Ante la “sociedad de plataformas” que plantea la investigadora José Van Dijck, se nos presenta como adultos el enorme desafío de cómo ejercer nuestro rol de cuidadores, formadores y guías de niños, niñas y jóvenes. Con el objetivo de que estos últimos puedan utilizar estas herramientas de manera responsable, crítica y creativa.
Para desentramar las distintas problemáticas que están presentes en la red, aparece la idea de humanizar la tecnología. Para ello, deberíamos realizar una distinción conceptual, en la que consideremos a Internet como una herramienta (en vez de un fin en sí misma) que brinda un gran caudal de oportunidades (acceso, empoderamiento, educación, participación, expresión, etc.) pero que también conlleva riesgos (sobreexposición, discriminación, abuso sexual, robo de identidad, viralización de contenidos sin consentimiento del titular, etc).
Existen numerosos tipos de problemáticas relacionadas con el uso de internet pero todas ellas pueden dividirse en tres grandes grupos:
- La construcción de identidad en internet: Los jóvenes empiezan a crear sus perfiles de usuarios en las redes a muy temprana edad. Exhiben sus vidas en espacios públicos, compartiendo datos personales e interactuando con otras personas. Construyen correlatos de sí mismos en la web, creando una reputación o huella digital que administran con gran atención.
- Las cuestiones desencadenadas por las relaciones que mantenemos con los demás en las redes. El acoso o la discriminación en internet (ciberbullying), el abuso sexual (grooming) y el compartir imágenes íntimas de otros (sexting) son las principales problemáticas que los más jóvenes reconocen vivir a diario.
- Los conflictos que surgen del propio uso de estas tecnologías. Los niños crean un vínculo con lo digital, generalmente de manera individual, donde los adultos no suelen tener presencia. A edades más avanzadas, los usos de tablets y de dispositivos móviles van en aumento, siendo necesario poder establecer conductas y límites de uso para el correcto desarrollo de las personas. Más aún en el contexto de la “economía de datos”, el proceso mediante el cual las plataformas (redes sociales, apps, buscadores) compiten entre ellas por capturar la atención de los usuarios. Es decir, quienes utilizamos estos servicios (no solo los más jóvenes) estamos expuestos al desarrollo de tecnologías cada vez más sofisticadas que buscan que pasemos más tiempo en sus espacios para poder obtener más datos y así hacer crecer sus negocios.
Cabe destacar que los adultos (padres, madres, maestros, docentes, tutores) no tenemos por qué tener todas las respuestas para poder contribuir a la formación y al acompañamiento de los y las jóvenes en su vida digital. En otras palabras, no hace falta ser especialistas en herramientas digitales para poder constituirnos como referentes o fuentes de consulta o apoyo de los más pequeños. Esto sucede ya que muchas de las problemáticas o tensiones que aparecen en estos espacios son propias de la construcción de las identidades, de las relaciones o vínculos con los otros y del uso (cada vez mayor) que hacemos de estas herramientas.
Escuchar, para poder comprender
Para poder interesarse y conocer, es necesario primero escuchar y aprender. Animarse a romper los miedos que tenemos respecto a lo digital constituye el primer paso para poder participar e influir en la vida digital de los jóvenes. Ocuparse de conocer qué les gusta, qué les molesta, qué desearían cambiar, qué les gustaría aprender, qué cosas no comprenden, qué los angustia o deprime. Esto es, el entendimiento de las distintas percepciones de la juventud respecto de su vida social-digital. Una búsqueda para que padres, madres, maestros, docentes o tutores puedan constituirse como referentes o fuentes de consulta ante cualquier problema que surja.
En los talleres con niños y niñas que llevamos a cabo en Faro Digital, buscamos poner a los protagonistas en el centro. Esto permite generar experiencias participativas, en donde los jóvenes no solo se entretienen sino que también aprenden de manera colaborativa. Por otro lado, los resultados de estos trabajos nos dejan datos reveladores de cómo sienten, viven y perciben el mundo digital y sus conflictos. El desafío está en la formación de estos canales de diálogo, en donde prima la horizontalidad, escucha y debate.
Una vida digital responsable
Con la inauguración de espacios para el diálogo y la incorporación de los jóvenes en el proceso de entendimiento del mundo digital se pueden formar sujetos libres, autodeterminados y conscientes que piensen críticamente mientras usan las distintas aplicaciones, juegos o redes y que construyan de manera activa y reflexiva su identidad digital.
Sujetos que velen por sus derechos y los de los demás, que desarrollen empatía, que cuiden a la comunidad, que estén atentos a posibles engaños, que incorporen usos creativos para producir información (y no solo la consuman), y lo más importante, que consideren a sus adultos de confianza como ayuda y apoyo ante cualquier inconveniente que surja (siendo esto también una responsabilidad de los propios adultos).
No existe un botón que solucione mágicamente las tensiones que se generan en internet. Lo positivo es que, desde los antiguos saberes y la experiencia de vida de los adultos, se puedan hallar diferentes caminos que nos acerquen al objetivo de conocer más la realidad de niños, niñas y jóvenes en el mundo digital. Quizás los resultados no sean inmediatos o definitivos. Tal vez haya que incorporar de manera permanente la educación mediática a la rutina escolar (y a la vida en general). Por eso, más que buscar resultados definitivos es que se tendrá que poner el acento en hacer las preguntas correctas.
Fuente: Nobbot
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