Decía Mark Twain que es más fácil engañar a alguien, que convencerle de que ha sido engañado. Puede ocurrir, y de hecho ocurre cada día, que la gente cambia de idea y opinión. No obstante una vez un pensamiento toma una forma clara en nuestra cabeza, es tremendamente difícil claudicar de él. Renunciar a una postura o reenunciar y asimilar un pensamiento contrario a uno anteriormente establecido, es un proceso que puede resultar, cuanto menos, agresivo para nuestro cerebro.
Mantenerse en sus trece
Cuando nuestras ideas son confrontadas, no importa que sea por una opinión o por hechos fácilmente contrastables, la química de nuestro cerebro experimenta los mismos mecanismos que cuando nos sentimos amenazados o en peligro. Así, en ocasiones, en este momento el sistema límbico toma el control sobre la parte racional de nuestro cerebro, y no importa cuan valiosa sea la nueva idea que tengamos delante o lo evidente que pueda resultar, ya que nuestro cerebro se encuentra en modo defensivo.
Cualquiera en alguna ocasión ha podido apreciar como actúa este mecanismo: es esa situación, en una discusión por ejemplo, en la que una de las partes, aún acorralada por la evidencia, sigue defendiendo lo indefendible. Presumiblemente y en un ejercicio de honestidad, es más que probable que el propio lector pueda reconocerse con facilidad en una tesitura similar.
Para demostrar como a los seres humanos nos cuesta cambian de opinión, Victoria Horner y Andrew Whiten, dos psicólogos de la Universidad de St. Andrews en Escocia, se lanzaron ya hace algún tiempo a realizar un experimento en que analizaron las diferencias en la forma en que aprenden niños y chimpancés. Los resultados se recogen en el artículo Causal knowledge and imitation/emulation switching in chimpanzees (Pan troglodytes) and children (Homo sapiens).
Fue así que Horner y Whiten mostraron a humanos y primates una caja opaca cuyo interior era inescrutable. Mediante la ayuda de un palo, los sujetos tenían que activar una serie de mecanismos para obtener una recompensa en forma de caramelo. Tras mostrar a ambos el procedimiento a seguir, comprobaron que en sendos casos, tanto los niños como los chimpancés, reprodujeron el ritual mostrado en aras de conseguir su recompensa.
La segunda parte de su experimento consistió en repetir la experiencia, esta vez sin embargo, con una caja transparente que dejaba entrever como estos mecanismos realmente eran innecesarios para conseguir la recompensa.
Sorprendentemente, y aunque pueda resultar contraintuitivo, los científicos pudieron comprobar como en la mayoría de los casos los chimpancés fueron los únicos en tomar el caramelo directamente, obviando lo que habían visto con anterioridad. Los niños, por el contrario, pese lo irrelevante de realizar las maniobras para conseguir la recompensa, reprodujeron el patrón aprendido para tomar el caramelo de la caja. Entre los resultados del experimento, los psicólogos concluyeron que, mientras los chimpancés, de una manera más pragmática se centraron en los resultados, los seres humanos, en este caso los niños, se limitaron a repetir el comportamiento que les había resultado exitoso en el pasado, reforzando así la idea que los seres humanos, en este caso los niños, aprenden por imitación y sin apenas cuestionar o analizar las variantes en el procedimiento.
Los seres humanos observamos, escuchamos; y aprendemos o adoptamos patrones que después reproducimos: un comportamiento que forma parte de lo que se denomina aprendizaje social. Si este ejemplo se desarrolla en un contexto de aprendizaje y con niños, sujetos cuyo pensamiento aún es maleable y que todavía no han desarrollado criterios sólidos sobre análisis de la realidad ¿Qué cabe esperar cuando se pretende hacer cambiar de opinión a un adulto, cuya escala de valores se presume bien establecida? Parte de la respuesta podemos encontrarla en el hecho de que para un ser humano resulta tremendamente amenazante admitir que no se tiene razón. Confrontar una idea contraria a la propia lleva a las personas, en gran parte de los casos, a valorarse como individuos menos inteligentes. Y es por ello que las personas, más que acercarnos a la realidad de una forma objetiva, lo hacemos del modo en el que más nos conviene, de manera más bien subjetiva, o de un modo en que no se tambaleen las ideas que teníamos asumidas previamente.
Vencer no es convencer
Visto lo difícil que puede resultar cambiar de idea, la frase "rectificar es de sabios" adquiere una nueva dimensión. Los seres humanos podemos conformar nuestras opiniones o establecer nuestros modos de actuar en base al aprendizaje social o por simple imitación de nuestros semejantes. Sin embargo, cambiar de opinión requiere de un esfuerzo de reflexión y en ocasiones, hasta supone un verdadero acto de voluntad, a veces inconsciente.
Si como hemos explicado el cerebro percibe una amenaza ante el hecho de cambiar de opinión, imagínese el lector cuan violento puede resultar para una persona escuchar de un tercero que sus ideas están equivocadas. Más, cuando esta tercera persona es ajena al círculo ideológico al que pertenece el sujeto. Tal y como explica el escritor Tim Urban, los seres humanos poseemos una irracional e improductiva obsesión por lo que los demás piensan de nosotros. Así, como explica Urban, la necesidad de "sentirse parte de la tribu" hunde sus raíces hasta los mismos comienzos de la vida en sociedad, momento en el cual, la tribu, significaba comida y protección y no ser aceptado en ella suponía, literalmente una condena a muerte. Este instinto, en definitiva, esta necesidad de aceptación, sigue formando parte de nuestra naturaleza.
Al hilo de lo que explica Urban y retomando la premisa de que interpretamos la realidad no como es, si no como nos conviene, no es de extrañar que insconscientemente, al igual que sentimos rechazo por ideas que no compartimos, busquemos refugio en opiniones parecidas a las nuestras. Opiniones que refuercen lo que creemos. Es entonces cuando caemos en lo que conocemos como un sesgo de confirmación, es decir, tendemos a aceptar mucho más fácilmente las ideas que corresponden con nuestra visión de la realidad.
Al contrario que ocurre cuando nuestras ideas son cuestionadas, cuando nuestras opiniones son valoradas de forma positiva o coinciden con la de nuestros semejantes, en el cerebro se activan los sistemas de recompensa en los que la dopamina y serotonina -dos neurotransmisores que regulan las sensaciones del placer, el bienestar y la felicidad- cumplen su función haciéndonos sentir más importantes y afectando positivamente a nuestra autoestima.
Por otro lado, ahora también sabemos gracias a como acaba de poner de manifiesto un nuevo estudio titulado The formation of confirmation bias in the brain publicado recientemente en la revista Nature Neuroscience que la región posterior de la corteza prefrontal media del cerebro -pMFC-, contribuye a este sesgo de confirmación en seres humanos.
Para llegar a esta conclusión el equipo de Andreas Kappes, del departamento de psicología de la universidad de Londres, tomó a 42 adultos, los separó en parejas y les pidió que juzgaran individualmente si el precio de una casa correspondía con el precio dado por los investigadores. Tras dicha valoración, los participantes deberían apostar entre 1 y 60 centavos de dólar, según la confianza en su propio criterio, si habían acertado en el precio dado.
Luego, los investigadores colocaron a los participantes en un escáner de resonancia magnética, les mostraron de nuevo las propiedades recordándoles sus juicios y apuestas iniciales y analizaron la actividad de la pMFC, para después mostrarles los juicios y apuestas de sus socios y pedirles que realizaran una apuesta final, indicando cuán seguros estaban de su evaluación inicial.
Los autores encontraron que, cuando el juicio del socio confirmó la evaluación inicial de un participante, los participantes aumentaron sus apuestas finales a cantidades mayores, las cuales también se correlacionaron con las apuestas de sus socios. Los autores también determinaron que la actividad de pMFC, medió el efecto que la apuesta del socio tuvo en la apuesta final del participante, pero solo cuando los participantes estuvieron de acuerdo, lo que sugiere que la actividad de la corteza prefrontal media del cerebro se fortalece frente al acuerdo con las opiniones de los demás, y se reduce durante el desacuerdo, lo que podría contribuir como refuerzo al sesgo de confirmación.
Fuente: National Geographic España
Fascinante, y algo preocupante también ;-)
ResponderBorrarSi, cuestiona la propia nocion de lo racional.
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