Esa sonrisilla fugaz y nerviosa de Adolf Hitler contemplando cómo Jesse Owens sube al podio en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, tras su majestuoso salto de longitud. Aquella socarronería breve de Benito Mussolini mientras aúlla uno de sus aclamados discursos desde el balcón del Palazzo di Venezia, frente al elefantiásico Monumento a Vittorio Emanuele II. Ese momento en que a Stalin se le resbala de las comisuras de los labios algo parecido a una mueca chistosa mientras firma el Tratado de Yalta junto a Churchill y Roosevelt.
¿Quién dijo que los fanáticos no tienen sentido del humor? Es casi sentir popular, pero fue el escritor israelí Amos Oz quien popularizó dicho sentir llevándolo a uno de sus ensayos más famosos, Contra el fanatismo.
Amos Oz, un escritor y periodista que paso gran parte de su vida utilizando la palabra para desenmascarar toda clase injusticia, fue galardonado no sólo por su valía literaria sino también por su calidad humana. En 2002 recibió el premio a la Libertad de Expresión, en Noruega, y la Medalla Internacional de la Tolerancia, en Polonia. Candidato en varias ocasiones al Premio Nobel de Literatura, fue ampliamente reconocido en su conflictivo país natal. Y la cuestión del fanatismo la abordó no solo en sus ensayos, sino también en sus obras literarias, en las que dio rienda suelta a su insobornable pacifismo y desnudó los conflictos internos de esa parte de la sociedad israelí gobernada por un fanatismo basado en valores religiosos, ideológicos y geográficos.
«Jamás he visto en mi vida un fanático con sentido del humor. Ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático», ha asegurado. Una experiencia personal convertida en máxima con gran acierto. Y es que una de las principales virtudes de las personas con sentido del humor es la capacidad que tienen para reírse de ellas mismas. Esto no quiere decir que no se tomen la vida en serio. Únicamente, el sentido del humor les permite ser más felices y sobrellevar de mejor modo todo lo que de difícil pueda tener la existencia.
Algo sabría Amos Oz, viviendo en Israel, del fanatismo que, según la RAE supone un «apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas». ¿Qué podría lograr que alguien con dicho apasionamiento en la defensa de determinadas creencias se riese de sí mismo, de sus propias creencias? Difícil, si no imposible, encontrar una respuesta. Es evidente que reírse de lo que con tan intensa tenacidad defiende podría hacerle dudar. Y un fanático tiene las ideas claras. Tanto que pretende imponerlas al resto.
Martin Seligman, psicólogo y escritor estadounidense, abrió nuevos campos a la psicología moderna cuando comenzó a dar conferencias, a principios de los años 90 del pasado siglo, en que propugnaba la necesidad de estudiar, desde un punto de vista científico, toda aquello que hace feliz al ser humano. Se inauguró entonces lo que hoy se conoce como psicología positiva. Una las emociones humanas más estudiadas por esta corriente es, justamente, el sentido del humor. Para Seligman y el resto de psicólogos positivos, el sentido del humor es una de las principales fortalezas del ser humano.
A nivel social, el sentido del humor permite canalizar deseos incómodos, cuestiones que, dichas sin humor, podrían resultar desagradables. De esta manera, se convierte en el vehículo perfecto para superar los tabúes sociales. Un fanático, difícilmente podría aplicar el sentido del humor para superar tabúes cuando cualquier opinión diferente a la suya ya es, para él mismo, tabú.
La risa propicia la cohesión social entre personas de muy distinta índole. Al fin y al cabo, es uno de los pocos comportamientos que se replican en cualquier lugar de nuestro planeta. La risa fomenta las relaciones sociales y fortalece los vínculos personales. A un fanático, lo último que le interesa es acercarse a alguien cuyo pensamiento difiera del suyo, por lo que reír para ello no puede entrar en sus planes.
El sentido del humor también nos permite sobreponernos a situaciones sociales que nos generan angustia por considerarlas injustas o no tener capacidad para afrontarlas. Los españoles, con nuestro característico «humor negro», sabemos bien cómo relativizar y minimizar algo doloroso riéndonos de ello. A un fanático le resultaría imposible relativizar. Para el fanático el mundo ha de ser cómo él desea, sus creencias son absolutas, definitivas, contundentes e incondicionales.
Imagen: Goya
Fuente: Ethic
No hay comentarios.:
Publicar un comentario