La actual situación de polarización social ha conllevado un aumento sustancial de la irracionalidad colectiva, en la cual creencias injustificadas y discursos radicales considerados hasta ahora como underground han pasado a convertirse en mainstream. De este modo, los conflictos intergrupales a menudo se sitúan un paso más allá del típico nivel axiológico. Las controversias sociales sobre valores compartidos han dado paso a colisiones de epistemologías alternativas plagadas de creencias empíricas erróneas con valor identitario, situadas en el centro mismo de las actuales “guerras culturales” (Kahan, Braman, Slovic, Gastil y Cohen, 2007). Este preocupante estado de cosas ha sido denominado como “posverdad” (McIntyre, 2018) e intensamente discutido durante los últimos años, tanto en términos informales como académicos.
§1. Creencias injustificadas como diagnóstico cultural
Existen varios conceptos interconectados que denotan formas relevantes de irracionalidad colectiva, como pseudociencia, negacionismo científico, resistencia a los hechos y hechos alternativos (Hansson, 2018). La posverdad ha surgido como un concepto de orden superior que describe la coyuntura sociológica en la cual prosperan todas estas expresiones culturales de irracionalidad. En este sentido, la posverdad hace referencia a un estado de cosas “en relación con o denotando circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y las creencias personales” (OED, 2019a; para una discusión filosófica del concepto ver McIntyre, 2018).
Algunos autores consideran el concepto de posverdad como una evolución del término “verdaderosidad” (truthiness; por ejemplo, McIntyre, 2018; Boler y Davies, 2018), acuñado en 2005 por el comediante Stephen Colbert y definido como “la cualidad de ser percibido o sentido como verdadero, aunque no se sea necesariamente verdadero” (OED, 2019b). Por lo tanto, lo verdaderoso no apela necesariamente a la falsedad o a la propaganda: puede, en cambio, ser fruto de la ignorancia impregnada de emoción, de corazonadas o de una confianza excesiva en el pensamiento intuitivo. Sin embargo, si bien la verdaderosidad ha sido eminentemente empleada para la sátira política, particularmente respecto a las falsas armas de destrucción masiva con las que se pretendió justificar la Guerra de Irak, hace mucho que la posverdad dejó de ser una broma.
El significado de la posverdad va más allá de la ingenuidad o la mentira — “en su forma más pura, la posverdad refiere a la creencia de que la reacción de la multitud de hecho cambia el estatus de la mentira (…) lo que parece ser nuevo en la posverdad es el desafío no solo a la idea de conocer la realidad sino a la existencia misma de la realidad” (McIntyre, 2018, p. 9-10). En este sentido, aunque las mentiras políticas siempre han existido, “la relación posverdadera con los hechos ocurre cuando afirmar algo nos resulta más importante que la verdad misma. Por lo tanto, la posverdad equivale a una forma de supremacía ideológica, mediante la cual sus practicantes tratan de obligar a alguien a creer en algo, existan o no buenas evidencias para ello” (McIntyre, 2018, p. 13). Entonces, si bien la verdaderosidad localiza la responsabilidad respecto a la mentira, la posverdad es más vaga y colectivista en este sentido, de forma que no proporciona una forma clara de definir quién, cuándo y en qué medida es el responsable. Como consecuencia, la posverdad da lugar a “un mundo en el cual los políticos pueden desafiar los hechos y no pagar ningún precio” (McIntyre, 2018, p. 15).
Lewandowsky, Ecker y Cook (2017) afirman que la posverdad no constituye un asunto que pueda corregirse de forma sencilla, mediante formas adecuadas de información y capacitación. Por el contrario, es el resultado de la competencia entre “epistemologías alternativas” altamente influyentes y extendidas — en esencia, “el problema planteado por la posverdad no es una mera mancha en el espejo. El problema es que el espejo es una ventana a una realidad alternativa” (Lewandowsky, Ecker y Cook, 2017, p. 356). Por ejemplo, en el marco de estas realidades alternativas la comunidad LGBT tiene un lobby y una ideología, el cambio climático es un engaño (algo que cree el 20% de los estadounidenses; Lewandowsky, Gignac y Oberauer, 2013), el expresidente Barack Obama nació en Kenia (algo que cree el 51% de los votantes del Partido Republicano; Barr, 2015), la economía británica estaría mucho mejor fuera de la Unión Europea, y Cataluña es la colonia oprimida de un país tiránico.
McIntyre (2018) caracteriza estas epistemologías alternativas en relación al rechazo filosófico, típicamente posmoderno, de la verdad y las metanarrativas. Por su parte, Lewandowsky, Ecker y Cook (2017) van más allá del colectivismo epistémico y la autorreferencialidad, explicando su propagación a través de megatendencias sociales, como la disminución de la confianza interpersonal en favor del aislamiento social, la creciente desigualdad, la credulidad y polarización políticas, la desconfianza en la ciencia, y el deficiente panorama que ofrecen los medios de comunicación.
§2. Posverdad piadosa de corte posmoderno
Una de las características más preocupantes de esta forma de polarización grupal es el sentimiento de superioridad moral que a menudo acarrea. Ello se debe, principalmente, a los fundamentos filosóficos de la posverdad: la filosofía posmoderna no se limita a establecer su marco conceptual, sino que a menudo convierte la polarización y la negación de los hechos en justicia social.
Un ejemplo concreto ayudará a ilustrar la intrincada naturaleza de la posverdad piadosa. En los últimos años, la situación en España respecto a la medicina complementaria y alternativa ha recibido gran atención mediática, lo cual ha motivado que el gobierno anuncie un plan legislativo que propicie una regulación más exigente de estas prácticas. La Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) ha tenido un papel relevante durante este proceso, particularmente al haber promovido la visibilidad mediática de la problemática. Recientemente, la APETP hizo público el Primer informe sobre fallecidos a causa de pseudoterapias en España (Cervera, Gómez y Frías, 2019), en el cual sus autores afirman que “[las pseudoterapias] causa[n] miles de muertes al año que no quedan reflejadas en ninguna estadística ni estudio oficial” (p. 1; los corchetes son míos). En este sentido, pese a considerar que el informe únicamente podría estar subestimando la magnitud real de muertes atribuibles a la medicina alternativa, en base a sus cálculos “las pseudoterapias estarían produciendo entre 1210 y 1460 muertes al año” (p. 22; resaltado en el documento original) — 660 de estas muertes serían causadas por el uso de quiropráctica. El informe tuvo una amplia cobertura mediática en la prensa, la televisión y los medios digitales, y fue compartido de forma profusa en las redes sociales, generando feroces discusiones entre escépticos y creyentes.
El problema radica en que estos resultados son completamente erróneos, al estar basados en extrapolaciones deficientes a partir de estudios previos ya de por sí muy limitados — para una explicación en profundidad de las negligencias estadísticas que invalidan el informe ver Fasce (2019). En consecuencia, la APETP enfrenta juicios por difamación y calumnias, presentados por asociaciones de proveedores de medicina alternativa. En términos generales, no dudo de las buenas intenciones de la APETP: la medicina alternativa es un asunto preocupante, lleno de riesgos potenciales causados por creencias infundadas. Sin embargo, a pesar de ser conscientes de cuán erróneos son sus cálculos epidemiológicos, la asociación aún difunde la desinformación, alegando que esta reprobable conducta cumple su función. Respecto a los medios de comunicación, algunos de los periodistas que publicaron los datos se pusieron en contacto conmigo tras haber hecho públicos los graves errores metodológicos del informe, quejándose con frustración de que no les permitían retractar los artículos. De hecho, hasta donde tengo conocimiento, únicamente un medio se ha retractado de entre las decenas que publicaron la información (Martín, 2019).
Estos casos de posverdad piadosa resultan particularmente alarmantes, dado que corrompen la clase de actores sociales racionales que deberían desempeñar un papel relevante en la consecución del progreso social. En efecto, existe evidencia psicológica que sugiere que los sujetos tienden a flexibilizar sus estándares morales para justificar conductas reprobables si creen que dichas conductas benefician a los demás (Gino, Ayal y Ariely, 2013). Por lo tanto, la posverdad piadosa es un tipo de deshonestidad fácilmente racionalizada desde un punto de vista moral (Tsang, 2002), capaz de disminuir de forma eficiente la disonancia ética entre sus partidarios al promover la percepción de ciertas falsedades como moralmente superiores a otras (Barkan, Ayal y Ariely, 2015).
Más allá del ejemplo antes mencionado, la posverdad piadosa florece en lo que Pluckrose, Boghossian y Lindsay (2018) denominan como “estudios de agravios” (grievance studies), un concepto que incluye interpretaciones radicales de los estudios de género, del feminismo, de los estudios poscoloniales, de la teoría crítica de la raza y de otros campos cercanos. Los estudios de agravios, que muestran una notable falta de estándares académicos (Pluckrose, Boghossian y Lindsay, 2018), se articulan en base a dos conceptos dialécticos: opresión estructural y empoderamiento. De este modo, estas ideologías posmodernas no se limitan a defender formas prudentes de relativismo cultural y constructivismo social, yendo un paso más allá a través de una interpretación brutal de la historia humana — particularmente en relación a las sociedades occidentales. El resultado directo de esta terrible interpretación sociológica es la percepción ideológica de una forma generalizada aunque no explícita de opresión, según la cual las sociedades occidentales se fundamentarían en el patriarcado, el racismo sistemático, la cultura de la violación, las microagresiones, la misoginia, la apropiación cultural, etc.
Por ejemplo, resulta sencillo localizar ejemplos de posverdad piadosa en el marco del feminismo radical:
1) La afirmación de que no existen diferencias conductuales entre hombres y mujeres causadas por el dimorfismo sexual (Poeppl, Langguth, Rupprecht, Safron, Bzdok, Laird y Eickhoff, 2016) — una versión contemporánea del clásico mito de la tabla rasa respecto a la naturaleza humana (Lippa, 2005).
2) La interpretación radical de la denominada “brecha salarial”, según la cual, debido a la discriminación sistemática, las mujeres obtendrían menores ingresos económicos que los hombres por desempeñar el mismo trabajo — aunque la brecha salarial existe, es explicada en su mayoría por las diferencias existentes entre los perfiles profesionales de hombres y mujeres (ver por ejemplo Blau y Kahn, 2017).
3) La creencia de que la violencia, particularmente la doméstica, es esencialmente perpetrada por hombres contra mujeres y motivada por el sexismo — para un análisis de esta concepción errónea ver Bates (2016).
4) La interpretación de las democracias liberales desarrolladas como la expresión de valores patriarcales, especialmente en relación a determinadas sentencias judiciales. Esta concepción se encuentra muy arraigada en España, algo que ha resultado evidente en casos en los cuales decisiones judiciales basadas en el código penal vigente y en el respeto a los derechos individuales han sido desautorizadas por el poder ejecutivo, debido a la influencia de protestas ideológicamente motivadas — ver por ejemplo los casos de Juana Rivas y de la denominada “manada”.
Estos ejemplos de posverdad piadosa, entre otros, han dado lugar a un fuerte estado de polarización doxástica mediante la promoción de afirmaciones fácticas que, aunque falsas, resultan políticamente aprovechables, tales como: “Las mujeres constituyen la mitad de la población, realizan dos tercios de las horas de trabajo a nivel mundial, reciben el 10% de los ingresos mundiales y poseen menos del 1% de la propiedad mundial”; “Entre 100 000 y 300 000 mujeres son esclavizadas sexualmente cada año en los Estados Unidos”; y “en los Estados Unidos, entre el 22% y el 35% de las mujeres que acuden a los servicios de emergencia de los hospitales lo hacen debido a violencia doméstica” (Hoff Sommers, 2016). Dejando de lado las buenas intenciones, estas exageraciones y negaciones de hechos son equivalentes a otros casos considerados habitualmente como instancias de posverdad.
Desde el punto de vista de este tipo de dialéctica posmoderna, el conocimiento científico y, en términos generales, la razón, no serían más que la materialización del sistema de valores y creencias de los grupos dominantes — es decir, conocimiento relativizado que determinaría relaciones de fuerza a fin de perpetuar la opresión estructural ejercida sobre determinadas minorías sociales. Por el contrario, el fomento de marcos conceptuales alternativos, supuestamente desarrollados por medio de la expresión cultural de los grupos oprimidos, constituiría una herramienta para el empoderamiento — otorgando así poder a las personas consideradas como estructuralmente desfavorecidas. De este modo, las epistemologías alternativas harían más incluyente la participación en la deliberación de los asuntos sociales, particularmente respecto a los medios de comunicación y los productos culturales, ofreciendo una clase de visibilidad social que contrarrestaría formas de opresión estructural definidas en términos históricos. Esta dialéctica radical constituye un robusto vínculo entre la posmodernidad y las creencias injustificadas: la polarización doxástica como justicia sociopolítica (Sokal, 2004).
§3. ¿Es esta situación realmente preocupante?
Hay una cuestión básica a la que hacer frente antes de continuar: ¿son realmente preocupantes las creencias colectivas injustificadas? Es decir, más allá de su naturaleza filosófica deplorable y de sus riesgos potenciales, ¿existe evidencia empírica fiable que nos apremie a preocuparnos por las creencias infundadas enmarcadas en la posverdad o, por el contrario, no son más que folklore inocuo?
Desafortunadamente, el impacto negativo de estas creencias ha sido ampliamente documentado, especialmente en relación a dimensiones clave de la esfera pública, como son la política, la educación y la salud. Particularmente preocupantes son los efectos de la polarización doxástica causada por la desinformación masiva difundida durante campañas políticas populistas, como el Brexit, la secesión unilateral impulsada por el nacionalismo catalán, y elecciones presidenciales en países como Estados Unidos, Brasil y Francia. En todos estos procesos, movimientos populistas radicales han obtenido poder político y mediático por medio de la promoción de realidades alternativas, generando así reacciones culturales regresivas con implicaciones de largo alcance, la mayoría de ellas aún desconocidas. Una evaluación similar puede hacerse respeto a cierta opinión pública contraproducente, motivada e inadecuada sobre retos globales como el tabaco, la vacunación y el cambio climático (Oreskes y Conway, 2010; Lewandowsky y Oberauer, 2016).
La presencia de pseudociencia en instituciones educativas, como las universidades, ha constituido una preocupación tradicional (Novella, 2016). Un caso bien documentado es la enseñanza del diseño inteligente en las escuelas públicas de los Estados Unidos (Forrest & Gross, 2004), principalmente debido a los numerosos litigios que han tenido lugar — por ejemplo, en Kitzmiller contra el distrito escolar de Dover el juez concluyó que la enseñanza del diseño inteligente, o “ciencia de la creación”, en las escuelas públicas viola la primera enmienda de la constitución de los Estados Unidos. La pseudociencia resulta particularmente dañina en los contextos clínicos, dado que la medicina alternativa no es en absoluto inocua (ver por ejemplo Ernst, Lee y Choi, 2011; Posadzki, Watson y Ernst, 2013; Bryard, 2016). La Unión Europea llevó a cabo un proyecto de investigación sobre la prevalencia de la medicina alternativa entre sus Estados miembros (Cambrella, 2012): alrededor de 145 000 médicos, debidamente graduados y registrados, prescriben medicina alternativa, mientras alrededor de 160 000 proveedores independientes ofrecen servicios y productos relacionados. De hecho, en la Unión Europea existen 65 practicantes de medicina alternativa por cada 100 000 habitantes, en comparación con los 95 médicos para la misma cantidad de personas. Por supuesto, estas prácticas pseudocientíficas no se limitan a la medicina — históricamente, la psicología clínica ha padecido de una pseudociencia local particularmente exitosa (Lilienfeld, Lynn y Lohr, 2003; Fasce, 2018).
Las creencias injustificadas afectan de forma negativa los procesos de toma de decisiones respecto a muchos otros tipos de políticas públicas. Un ejemplo clásico de estas desastrosas consecuencias es el lysenkoísmo (Kolchinsky, Kutschera, Hossfeld y Levit, 2017), un conjunto de ideas pseudocientíficas desarrolladas bajo el auspicio de la Unión Soviética de Stalin desde finales de los años veinte hasta los sesenta del siglo pasado. El lysenkoísmo asumió la heredabilidad de las caracteres adquiridos como una implementación del materialismo dialéctico en el marco de la biología, considerando conceptos como gen y selección natural como mera “pseudociencia burguesa”. La aplicación a gran escala de las extraviadas ideas de Lysenko en las políticas agrícolas de ciertos regímenes comunistas tuvo como resultado varias crisis humanitarias, como la hambruna soviética de 1946-1947. Además, una gran cantidad de genetistas fueron ejecutados o enviados a prisión y campos de trabajo. Otros ejemplos históricos pueden encontrarse en las políticas eugenésicas basadas en el “darwinismo social” (Paul, 2003), adoptadas por varios países a lo largo del siglo XX, a menudo sobre la base del engañosamente denominado “racismo científico” (Paludi y Haley, 2014).
Las teorías de la conspiración son particularmente persistentes y se relacionan de forma estrecha con consecuencias sociales negativas. La ideación conspirativa promueve una cosmovisión amenazante, caracterizada por la percepción generalizada de determinismo e inmoralidad. Esta cosmovisión constituye una forma prototípica de representación intergrupal (Sapountzis y Condor, 2013) que en muchos casos configura una fuerte actitud política (Imhoff y Bruder, 2013) que ha sido descrita como una “mentalidad cuasirreligiosa” (Franks, Bangerter & Bauer, 2012). La situación se ve agravada por el hecho de que, a diferencia de la pseudociencia y lo paranormal, la etiqueta “teoría de la conspiración” se encuentra romantizada, de modo que no muestra ningún efecto negativo respecto a la adopción de este tipo de ideas injustificadas (Wood, 2016).
La cantidad de actitudes y consecuencias sociales negativas asociadas a las teorías de la conspiración resulta sobrecogedora. Por ejemplo, se encuentran estrechamente asociadas con la disminución del comportamiento prosocial (van der Linden, 2015), con la negación y la falta de comprensión de la ciencia (Lewandowsky, Oberauer y Gignac, 2013; Leiser, Duani y Wagner-Egger, 2017), con el narcisismo colectivo (Cichocka, Marchlewska, Golec de Zavala y Olechowski, 2016), con el absolutismo moral (Leone, Giacomantonio y Lauriola, 2017), con una actitud fuertemente partidista (Pasek, Stark, Krosnick y Tompson, 2015), con el maquiavelismo y la disposición personal a conspirar (Douglas y Sutton , 2011), con el cinismo político (Swami, Chamorro-Premuzic y Furnham, 2010), con conductas poco saludables (Oliver y Wood, 2014) como el uso de medicina alternativa, el rechazo a la vacunación (Jolley y Douglas, 2014) y el sexo sin protección (Grebe y Nattrass, 2011), con una actitud prejuiciosa (Paseka, Stark, Krosnick y Tompson, 2015), con el extremismo político (van Prooijen, Krouwel y Pollet, 2015), y con menores intenciones de participar en la reducción de la huella de carbono (Jolley y Douglas, 2013).
§4. La identidad partidista del sujeto en red
El espíritu de los tiempos de la epistemología cívica contemporánea está configurado por cámaras de eco informativas fuertemente emocionales. El concepto de un sujeto en red (networked subject; Boler y Davis, 2018) describe nuevas formas de interacción informativa tecnológicamente mediadas — particularmente en el contexto de los medios digitales y las redes sociales, en los cuales operan algoritmos orientados al consumidor que funcionan como filtros para la creación de ecosistemas informativos personalizados (Pariser, 2011). Esta experiencia de los valores y la verdad mediada digitalmente se encuentra limitada por un acceso personalizado al mundo, ofrecido como un servicio caracterizado por circuitos de retroalimentación afectiva que implican anhelos como inputs e informaciones complacientes como outputs: “El circuito es un ciclo potencialmente infinito de entradas/salidas, expresiones/recompensas. La expresión-respuesta-satisfacción se alterna con expresión-respuesta-insatisfacción, para garantizar un deseo recurrente de más (…) No es accidental que los likes estén predeterminados como pasiones en gran medida positivas (‘me encanta’, ‘me divierte’, ‘me asombra’, ‘me entristece’) a fin de reforzar la sensación de, bueno, de ser gustado” (Boler y Davis, 2018, p. 83-84).
Esta situación de propaganda computacional ha reforzado anteriores tácticas de manipulación de la confianza y la identidad. Por lo tanto, las emociones, no la fiabilidad, la veracidad o la relevancia, constituyen la principal fuente de motivación para la disposición personal a compartir información en las redes sociales (Kramer, Guillory y Hancock, 2014; Brady, Wills, Jost, Tucker y Bavel, 2017). Como resultado, las redes sociales tienden a amplificar el extremismo (Gorrell, Bakir, Roberts, Greenwood, Iavarone y Bontcheva, 2019). En este sentido, Faris, Roberts, Etling, Bourassa, Zuckerman y Benkler (2017) hallaron que la información compartida en las redes sociales es sustancialmente más extravagante y partidista que aquella publicada en sitios web abiertos. De manera similar, los resultados tanto de Barberá y Rivero (2015) como de Vosoughi, Roy y Aral (2018) señalan de forma consistente que las posiciones extremistas, muchas de ellas noticias falsas aunque atractivas, se extienden de manera más eficiente que los puntos de vista moderados — en buena medida debido a la alarmante disonancia entre el titular y el cuerpo de texto. De este modo, la percepción del mundo de estos sujetos en red es condicionada por el anclaje afectivo a valores y normas grupales, que Hochschild (2016) denomina como “reglas sentimentales” (feeling rules) en torno a una “historia profunda” con valor identitario. Por consiguiente, los sujetos en red tienden a experimentar y evaluar la información de forma estética en lugar de aplicando estándares argumentativos, viéndose así fuertemente afectados por atajos críticos.
Estas subjetividades en red han fracturado la epistemología cívica y el panorama político contemporáneo, facilitando formas de aislamiento epistémico propiciadas por un radicalismo grupal arraigado en la identidad social (Kreiss, 2017). Esta situación de polarización desenfrenada explica el auge actual del populismo y las políticas identitarias. También fenómenos excéntricos, como las “salas de lloros” (Lawrence, 2016) y los “espacios seguros” (Rectenwald, 2018), diseñados para ofrecer resguardo a adultos emocionalmente incapaces de gestionar información hostil o desafiante proveniente del exogrupo. Por lo tanto, si Alexander define la esfera civil como estructuras duraderas que dan forma, organizan y regulan los dominios de la vida social — “un mundo de valores e instituciones que genera la capacidad para ejercer la crítica social y la integración democrática al mismo tiempo” (Alexander , 2006, p. 4) —, el partidismo constituye una estructura cultural que emerge a raíz de una extralimitación de la solidaridad civil que puede ser caracterizada como análoga a la identificación religiosa (Green, Palmquist y Schikler, 2004).
Identidades partidistas tan intensas polarizan los procesos cognitivos que dan forma a las cosmovisiones (Flynn, Nyhan y Reifler, 2017). De este modo, este tipo de partidismo influye enormemente en las consideraciones sobre el estado empírico de los problemas de salud (Hersh y Goldenberg, 2016; Baumgaertner, Carlisle y Justwan, 2018), de los asuntos ambientales (Hornsey, Harris, Brain y Fielding, 2016), de la economía y de los estándares éticos, dando pie al procesamiento de la información adversa en términos de teorías de conspiración (YouGov, 2016). Por ejemplo, el Centro de Investigaciones Pew (2017) reportó que los partidarios de Trump se encontraban preocupados, principalmente, por la inmigración ilegal, el terrorismo y el crimen, mientras los partidarios de Clinton estaban preocupados por el cambio climático, la violencia armada y la desigualdad: las valoraciones sociológicas de ambas cosmovisiones no comparten un terreno común conformado por hechos objetivos, ni siquiera respecto a los problemas sociales más acuciantes.
Una de las consecuencias más interesantes de esta situación es la desconfianza en el periodismo profesional como institución productora de conocimiento (Schudson y Anderson, 2009) — incluso cuando se emplean los métodos más sofisticados de verificación, en los cuales los profesionales escriben para una audiencia idealizada de ciudadanos hambrientos de información fiable (Graves, 2016). Las personas tienden a ignorar la autoridad del periodismo, al percibirlo como un sistema partidista hostil e irracional que utiliza las verificaciones para efectuar ataques intergrupales (Graves, 2016, p. 193). En su lugar, los sujetos en red tienden a sostener una concepción de los hechos que los caracteriza como determinados por los procesos sociales, particularmente por los agentes políticos. En efecto, aunque los movimientos populistas y extremistas constituyen el principal objetivo del escrutinio periodístico, esta clase de discurso político, tanto fácticamente inadecuado como moralmente incívico, se encuentra en auge (Kreiss, 2016). La “mala reputación” mediática se ha convertido en una herramienta política de gran utilidad en aras de intensificar el tribalismo, de modo que resulta más problemática para los periodistas profesionales que para los políticos.
§5. Polarización intergrupal respecto a hechos: de la racionalidad personal a la irracionalidad colectiva
La polarización doxástica, a menudo enraizada en la posverdad, ha sido estudiada como un fenómeno psicológico en el marco del paradigma de razonamiento políticamente motivado (Kahan, 2016a) — de hecho, la ideología política y el partidismo son, con diferencia, los moduladores más potentes del cambio de opinión y actitud respecto a cuestiones empíricas políticamente cargadas (por ejemplo, Palm, Lewis y Fend, 2017; Suhay y Garretson, 2018). El surgimiento de este paradigma psicológico se encuentra mediado por el razonamiento motivado, en este caso provocado por una forma autodefensiva de cognición caliente en la cual:
“Las posiciones respecto a algún hecho políticamente relevante han adquirido un reconocimiento generalizado como distintivo de membresía dentro de los grupos afines que definen la identidad, de forma que resulta esperable que los individuos acrediten o desacrediten selectivamente todo tipo de información en base a patrones consistentes con las posiciones de sus respectivos grupos. Las creencias generadas por medio de esta clase de cogniciones estimulan la expresión de identidades grupales. Tal comportamiento protege la conexión de los individuos con aquellos con quienes comparten lazos comunitarios” (Kahan, 2016a, p. 2).
Sin embargo, el conflicto intergrupal basado en la polarización respecto a hechos no es habitual. Por lo general, los ciudadanos convergen en la mejor evidencia disponible, con lo cual las manifestaciones más potentes de razonamiento motivado suelen tener lugar entre minorías influyentes (Cook y Lewandowsky, 2016). Por el contrario, los procesos habituales de aceptación de hechos fácticos suele implicar una cadena causal adecuada entre la percepción de consenso científico, la formación de creencias, la evaluación de riesgos y el apoyo a la acción pública (van der Linden, Leiserowitz, Feinberg y Maibach, 2015).
Por lo tanto, esta forma de razonamiento motivado surge de la formación de una brecha entre el consenso efectivo entre expertos y la percepción de la opinión pública, tal como ha sido observado de forma consistente respecto a la antropogénesis del cambio climático (Lewandowsky, Gignac y Vaughan, 2012). Dado que, por lo general, el nivel individual no tiene relevancia directa en asuntos de dimensión global, puede considerarse racional preferir prestar más atención a la información que expresa la identidad personal a fin de obtener los beneficios cortoplacistas del conformismo social. Por lo tanto, las políticas de polarización doxástica explotan la tensión entre la racionalidad endogrupal de corto plazo — relacionada con valores, creencias y normas compartidas — y la racionalidad de largo plazo — caracterizada por cogniciones que tienen como objetivo la búsqueda de la verdad.
Las creencias injustificadas involucradas en razonamiento motivado tienden a tornarse recalcitrantes: no son contrarrestadas por el pensamiento analítico o por mayores conocimientos (ver por ejemplo Lewandowsky y Oberauer, 2016; Jardina y Traugott, 2019). De hecho, bajo estas condiciones el pensamiento analítico fomenta la polarización doxástica (por ejemplo, Kahan, Peters, Wittlin, Slovic, Ouellette, Braman y Mandel, 2012; Kahan, 2013) y los individuos muestran una clara tendencia a aceptar evidencia científica únicamente si encaja con su sistema previo de creencias y valores (Kahan, Jenkins-Smith y Braman, 2010). Por lo tanto, la exposición a la evidencia de estos creyentes altamente motivados suele conllevar efectos contraproducentes (backfire effect; por ejemplo, Nyhan y Reifler, 2015; Palm, Lewis y Fend, 2017).
Por si fuera poco, los políticos son particularmente propensos a confiar en actitudes en lugar de en evidencias al justificar sus propias concepciones (Bækgaard, Christensen, Dahlmann, Mathiasen y Petersen, 2017; Christensen, 2018), de modo que las políticas encaminadas a polarizar la opinión pública facilitan que sujetos que muestran casos extremos de razonamiento motivado asuman el liderazgo en los procesos de deliberación social. La situación se ve agravada al politizar el valor identitario de las creencias empíricas, dado que la percepción de riesgo y amenazas se ve incrementado por la introducción de relaciones de poder político, las personas tienden a emplear a las figuras políticas y a los partidos como atajos críticos (Gastil, Braman, Kahan y Slovic, 2011), y las decisiones políticas son especialmente afectadas por el sesgo de deseabilidad social (Tappin, van der Leer y McKay, 2017).
En resumen, todas estas recientes investigaciones sugieren que la polarización grupal sufre un estallido cuando los asuntos empíricos en disputa adquieren un valor identitario para una determinada “comunidad de conocimiento” debidamente organizada y movilizada (Sloman y Fernbach, 2017). La lucha entre escépticos y creyentes se exacerba, viéndose dominada por un imaginario de mutua desconfianza y desprecio — dando lugar al incremento de la incertidumbre y a una mayor percepción de amenazas intergrupales. De hecho, las personas con un nivel alto de incertidumbre muestran tendencia a aumentar su respaldo a creencias infundadas, como sucede con las teorías de conspiración (por ejemplo, van Prooijen, 2015). La pertenencia a grupos caracterizados por liderazgos fuertes y prescripciones conductuales resulta clave en el proceso de afianzamiento y promoción este tipo de creencias (Franks, Bangerter, Bauer, Hall y Noort, 2017).
§6. La polarización doxástica como una herramienta política para el fomento de la ansiedad intergrupal
¿Por qué es la posverdad tan valorada por políticos? La ansiedad intergrupal (Stephan, 2014) es un constructo psicológico que resulta clave para comprender el papel que juegan las creencias injustificadas en las campañas políticas contemporáneas. La ansiedad intergrupal es un componente de la teoría integrada de las amenazas (Stephan y Stephan, 2017), caracterizada por sentimientos de aprensión derivados de la anticipación de consecuencias negativas al entrar en contacto con el exogrupo, asociados a cambios psicofisiológicos que son indicadores típicos de ansiedad (Blascovich, Mendes y Seery, 2003 ). De este modo, este constructo psicológico se fundamenta en la anticipación de cuatro tipos de interacciones intergrupales negativas, que manifiestan sentimientos de amenaza: consecuencias psicológicas negativas como vergüenza o crítica, consecuencias conductuales negativas como explotación o manipulación, evaluaciones negativas por parte del exogrupo como rechazo y humillación, y evaluaciones negativas por parte del endogrupo (Stephan y Stephan, 1985).
La creación, promoción y mantenimiento de la ansiedad intergrupal constituye una formidable herramienta política. Pese a que investigaciones previas han concluido que el contacto intergrupal se encuentra fuertemente asociado a la reducción de las actitudes prejuiciosas (Dhont & Van Hiel, 2011), está bien documentado que la ansiedad intergrupal es un importante moderador de este efecto positivo. De este modo, la ansiedad intergrupal sostiene los comportamientos discriminatorios incluso en condiciones de contacto directo y continuado entre los grupos (ver por ejemplo, Pettigrew y Tropp, 2008) — el autoritarismo ha mostrado tener un rol moderador similar (Dhont y Van Hiel, 2011). En consecuencia, la explotación de la ansiedad intergrupal se vincula estrechamente con el radicalismo identitario, viéndose fuertemente motivada por la creación de estereotipos amenazantes en el contexto de un clima político polarizado. Esta explotación política es capaz de inhibir la consecución de consensos en base a la comprensión y la tolerancia mutuas — bloqueando así la ponderación moderada del nivel objetivo de amenazas intergrupales.
Las creencias injustificadas tienen determinadas características que les confieren una utilidad destacada respecto a la generación de ansiedad intergrupal. A fin de comprender el porqué de su especial valor, resulta importante tener en cuenta la cadena causal que explica la disminución de los resultados negativos tras el contacto intergrupal (Kenworthy, Turner, Hewstone y Voci, 2005), que Pettigrew (1998) denomina como “aprender sobre el exogrupo”. La ansiedad intergrupal consta de tres tipos de componentes: afectivos, cognitivos y físicos (Stephan, 2014). Dado que las cogniciones tienden a preceder a las emociones (Storbeck y Clore, 2007), los resultados negativos del contacto intergrupal suelen tener un desencadenante cognitivo. En este sentido, debido a la naturaleza epistémica o filosófica de la mayor parte de las amenazas intergrupales percibidas entre creyentes y escépticos, el papel moderador del aprendizaje sobre el exogrupo puede verse desactivado o incluso revertido — en otras palabras, un mayor contacto intergrupal entre escépticos y creyentes podría empeorar, en lugar de resolver, el choque de cogniciones irreconciliables entre ambos grupos.
Este choque de cogniciones causado por la introducción de creencias injustificadas resulta particularmente explotable en términos políticos debido a dos cuestiones adicionales. En primer lugar, debido a la asociación existente entre una mayor ansiedad intergrupal y el rechazo del “mercado abierto de las ideas” (Hackett, Gaffney y Data, 2018). La libertad de expresión desregulada y la participación en conversaciones caracterizadas por diversos puntos de vista, la apertura y la asertividad crean vías para el mutuo entendimiento (Vescio, Sechrist y Paolucci, 2003; Turner, Hewstone y Voci, 2007), ofreciendo condiciones para mejorar el contacto intergrupal, tales como como objetivos compartidos, igualdad de estatus social entre grupos, cooperación y el apoyo de las autoridades, la ley y las costumbres (Pettigrew y Tropp, 2008). Sin embargo, los grupos que presentan niveles elevados de ansiedad intergrupal tienden a infravalorar la importancia real de la libre competencia entre las ideas, negando así la libertad de expresión al exogrupo. En otras palabras, a fin de evitar la creciente incertidumbre, escépticos y creyentes prefieren arrogarse el monopolio de la verdad (Hackett, Gaffney y Data, 2018). Por ejemplo, los teóricos de la conspiración tienden a evitar discutir sus ideas, prefiriendo el ostracismo. En este sentido, suelen asumir que las interacciones públicas con el “rebaño de ovejas” respecto a temas relacionados con la conspiración es una estrategia del poder, empleada para “tratar de ridiculizarte y convencerte de que has perdido la cabeza” (Franks, Bangerter, Bauer, Hall y Noort, 2017).
En segundo lugar, en otros contextos el contacto intergrupal no tiene por qué centrarse directamente en los asuntos relacionados con las diferencias percibidas como amenazantes. Por ejemplo, las interacciones entre musulmanes y cristianos, entre negros y blancos, o entre la comunidad LGBT y las personas no LGBT no tienen que abordar necesariamente asuntos religiosos, raciales o sexuales (Henry y Hardin, 2006; Collier, Bos y Sandfort, 2012). Por el contrario, la adopción de creencias relacionadas con lo paranormal, la pseudociencia y las teorías de la conspiración no suele implicar marcadores que propicien el reconocimiento implícito. Debido a ello, el reconocimiento del exogrupo a menudo tiene lugar después del choque de cogniciones que desencadena la clase de emociones negativas que conducen a la ansiedad intergrupal.
§7. Coda: ¿Cómo podemos resistir?
Resulta complicado imaginar cómo erradicar, o al menos paliar, la posverdad, dado que se nos aparece ser un síndrome cultural carente de límites y sin soluciones ya implementadas. Dado que la posverdad surge como una patología de la comunicación, el remedio más efectivo debería consistir en disolver el vínculo entre los hechos y los distintivos de membresía grupal. Sin embargo, no disponemos de suficiente investigación acerca de cómo llevar a cabo intervenciones sobre la identidad social a fin de disminuir el partidismo y la cognición motivada por la autoprotección identitaria (Kahan, 2016b; 2017), Sin embargo, algunos autores han propuesto mecanismos de contención, en su mayoría especulativos aunque potencialmente útiles. En este sentido, Lewandowsky, Ecker y Cook (2017) han propuesto un marco denominado “tecnocognición”, encaminado a facilitar el despliegue de la resistencia:
“Un enfoque interdisciplinar para el diseño de arquitecturas de la información que incorporen principios extraídos de la economía del comportamiento a fin ejercer una influencia negativa en la propagación de información errónea, en combinación con un programa cognitivamente informado, enfocado tanto a la educación del público como a la mejora de las prácticas periodísticas (…) el objetivo de la tecnocognición consiste en diseñar mejores arquitecturas de la información, capaces de construir puentes entre las islas epistémicas socialmente configuradas que definen la posverdad” (Lewandowsky, Ecker y Cook, 2017, p. 363).
La primera parte de la tecnocognición se relaciona con la creación de arquitecturas de la información adecuadas, estando inspirada en recomendaciones desarrolladas en el marco de otras problemáticas relacionadas, particularmente por Pomerantsev y Weiss (2014), que Lewandowsky, Ecker y Cook extrapolan al problema de la posverdad. Algunas de estas recomendaciones son:
a) La creación de una organización no gubernamental (ONG) con el objetivo de calificar la calidad de la información y proporcionar herramientas para localizar y gestionar la posverdad. Un ejemplo sería Climate Feedback, que proporciona esta clase de servicios respecto a desinformación relacionada con el clima.
b) La creación de un comité de desinformación para los medios y plataformas de blogs, con el objetivo de controlar comportamientos inaceptables.
c) El nombramiento de editores que se hagan responsables de las noticias falsas, a fin de subrayar la desinformación y emplear los medios para desacreditarla.
d) Todas las afiliaciones y conflictos de intereses de los actores mediáticos deben ser públicamente divulgadas.
e) Poner en práctica estrategias para que el público tome conciencia acerca de cómo funcionan las campañas de noticias falsas (por ejemplo, Cook, Lewandowsky y Ecker, 2017), incluido el ciberacoso, los trolls, las burbujas informativas y el nudging.
f) Ofrecer capacitación general en alfabetización informacional para estudiantes (ver por ejemplo, Walton y Hepworth, 2011).
g) Alentar a las personas a que hagan oír su voz con el objetivo de restringir la prevalencia de opiniones engañosas, contrarrestando así los efectos perniciosos de la percepción de falso consenso y de la brecha entre la comunidad de expertos y el público general. Unas pocas voces disidentes son capaces de afectar la percepción de norma social, ayudando a legitimar los discursos basados en la evidencia en la misma medida en que las minorías resistentes a la evidencia influyen en la opinión pública (Lewandowsky, Pilditch, Madsen, Oreskes y Risbey, 2019). En este sentido, es importante que los científicos sean conscientes de que disponen de suficiente margen de maniobra para participar activamente en la esfera pública sin correr el riesgo de dañar su credibilidad (Kotcher, Myers, Vraga, Stenhouse y Maibach, 2017).
Existen numerosos avances tecnológicos potencialmente capaces de implementar algunas de estas recomendaciones, tales como algoritmos para la verificación de información. Adicionalmente, sería de gran utilidad favorecer la reducción del fraccionamiento de la opinión pública expandiendo los límites de los filtros de las redes sociales y los buscadores, de modo que los usuarios se vean expuestos a un espectro más amplio de información — al menos en un grado que no desaliente el uso de estos servicios.
Sin embargo, resulta necesario llevar a cabo más investigación para hacer un uso adecuado de estas tecnologías. La segunda parte de la tecnocognición constituye todo un programa de investigación en psicología cognitiva aplicada, guiado por preguntas que aún permanecen abiertas, tales como: ¿En qué medida los efectos de estas intervenciones pueden extrapolarse a diversos tipos de contenido? ¿Cuáles son los efectos a largo plazo de los programas educativos encaminados a mejorar el cribado de la información en niños y adolescentes? Cuando las personas son expulsadas de sus burbujas informativas, ¿cuál es el nivel óptimo de información novedosa a ser ofrecida como alternativa? ¿Cuál es el efecto de los indicadores de fiabilidad informativa en la credibilidad percibida de los sitios web? ¿En qué medida la abundancia de “hechos alternativos” socava la epistemología general de las personas? Dadas sus profundas implicaciones sociales, resultaría enormemente valioso que un número creciente de psicólogos cognitivos y sociales se comprometieran con este prometedor programa de investigación.
§8. Observaciones finales
La posverdad no es una leyenda urbana. Al contrario, es una perjudicial colección de epistemologías alternativas de trasfondo posmoderno, potenciadas por la clase de conflictos intergrupales que caracterizan nuestro polarizado panorama sociopolítico. Por lo tanto, la posverdad puede interpretarse como el resultado de una forma de cognición defensiva hiperactiva, íntimamente relacionada con la identidad social — un proceso que se ve reforzado por las redes sociales, la superioridad moral percibida y los medios partidistas que generan bucles de retroalimentación afectiva, refuerzan la percepción de amenazas y racionalizan la disonancia ética. Pese a que la posverdad constituye un fenómeno recalcitrante que ha experimentado un ascenso alarmante, existen vías potenciales para hacerle frente. No obstante, estas intervenciones necesitan un mayor compromiso político, recursos económicos e investigación.
Imagen: Tierra Firme
Fuente: La Venganza de Hipatia
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