo control. Y aunque lo ha intentado todo, y el presidente Donald Trump o las autoridades de la OMS les han prodigado elogios por su respuesta masiva y 'transparente' a este brote -que verdaderamente ha sido más ágil y abierta que la que tuvo ante el SARS en 2003- la crisis les está pasando una importante factura económica pues el turismo se ha hundido y las más importantes empresas transnacionales han parado su producción en el país, al menos temporalmente.
Sin embargo, poco se habla del factor humano y de las repercusiones de estas cuarentenas y aislamientos masivos que están ocurriendo en China, a no ser para alabar la rapidez con que son capaces de construir un hospital, o aislar a millones de personas en Wuhan, una de las urbes más pobladas del mundo.
Desde un país democrático semejante despliegue parece una proeza, pero estas acciones que conllevan gigantescas movilizaciones masivas y drásticas medidas, unidas al secretismo del gobierno y la represión interna implican también un contexto en el que se violentan o maltratan los derechos humanos de los ciudadanos.
Un argumento básico para las cuarentenas extremas es que en escenarios de emergencia, los derechos individuales deben sacrificarse ante el interés y la emergencia colectiva. Sin embargo, algunos expertos aseguran que si bien el cierre total y el aislamiento pueden ayudar a contener el virus, también pueden ayudar a propagarlo, al mantener a las personas cautivas en ciudades abarrotadas, mientras aumentan a la vez otros problemas de salud o inestabilidad social. Además, si se infunde miedo o represión, muchas personas pueden evitar asistir al médico, aunque presenten los síntomas.
Pero no toda la responsabilidad por el coronavirus la tienen China y su gobierno, que están intentando aislar un brote que sigue creciendo, mientras ven sus hospitales colapsados y apenas dan abasto para poder hacer frente a la situación, que requiere del apoyo internacional.
En más de una veintena de países ya han reportado casos de contagio y en muchos se están tomando drásticas medidas que impiden entrar o aíslan a los ciudadanos chinos o de otras naciones asiáticas, así como a sus propios nacionales que hayan visitado la región.
La 'chinofobia' o la discriminación contra personas con rasgos asiáticos se empieza a extender por todo el mundo y los ciudadadanos chinos o de otros países asiáticos están siendo víctimas de agresiones, burlas o amenazas.
Entre las informaciones falsas que se publican y el tremendismo mediático el miedo a una pandemia de coronavirus empieza a cundir entre la opinión pública mundial, lo cual puede conducir a estrategias y prácticas erráticas y discriminatorias.
Ante este panorama, esta semana Amnistía Internacional ha publicado un documento explicativo sobre cómo el nuevo brote de coronavirus está impactando los derechos humanos, primeramente en cuanto al derecho a la salud, pero también en otros aspectos.
"La censura, la discriminación y la detención arbitraria no tienen cabida en la lucha contra la epidemia de coronavirus", dijo Nicholas Bequelin, director regional de la organización. "Las violaciones de los derechos humanos obstaculizan, en lugar de facilitar, las respuestas a las emergencias de salud pública y socavan su eficiencia", añadió.
Fuente: Univision
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